Saludos y bienvenida: Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida... Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos. Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos. Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más... A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado. Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia... Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos? Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista. No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente. Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo. Fraternalmente, Trovador

martes, 30 de diciembre de 2014

Las Maras y su vínculo con poderes ocultos


 Foto: La Orquesta



 El Ciudadano



Las maras constituyen un problema social con aristas múltiples. Esto ya es sabido, existiendo una amplia bibliografía sobre el tema. Lo que se quiere resaltar ahora es la vinculación que existe entre ellas y poderes paralelos u ocultos nacidos en la guerra contrainsurgente de décadas pasadas, y que aún sobreviven, en muchos casos ocultos en estructuras del Estado, detentando considerables cuotas de poder económico y político.

Las maras funcionan como familia sustituta de numerosos jóvenes que proceden de hogares disfuncionales. El motivo por el que un joven, o un niño -dado lo prematuro de las edades con que se hace el pasaje de incorporación- ingresa a una mara, denota una sumatoria de causas: hay un trasfondo de pobreza estructural e histórica sobre el que se articula una cultura de violencia dominante, impuesta ya como norma en la historia del país, fortalecida con un conflicto armado que alcanzó ribetes de crueldad indecibles y que sigue sirviendo como pedagogía del terror, a lo que se suman impunidad, debilidad o ausencia de políticas públicas por parte del Estado, diferencias económicas irritantes entre los sectores más favorecidos y la gran masa de pobres y excluidos, ruptura de los tejidos sociales producto de la guerra interna, de la masiva movilidad del campo hacia la ciudad y de la salida desesperada hacia el extranjero como vía de escape a la pobreza crónica con la repatriación forzada de muchas de esas personas en condiciones que agravan la ya precaria situación nacional.

Todo esto ya es sabido suficientemente. La academia lo ha venido estudiando desde hace un buen tiempo disponiéndose de mucho conocimiento al respecto, lo cual, lamentablemente, no se traduce en respuestas efectivas por parte del Estado con la implementación de políticas sostenibles y de largo alcance. Las maras, por tanto, siguen siendo criminalizadas y vistas como causa, no como consecuencia.

Dichas maras han venido cambiando su perfil en el tiempo, aumentando su agresividad, tornándose mucho más crueles que en los momentos de su aparición en la década de los 80 del siglo pasado. Ello responde a una transformación nada azarosa. Los llamados grupos de poderes paralelos enquistados en diversas estructuras que siguen operando con lógicas contrainsurgentes, aprovechan a estos jóvenes para sus operaciones delictivas. Pero más aún: en un proyecto semi-clandestino, desde ciertas cuotas de poder que esos grupos detentan, las maras constituyen un brazo operativo y funcional que sirve a sus intereses de proyección político-económica en tanto grupos de poder, disputándole terreno incluso a fuerzas sociales tradicionales.

En tal sentido, las maras operan en función de un mensaje de control social que estos poderes ocultos envían al colectivo. La violencia generalizada que campea sobre el país, fundamentalmente sobre determinadas zonas urbanas, tiene una lógica propia, pero al mismo tiempo responde a la implementación de planes trazados por determinados centros de poder donde las maras se han convertido en nuevo “demonio”, supuesta causa de todos los problemas.

Las maras están sobredimensionadas. Los medios masivos de comunicación han hecho de ellas un problema de seguridad nacional -no siéndolo, claro está- con lo que se alimenta un clima de zozobra donde esos poderes ocultos, semi-clandestinos, navegan perfectamente, aprovechándose de la situación. El miedo, el terror a las maras que se ha ido creando, es funcional a un proyecto de inmovilización social, de control contrainsurgente que guarda vínculos con lo vivido años atrás durante el conflicto armado interno en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional y combate al enemigo interno. Podría describirse la dinámica como: “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Cero organización comunitaria, generalizada desconfianza del otro, clima de paranoia social”.

Contextualizando el problema


Las maras existen en Guatemala desde hace ya más de tres décadas. En ese lapso de tiempo fueron evolucionando grandemente, y las primeras experiencias de los años 80 del siglo pasado, cuando grupos de muchachos defendían a puño limpio sus territorios en las colonias populares, ya no tienen nada que ver con su perfil actual.

Hoy por hoy, estos grupos juveniles pasaron a ser un enemigo público de proporciones gigantes. Y justamente ahí viene la pregunta que motiva el presente texto: ¿son realmente las maras el problema a vencer en nuestra empobrecida sociedad post guerra, o hay ahí ocultas agendas mediático-políticas?

La insistente prédica de los medios masivos de comunicación ya desde hace años nos convenció que la violencia (identificada sin más con delincuencia) nos tiene de rodillas. De esa cuenta, sin análisis crítico de la cuestión, las maras se han venido presentando en forma creciente como uno de los grandes problemas nacionales. Por cierto, eso está sobredimensionado. Una simple lectura de los hechos indica que, en todo caso, el problema de fondo no son estos jóvenes en sí mismos sino las causas por las que se convierten en transgresores. De hecho, nadie sabe a ciencia cierta cuántos mareros hay. Llamativo, sin dudas. Las estimaciones van desde 3,000 hasta 200,000. Si de un problema de tal magnitud nacional se trata, ¿cómo sería posible que nadie tenga datos ciertos?

Efectivamente es cierto que, hoy por hoy, sus actos constituyen a veces demostraciones de la más espantosa crueldad y falta de solidaridad: matan, violan, descuartizan a sus víctimas, extorsionan. Ahora bien: ¿por qué se fue dando ese paso de grupo barrial juvenil a “demonio” temido, problema de seguridad nacional, con valor casi de nueva plaga bíblica?

¿Cómo es posible que un número no determinado, siempre impreciso de jóvenes marginalizados, subalimentados, con escasa o nula educación formal, provenientes de barriadas pobres, viviendo siempre en situaciones de aguda carencia, de precariedad extrema, pobremente equipados en términos comparativos con las fuerzas armadas regulares, sin ningún proyecto real de transformación político-social, tengan en vilo a toda una sociedad? ¿No es posible, si se trata de un problema de seguridad, que las fuerzas armadas oficiales den cuenta del fenómeno, que puedan controlar esa expresión de violencia desbordada? Cuesta creer que un grupo de jóvenes rebeldes constituya un problema tan serio.

Ello fue lo que motivó poner en marcha las preguntas que aquí compartimos, y que sin dudas podrían generar una investigación mucho más exhaustiva, realizada con el rigor de un estudio de ciencias sociales metodológicamente encarado.

Pero hay una intuición que complejiza las cosas: Guatemala aún está intentado salir -sin saberse con exactitud cuánto tiempo durará eso- de un clima post bélico que pareciera tender a perpetuarse. En concreto, hace ya cerca de dos décadas que se firmó formalmente la paz entre los grupos militarmente enfrentados: el movimiento revolucionario armado y el ejército nacional. Sin embargo el clima de militarización y de guerra continúa. Las maras se inscriben en esa lógica.

Ahora bien: distintos indicios (por ejemplo, esa transformación que han ido teniendo en el tiempo, su papel hiperdimensionado en los medios de comunicación como nuevo demonio -lo que ayer era el guerrillero, el “delincuente subversivo”, hoy lo es el marero: la afrenta a la sociedad pacífica-, ciertas coincidencias llamativas en la esfera política) llevan a pensar que hay algo más que un grupo de jóvenes transgresores.

Las maras, si bien tienen una lógica de funcionamiento propia, no son precisamente autónomas. Responden a patrones que van más allá de sus integrantes, jóvenes cada vez más jóvenes, con dudosa capacidad gerencial y estratégico-militar como para mantener en vilo a todo un país. ¿Están manejadas por otros actores? ¿Quién se beneficia de estos circuitos delincuenciales tan violentos? ¿Cuántos mareros existen en el país? Si tanto dinero manejan ¿por qué los mareros continúan viviendo en la marginalidad y la pobreza?

Viendo que todos esos datos faltan, la intuición llevó a pensar que allí debía haber algo más que “jóvenes en conflicto con la ley penal”. Las piezas del rompecabezas están sueltas, y una investigación rigurosa nos permitiría unirlas. Pero allí surgen los problemas.

El tema en cuestión es delicado, álgido, particularmente espinoso. Al estudiar las maras se rozan poderes que funcionan en la clandestinidad, que se sabe que existen pero no dan la cara, que siguen moviéndose con la lógica de la contrainsurgencia que dominó al país por décadas durante la guerra interna. Y esos poderes, de un modo siempre difícil de demostrar, se ligan con las maras. En otros términos: las maras terminan siendo brazo operativo de mecanismos semi-clandestinos que se ocultan en los pliegues de la estructura de Estado, que gozan de impunidad, que detentan considerables cuotas de poder, y que por nada del mundo quieren ser sacados a la luz pública. De ahí la peligrosidad de intentar develar esas relaciones.

A ello se suma, como otra dificultad para llevar adelante una investigación rigurosa, la complejidad de poder investigar pertinentemente el objeto en cuestión. Visto que se trata de relaciones bastante, o muy, ocultas, poder develarlas no es nada sencillo. Nadie quiere/puede prestarse a dar mayor información. La información está allí, pero quien la detenta realmente no la va a dar. O, al menos, no la dará sino bajo circunstancias muy particulares. De ahí que el trabajo al respecto tiene algo de detectivesco, de orfebre rehaciendo una pieza quebrada. En este caso, el investigador se debería dedicar a recoger indicios para intentar unirlos, haciendo cruces entre ellos para sacar conclusiones bastante sustentadas.

Obtener información válida en un campo donde se sabe poco, hay poco o nada investigado y donde casi nadie está dispuesto a hablar, se torna un enorme problema metodológico. Un obstáculo más que se sumaría en la posible investigación está dado por la fiabilidad de los datos que podrían recogerse y por la posibilidad de demostrar fehacientemente, con pruebas contundentes en las manos, las hipótesis en juego. Sabido es que en ciencias sociales los esquemas epistemológicos son distintos a los de las ciencias exactas, las llamadas “ciencias duras”. Si más arriba se pudo hablar de “intuición” en un marco académico, es porque las ciencias sociales lo posibilitan. O más aún: lo requieren. De todos modos, eso siempre constituye un problema a vencer: cómo demostrar que las conclusiones obtenidas son válidas.

Un posible mapa conceptual sobre el asunto

¿Quién se beneficia de las maras?

Desde hace ya unos años, y en forma siempre creciente, el fenómeno de las pandillas juveniles violentas ha pasado a ser un tema de relevancia nacional.

Se trata de un fenómeno urbano, pero que tiene raíces en la exclusión social del campo, en la huida desesperada de grandes masas rurales de la pobreza crónica de aquellas áreas, que se articula a su vez con la violencia de la guerra interna que asoló al país años atrás y que dio como consecuencia: 1) una cultura de violencia e impunidad que se extendió por toda la sociedad y aún persiste, ya vuelta “normal”, y 2) la salida del país de innumerable cantidad de población que, tanto por la guerra interna como por la situación de pobreza crónica, marchó a Estados Unidos, de donde muchos jóvenes regresaron deportados portando los valores de una nueva cultura pandilleril, desconocida años atrás en Guatemala.

Según el manipulado e insistente bombardeo mediático, son estos grupos las principal causa de inestabilidad y angustia de nuestra sociedad post conflicto, ya de por sí fragmentada, sufrida, siempre en crisis. De esa cuenta, es frecuente escuchar la machacona prédica que “las maras tienen de rodilla a la ciudadanía”.

El problema, por cierto, es muy complejo; categorizaciones esquemáticas no sirven para abordarlo, por ser incompletas, parciales y simplificantes. Entender, y eventualmente actuar, en relación a fenómenos como éste, implica relacionar un sinnúmero de elementos y verlos en su articulación y dinámica globales. Comprender a cabalidad de qué se habla cuando nos referimos a las maras no puede desconocer que se trata de algo que surge donde se conjugan muchas causas interactuantes: son los países más pobres del continente, con estructuras económico-sociales de un capitalismo periférico que resiste a modernizarse, viniendo todos ellos de terribles procesos de guerras civiles cruentas en estas últimas décadas, con pérdidas inconmensurables tanto en vidas humanas como en infraestructura, las cuales hipotecan su futuro. A lo cual se suman, como elementos que retroalimentan lo anterior: la enorme desigualdad económico-social de sus poblaciones, la debilidad del Estado, la destrucción del tejido social a causa de los conflictos y la emigración-deportación, más la herencia y la cultura de la impunidad dominantes. La pobreza, en tal sentido, es un telón de fondo que posibilita toda esa sumatoria de procesos, pero debe quedar claro que no es ni la única ni la principal causa del surgimiento de las pandillas, pues si no se la estaría criminalizando peligrosamente.

O, en todo caso, surgen en los sectores más empobrecidos (inmigrantes latinos, poblaciones afrodescendientes) de una gran economía como es Estados Unidos, lugar desde donde la cultura pandilleril se difunde hacia los países más carenciados del continente, en buena medida por las deportaciones que realiza el gobierno federal de aquella nación.

Las maras en Guatemala, de esa forma, son una expresión patéticamente violenta de una sociedad ya de por sí producto de una larga historia de violencia, hija de una cultura de la impunidad de siglos de arrastre, de un país donde el Estado no es un verdadero regulador de la vida social y donde el desprecio por la vida no es infrecuente.

Empiezan a surgir para la década de los 80 del siglo pasado, aún con la guerra interna en curso. En un primer momento fueron grupos de jóvenes de sectores urbanos pobres, en muchos casos deportados desde Estados Unidos, que se unían ante su estructural desprotección. Hoy, ya varias décadas después, son mucho más que grupos juveniles: son, según lo que podría parodiarse del discurso mediático que invade todo el espacio: “la representación misma del mal, el nuevo demonio violento que asola el orden social, los responsables del malestar en toda la región”…, al menos según las versiones oficiales, incorporadas ya como imaginario colectivo en la ciudadanía de a pie, repetido hasta el hartazgo por los medios masivos de comunicación.

El análisis objetivo de la situación permite comprobar que se ha venido operando una profunda transformación en la composición y el papel social jugado por las maras. De grupos de defensa territorial, más cercanos a “salvaguardar el honor” de su barrio, han ido evolucionando a brazo indispensable del crimen organizado. En estos momentos, existen sobrados argumentos que demuestran que ya no son sólo grupos juveniles delincuenciales que entran en conflicto con la ley penal en función de satisfacer algunas de sus necesidades (drogas, alcohol, recreación, teléfonos celulares de moda, vestuario, etc.). Por el contrario, terminan funcionando como apéndice de poderes paralelos que los utilizan con fines políticos. En definitiva: control social.

Los mareros, cada vez más, deciden menos sobre sus planes, y en forma creciente se limitan a cumplir órdenes que “llegan de arriba”. El sicariato, cada vez más extendido, está pasando a ser una de sus principales actividades. Valga al respecto la declaración de un joven vinculado a una pandilla: “Decían en Pavón estos días los chavos mareros, ahora detenidos, que están contentos porque el año que viene, año electoral, van a tener mucho trabajo. Eso quiere decir que se los va a usar para crear zozobra, para infundir miedo. Y por supuesto, hay estructuras ahí atrás que son las que dan las órdenes y les dicen a la mara qué hacer”.

No cabe ninguna duda que las maras son violentas; negarlo sería absurdo. Más aún: son llamativamente violentas, a veces con grados de sadismo que sorprende. No hay que perder de vista que la juventud es un momento difícil en la vida de todos los seres humanos, nunca falto de problemas. El paso de la niñez a la adultez, en ninguna cultura y en ningún momento histórico, es tarea fácil. Pero en sí mismo, ese momento al que llamamos adolescencia no se liga por fuerza a la violencia. ¿Por qué habría de ligarse? La violencia es una posibilidad de la especie humana en cualquier cultura, en cualquier posición social, en cualquier edad. No es, en absoluto, patrimonio de los jóvenes. Quienes deciden la guerra, la expresión máxima de la violencia (y se aprovechan de ella, por cierto), no son jóvenes precisamente. Eso nunca hay que olvidarlo.

De todos modos, algo ha ido sucediendo en los imaginarios colectivos en estos últimos años, puesto que hoy, al menos en la noción popularmente extendida que ronda en nuestro país, ser joven -según el discurso oficial dominante- es muy fácilmente sinónimo de ser violento. Y ser joven de barriadas pobres es ya un estigma que condena: según el difundido prejuicio que circula, provenir de allí es ya equivalente de violencia. La pobreza, en vez de abordarse como problema que toca a todos, como verdadera calamidad nacional que debería enfrentarse, se criminaliza. Si algo falta hoy en los planes de gobierno, son abordajes preventivos.

A esta visión apocalíptica de la pobreza como potencialmente sospechosa se une una violencia real por parte de las maras que no puede desconocerse, a veces con niveles increíbles de crueldad, por lo que la combinación de ambos elementos da un resultado fatal. De esa forma la mara pasó a estar profundamente satanizada: la mara devino así, al menos en la relación que se fue estableciendo, una de las causas principales del malestar social actual. La mara -¡y no la pobreza ni la impunidad crónica!- aparece como el “gran problema nacional” a resolver.

Se presentifican ahí agendas calculadas, distractores sociales, cortinas de humo: ¿pueden ser las pandillas juveniles violentas -que, a no dudarlo, son violentas, eso está fuera de discusión- el gran problema a resolver en un país con altos niveles de desigualdad y en post guerra, en vez de enormes cantidades de poblaciones por debajo de la línea de pobreza? (más de la mitad de la población guatemalteca: 50.9%, se encuentra por debajo de la línea de pobreza que establece Naciones Unidas, es decir: vive con un ingreso de dos (2) dólares diarios). ¿Pueden ser estos grupos juveniles violentos la causa de la impunidad reinante (“los derechos humanos defienden a los delincuentes”, suele escucharse), o son ellos, en todo caso, su consecuencia? El problema es infinitamente complejo, y respuestas simples y maniqueas (“buenos” versus “malos”) no ayudan a resolverlo.

Si fue posible desarticular movimientos revolucionarios armados apelando a guerras contrainsurgentes que no temieron arrasar poblados enteros, torturar, violar y masacrar para obtener una victoria en el plano militar, ¿es posible que realmente no se puedan desarticular estas maras desde el punto de vista estrictamente policíaco-militar? ¿O acaso conviene que haya maras? Pero, cui bono?, ¿a quién podría convenirle?

Consecuencia y no causa

En la génesis de cualquier pandilla se encuentra una sumatoria de elementos: necesidad de pertenencia a un grupo de sostén que otorgue identidad, la dificultad en su acceso a los códigos del mundo adulto; en el caso de los grupos pobres de esas populosas barriadas de donde provienen, se suma la falta de proyecto vital a largo plazo. Por supuesto, por razones bastante obvias, esta falta de proyecto de largo aliento es más fácil encontrarlo en los sectores pobres que en los acomodados: jóvenes que no hallan su inserción en el mundo adulto, que no ven perspectivas, que se sienten sin posibilidades para el día de mañana, que a duras penas sobreviven el hoy, jóvenes que desde temprana edad viven un proceso de maduración forzada, trabajando en lo que puedan en la mayoría de los casos, sin mayores estímulos ni expectativas de mejoramiento a futuro, pueden entrar muy fácilmente en la lógica de la violencia pandilleril, que supuestamente otorga bondades, “dinero fácil”, reconocimiento social. “Bondades”, por supuesto, que encierran una carga mortal. Una vez establecidos en ese ámbito, por una sumatoria de motivos, se va tornando cada vez más difícil salir.

Lo que suele suceder con estos grupos es que, en vez de ser abordados en la lógica de poblaciones en situación de riesgo, son criminalizados. Tan grande es esa criminalización, que eso puede llevar a pensar que allí se juega algo más que un discurso adultocéntrico represivo y moralista sobre jóvenes en conflicto con la ley penal. ¿Por qué las maras son el nuevo demonio? Porque, definitivamente, no lo son. Al respecto, valgan las palabras de un inspector de la Policía Nacional Civil con el que se habló del tema: “A veces no es la mara la que comete los hechos delictivos, pero se le echa la culpa. Conviene tenerla como lo más temible, porque con eso se tiene atemorizada a la población. Y mucha gente realmente queda aterrorizada con todo lo que se dice y se cuenta de las maras. No todos los delitos que se cometen los hacen las maras. Hay muchos delincuentes que actúan por su cuenta, pero los medios se encargan de echarle siempre la responsabilidad a las maras (…) Hay una gran gama de delincuentes: robacarros, asaltabuses, narcotraficantes, robafurgones, personas individuales que delinquen y roban en un semáforo, y también maras. Hay de todo, no sólo mareros”.

¿Hay algo más tras esa continua prédica? Cuando un fenómeno determinado pasa a tener un valor cultural (mediático en este caso) desproporcionado con lo que representa en la realidad, por tan “llamativo”, justamente, puede estar indicando algo. ¿Es creíble acaso que grupos de jóvenes con relativamente escaso armamento (comparado con lo que dispone el Estado) y sin un proyecto político alternativo (porque definitivamente no lo tienen, no intentan subvertir ningún orden social) se constituyan en un problema de seguridad nacional en varios países al mismo tiempo, que puedan movilizar incluso los planes geoestratégicos de potencias militares extra-regionales? De hecho Estados Unidos en innumerables ocasiones se refirió a las maras como un problema de seguridad que afecta la gobernabilidad y la estabilidad democrática de la región y preocupa a su gobierno central en Washington. ¿Qué lógica hay allí?

Un ex pandillero con el que trabamos contacto decía al respecto: “Las pandillas funcionan como un distractor dentro del sistema: mientras pasa cualquier cosa a nivel político, se utiliza la mara como chivo expiatorio, y los titulares de la prensa o de la televisión no deja de remarcarlas como el gran problema”.

Todo lo anterior plantea las siguientes reflexiones:

• Las maras no son una alternativa/afrenta/contrapropuesta a los poderes constituidos, al Estado, a las fuerzas conservadoras de las sociedades. No son subversivas, no subvierten nada, no proponen ningún cambio de nada. Quizá no sean funcionales en forma directa a la iniciativa privada, a los grandes grupos de poder económico, pero sí son funcionales para ciertos poderes (poderes ocultos, paralelos, grupos de poder que se mueven en las sombras) que -así lo indica la experiencia- las utilizan. En definitiva, son funcionales para el mantenimiento sistémico como un todo, por lo que esos grandes poderes económicos, si bien no se benefician en modo directo, terminan aprovechando la misión final que cumplen las maras, que no es otro que el mantenimiento del statu quo. Pero esto hay que matizarlo: no son los poderes tradicionales quienes las utilizan (la cúpula económica tradicional, la aristocracia histórica ligada a la agroexportación, los grandes detentadores de las fortunas más abultadas) sino los nuevos poderes ligados a estructuras estatales y que continúan subrepticiamente con el Estado contrainsurgente creado durante el conflicto armado interno, en general vinculados a negocios fuera de la ley (contrabando, trata de personas, narcoactividad, crimen organizado). Es decir, aquello que son llamados “poderes paralelos u ocultos”.

• Las maras no son delincuencia común. Es decir: aunque delinquen igual que cualquier delincuente violando las normativas legales existentes, todo indica que responderían a patrones calculadamente trazados que van más allá de las maras mismas. No sólo delinquen sino que, esto es lo fundamental, constituyen un mensaje para las poblaciones. Esto lleva a pensar que hay planes derivados de las perversiones o “patologías sociales” a las que da lugar la contrainsurgencia y los poderes paralelos cuando se quiere seguir utilizando los mecanismos ilegales e impunes que le son propios en el marco de gobiernos democráticos.

• Si bien son un flagelo -porque, sin dudas, lo son-, no afectan la funcionalidad general del sistema económico-social. En todo caso, son un flagelo para los sectores más pobres de la sociedad, donde se mueven como su espacio natural: barriadas pobres de las grandes urbes. Es decir: golpean en los sectores que potencialmente más podrían alguna vez levantar protestas contra la estructura general de la sociedad. Sin presentarse así, por supuesto, cumplen un papel político. El mensaje, por tanto, sería una advertencia, un llamado a “estarse quieto”.

• No sólo desarrollan actividades delictivas sino que, básicamente, se constituyen como mecanismos de terror que sirven para mantener desorganizadas, silenciadas y en perpetuo estado de zozobra a las grandes mayorías populares urbanas. En ese sentido, funcionan como un virtual “ejército de ocupación”. Un abogado entrevistado, que defiende mareros, afirmaba: “La mara sirve a los poderes en tanto sistema, porque no cuestionan nada de fondo sino que ayudan a mantenerlo. Por ejemplo: ayudan a desmotivar organización sindical. O a veces se infiltran en las manifestaciones para provocar, todo lo cual beneficia, en definitiva, al mantenimiento del sistema en su conjunto”. Y una investigadora del tema afirmó: “En muchas colonias populares ya no se ve gente por la calle, porque es más seguro estar encerrado en la casa. Ya no hay convivencia social: hay puro temor. (…) Todo indicaría que esto está bien pensado, que no es tan causal. La mara nunca es solidaria con la población del barrio. Al contrario: la perjudica en todo, cobrando extorsión, y hasta obstaculizándola en su locomoción”.

• Disponen de organización y logística (armamento) que resulta un tanto llamativa para jovencitos de corta edad; las estructuras jerárquicas con que se mueven tienen una estudiada lógica de corte militar-empresarial, todo lo cual lleva a pensar que habría grupos interesados en ese grado de operatividad. Es altamente llamativo que jovencitos semi-analfabetas, sin ideología de transformación de nada, movidos por un superficial e inmediatista hedonismo simplista, dispongan de todo ese saber gerencial y ese poder de movilización. Al respecto relató uno de los entrevistados, un ex pandillero: “En este momento ya casi no están lideradas por jóvenes. No son jóvenes los que dan las órdenes. En otros tiempos se hacían reuniones con chavos de todas las colonias donde se tomaban decisiones, y eran todos menores de 30 años. Hoy ya no es así. Ya no se hacen esas reuniones, que eran como asambleas, y hay viejos liderando. Ahora las órdenes son anónimas. Hay números de teléfono y correos electrónicos que dan las órdenes a jefes de clica, pero no se sabe bien de quién son. Te llega un correo, por ejemplo, con una orden, una foto y un pago adelantado de Q. 10,000, y ya está. Así se maneja hoy. (…) A veces el mismo guardia de la prisión llega con el marero y le da un teléfono, todo bajo de agua, diciéndole que en 5 minutos lo van a llamar. Tal vez el mismo guardia ni sabe quién va a llamar, ni para qué. Eso denota que ahí hay una estructura muy bien organizada: no va a llegar un guardia del aire y te va a dar un teléfono al que luego te llaman, y una voz que no conocés te da una indicación y te dice que hay Q. 15,000 para eso. Ahí hay algo grueso, por supuesto”. Por lo visto, puede apreciarse que no son sólo jóvenes, cada vez más jóvenes, los que la organizan con ese tan alto grado de eficiencia. Una abogada defensora de pandillas entrevistada expresó: “Antes no tenían esa disciplina, ese grado de organización. Ahora sí, lo que lleva a deducir que algunos factores externos están influyendo ahí. Esa organización sin dudas está diseñada. Constituyen una estructura de poder, y hay gente preparada que la dirige”.

A lo anterior se suma como una problemática de orden nacional (y atender este tipo de cuestiones es la misión del IPNUSAC justamente) el hecho de haber ido desapareciendo, o reduciéndose sustancialmente, de la agenda gubernamental programas de corte preventivo como eran, por ejemplo, “Escuelas Abiertas” y el Servicio Cívico. Sin ningún lugar a dudas, las pandillas juveniles deben ser enfocadas como un problema social de múltiples aristas, y en vez de abordárselas desde un carácter represivo, debería abrirse una mirada más integradora y preventiva sobre el asunto. Intentar iluminar la relación que existe entre ellas y los poderes ocultos (crimen organizado, narcoactividad, mafias varias que se sirven de ellas) puede ayudar a definir políticas públicas sobre la juventud, y en particular sobre la juventud en situación de alto riesgo, que contribuyan a darle una respuesta positiva y consistente al problema. E igualmente, puede contribuir a golpear sobre la cultura de corrupción e impunidad que siguen campeando.

No quedan dudas que la sociedad guatemalteca en su conjunta se ve hoy envuelta en una cultura de corrupción e impunidad sin parangón. Si ello es histórico hundiendo sus raíces en la Colonia de siglos atrás, la situación actual presenta un grado de descomposición social notorio: las leyes son absolutamente eludidas como cosa común, el sistema de justicia se ve rebasado y los órganos de seguridad no aportan la más mínima sensación de tranquilidad y orden social. Para muestra, véase lo que sucede con el gremio de abogados. Decían algunos jóvenes entrevistados: “También hay vínculos con abogados bien conectados que ayudan a la mara, que les facilita las cosas. En realidad, no es una ayuda sino que son servicios, porque todo eso se paga. Y se paga muy bien. Hay licenciados que hacen mucho pisto con eso. (…) Cuando uno está metido, por supuesto que tiene buenos contactos que lo van a defender, que lo van a sacar de clavos. Pero eso cuesta. Digamos no menos de 20,000. No hablamos con el juez, sino con abogados que nos arreglan las cosas”. La corrupción e impunidad dominan el panorama. La mara no es sino una expresión -sangrienta y exagerada- de eso.

La mara como “fuerza política de choque”

En varias ocasiones distintos investigadores y/o académicos han intuido que hay algo más que un mero grupo juvenil delincuencial en todo esto. Como ejemplo, véase lo dicho ya años atrás en la obra “Guatemala: nunca más”. Informe REMHI, en su Tomo II (“Los mecanismos del horror”), Sub-tema: La infiltración.

“El engaño de la muerte
El caso de los Estudiantes del 89


En el mes de agosto de 1989 varios dirigentes estudiantiles de la AEU fueron secuestrados y desaparecidos o asesinados en la ciudad de Guatemala. Los intentos de reorganizar el movimiento estudiantil, que estaba prácticamente desarticulado, se vieron así nuevamente golpeados por la acción contrainsurgente. Las sospechas iniciales de infiltración por parte de la inteligencia militar (EMP) se vieron posteriormente confirmadas por varios testimonios. (…) Se invitó a un grupo de estudiantes que se habían contactado para viajar a México, a un Encuentro de Estudiantes que se organizaba en Puebla. Contactaron a Willy Ligorría, que era presidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho (…). Ligorría fue posteriormente investigado por un estudiante quien informó sobre sus fuertes vínculos con una ‘mara’ de la zona 18, cuyos miembros andaban armados; siempre se sospechó que estas maras habían sido formadas por el ejército”. (1)

O también lo expresado por un investigador de la Universidad de Berkeley, Anthony W. Fontes, que dedicó dos años al estudio del tema y publicó luego, además de su tesis de doctorado, un breve material que sintetiza su trabajo sobre esta faceta no muy dicha en relación a las maras, traducido al español y publicado en versión digital, “Asesinando por control: la evolución de la extorsión de las pandillas”, contenido en el libro “Sembrando utopía” (2013), divulgado en versión digital:

“La autoridad que acumulan a través de su poder para matar o dejar vivir está desprovista de cualquier tipo de plataforma política, más allá de la acumulación de riqueza, haciendo de las pandillas unas entidades completamente neoliberales. Las pandillas extorsionistas son la máxima expresión de este dominio, donde la Mara Salvatrucha y la Mara 18 han construido un modelo de negocios exitoso, fuera de su poder sobre la vida y la muerte. Sin embargo, el control brutal de su espacio urbano y la riqueza que se deriva de este control, no sería posible sin la colusión del gobierno guatemalteco, instituciones bancarias y otras facetas estatales y de la sociedad civil. (…) A pesar del hecho que las pandillas tienden a emplear violencia -disimulada o abiertamente- para convencer a sus clientes de realizar los pagos, las comparaciones entre las prácticas de extorsión enormemente exitosas que utilizan y la floreciente industria de seguridad privada en Guatemala da algunas visiones muy perturbadoras, pero quizá útiles. Mientras que las pandillas y otras organizaciones criminales involucradas en la extorsión obtienen beneficios considerables, esto no es nada comparado a aquellos cosechados por la seguridad privada”. (2)

A lo que podría sumarse la visión de un especialista en el tema, Rodolfo Kepfer, quien trabajó como médico por años con estos jóvenes en situación de privación de libertad: “La mara no es autónoma; hay poderes detrás de la mara. Dentro de ellas hay un complejo sistema de mandos, de subordinaciones y jerarquías. Eso se ve en su vida diaria, cuando actúan en las calles, pero más aún se ve en las prisiones. Hay un sistema de jerarquías bien establecido. Lo que voy a decir no lo puedo afirmar categóricamente con pruebas en la mano, pero después de trabajar varios años con ellos todo lleva a pensar que hay lógicas que las mueven que no se agotan en las maras mismas. Por ejemplo, hay períodos en que caen presos sólo miembros de una mara y no de otra, o que una mara en un momento determinado se dedica sólo a un tipo de delitos mientras que otra mara se especializa en otros. Todo eso hace pensar en qué lógicas hay ahí detrás, que hay planes maestros, que hay gente que piensa cómo hacer las cosas, hacia dónde deben dirigirse las acciones, cómo y cuándo hacerlas. Y todo ese “plan maestro”, permítasenos llamarlo así, no está elaborado por los muchachitos que integran las maras, estos en algunos casos niños, que son los operativos, los sicarios que van a matar (hay niños de 10 años que ya han matado)”. (3)

Definitivamente, debe irse más allá de la idea criminalizadora que ve en las maras solamente una expresión de violencia casi satánica para conocer qué otros hilos se mueven ahí, conocer qué vasos comunicantes las unen con poderes paralelos.

Dado que insistentemente venimos hablando de estos poderes paralelos u ocultos, es necesario puntualizar exactamente qué entender por ellos. Al respecto se citarán dos conceptualizaciones de investigaciones que han ahondado en el tema, 1) de la organización de origen estadounidense WOLA, y 2) de la Fundación Myrna Mack.

“La expresión poderes ocultos hace referencia a una red informal y amorfa de individuos poderosos de Guatemala que se sirven de sus posiciones y contactos en los sectores público y privado para enriquecerse a través de actividades ilegales y protegerse ante la persecución de los delitos que cometen. Esto representa una situación no ortodoxa en la que las autoridades legales del estado tienen todavía formalmente el poder pero, de hecho, son los miembros de la red informal quienes controlan el poder real en el país. Aunque su poder esté oculto, la influencia de la red es suficiente como para maniatar a los que amenazan sus intereses, incluidos los agentes del Estado”. (4)

O igualmente: “Fuerzas ilegales que han existido por décadas enteras y siempre, a veces más a veces menos, han ejercido el poder real en forma paralela, a la sombra del poder formal del Estado”. (5)

La composición político-social de Guatemala es compleja. El Estado nunca representó a las grandes mayorías. Sin llegar a decir que es un Estado fallido (concepto discutible, que puede tener un valor descriptivo pero que debe ser manejado con extremo cuidado por sus connotaciones ideológicas), es evidente que sus funciones como regulador de la vida social de toda la población que habita el territorio guatemalteco está muy lejos de ser una realidad.

Históricamente no ha funcionado para solventar la calidad de vida de todos sus ciudadanos; por el contrario, siempre de espaldas al interior indígena, centrado en la agroexportación y en distintos negocios para una minoría capitalina, su perfil dominante ha estado dado por la corrupción y la inoperancia, por la precariedad o inexistencia de servicios básicos. De todos modos, cuando tuvo que reaccionar para salvaguardar a la clase dominante ante el embate que representaba un movimiento revolucionario armado y un proceso de movilización política y social que amenazaba con cuestionar la estructura de base durante las décadas del 70 y del 80 del pasado siglo, funcionó. Y funcionó muy bien, al menos desde la lógica de la clase dirigente. La “amenaza comunista” fue destruida.

Fue ahí que, en el marco de la Guerra Fría que marcaba al mundo y de la Doctrina de Seguridad Nacional que trazaba el rumbo de los países latinoamericanos fijado por Washington, el Estado guatemalteco se tornó absolutamente represivo y contrainsurgente. Los militares se hicieron cargo de su conducción política, mostrando una cara anticomunista que signó la historia del país por varias décadas. Las clases dominantes, la gran cúpula económica a quien ese Estado deficiente siempre había favorecido, dejaron hacer. De esa cuenta, los militares fueron constituyéndose en un nuevo poder con cierto valor autónomo. Ciertos negocios ilegales aparecieron rápidamente en escena.

Durante los años más álgidos del conflicto armado interno a inicios de los 80 del siglo pasado, y posteriormente luego de firmada la Paz Firme y Duradera en 1996, quienes condujeron ese Estado contrainsurgente pasaron a constituirse en un nuevo poder económico y político que comenzó a disputarle ciertos espacios a la aristocracia tradicional. La historia de estas últimas tres décadas es la historia de esa pugna. En este período de tiempo, desde el retorno formal de la democracia en 1986, el Estado ha sido ocupado por diversas administraciones, ligadas a la gran cúpula empresarial en algún caso o a los nuevos sectores emergentes en otros.

De todos modos, esos poderes “paralelos” u “ocultos” que se fueron enquistando en la estructura estatal, no han desaparecido, ni parece que fueran a hacerlo en el corto plazo. Se mueven con una lógica castrense aprendida en los oscuros años de la guerra antisubversiva y dominan a la perfección los ámbitos y métodos de la inteligencia militar. Su espacio natural es la secretividad, la táctica del espionaje, la guerra psicológica y de baja intensidad (guerra asimétrica, como le llaman los estrategas, guerra desde las sombras, guerra clandestina).

Todo eso puesto al servicio de proyectos económicos de manejo de negocios reñidos con la ley, lo cual los fue constituyendo en una suerte de “mafia”, de grupo encubierto que nunca pasó a la clandestinidad formalmente dicha, pero que se maneja con esos criterios. Está claro que si hay una lógica militar en juego, ello no significa que se trata de militares en activo, de un proyecto institucional del ejército. En todo caso, los actores implicados han guardado o guardan vínculos diversos con la institución armada, pero no la representan oficialmente.

En ese ámbito es que aparecen lazos con las maras. Las pandillas juveniles, violentas, transgresoras, con una simple aspiración de pura sobrevivencia mientras se pueda, y centradas en un hedonismo bastante simplista (superar los 21 años es ya “ser viejo” en su subcultura) pueden servir perfectamente como brazo operativo para un proyecto con bastante carga de secreto, contrainsurgente, de algún modo: paralelo. Paralelo, entiéndase bien esto, al Estado formal y a los grandes poderes económicos tradicionales. Valga esta reflexión surgida de una entrevista, dicho por una persona que investiga el tema: “Alguien que se beneficia especialmente con la presencia de las maras son las agencias de seguridad. No se dan unas sin las otras. Es decir que se necesita un clima de violencia para que el negocio de las policías privadas funcione”.

Si bien en estos momentos, con la información de que se dispone es bastante (o muy) difícil presentar una prueba contundente a nivel jurídico, efectivamente puede ir deduciéndose que sí existen nexos de las maras con estos poderes paralelos. Por ejemplo, por lo dicho por un investigador y director de un proyecto de reinserción social de mareros: “Por supuesto que hay vínculos con poderes ocultos. Alguna vez, cuando habíamos logrado sacar una buena cantidad de muchachos de las maras, se acercó a mí alguien bien vestido, no como pandillero, y me dijo: “tenga cuidado; Licenciado, me está sacando mis muchachos”.

En un futuro debería profundizarse ese estudio para conocer más en detalle esos nexos y, en tanto IPNUSAC, atendiendo a nuestra visión y misión, se deberán dar algunas pistas para ver por dónde se podría caminar para remediar la situación actual.

A modo de conclusión

En una lectura global del fenómeno, si bien es cierto que las maras constituyen un problema de seguridad ciudadana, puede constatarse que no existe una preocupación en tanto proyecto de nación de las clases dirigentes de abordar ese pretendido asunto de “ingobernabilidad” que producirían estos grupos juveniles. Se les persigue penalmente, pero al mismo tiempo el sistema en su conjunto se aprovecha el fenómeno: 1) como mano de obra siempre disponible para ciertos trabajos ligados a la arista más “mafiosa” de la práctica política (sicariato, por ejemplo; generación de zozobra social, desarticulación de organización sindical), y 2) como “demonio” con el que mantener aterrorizada a la población a través de un bombardeo mediático constante, evitando así la organización y posible movilización en pro de mejoras de sus condiciones de vida de las grandes mayorías.

Si bien es cierto que las maras son un grupo desestabilizador en alguna manera, por cuanto rompen el orden social y la tranquilidad pública de la ciudadanía de a pie, no “duelen” al sistema en su conjunto como ocurrió décadas atrás con propuestas de transformación, y no sólo de desestabilización, tal como pueden haber sido los grupos políticos revolucionarios, en muchos casos alzados en armas, que confrontaron con el Estado y con el sistema en su conjunto. Y tampoco conllevan la carga de resistencia al sistema económico imperante como lo pueden ser los actuales movimientos sociales que reivindican derechos puntuales, por ejemplo: luchas de los pueblos originarios, movilización contra las industrias exctractivas (minería a cielo abierto, hidroeléctricas, monoproducción de agrocarburantes), organizaciones populares de base que propugnan reforma agraria. Todas esas expresiones no son toleradas por el sistema dominante, de ahí su represión. Las maras, por el contrario, si bien son perseguidas judicialmente en tanto delincuentes, no dejan de ser aprovechadas por una lógica de mantenimiento sistémico, haciéndolas funcionar como mecanismo de continuidad del todo a través de sutiles (y muy perversas) agendas de manipulación social.

La delincuencia acrecentada a niveles intolerables que torna la vida cotidiana casi un infierno, que condena -en el área urbana- a ir de la casa al puesto de trabajo y viceversa sin detenerse ni convivir en el espacio público (la calle se volvió terriblemente peligrosa), pareciera un mecanismo ampliamente difundido por toda Latinoamérica y no sólo exclusivo de las maras en Guatemala, o en la región centroamericana. “Todo el tema de la mara se ha inflado mucho por los medios de comunicación; ellos tienen mucho que ver en este asunto, porque lo sobredimensionan. En realidad, la situación no es tan absolutamente caótica como se dice. Se puede caminar por la calle, pero el mensaje es que si caminás, fijo te asaltan. Por tanto: mejor quedarse quietecito en la casa”, sentenciaba un líder comunitario de “zonas rojas” con quien se tuvo contacto analizando el fenómeno. Ello puede llevar a concluir que la actual explosión de violencia delincuencial que se vive en la región -que hace identificar sin más y en modo casi mecánico “violencia” con “delincuencia”- podría obedecer a planes estratégicos. En tal sentido, las maras, en tanto nuevo “demonio” mediático, estarían en definitiva al servicio de estrategias contrainsurgentes de control político y mantenimiento del orden social.

IPNUSAC: Instituto de Análisis e Investigación de los Problemas Nacionales de la Universidad de San Carlos de Guatemala.


Notas:
1) Proyecto REMHI, ODHAG, Guatemala, 1998.
2) Fontes, A. (2013) “Asesinando por control: la evolución de la extorsión de las pandillas”. En “Sembrando utopía”, disponible en versión digital en http://www.albedrio.org/htm/documentos/vvaaSembrandoutopia.pdf
3) “Las sociedades latinoamericanas tienen múltiples expresiones de la violencia; las ‘maras’ son una de ellas”, entrevista a Rodolfo Kepfer. Disponible en: http://www.argenpress.info/2010/05/entrevista-rodolfo-kepfer-las.html, 2010.
4) Peacock, S. y Beltrán, A. (2006) “Poderes ocultos. Grupos ilegales armados en la Guatemala post conflicto y las fuerzas detrás de ellos”. Washington: WOLA.
5) Robles Montoya, J. (2002) “El ‘Poder Oculto’”. Guatemala: Fundación Myrna Mack.

Bibliografía:
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• CONJUVE, Servicio Cívico, INE (2011) “Primera encuesta nacional de juventud en Guatemala”. Guatemala: CONJUVE/SESC/INE.
• Fontes, A. (2013) “Asesinando por control: la evolución de la extorsión de las pandillas”. En “Sembrando utopía”, disponible en versión digital en http://www.albedrio.org/htm/documentos/vvaaSembrandoutopia.pdf
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• González, M. (2013) “Las maras: reflexiones y preguntas (I)”. En Revista Análisis de la Realidad Nacional. Guatemala: IPNUSAC. Año 2. N° 33.
• González, M. (2013) “Las maras: orígenes, reflexiones y preguntas (II)”. En Revista Análisis de la Realidad Nacional. Guatemala: IPNUSAC. Año 2. N° 34.
• Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito -UNOCD- (2012) “Delincuencia organizada transnacional en Centroamérica y el Caribe”. México: UNOCD
• Kepfer, R. “Las sociedades latinoamericanas tienen múltiples expresiones de la violencia; las ‘maras’ son una de ellas”. Entrevista concedida a Rebelión realizada por Marcelo Colussi. Versión digital disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=105739
• Levenson, D. (1988). “Por sí mismos. Un estudio preliminar de las “maras” en la ciudad de Guatemala”. Guatemala: AVANCSO.
• Menéndez, J. y Ranquillo, V. (2006) “De los maras a los Zetas”. México: Grijalbo.
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• Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD- (2009). “La economía no observada: una aproximación al caso de Guatemala”. Guatemala: PNUD.
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• Robles Montoya, J. (2002) “El ‘Poder Oculto’”. Guatemala: Fundación Myrna Mack.
• Similox, V. (2006). “Una aproximación al fenómeno de las maras y pandillas en Centroamérica”. Guatemala: Comunidad Cristiana Mesoamericana.
• Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”. (2006) “Maras y pandillas en Centroamérica: las respuestas de la sociedad civil organizada”. Tomo IV. San Salvador: UCA
• Urresti, M. (2008). “Ciberculturas juveniles”. Buenos Aires. La Crujía Ediciones.
• Wortelboer, V. (2009). “Política y generación. Una exploración de la participación juvenil”. Guatemala: Universidad Rafael Landívar/ INGEP.
• Zúñiga, M. (2009) “¿Qué decimos cuando decimos “mara?”, en Revista PASOS 142/ Marzo-Abril/ Segunda época. San José: DEI.
El Ciudadano IPNUSAC- Argenpress

lunes, 29 de diciembre de 2014

Canto a la paz


Marcelo Colussi

¡Paz!
¿Paz?...
Palabra tan manoseada.
En tu nombre se cometen todos los días los peores atropellos.
¿Estás en algún lado?
No lo sé.
No lo sé, y poco importa, pues parece que a nadie le preocupa
realmente mucho tu situación.
La paz está en los cementerios… De eso no caben dudas.
¡pero allí hay solo cadáveres!
¿Podrá estar la paz entre los vivos?
Lo que palpamos a diario,
lo que nos duele cada día,
cada hora,
cada minuto,
es tu ausencia. O si se quiere: tu lejanía.
¿Dónde estás, Paz?
¿Quién te hirió de muerte?
¿Tal vez estés muerta? (Entre nosotros: ¿viviste alguna vez?)

Lo que conozco,
lo que conocemos y nos golpea,
nos humilla como Humanidad, nos escupe en la cara,
lo que nos sacude dondequiera,
no tiene nada ver con la paz.
¿O todo eso es la paz? (humillaciones, afrentas, soportar con estoicismo, cerrar la boca).

Te emparentan con el Amor.
En tu nombre, y con amorosas palabras
nos desfiguramos,
somos una grotesca caricatura
de aquello que levantamos como lo más sublime.
¿Somos mentirosos entonces?
¿Por qué necesitamos invocarte a cada rato para hacer siempre lo contrario?
¿Por qué en nombre de la paz matamos, denigramos, torturamos,
podemos sentimos superiores?

Se habla de progreso, pero eso es siempre el sacrificio de muchos
para el bienestar de pocos.
Con una cruz cristiana y la Biblia bajo el brazo
Se masacró todo un continente…
Se aniquila, se tortura, se denigra…
¿Paz?

Se habla de bien común,
pero son pocos, muy pocos los invitados al festín
de los poderosos.
Con los símbolos de la paz y del amor
nos confinan a los mendrugos,
a las sobras, a la resignación.
Si se protesta, nos condenan.
Si no se protesta, nos matan.

Quienes somos víctimas -y la gran mayoría lo somos-
difícilmente podemos alzar la voz.
¿Acaso la paz es aguantar?
¿Es soportar con estoicismo? ¿Es apretar los dientes y sobrellevar las penas?

Nos enseñaron que ser pacíficos es tolerar, tener paciencia, sonreír siempre.
¿Realmente eso es la paz?
¿Quién dijo que a las mujeres les gusta ser sumisas,
que a los niños les gusta callarse ante los mayores
o que a los negros les gusta imitar a los ganadores blancos?
¿Quién formuló aquello que los trabajadores trabajan felices para su amo?

Con la mayor de las violencias nos obligaron
a creer en los dioses (¿amorosos y pacíficos?).
Quien se resiste a creer, puede ser condenado a la pira, al suplicio, al escarnio.
¿Paz?
Con la más grande ausencia de paz (¡sí, sí: de paz!)
nos obligan a uniformarnos,
a seguir la caravana,
a no abandonar el redil.

¿Y si reaccionamos?
¿Somos violentos si no usamos corbata,
si no estamos a la moda
o no saludamos cortésmente a nuestros explotadores?
¿Somos violentas (o locas) las mujeres si no queremos tener sexo un día?
¿Somos violentos si nos rebelamos contra el mundo?

Con la furia visceral más grande que exista
¿no podemos decir que no?
¿Quién dijo que la paz es quedarse sentado, mudo,
aterrorizado ante el que manda,
regocijándonos con las mezquindades y mediocridades
que ya aceptamos como normales?
¿Somos pacíficos si nos vamos tranquilos a dormir sin
indignarnos por lo que debe indignarse?
¿Dejamos de ser pacíficos si echamos a la hoguera del odio ancestral,
amasado en milenios de sometimiento,
todas nuestras opresiones?
¿Dejamos de fomentar la paz si nos levantamos contra esas opresiones?
Si “la violencia es la partera de la Historia”, ¿somos violentos
si abrimos los ojos algún día?
Paz, paz… ¿La de los cementerios entonces?
Si es cierto que la paz es la ausencia de guerra, ¿podemos quedarnos tranquilos
pensando que vivimos pacíficamente porque no suenan balas ni cañones?
La mujer golpeada,
el esclavo explotado,
el “inferior” despreciado,
el loco encerrado en su manicomio,
el engañado en cualquiera de las infinitas formas del engaño,
el despreciado por no ser del grupo dominante,
el que sufre hambre,
la que sufre violencia sexual,
el incomprendido que disiente siendo señalado,
el que sigue al rebaño porque no puede permitirse ser diferente,
el despreciado por ser diferente
¿viven en paz?

Quizá la paz es una aspiración.
Quizá no más -¡ni nada menos!- que eso.
Se busca, pero nunca se llega a tenerla…
porque los vivos no habitamos cementerios.

Quizá haya que apretar los dientes y destruir muchas cosas
para acercarnos a ella.
Con las tripas del último burgués
ahorcaremos al último burócrata.
Con las tripas del último papa
ahorcaremos al último rey.
Con las cenizas humeantes de lo viejo aborrecido
modelaremos la utopía.

El nombre del diablo


Elizabeth Óliver (Desde Canelones)


-¿Cómo te llamás, gurí? -dijo doña Inés-.

-Damián -contestó el chico-.

-¡Aaaaaj! -doña Inés se persignó- ¡el nombre del diablo!

-¿Quién es el diablo? -preguntó Damián un poco asustado ante el gesto de la mujer-.

-¡Callate, mocoso!, y andá pa’l fondo -le ordenó- ¡no me andés alrededor!

Damián obedeció. En el fondo había dos niños de la edad de él, un varón y una nena. Estaban sentados en el piso de tierra, desgranando arvejas en un tacho enlozado.

-Hola... -les dijo- ¿me tengo que quedar acá?

-Si la vieja te mandó, sí. -la nena le sonrió- ¿Cómo te llamás?

-Yo... Damián, pero no te asustes...

-¿Quién se asusta?, ¿sos bobo?... vení, hay que desgranar esto pa la comida. Me llamo Dalia, y éste es Luis.

Se sentó con ellos y se puso a trabajar. Luis lo miraba de vez en cuando esbozando una sonrisa tímida, pero no había dicho ni una palabra. Terminaron justo cuando la mujer salió a buscar el tacho.

-Ahora junten esas vainas y se las llevan a don Simón, pa los chanchos... ¡rápido, eh!, no se queden por ahí que hay cosas p’hacer adentro. ¡Dalia! -gritó- mejor vos quedate, que vaya el Luis con el nuevo...

Después de cruzar el alambrado del fondo, Luis miró hacia atrás y luego habló.

-Si hacés lo que ella dice, no se enoja, ¿sabés? -le explicó- Nos da de comer todos los días y si tenemos frío nos da más ropa... grita mucho pero no nos pega... es mejor que donde estábamos.

-¿Vos también sos del asilo? -preguntó Damián-.

-Sí, la vieja sacó a mi hermana primero y hace poco me trajo a mí.

-¿Vos sabés quién es el diablo?

-No...

-Se llama igual que yo, debe ser alguien que a ella no le gusta... ¡puso una cara cuando le dije mi nombre...!

-A lo mejor la Dalia sabe, ella es más grande.

Dalia tampoco sabía, en sus cortos siete años había aprendido algunas cosas, pero todas eran de ayudar a los grandes en el trabajo de la casa, así que al poco tiempo se olvidaron del asunto.

Damián era el único que seguía con aquello en la cabeza -por la forma en que doña Inés lo trataba- y ya se había formado una imagen de su tocayo: debía ser un hombre muy grande, feo, de voz gruesa y fuerte, y con muy mal carácter.

Pasaban los meses y Damián seguía "pagando las cuentas" del famoso diablo, justificando la discriminación a que lo sometía doña Inés con su imaginación de niño, adivinando las cosas horribles que aquél hombre le habría hecho a la mujer. La escuchaba quejarse cuando venía Jacinto, el que trabajaba en el asilo.

-Mirá que sos idiota, vos -le imprecaba- una cosa es traerme gurises pa'l trabajo ¡y otra es meterme al diablo en las casas!

-Es un gurí, vieja -decía Jacinto-, no es mandinga... por los tres ya tiene asegurada una buena mensualidá, ¡no sé de qué se queja!

-Ese mocoso es de mal agüero, ¡d’eso me quejo! -se persignaba nerviosa- Algo va a pasar...

Un día, doña Inés mandó a los niños a la huerta. Dalia y Luis tenían que arrancar yuyos y carpir, pero a Damián lo había mandado a limpiar de cardos y ortiga el borde del alambrado. No le había dado herramientas, tenía que hacerlo con las manos.

Esa noche, cuando todos dormían, Damián lloraba en silencio, desprendiendo las espinas de sus manitos hinchadas por la hierba urticante. Escuchó unos pasos afuera, y el sordo rechinar de la puerta. Tuvo miedo, pero su curiosidad inconsciente pudo más. Se apretó la nariz para ahogar sus sollozos y se deslizó fuera del cuarto en la oscuridad.

Frente a la pieza de doña Inés vio al hombre. Era muy grande y feo. Con voz gruesa y fuerte decía palabras horribles. Lo vio entrar a la pieza pero no lo siguió, los gritos de doña Inés y el ruido a golpes lo asustaron. Volvió corriendo al cuarto. Los hermanitos se habían despertado y se abrazaron los tres, temblando de miedo. Se quedaron sin moverse. Afuera, los pasos se oían rápidos, alejándose.

Cuando hubo silencio, los niños se acercaron al dormitorio de doña Inés, al momento en que entraba don Simón, a medio vestir, con una linterna encendida.

-¡Salgan de ahí, gurises! -gritó el vecino-, ¡no entren!

Damián ya estaba adentro. Vio la pieza en desorden, los cajones de la cómoda en el suelo, el cuerpo inerte de doña Inés inclinado hacia un costado de la cama revuelta, y un charco de sangre brillando en el piso.

-¡Fue el diablo!, ¡fue el diablo! -gritó Damián desesperado- Yo lo vi, ¡fue el diablo!

-Vamos, gurí -dijo don Simón abrazándolo- salí de acá...

-¡Fue el diablo! -repetía en medio de un llanto compulsivo- Yo lo vi, era ese que se llama como yo...

-Maldita vieja -pensó don Simón- no le alcanzaba con lucrar con los chiquilines del asilo, ¡también tenía que enfermarles la cabeza! Vamos -dijo- no hay ningún diablo, vengan a mi casa... estaban soñando y fue una pesadilla, ahora a dormir, ¡vamos!

-Me vas a tener que llevar al gurí pa que lo interrogue, Simón -dijo el Comisario-, él vio al asesino.

-Dejate de joder, ¿querés?, el Damián dice que vio al diablo, y no lo sacás de ahí... Y a lo mejor es cierto, che, y el mismo mandinga vino a darle una mano al tocayito. El gurí le estuvo "pagando las cuentas" sólo por llamarse como él, ¿no fue?

domingo, 28 de diciembre de 2014

La luna (1)




Jorge Luis Borges

Cuenta la historia que en aquel pasado
Tiempo en que sucedieron tantas cosas
Reales, imaginarias y dudosas,
Un hombre concibió el desmesurado

Proyecto de cifrar el universo
En un libro y con ímpetu infinito
Erigió el alto y arduo manuscrito
Y limó y declamó el último verso.

Gracias iba a rendir a la fortuna
Cuando al alzar los ojos vio un bruñido
Disco en el aire y comprendió, aturdido,
Que se había olvidado de la luna.

La historia que he narrado aunque fingida,
Bien puede figurar el maleficio
De cuantos ejercemos el oficio
De cambiar en palabras nuestra vida.

Siempre se pierde lo esencial. Es una
Ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
De mi largo comercio con la luna.

No sé dónde la vi por vez primera,
Si en el cielo anterior de la doctrina
Del griego o en la tarde que declina
Sobre el patio del pozo y de la higuera.

Según se sabe, esta mudable vida
Puede, entre tantas cosas, ser muy bella
Y hubo así alguna tarde en que con ella
Te miramos, oh luna compartida.

Más que las lunas de las noches puedo
Recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon que da horror a la halada
Y la luna sangrienta de Quevedo.

De otra luna de sangre y de escarlata
Habló Juan en su libro de feroces
Prodigios y de júbilos atroces;
Otras más claras lunas hay de plata.

Pitágoras con sangre (narra una
Tradición) escribía en un espejo
Y los hombres leían el reflejo
En aquel otro espejo que es la luna.

De hierro hay una selva donde mora
El alto lobo cuya extraña suerte
Es derribar la luna y darle muerte
Cuando enrojezca el mar la última aurora.

(Esto el Norte profético lo sabe
Y tan bien que ese día los abiertos
Mares del mundo infestará la nave
Que se hace con las uñas de los muertos.)

Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
Quiso que yo también fuera poeta,
Me impuse, como todos, la secreta
Obligación de definir la luna.

Con una suerte de estudiosa pena
Agotaba modestas variaciones,
Bajo el vivo temor de que Lugones
Ya hubiera usado el ámbar o la arena,

De lejano marfil, de humo, de fría
Nieve fueron las lunas que alumbraron
Versos que ciertamente no lograron
El arduo honor de la tipografía.

Pensaba que el poeta es aquel hombre
Que, como el rojo Adán del Paraíso,
Impone a cada cosa su preciso
Y verdadero y no sabido nombre,

Ariosto me enseñó que en la dudosa
Luna moran los sueños, lo inasible,
El tiempo que se pierde, lo posible
O lo imposible, que es la misma cosa.

De la Diana triforme Apolodoro
Me dejo divisar la sombra mágica;
Hugo me dio una hoz que era de oro,
Y un irlandés, su negra luna trágica.

Y, mientras yo sondeaba aquella mina
De las lunas de la mitología,
Ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
La luna celestial de cada día

Sé que entre todas las palabras, una
Hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
Con humildad. Es la palabra luna.

Ya no me atrevo a macular su pura
Aparición con una imagen vana;
La veo indescifrable y cotidiana
Y más allá de mi literatura.

Sé que la luna o la palabra luna
Es una letra que fue creada para
La compleja escritura de esa rara
Cosa que somos, numerosa y una.

Es uno de los símbolos que al hombre
Da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
Pueda escribir su verdadero nombre.

No amanece igual para Todos(película)

Sinopsis

No Amanece Igual Para Todos está comprendida por tres historias que se desarrollan por separado, con aspectos y personajes en común que las unen formando un retrato social.

BORRARÉ TODO LO QUE PUDIERA MATARTE
Alejandra(Lucy Argueta) es una poeta alcohólica en medio de una sequía creativa; Un espíritu libre en una relación de pareja que se desgasta y un alma sensible en un momento de confrontación social.

VIGÍA
Chepe(Javier Espinal) sufre alucinaciones paranoides que lo hacen desconfiar de su familia, así como ver una amenaza en cada individuo. Su seguridad depende del arma que carga en el bolsillo y su miedo febril lo convierte en un peligro para quienes lo rodean.

CONPATRIOTAS
Anabel(Shirley Rodríguez) es una joven que recorre las calles de Tegucigalpa en busca de empleo al tiempo que nos va llevando hacia variados y curiosos personajes, mostrando diferentes aspectos de un día cotidiano en las calles de la ciudad.


sábado, 27 de diciembre de 2014

¿Del bloqueo a Cuba al bloqueo del ALBA?



 Rafael Bautista
 

Si el propósito del bloqueo a Cuba fue aislar a esa revolución y, de ese modo, condenarla a la inanición; el reciente anuncio de apertura de relaciones bilaterales entre USA y Cuba, ¿es el fin del bloqueo o el anuncio de uno nuevo? Porque a partir de la caída del precio del petróleo, la nueva contraofensiva occidental (contra los BRICS) contempla un nuevo bloqueo en ciernes; no se trata sólo de una guerra declarada contra Rusia e Irán, sino también contra Venezuela (y, en definitiva, contra el ALBA). Como consecuencia del desplome inducido del petróleo, la revolución bolivariana parece perfilarse hacia otra inanición, coadyuvada esta vez por una jugada geopolítica maestra de Washington; pues el discurso antimperialista de Maduro se desinfla una vez que Cuba “normaliza” sus relaciones con el Imperio.

En toda jugada estratégica, hay siempre un tercero, pero en el caso presente, ya no se trata sólo de Venezuela sino de todo el ALBA, pues esta decisión no sólo descoloca a los gobiernos de la región sino que nos muestra que, en definitiva, más allá de la retórica integracionista, prima demasiado la sobrevivencia propia. Desgraciadamente esa es la tónica en toda nueva reconfiguración geopolítica global; todo se trata de sobrevivir en un nuevo orden. Eso lo sabe muy bien el Imperio, por eso prefiere la bilateralidad y no tratar con bloques conjuntos (que era a lo que apuntaba la creación del ALBA). Más allá del triunfo moral que representa, para la isla, la admisión del fracaso de la política gringa con respecto a Cuba, llama la atención el desconocimiento que los gobiernos del ALBA tenían al respecto y, más aun, el “oportuno” anuncio de Obama, en medio de dos cumbres latinoamericanas importantes. Aunque no significa el fin del bloqueo a Cuba, en las palabras del presidente Maduro -en el MERCOSUR- se podía conjeturar lo bloqueada que quedaba, con esa decisión, Venezuela (¿será que para desbloquearse hay que bloquear a otro?).

Para colmo, el silencio de Fidel hace más incómodo el asunto (¿también habrá sido sorprendido como lo fue Maduro?); pues si ya se sabía del pragmatismo político que venía mostrando el gobierno de Raúl Castro, nadie podía sospechar un acuerdo de tal magnitud y, sobre todo, envuelto en medio de una guerra híbrida que patrocina Washington, valiéndose de toda su infraestructura financiera global. ¿Se precipitaron los presidentes o todo formaba parte de una estrategia que preparaba USA después de que China le arrebatara la iniciativa del libre comercio en el pacífico? Recordemos que el reciente “Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico”, culminó con la creación del “Área de Libre Comercio Asia-Pacífico”, donde China sienta hegemonía incluso con los países del TPP y de la Alianza del Pacífico (bastiones de USA contra el ascenso chino).

Si en toda recomposición geopolítica global, todo se trata de sobrevivir, pareciera que la apuesta cubana se precipita y es subsumida por la geopolítica imperial, que no considera favorable a sus intereses una franca integración económico-política de Latinoamérica. Bolivia también anunció una reanudación de relaciones diplomáticas con USA, dejando incómoda a una Venezuela que se verá también en la necesidad de pelear por lo suyo. Si es así, ¿en qué queda el ALBA, la CELAC, la UNASUR y el MERCOSUR? Si no hay una clara perspectiva geoestratégica, todas podrían quedar refuncionalizadas bajo las prerrogativas de una nueva recomposición hegemónica imperial. Nadie objeta la repatriación de los héroes cubanos o el cese de hostilidades, pero lo que se quiere subrayar es que la supuesta apertura no es ajena a la contraofensiva reciente que ha desatado USA y la OTAN contra los BRICS, el grupo de Shanghai, el ALBA y todo bloque hostil a la supremacía gringa. Y Venezuela es, en la mirada imperial, el eslabón decisivo para iniciar una ofensiva contra toda la región. No sólo se le quita el sostén económico a la revolución bolivariana (con la caída el precio del petróleo) sino también el sostén discursivo (pues su antimperialismo se queda sin su mejor argumento).

Las reacciones de nuestros países han sido demasiado ingenuas y, por lo dicho, no sólo ha descolocado a todos sino que ha logrado desunirlos. Venezuela resulta la más afectada pero, si no hay un serio balance de situación geoestratégica (que sólo podría ser común), esa afectación podría expandirse a todo el conjunto ahora en desequilibrio. Como en los episodios anteriores (el golpe a Honduras, o el secuestro del avión presidencial boliviano), nuestros países todavía no sopesan la magnitud de las apuestas de recomposición geopolítica que asume el Imperio; pues al no consolidar una efectiva comunidad político-económica, cada una sigue velando por su estabilidad de manera unilateral. Esa es la mejor forma de arrinconar a nuestros países a una suerte de sobrevivencia marginal, sin nunca consolidar una unión efectiva. Esa ausencia alimenta las pretensiones imperiales. La apuesta del gobierno cubano es sumamente pragmática: ante un eventual recorte de ayuda venezolana (debido a la inestable situación de su economía), opta por una normalización de las relaciones, lo cual conduciría a la apertura comercial y ello, a una peligrosa asimilación vertiginosa al mercado norteamericano. Lo que no pudo el bloqueo bien podría lograrlo el comercio: liberalizar la economía para disolver la revolución.

Fue en la reunión del MERCOSUR que se notó la incomodidad que produce un anuncio que desinfla uno de los argumentos bandera del anti-imperialismo latinoamericano. También hay que recalcar que, al no actualizar, de modo estratégico, el discurso anti-imperialista, éste se encuentra a merced de la pura nostalgia sin repercusión decisiva en el presente. La sola insistencia de la condena al bloqueo fue la carta que le sirvió al Imperio para desinflar el anti-imperialismo de nuestros gobiernos, dejando sin argumentos a los presidentes que no pudieron hacer otra cosa que saludar las declaraciones del presidente Obama. En eso hay que destacar la casi nula perspectiva geopolítica que nuestros Estados manifiestan y que les impide diagnosticar de mejor modo la transición hacia un mundo multipolar (que podrían direccionar regionalmente hacia la cero-polaridad, más pertinente al Sur global). Parece que el episodio del secuestro del avión presidencial boliviano sirvió de muy poco, pues la nula respuesta de carácter estratégico que muestran nuestros países ante las arremetidas imperiales, no hace sino constatar, para desgracia nuestra, que nuestros gobiernos son todavía incautos en materia geopolítica.

Los términos que enuncia la declaración del gobierno cubano, guarda los amargores que representa el haber vivido el “periodo especial” y, sobre todo, el haber vivido aquello solitariamente. Cuando toda la OEA le dio la espalda a la revolución cubana, ésta persistió heroica, sin más apoyo que el que pudo encontrar en la ex URSS. Cuando sucedió la crisis de los misiles, y el mundo estaba al borde de una guerra nuclear, Cuba fue el chivo expiatorio que cargó con todas las penas, pues gringos y soviéticos negociaron todo, a espaldas de la más afectada, que se quedó para siempre estrangulada y, sin embargo, sobrevivió. Y sobrevivió inspirando la liberación de nuestros pueblos.

Desde entonces la liberación se entendía no como una apuesta aislada sino mancomunada. Ese fue el legado de Fidel y, cómo no, de Hugo Chávez. Desde Bolívar esa fue la única posibilidad efectiva de independencia hemisférica. Por eso preocupa que la unidad se vea menguada por gambetas geopolíticas que descolocan de tal modo a nuestros países, que la reacción que pueden ofrecer muestra la pervivencia de estructuras coloniales aun en los estamentos revolucionarios.

Aunque el bloqueo se levantara, otro bloqueo parece estar en ciernes, pero ya no sólo contra Venezuela. No hay que olvidar que la política norteamericana no es decidida por el presidente sino por el complejo petro-militar-financiero; estando el Congreso en manos del Oil Party, podría producirse un acuerdo como parte de un canje propuesto entre lobbies que acechan la Casa Blanca: “cedemos” Cuba pero recapturamos Venezuela y su petróleo. Deslegitimar la revolución bolivariana forma parte de las guerras híbridas, es decir, guerras no convencionales que inciden en guerras de desinformación, ciberguerras y la promoción de los letales “caos constructivos”.

Aunque el bloqueo a Cuba formaba parte de la guerra fría, una vez acabada ésta y balcanizada la ex URSS, el bloqueo persiste, pues éste no servía sólo de escarmiento sino significaba la prevalencia de la Doctrina Monroe. El anuncio que hizo John Kerry, a propósito el fin de tal doctrina, no hizo sino confirmar su actualidad en la política exterior norteamericana (desde Madeleine Albright hasta Hilary Clinton, uno puede leer entre líneas el Destino Manifiesto que funda el excepcionalismo gringo).

No sólo la creación de la Alianza del Pacífico sino otras instancias han venido mostrando la insistencia norteamericana en minar toda posibilidad de independencia regional. Lo más inmediato es mermar la influencia china. En el Caribe, la presencia china es preocupante para USA (sumado a ello la influencia rusa); por eso una recaptura estratégica del Caribe se hace necesaria, y nada mejor que la cobertura mediática de la reanudación de relaciones con Cuba. Se trata de una contraofensiva geopolítica. USA no puede renunciar a su Mediterráneo, es decir, el Caribe. Como tampoco Obama se puede permitir ser considerado como el presidente que perdió a Latinoamérica. Si el partido republicano, considerado el Oil Party, no ve con buenos ojos el anuncio de Obama, otro tipo de financiadores de la política norteamericana (ligados a los demócratas) aplaude la decisión, pues se trata siempre de la expansión del capital; por eso Thomas Donohue, quien es presidente de la Cámara de Comercio, resalta, en términos que suenan a los prolegómenos de los acuerdos de libre comercio que, “un diálogo abierto e intercambio comercial entre sectores privados de ambos países generará beneficios comunes”, y termina señalando que “la comunidad empresarial de Estados Unidos da la bienvenida al anuncio de hoy”.

Al parecer, bajo sofisticadas estratagemas de política exterior, se están detonando armas de destrucción masiva que, en medio de la nueva reconfiguración planetaria, se busca asegurar áreas estratégicas para la recomposición de la economía norteamericana (el poder militar es apenas un apéndice del poder real, aquél se encarga de crear las condiciones para la reproducción del dólar). Si de la reanudación de las relaciones entre USA y Cuba se produjera un distanciamiento con los demás países el ALBA, se confirmaría la intención del juego norteamericano. Aislando a Venezuela, los demás no correrían mejor suerte; como ya se viene diciendo: donde no haya procesos de regionalización económica sucederán inevitablemente procesos de balcanización.

Lo que se proponía el ALBA, con Chávez y Fidel, era la mancomunidad de esfuerzos para iniciar un proceso de independencia política y económica conjunta. Cuba fue tenaz y fue ejemplo; y cuando aparecieron Chávez, Kirchner, Evo, Correa, Lula, Pepe Mujica, etc., en palabras de Fidel, la isla ya no era más isla. La integración parecía asegurada mientras el Imperio se encontraba acorralado en Medio Oriente. Ahora que la aislada es Venezuela, ¿cómo se puede sostener una integración si, por sobrevivir, y a cualquier precio, empieza a cundir el bilateralismo, pertinente siempre al dominio imperial? Con China se había logrado un foro permanente con la CELAC, es decir, una novedosa agenda de relaciones comerciales y económicas entre la región y China, de forma simultánea; lo cual parecía dejar atrás la historia de negociaciones bilaterales siempre funcionales al Imperio (aislados somos fáciles de dominar), pues la asimetría constituye siempre el factor insalvable para nuestros países.

El desplome del precio del petróleo tuvo su impacto en las alternativas que se le presentaba al gobierno cubano; el deterioro de la economía venezolana aparece como una sombra nada halagüeña para la isla: si los venezolanos también optasen por sobrevivir, a toda costa, los cubanos también saldrían afectados. Nos encontramos ya en medio de una guerra fría, donde la guerra económica se expresa en el desplome deliberado del precio del petróleo; sólo los ingenuos en geopolítica no se dan cuenta que el precio del petróleo ha sido siempre político. Y lo que sucede actualmente no es producto de los vaivenes de la oferta y la demanda sino de la manipulación de la mano del mercado, que no es invisible sino bien visible y bien armada.

El mundo post-Crimea obliga a la decadente potencia unipolar a realizar un retroceso táctico y hacer uso de su infraestructura financiera global. Pero los riesgos son considerables. La ofensiva multidimensional desatada contra Rusia, agravada por la caída del precio del petróleo, que está seriamente dañado el equilibrio presupuestario de países como Irán y Venezuela (sólo Qatar y los Emiratos Árabes podrían sobrevivir con un crudo por debajo de los 70 $US), parece formar parte de una declaración de guerra que USA y la OTAN anuncian al mundo entero: el mundo no será repartido.

Financieramente el mundo es rehén del dólar, desde que el binomio dólar-petróleo ha sido el sostén del orden mundial desde Bretton Woods, pero desde que el petróleo ha ido retornando a manos nacionales, el orden ya no es más orden y el actual desorden desregulado del mercado petrolero es lo que está originando, en gran medida, la incertidumbre planetaria. Todas las arremetidas imperiales tratan de desordenar todo para imponer un orden mucho más vertical, que se traduciría en un nuevo mapa energético; el TLCAN es una muestra de ello, pues sobre aquella integración de USA, Canadá y México (sobre todo por el petróleo del Golfo y del norte del país azteca), se trataría de sostener la estabilidad energética norteamericana.

La estrategia gringa consiste en controlar áreas estratégicas de acceso privilegiado a fuentes energéticas, lo cual le brinda poder disuasivo ante otras potencias. Contrarrestar el ascenso chino es combinado con una guerra multidimensional contra una Rusia económicamente vulnerable (aunque ya cotiza el gas y el petróleo en otras monedas, lo cual le hace menos dependiente del dólar); al igual que otras economías que, curiosamente, conforman la lista gringa de países hostiles (es difícil que Venezuela y Ecuador sostengan su presupuesto fiscal con los actuales precios del petróleo). Pero esta guerra económica que promueve USA tiene también consecuencias negativas en su propia producción que, gracias a los hidrocarburos no convencionales, le garantiza (aunque discutible) autosuficiencia.

Pero la arremetida contra el ALBA, su fracturación, tiene que ver con un otro asunto que empieza a cobrar relevancia. Desde el 2006, USA viene promoviendo y preparando (en el TLCAN) las condiciones de la transición hacia una nueva moneda, ante el probable y posible apocalipsis del dólar. Pues para paliar la descomunal deuda gringa (que oscila por sobre el 600% de su PIB) y cuando los gastos militares superen los ingresos de la propia Reserva Federal, produciendo el estallido de la burbuja del dólar, USA -se dice- adoptará el amero, mientras congele los dólares del mercado global. Esto conduciría a un colapso del sistema financiero y, en definitiva, al colapso de la economía mundial. Mientras el mundo se venga abajo con todos sus dólares, USA podría imponer un nuevo patrón monetario sostenido por el colchón energético del TLCAN, además de la recoptación financiera de las economías del Sur.

El bloqueo sería regional y supondría una sangría de nuestras economías mucho más inaudita. En toda reconfiguración geopolítica global, todo consiste en sobrevivir, incluso el Imperio pugna por aquello. Sobrevivir a costa de los demás parece ser su apuesta, por eso la guerra se convierte en una disposición latente de las potencias decadentes, como muestra de su insana resistencia a un nuevo orden global mucho más democrático. El ultimátum de los halcones straussianos, ahora que el Congreso norteamericano está en control del Oil Party y el lobby financiero, suena más amenazante que nunca: “si USA cae, haremos que el mundo entero caiga con nosotros”. Parece que a Latinoamérica le ha tocado, en esta transición civilizatoria postcapitalista, enfrentar el desafío de su definitiva independencia. Eso convierte a la región en factor decisivo en la nueva geopolítica mundial. Las condiciones objetivas están dadas. Falta saber si las condiciones subjetivas de la dirigencia de nuestros procesos estarán a la altura de la definición de este culminante momento histórico.

Rafael Bautista es autor de “Reflexiones des-coloniales”, Rincón ediciones, la Paz, Bolivia.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Aniversario 110 de Carpentier: Alejo, el conversador y el novelista (+ Video)



Alejo Carpentier, primer escritor latinoamericano que recibió el Premio Miguel de Cervantes el más alto galardón de las letras españolas. Fue director de la Editorial Nacional de Cuba, diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y Ministro Consejero en la embajada de Cuba en Francia. Hasta la víspera de su muerte en 1980 estuvo trabajando en una novela sobre Pablo Lafargue que dejó inconclusa y en su labor diplomática.
 
 Marta Rojas

 Tuve el privilegio de conocerlo y me pregunto, quién fue más sugerente, si el novelista, si el escritor en su acepción más amplia, o el conversador: se trata, desde luego, de Alejo Carpentier (1904-1980), de quien este 26 de diciembre se celebra  el 110 aniversario de su nacimiento.

Llegué a la figura de este escritor cubano universal cuando, recién graduada de periodista, tuve la oportunidad de que alguien que  había  sido amigo de Alejo desde finales de los años veinte del siglo XX – Enrique de la Osa– puso en mis manos la novela de Carpentier, El reino de este mundo, en su primera edición. Era una edición rústica publicada en México y costeada por el mismo autor.

Me dijo Enrique que la novela había sido el título más leído en París, el más reseñado por los críticos y hasta había obtenido el premio más prestigioso para en libro extranjero, en Francia «Yo lo conocí, cuando éramos muy jóvenes y le entregué un documento que quemaba en las manos, el Manifiesto del Grupo Minorista», agregó el director de la Sección En Cuba, de la revista Bohemia donde yo había comenzado a trabajar tras el juicio del Moncada.

En un momento, durante la habitual sobremesa del almuerzo semanal con los integrantes de la Sección, en la trastienda de una bodega en la calle Trocadero,  recibí más información sobre Carpentier: Que Alejo también ejercía el periodismo, que era musicólogo y, en conexión con aquel Grupo Minorista abogada por una cultura nacional. Se trataba de un escritor comprometido con las causas más justas, pues el Grupo se había fundado en una época que derivó en san­guinaria tiranía en Cuba. Obviamente yo leí El reino de este mundo.

Por supuesto que tenía que leerlo porque, además de mi gusto por la lectura, Enrique solía hablar con los periodistas noveles de la «Sección en Cuba» sobre los libros que nos entregaba o recomendaba. Era una especie de examen lo que lleva­ba a cabo en tertulias después del cierre de las páginas. Pero este deber lo cumplí tan rápida­mente que releí el libro: estaba ante una obra maestra, aunque no lo sa­bía. Así fue como tuve el primer conocimiento a distancia sobre Alejo Carpentier. No me imaginé que podía llegar a ser amiga suya y de An­drea Esteban de Carpentier (Lilia), su esposa, un personaje detrás del genio, ella también de una cultura, autoridad y modestia inimaginables para mí que ya sabía de su origen burgués y de linaje, como de cubanía hasta el confín de su conciencia, al que renunció por casarse con el entonces periodista bien pobre: Carpentier.

Mi curiosidad, impenitente a veces, me hizo bus­car y buscar sobre ella hasta llegar a saber que su bisabuelo había sido el Gobernador Político General de la provincia de Matanzas, Marqués de Esteban y que este había colocado la primera piedra del proyecto del teatro más importante de esa ciudad, y uno de los más famosos de la Cuba colonial. Este, en principio, se llamó por él Teatro Esteban, y luego Sauto, en honor a quien terminó la obra.

No pasaría mucho tiempo, cuando al triunfar la Revolución Cubana, un día el propio Enrique me mandó a hacerle una entrevista a Carpen­tier, quien acababa de llegar de Venezuela y estaba realizando proyectos culturales en La Habana, el primero impulsar una Festival del Libro e inmediatamente después colaborar, con Haydée San­tamaría en la Casa de las América. Entonces vi muy de cerca a Carpentier, el autor de El Reino de este mundo. Lo observaba gesticulando y conversando con una sonrisa entre irónica y candorosa, combinación rara. Lo entrevisté sobre las publicaciones que la Revolución haría a partir de El Quijote, y luego como director de la Editora Nacional.

Le hacía preguntas que me contestaba con una naturalidad asombrosa, sin dejar de trabajar frente a su mesa. Para mí resultaba un hecho raro porque de acuerdo con su elevado nivel cultural y triunfos que ya conocía, no creía merecer su atención sobre temas diversos relacionados con la literatura y las artes. Recuerdo que entonces fumaba cigarri­lIos.

Tan solo siete años después conversaba en extenso con Carpentier y se selló una amistad privilegiada. Ocurrió en Hanoi en plena guerra de Viet Nam. Fue en 1966. El año anterior yo había permanecido varios meses traba­jando como corresponsal de guerra en el sur de Vietnam, junto a los famosos viet cong, el ejército guerrillero del Frente Nacional de Libe­ración, triunfante en 1975. Coincidió la estadía mía en Hanoi con la vi­sita que Alejo Carpentier a la República Democrática de Viet Nam, invitado por el poeta To Huu y otros escritores vietnamitas. Pero una visita a Vietnam en guerra era vivir y sufrir la guerra y el periodista Carpentier olvidaba fácilmente su estancia de visitante “protocolar”. Y en las noches los co­rresponsales y otros visitantes solidarios nos reuníamos en el único hotel con condiciones para ello, llamado Reunificación, construido por los anteriores ocupantes franceses.

Durante no menos de una semana durante esas noches en el vestíbulo del hotel, donde los que gustaban beber unas copas sólo podían optar entre cerveza o un vodka vietnamita o té, pues no había nada más. Se acercaban  los asientos hacia donde estaba ese hombre alto de voz fuerte y gestos apropiados a sus palabras, que contaba como nadie sus experiencias en el paralelo que separaba artificial mente el Norte del Sur de Vietnam, y sobre los horrores que había visto durante el día. Pero lo más interesante era que hablando de ello conectaba un suceso con otro que sucedía en Europa o en Améri­ca, o había sucedido  en la Guerra Civil Española, vistos por él, u ocurrencias de la Conquista del Nuevo Mundo.

Es de suponer que muy pronto Carpentier estableció una especie de complicidad conmigo -la otra cubana en el círculo- para llevar el tema hacia donde quería y contar a los demás extranjeros cosas de América actual, y así llegó a José Martí, el primer latinoamericano, cubano por más señas, que desde Nueva York en el Siglo XIX escribió para los niños sobre el Reino de Annam y las tierras de los anamitas (vietnamitas) que visten pijamas de seda, comen pescado y arroz, y lu­chan y volverán a luchar hasta vencer, decía Martí. Contó más de un tema de La Edad de Oro.

Carpentier era tan perspicaz que comprendía de inmediato, entre su espontáneo auditorio, cuándo alguien quería saber con más exactitud alguna cosa o no la comprendía bien mediante el intérprete vietnamita. En ese caso él mismo se traducía al francés y algún otro periodista del francés al ruso u otro idioma.

Así transcurrieron varios días -él permaneció dos semanas en el Norte de Vietnam- pero a veces tenía compromisos con los escritores, poetas o la Embajada de Cuba, y faltaba a esa apetecida tertulia, lo cual nos desalentaba a todos.

Pero él también sabía escuchar y provocar para que otros hablaran. A los rusos les hablaba de Rusia y de su madre rusa, a los franceses de todo lo que aprendió en París, de la evolución «extraordinaria» (pala­bra muy suya) de la radiodifusión; de pintores, músicos, museos o ba­rrios de París. Yo no fui una excepción en sus pesquisas y en una ocasión estuve respondiéndole sus preguntas sobre el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 y el juicio celebrado a Fidel Castro.

Para mí era una especie de premio que él le dijera a los interlocutores: “Aquí mi colega”

Después de esos días de Hanoi, entre cuyas conversaciones no po­día faltar alguna sobre la comida asiática y especialmente la vietnami­ta, seríamos colegas de tú a tú -salvando las diferencias de edades y enjundias- nada menos que en Estocolmo, a propósito de celebrarse la primera sesión del Tribunal Bertrand Russell contra los crímenes de guerra en Viet am. En ese foro mundial participamos gentes de varios países, incluso norteamericanos que habían sido prisioneros del FNL, y allí fue escuchada con avidez la voz de Alejo Carpentier.

La narración de lo que vio en una escuela, por la forma en que la hizo, parecería un trozo de novela, o una magnífica crónica. Pero lo más insólito para mí, fue que ambos aportáramos nuestros respectivos testimonios en Estocolmo.

Su pieza conversacional se basada en el bombardeo a la escuela y fue antológi­ca. Dijo entre otras cosas de igual tono: «A la hora citada, los alumnos se encontraban en la clase de geo­grafía. Hubo una primera pasada de aviones norteamericanos… Los niños descendieron a un refugio subterráneo bastante elemental, evi­dentemente, pero ¿qué hacer más que abrir galerías de topo en una tie­rra húmeda cuando esto constituye la única defensa posible? Las bombas comenzaron a caer. Caían exactamente sobre el refugio y los que allí se encontraban. Treinta y tres niños perecieron enterrados. Al­gunos fueron hallados estrechando en sus brazos a sus compañeros de estudios. Se halló la camisa de uno de ellos colgada de un árbol. El suelo estaba sembrado de libros manchados de sangre… Lo que queda de esta escuela de Hadinh es un hoyo de 13 metros de diámetro y 7 de profundidad.»

Su tono conversacional me recordar lo que el contaba en el hotel de Hanoi y habría escrito sobre un bombardeo durante la guerra Civil  Española: «Serían las cuatro de la madrugada. En el medio sueño precursor del despertar percibo un rui­do anormal, ruido que hiere mis oídos por primera vez, zumbido de mo­tores de aeroplanos, acompañados de un extraño silbido intermitente, como notas picadas de un flautín agudísimo. Quejas del aire desgarra­do por balas de los cañones antiaéreos. De pronto, una explosión sorda, subterránea, formidable golpe de ariete en la corteza del suelo. Hace temblar la pared del hotel… El suelo retumba y se estremece. Terremo­to fugaz seguido de bofetadas de aire en todos los cristales… ¡Ésta ha caído más cerca todavía!…»

Ya en París, conocí al diplomático y al hombre del hogar. Al nove­lista que dedicaba las mañanas a escribir, como un sacerdocio, y al es­critor al que no se le escapa nada. De tal forma que una vez me invitó a ir con él a la carnicería porque había combinado con Lilia hacer una comida especial por la noche: «Carne de res mechada». Fui a la carni­cería y cuál no sería mi asombro cuando Alejo Carpentier detallaba al carni­cero cómo cortar y qué cortar en la banda de la res que estaba colgada en un gancho. Sabía al dedillo cada parte del animal y cómo y para qué utilizarlo en la cocina. “Todo le hace falta saber al que escribe, cómo si no, en caso que el personaje sea un carnicero o un pescador podría desenvolverse, mínimamente». Yo diría que es una lección básica para cualquier escritor. Esa noche, por primera vez en París, fui la «pinche de cocina» de Car­pentier. Lilia desde la sala nos veía hacer, mezclar, probar, mientras atendía a la visita. A ella aún le gusta recordar esta anécdota porque Alejo Carpentier era un gran cocinero, un gran mezclador. No sólo condimentaba su prosa inigualable de rango universal, sino las más sofisticadas o las más sencillas comidas.

Recordemos El recurso del método: «Varias bandejas y platos pre­sentaban ahí, como dispuestos en suntuoso bodegón tropical, los ver­dores del guacamole, los rojos del ají, los ocres achocolatados de salsas de donde emergen pechugas y encuentros de pavo, encarchados de cebolla rallada. Alineadas sobre una tabla de trinchar, había chalupi­tas y enchiladas, junto al amarillo de los tamales envueltos en hojas ca­lientes y húmedas que despedían vapores de regocijo aldeano. Y las frituras de batata, y las barquillas de coco doradas al horno y aquella ponchera donde, en mezcla de tequila y sidra española, de la de allá, se tomaba en bodas campesinas».

Todavía me pregunto dónde había más fuerza, si en su escritura o en su conversación. Al cabo me decido: eran sus dos canales de expre­sión inigualables. Uno nutría y retaba al otro a imaginar lo real maravilloso que invento en El reino de este mundo, Los pasos perdidos, El siglo de las luces, El arte y la sombra, Concierto barroco, El recurso del método, La consagración de la primavera o El acoso…

——

(1)    Viaje como corresponsal de guerra a Vietnam del Sur en compañía de Raúl Valdés Vivo.



Fuerza Histórica Latinoaméricana.

Fuerza Histórica Latinoamericana

Saludos y bienvenida:

Trovas del Trovador


Si se calla el cantor, calla la vida...inspirate,instruyete,organizate,lucha,rebelate.



Saludos y bienvenida:


Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.

Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.

Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...

A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.

Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...

Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?

Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.

No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.

Fraternalmente, Trovador


UN DÍA COMO HOY, 12 de febrero de 1973, los principales periódicos de El Salvador difundieron fotos de la muerte de los compañeros José Dima...