Saludos y bienvenida: Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida... Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos. Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos. Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más... A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado. Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia... Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos? Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista. No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente. Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo. Fraternalmente, Trovador

viernes, 21 de febrero de 2014

Dagoberto Gutiérrez denuncia amenazas de muerte

El analista político denunció que en las últimas horas recibió una amenaza de muerte por parte de un grupo político que no está conforme con los resultados electorales. VEA VIDEO
 Warner Velásquez - DLP
 
El secretario general del Movimiento Nuevo País, Dagoberto Gutiérrez, denunció esta mañana que en las últimas horas ha recibido amenazas de muerte provenientes de un grupo político que no está conforme con los resultados electorales.

"Es una expresión del momento político. Y tiene que ver con el momento electoral. Se trata de sectores que no pueden explicarse los resultados. Y piensan que ciertas personas pueden ser responsables", afirmó el analista, quien dice no entender el motivo de la amenaza.

"Uno está dedicado a la lucha política, a informar a la gente, a educar y a alertar a la gente. Probablemente le tienen temor a eso", agregó Gutiérrez, quien además dijo que la amenaza solamente es una advertencia.

Al mismo tiempo interpretó que la amenaza se produjo debido a que "estos sectores piensan que con estas acciones, eliminando o golpeando a personas los procesos se alteran".

Sobre la forma en la que se le hizo llegar la amenaza, Gutiérrez no quiso dar detalles, aunque negó que fuera por medio de una llamada; "la amenaza viene por otra vía; pero uno debe tomarse eso en serio, porque casi todo lo que ocurre en estos momentos es en serio porque tienen el poder". 

Asimismo el exdiputado del FMLN, aseguró que la tensión política que se tiene ha producido que este tipo de prácticas sean retomadas por los grupos políticos, ya que "lo que está en juego es el poder, no la votación del 9 de marzo, sino que está en juego el poder", analizó.

De momento, Gutiérrez dijo que no tomará acciones legales, "no a menos que sea necesario", y reiteró que "ante una cosa de esas no hay acción legal, por ahora se trata e una alerta a la sociedad, a preparar la buena voluntad de Dios. En el cielo hay un departamento que mira estos casos, San Agustín es el encargado de estos", mencionó.
 
Justicia y Seguridad ofreció investigación profunda

Por su parte, el ministro de Justicia y Seguridad, Ricardo Perdomo, tras la denuncia pública del analista políticos invitó a Gutiérrez a reunirse esta mañana para comenzar las investigaciones sobre  las amenazas en su contra. 
 
“No se vale que a la gente buena, que a la gente que quiere proponer cosas positivas al país se le quiera silenciar de esta manera”, dijo Perdomo en una llamada al canal 21.
 
“Soy solidario totalmente contigo Dagoberto. Voy a ordenar de inmediato una profunda investigación. No se vale Dagoberto y estamos contigo”, reiteró el funcionario.
 
En el spot promocional de la entrevista se puede VER LA DENUNCIA de Gutiérrez
 
 

miércoles, 19 de febrero de 2014

SALVAR EL BOSQUE CAFETERO PARA SALVAR AL PAIS


Votar en contra y votar a favor


Votar es un acto simple, consiste en marcar una papeleta ya sea expresando

preferencia por algún candidato o anulando ese voto, pero también se vota sin votar es decir echando en blanco la papeleta a la urna y entonces, nos damos cuenta que el voto no es un instrumento tan simple por que admite formas diferentes de uso y la sabiduría política consiste en establecer correctamente la forma más oportuna y conveniente de usar ese voto de manera electoral o de manera política.

Dagoberto Gutiérrez

Estamos hablando de que la persona, a la que le llaman ciudadano usa el voto, lo hace su instrumento, hace de él una pieza de su conducta política y con esto impide que la persona sea el instrumento de los dueños de esos votos, es decir los partidos políticos. Ya sabemos que cuando yo voto pago por hacerlo, que no voto gratuitamente, porque estoy ante una especie de privilegios y por eso pago; no es exactamente un derecho ante el cual no tendría que pagar nada pero la deuda estatal establece que por cada voto recibido al partido se le da casi $5.00 dólares, ese dinero sale del bolsillo del votante y es una razón más para aprender a usar lo que cuesta tanto.

Los matices de la relación entre lo político y lo electoral son abundantes pero normalmente se confunden y hasta se llega a entender que una campaña electoral es al mismo tiempo político y, algo de verdad hay en esa afirmación porque es una decisión política la que establece que una campaña electoral no debe abordar ningún problema político de importancia, es decir, que la decisión de anular lo político de una campaña es, precisamente, una decisión política, pero como estamos viendo lo electoral busca impedir que el votante se aproxime a lo político para que solo tenga ojos y cerebro para mirar y pensar a los candidatos y escuchar lo que estos dicen, esta es la clave de las campañas electorales que en pocas palabras se resumen así: alejar al votante de la realidad, cortarle los caminos para todo razonamiento político que lo aproxime a las estructuras de poder reales, instalarle en la cabeza la idea que su deber ciudadano más importante es votar en cualquier circunstancia.

Los sistemas políticos hablan, por eso, del derecho al voto y también del deber de votar, reservándose el uso de la compulsión para llevar al ciudadano ante la urna, por eso, insistimos ante la necesidad de aprender a usar este instrumento político y esto implica aprender a pensar el voto como un instrumento lo que significa, en realidad, una verdadera revolución en la cabeza de los seres humanos.

Un instrumento político es histórico por su propia naturaleza es decir, que está dentro del ciclo en el que aparece y también desaparece en el que es útil y luego deja de serlo, es decir que los instrumentos suponen un uso determinado por las condiciones históricas reales, por eso mismo, las formas concretas en que yo puedo usar ese instrumento son hasta inimaginables y hay momentos reales en que yo puedo votar con la nariz tapada pero nunca con los ojos cerrados y también yo puedo votar en contra sin estar, al mismo tiempo, votando a favor. Veamos esto más despacio.

En la actual coyuntura electoral se trata de votar en contra de la oligarquía tradicional, a sabiendas de que hay una oligarquía no tradicional pero burguesa que la sustituirá; pero sabiendo que para el pueblo, para una parte del pueblo, oligarquía es la que todos conocemos, hasta con  sus nombres y apellidos, resulta ser la que perdió las elecciones el 2 de febrero, esta es contra la que se ha luchado en el país década tras década, desde 1832 con Anastasio Aquino, pasando por la guerra de 20 años y llegando a este momento en donde esa oligarquía ha perdido su infraestructura, en parte por la crisis planetaria del capitalismo y también ha perdido, parcialmente, el control sobre la súper estructura y es la fuerza que hay que golpear el 9 de marzo, porque todo mundo entiende cuando hablamos de esta oligarquía, porque es contra la que se ha luchado históricamente, porque carece de argumentos históricos y todo esto pasa electoralmente por un voto en contra de ella, aun cuando está planteado el acuerdo entre esta oligarquía y la burguesía oligárquica que la sustituirá porque la lucha política impone un avance paso a paso.

Ahora bien, hay que deslindar, mediante un hilo fino de razonamiento el lindero, fino también, de razonamiento político sobre un voto a favor, veámoslo: la decisión de votar en contra de la oligarquía tradicional no parte de ningún compromiso con la burguesía oligárquica que la sustituirá, se trata de una decisión independiente que deja abierta la confrontación política con los nuevos dueños del aparato gubernamental.

Los sectores populares levantan, fuera de toda negociación su propia agenda de lucha que no forma parte de ningún ideario  o proyecto gubernamental, pero establece los temas o la agenda por los que el pueblo va a luchar durante un nuevo gobierno y no supone ni la voluntad ni el acuerdo de ninguna fuerza política más que del movimiento popular. No se trata, en realidad, de una soledad porque el movimiento se construye sobre la base de amplitud de intereses y los acuerdos políticos sobre aspectos políticos de el país, es decir que estamos hablando de un movimiento político independiente de los partidos políticos, dueño de una agenda política que contiene acuerdos políticos de sectores ideológicamente diferentes, de decisiones y acuerdos que pone en el centro al país y a la decisión de rescatar lo que queda de él y de construir uno nuevo sobre la base de nuevos acuerdos. Por supuesto que estos acuerdos dejan en pie desacuerdos porque estos, los desacuerdos son la fuente de esos acuerdos.

El voto en contra de la oligarquía tradicional es parte de este proyecto y un eventual nuevo gobierno no aparece formando parte de este diseño. Los acontecimientos venideros del 2015 pueden cambiar la situación y este voto en contra de esta oligarquía también es parte de una dirección que pasa por el 2015.

Como podemos ver el uso del voto puede remontar a las urnas, a la campaña electoral, a los partidos políticos y al mismo momento electoral, este es uno de esos momentos.

?Qué hace la derecha en la UES?


lunes, 17 de febrero de 2014

50 AÑOS DE LA MARCHA POR LA TIERRA Y CON SENDIC


Pablo Díaz Estévez (Movimiento por la Tierra, Uruguay)


En el Uruguay (con su economía agraria y población urbanizada) desde la década de los ’40 socialistas y comunistas, constatan que sin la presencia organizada de los trabajadores rurales no se puede modificar la estructura agraria concentrada y erradicar sus consecuencias: los “pueblos de ratas”. La izquierda parlamentaria y diversas corrientes de los partidos tradicionales acuerdan en una política de tierra que beneficie al trabajador rural para superar la pobreza, pero sin otorgar recursos suficientes para distribuir tierra de forma contundente. Al día de hoy solo se ha afectado el 3 % del territorio nacional mediante el Instituto Nacional de Colonización (INC) creado en 1948.[1]

Raúl Sendic (1925-1989) y otros luchadores sociales socialistas y comunistas desde la década del ’50 pasan a los hechos en la organización de los “sindicatos rurales” de peones del arroz, de la lechería, de la remolacha y de la caña de azúcar, para reclamar por sus condiciones laborales y la mejora del salario. En 1961 Sendic organiza el sindicato de UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas) en el límite norte del Uruguay y en 1962 luego de una huelga con campamento en los montes del arroyo Itacumbú, de la ocupación de un ingenio azucarero y de obtener las primeras conquistas en esas plantaciones, se lanza una primer marcha hacia Montevideo de más de 200 “peludos”[2] (630 km) reclamando una ley de 8 horas y mejora en las condiciones de trabajo.

Luego de varias acciones directas y denuncias de los “peludos” de UTAA en la capital se prepara una ocupación de “Tierra para el que la trabaja” que permita sortear las “listas negras” de los dueños de las plantaciones de caña de azúcar y pasar a la “Reforma agraria concreta”, lo cual colaboraría en unificar las fracciones de una izquierda minoritaria que ante las elecciones de ese año se presentaba por separado. La radicalización de los sindicatos urbanos y la agudización de la crisis económica llevan al gobierno a tomar ya en 1963 (10 años antes del Golpe de Estado) “Medidas Prontas de seguridad” recortando libertades individuales, mientras que Sendic será detenido de forma preventiva por ser “persona influyente”. Nace con la preparación de las ocupaciones de tierra en el norte del país, el embrión de lo que será el MLN-Tupamaros: “el Coordinador” (“otro sindicato” pero clandestino) agrupando a un núcleo de “peludos”, a militantes urbanos anarquistas, socialistas, comunistas y maoistas que se irán apartando de sus sectores políticos de origen. Comienzan los primeros acopios de armas para la “autodefensa” en las “estancias del pueblo”. Sendic pasa a la clandestinidad desafiando la legalidad burguesa y la esquematización de la izquierda urbana.

En el mes de enero de 1964 luego de una ocupación de un segundo ingenio de azúcar en el norte del país, represión del ejército y detenciones de parte de la policía mediante, otro luchador social Nicolás “Colacho” Estévez planteó a la dirección de UTAA realizar una nueva marcha cañera hacia Montevideo, tras la consigna de ‘Tierra para quien la trabaja’” y con la gente que permanecía acampada luego del levantamiento de la ocupación del ingenio.

El 20 de febrero de 1964 [3]  varios camiones repletos de familias “peludas” parten hacia Montevideo desde Bella Unión en el norteño Departamento de Artigas a la primera marcha de “UTAA, UTAA, por la Tierra y con Sendic”, reclamando la expropiación de los latifundios improductivos de Silva y Rosas y Palma de Miranda: 30.000 hectáreas para ser distribuidos por el Instituto Nacional de Colonización a Cooperativas de trabajadores que obtendrían allí los ingresos que la zafra de la caña de azúcar no les garantiza buena parte del año. Es la primera de las cinco Marchas por la Tierra que realiza UTAA entre 1964 y 1970.

La consigna, así como el símbolo de la figura clandestina de “Sendic: líder campesino” en las pancartas de los “peludos” fue cuestionada desde el Partido Comunista que proponía “Reforma Agraria Sí, Latifundio no” sin tener éxito en el espíritu de los marchantes. El 17 de junio de 1964 en Montevideo se decide un paro de 500.000 trabajadores en solidaridad con los cañeros, así como se realizan las primeras Convenciones para la unificación sindical en la Central Nacional de Trabajadores a partir de la discusión de la Reforma Agraria y los rumores de Golpe de Estado. El movimiento estudiantil se compromete en la denuncia de los problemas estructurales del campo uruguayo, levantando diversos reclamos junto a los sindicatos de trabajadores (“Soluciones sí, golpe no”).

La “marcha por la tierra” fue el aguijón en la carne para la unificación sindical y política de la izquierda de 1964, una izquierda urbana que despierta a los “hechos”, a las consecuencias sociales de la gran estancia alambrada, que por estar estancada estancó a la economía nacional, “responsable del atraso histórico del país”. Los “tupamaros” de Sendic organizan al MLN-Tuparamos en 1965, como “brazo armado de la izquierda”, que descartando la idea de “frente unitario” optan por la construcción de una nueva organización que entre 1963 y 1966 construirá su aparato mínimo (etapa defensiva) y luego se lanzará a la propaganda armada (“la acción genera conciencia”). Entre el 69 y el 72 la organización político-militar (por momentos militarista) comienza a ser derrotada y a quedar sin un “rumbo estratégico”, sin “la telaraña MLN-Pueblo” que le permita sortear los sucesivos golpes de los aparatos represivos nacionales y su coordinación internacional. A partir de 1965 con el asesinato político del Nego Velho (Edelmar Ribeiro), el “baqueano” en los campos de Silva y Rosas, comienzan a ser asesinados varios peludos de UTAA por policías y militares. Entre 1972 y 1985 en su calidad de rehén de la dictadura Raúl Sendic elabora su “Plan Por la Tierra y contra la Pobreza” que da a conocer en 1985 y es la base de los planteos de su Discurso en el Estadio Franzini de Montevideo en 1986 donde lanza la idea de construir el “Movimiento por la Tierra” y reafirmar el “Frente Grande”. El año 1989, el mismo que el MLN-T ingresa al Frente Amplio, Sendic muere.

La interna del MLN-T en la década de los ’90 se caracterizó por el triunfo de los “pragmáticos” (dirigentes históricos que crean el Movimiento de Participación Popular: MPP) quienes se imponen a los “proletaristas” (leninistas) y a los “frentegrandistas” (Frente Juvenil, periodistas y militantes de la tierra). Acceden a cargos parlamentarios desde 1990, a cargos dentro del Poder Ejecutivo en el 2005 (siendo el MPP, mayoritario dentro del Frente Amplio) y a la presidencia de la República en el año 2010.

El sustento de esta última etapa del MPP-MLN-T es la “refundación nacional”.En el año 2002 frente a una de las principales crisis económicas el empresariado nacional propone la “Concertación para el Crecimiento” conquistando el apoyo de la Central sindical de trabajadores mientras que el último gobierno del Partido Colorado propone el modelo de la “inversión extranjera directa”. El Frente Amplio en el gobierno abre la economía a esta última opción (aunque en su fundación en 1971 planteaba la reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior), creando una corriente “neoliberal” dentro de sus filas, lideradas por el actual Vicepresidente, el Cr. Danil Astori, algo así como un Fernando Henrique Cardozo uruguayo.

Entre el año 2000 y el año 2012 se vendió en el mercado uruguayo el 40 % del territorio nacional, y la extranjerización de la tierra alcanza al 20%, lo que situaría al país en el primer lugar de América Latina. En el año 2006 el sindicato de UTAA junto a gremiales de campesinos de Bella Unión realizan la primera ocupación de “tierra para el que la trabaja”. Generan un “hecho político”, denunciando que no solo “tiene que crecer la torta sino que hay que repartirla”.Se realizan una decena de ocupaciones de tierra en el país, siendo criminalizadas por el gobierno de Tabaré Vázquez.[4]

En el año 2011 productores ganaderos de la Cuchilla Grande comienzan a realizar a nivel nacional las marchas “en defensa de la tierra y los bienes naturales” (donde UTAA participa activamente), para resistir a los intentos de instalación de la minería de gran porte, denunciando también el acaparamiento de tierras que se da con la soja y la forestación, que se expanden expulsando a 12.000 productores rurales entre los años 2000 y 2011 (según los datos oficiales).

Ese mismo año, el 28 de abril, día del aniversario de la muerte de Raúl Sendic, casi un centenar de Policías (bajo la responsabilidad del Ministro del interior Eduardo Bonomi, uno de los dirigentes históricos pragmáticos del MPP y de uno de los prosélitos que Preside el Directorio del INC) desalojan al sindicato de UTAA del campo del único “peludo” de las marchas por la tierra de los ’60 que recibió tierras del INC. Otro 28 de abril pero de 2013, el mismo Ministro Bonomi “homenajeó” a Raúl Sendic señalando que la tarea actual del Frente Amplio es la acumulación de fuerzas: [5] el programa aplicado fue el de superación de la crisis (no el programa histórico del FA), ahora creció el PBI del país (cuadruplicándose), hay más empleo, luego habrá que industrializar al país para que haya más trabajadores y con una organización política de esos trabajadores se cumplirá el “programa histórico del pueblo uruguayo”, por esas razones: “no se puede pensar un modelo nacional de desarrollo sin puertos y sin trenes. Necesitamos la regasificadora, necesitamos minería de gran porte.”

Esta serie de “homenajes” oficialistas al “líder campesino” de los peludos (incluyendo el desalojo del 2011) demuestra que a 50 años de aquel 20 de febrero la “marcha por la tierra” no cuenta en sus filas con el pragmatismo, para el cual sigue siendo invisible y peligroso el poder popular, el campesinado organizado, su reclamo de tierras para trabajar y de defensa soberana de la tierra.


1) En la “Banda Oriental” del Río Uruguay, José Gervasio Artigas (1764-1850) realizó junto con los paisanos pobres, los negros liberados y los indígenas, la primera Reforma Agraria de América Latina a partir de la aplicación del “Reglamento de Tierras” del 10 de setiembre de 1815, pero en 1820 la contra-reforma agraria triunfó. Mientras que en los tiempos modernos del Río de la Plata no hubo hasta el día de hoy Reformas Agrarias.
2) Asalariado cortador de caña de azúcar
3) El 11 de marzo la marcha llegó a Montevideo regresando UTAA el 29 de junio a Bella Unión (Artigas).
El gobierno sanciona la ley 18.116 contra las ocupaciones de tierras rurales y urbanas. Díaz, P.,“Sociología de las ocupaciones de tierra”, Montevideo,(Nordan/Nuestra América, año 2009)

Publicado en el diario digital Mate Amargo del MLN-T.

A vueltas con el golpismo en Venezuela


Juan Carlos Monedero

Pensamos, quizá con ingenuidad, que con el triunfo del Presidente Maduro en las últimas elecciones municipales, donde sacó más de diez puntos de ventaja a los candidatos de la Mesa de la Unidad, la situación en Venezuela iba a tranquilizarse. Capriles, el candidato derrotado en las presidenciales y electo en el estado de Miranda, acudió el último diciembre a una reunión del Presidente con los cargos públicos locales y estadales recién elegidos. Reconoció la victoria de Maduro y también su legitimidad. Pero ahí comenzó también la fragmentación entre las filas de la derecha.

El escenario de una parte no menor de la derecha latinoamericana siempre ha sido el del golpismo cuando han estado fuera del gobierno, y la represión de cualquier disidencia o alternativa cuando habitan los palacios presidenciales. De esa actitud, alimentada por los Estados Unidos -para quien todo al sur del Río Bravo es su “patio trasero”-, surgió también como respuesta la lucha armada. El fin del gobierno sandinista en 1990 marcó el fin de las salidas violentas desde la izquierda. Fracasó el primer levantamiento zapatista (triunfó el pacífico y mediático), fracasó Chávez en 1992, fracasó Sendero Luminoso, se estancaron las FARC… Chávez lo entendió y en 1998 se hizo con el gobierno cambiando los fusiles por las urnas. Pero participar en las elecciones no iba a apaciguar a la derecha.

Desde el primer momento, Chávez se convirtió en el enemigo de los derrotados (ya para esas elecciones de 1998, Aznar mandó a Moragas, Arriola y, qué casualidad, a Correa –el de la Gürtel- a ayudar en las elecciones a la candidata de la derecha). Pero al igual que el hundimiento de la URSS en 1991 fue el comienzo del fin del Estado social en Europa, la renuncia a la lucha armada en América Latina vino acompañada el recrudecimiento del golpismo en la derecha del continente. La derecha sólo acepta la democracia si está en el poder. Cuando está fuera, le vale todo para recuperarlo. En casi todos lados. ¿O no nos acordamos que Aznar llegó a la política mintiendo y se fue mintiendo?

La extrema derecha venezolana vuelve a las andadas. No está dispuesta a esperar que la coyuntura les de una oportunidad electoral. Siempre tienen prisa. Capriles ya no les vale y vuelven al sabotaje, a poner muertos en las calles, a la desestabilización, contando como única baza el apoyo mercenario de buena parte de las empresas de medios de comunicación del mundo y de la propia Venezuela (donde el 80% de los medios están en manos de la oposición). Como su candidato, Capriles, ganó en diciembre en las elecciones en el estado de Miranda y ha aceptado el resultado (no parece muy sensato decir que hay fraude cuando tú mismo has sido elegido), los candidatos de los Estados Unidos vuelven a agitar la bandera de la violencia para intentar acorralar al gobierno de Nicolás Maduro. Los mismos que ya probaron esa estrategia en el breve golpe de 2002. Los mismos que si se hicieran con el poder en Venezuela convertirían el país en un cementerio anexo a una cárcel.

Los análisis de una parte de la derecha son los que han llevado a un sector de la misma, que siguen sin querer entender el apoyo popular al proceso bolivariano, a repetir la estrategia golpista. Ramón Piñango, del IESA y director de la “Unidad de análisis de coyuntura”, recomendaba recientemente a Henrique Capriles alejarse de Leopoldo López y de su plan de regresar a la lucha callejera para desestabilizar al gobierno (Plan “Salida”). En un documento publicado estos días en la prensa venezolana hacía las siguientes reflexiones, entendiendo que la anterior estrategia golpista sólo había servido para reforzar más el apoyo popular al chavismo: “1. El respaldo popular al Chavismo sigue siendo importante y mayoritario; 2. Las medidas anunciadas por el Presidente Maduro han dado señales para el pueblo que el Gobierno esta actuando; 3. El Gobierno ha logrado posicionar la matriz de la responsabilidad del sector privado en la escasez y especulación; 4. Los vínculos de Leopoldo Lopez con Alvaro Uribe y el paramilitarismo quiebra la relación con el Gobierno de Santos; 5. El respaldo de las Fuerzas Armadas a la revolución es irrestricto; 6. La agenda del Plan “Salida” no tiene ni tendrá respaldo popular, el pueblo de Venezuela por tradición cultural aísla a los violentos; 7. Cualquier acción violenta contra el Gobierno unifica las fuerzas Chavistas; 8. La agenda de Leopoldo López no se corresponde con asuntos de política nacional; 9. Las acciones de Leopoldo López buscan desplazar el liderazgo de Capriles”.

La prensa internacional ha vuelto a ser cómplice de la enésima intentona golpista. Por una parte, los que manejan una idea ramplona de justicia y reparten culpas desde la tentación de la inocencia. Son los que hablan de “los dos bandos” o de los “extremistas de ambos lados”, como si fuera lo mismo estar en el Gobierno que ser un golpista. Por otra  -los más-, formando directamente parte de la estrategia golpista y acusando al Gobierno de Maduro de ilegítimo. Ya vamos sabiendo que para la prensa europea eso de ganar las elecciones es una estupidez cuando no las ganan sus patrones (¿nos acordamos de Papademos en Grecia y de Monti en Italia? ¿Y de Rajoy asumiendo que le dan lo mismo los compromisos electorales que le llevaron a la Presidencia del Gobierno?).

Las acusaciones vertidas sobre el gobierno bolivariano apenas se sostienen cuando se conoce la realidad del país. La derecha golpista venezolana está armada, está vinculada con el paramilitarismo colombiano y siempre tiene como estrategia sembrar la calle de muertos para intentar estrechar el cerco contra el gobierno. Como ocurrió en 2002, vuelven a conocerse conversaciones previas donde ya se anunciaba que las manifestaciones iban a terminar con muertos -denunciadas por el Presidente Maduro- o aparecen, como en tantas otras ocasiones, mercenarios contratados para generar desórdenes. Por el contrario, otros vídeos demuestran cómo la policía bolivariana tiene un comportamiento bien diferente del que vemos en otros países, incluido España. Sin olvidar que uno de los tres muertos era un militante chavista (cualquier muerto, sea cual fuere su signo, merece compasión). Pero esas informaciones no aparecen en los medios: no sirven para criminalizar a Venezuela.

Claro que existen grupos populares en el país caribeño con capacidad de resistir un golpe de Estado (como ocurrió en España en julio de 1936). Ya quisiera la derecha golpista que no existieran. Y están además los 100.000 kalashnikov que Chávez compró para armar a las milicias bolivarianas. En América Latina saben que los golpes de Estado organizados desde Estados Unidos son parte de la política del continente. Quien quiera entrar por la fuerza en Venezuela, va a encontrarse con mucho pueblo enfrente. Tienen además -y eso no lo soporta la derecha- unas fuerzas armadas comprometidas con su misión de salvaguardar al pueblo y no a los latifundistas y a los grandes empresarios. Tendremos que ver qué pasaría en Europa si una fuerza política como Syriza gana las elecciones en Grecia. En la América del Sur han aprendido sus lecciones. Allende no murió en vano.

En Venezuela no hay enfrentamiento entre dos bandos ni choques entre “hordas”. Hay un Gobierno legítimo y una minoría que no está dispuesta a dejarle gobernar. Claro que en Venezuela hay serios problemas económicos (¿recordamos que hay una crisis mundial?), no menos serios problemas de seguridad (vinculados a un complejo entramado de causas donde no es la menor un modelo de consumo que te hace creer que si a los 15 años no tienes ya todo eres un perdedor) y problemas igualmente graves de gestión administrativa (donde la corrupción endémica del país sigue siendo una asignatura pendiente pese a los arduos intentos del Gobierno por atajarla). La condición petrolera del país genera problemas estructurales contra los que aún no se ha encontrado una solución eficaz, pero de nada ayuda la permanente espada de Damocles del golpismo para enfrentar los problemas pendientes. No estaría de más que los amigos del golpismo y de las revoluciones de colores sacaran sus sucias manos de Venezuela y dejaran al Gobierno gobernar. No es sencillo hacerlo cuando un gobierno poderoso está siempre poniendo palos en las ruedas (¿nos acordamos en España de las dificultades añadidas en la lucha contra la violencia de ETA por la actitud beligerante de Francia?). Sin justificaciones como las que brindan los violentos, la vía  electoral para que la oposición ofrezca al país su alternativa se hace más clara conforme los errores del gobierno allanen el camino de sus oponentes. Pero no en un escenario de amenaza golpista.

En las últimas elecciones presidenciales, y aprovechando que Chávez ya no era el candidato, la oposición estuvo a punto de volver al Gobierno. La tarea de la oposición debiera centrarse en señalar las deficiencias de la gestión de Maduro e ir preparando un modelo de país alternativo que convenza a las mayorías. Capriles lo ha entendido y por eso se ha desmarcado de la vía violenta. Otros, como Leopoldo López o María Corina Machado, quieren sacar a Capriles de juego y ocupar su lugar con una estrategia de confrontación soñando con un escenario libio o sirio para Venezuela. Porque el ruido que se hace con Venezuela siempre tiene que ver con lo mismo: su condición de país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Una codiciada pieza. Por eso fueron ayer contra Chávez y van hoy contra Maduro. Que Venezuela esté en los telediarios no tiene nada que ver con la violencia. Tiene que ver con que tienen petróleo y no son obedientes a los mandatos del norte.

Junto a esa lucha internacional sempiterna por controlar el petróleo venezolano, otra parte muy importante de los disturbios que acaban de tener lugar en el país tiene que ver con las pugnas internas dentro de la oposición venezolana. Sería importante que todo el país fuera consciente de que esos que quieren gobernar en Venezuela para sustituir al chavismo no le hacen ascos a que compatriotas suyos dejen la vida en los enfrentamientos. Porque para esa derecha golpista de Venezuela, como la de otros tantos sitios, su única patria siempre es el propio interés. Su democracia es una pantalla. Y del mismo modo que celebraron el reciente golpe en Honduras o los constantes intentos de derribar por la fuerza a Cristina Fernández, a Evo Morales o a Correa , su triunfo sería regresar a Venezuela a una oscura noche de la que, entonces sí, no nos hablarían los medios de comunicación. El pueblo de Venezuela ha dado su apoyo a Maduro. Y la obligación de cualquier demócrata es hacer valer su legitimidad frente a cualquier agresión golpista como la que ahora mismo está sufriendo. Aunque la presión mediática haga difícil esa tarea. Los enemigos de la democracia no cesan en su empeño. Que no nos venzan por cansancio.


miércoles, 12 de febrero de 2014

El instrumento político del voto


Normalmente, o  cotidianamente, el voto es entendido como un derecho y un deber, y así lo presenta la Constitución.

Dagoberto Gutiérrez


En tanto derecho, tiene que ser un interés jurídicamente protegido, y en tanto deber, resulta ser una función pública. Aquí nos encontramos con una contradicción: porque si es derecho, es una atribución, y yo, dueño de esa atribución, puedo usarlo o no usarlo, es decir, puedo renunciar a ese derecho, ejercerlo o no ejercerlo. En todo caso, solo los derechos laborales son irrenunciables. Si es un deber, es decir, una función pública, yo estoy obligado a actuar en determinada manera en beneficio del Estado.

En esta figura del voto como derecho y el voto como deber podemos encontrar la clave de su naturaleza. Si un derecho es un interés jurídicamente protegido hay que saber quién es el interesado en el voto. Resulta que ese interesado es, precisamente, el Estado, y no siempre el votante.

Como opera este juego? Hay que saber que los seres humanos son convertidos en determinado momento en personas, separándolos de las cosas. Aun cuando la sociedad humana es, precisamente, una relación de personas y de cosas.

En otro momento, las personas son convertidas en ciudadanos para implantar esa relación de esta persona con ese conjunto de aparatos llamados Estado, y el ciudadano se convierte en el instrumento que le da a esos aparatos la legalidad que estos necesitan para su funcionamiento y, sobre todo, para su remozamiento, o “renovación”, cada cierto tiempo.

Aquí radica el interés, y observen ustedes que estoy hablando de dos cosas, de legalidad y remozamiento, y la palabra “remozamiento” aparece entre comillas. Me estoy refiriendo a que los aparatos, o sea, lo que jurídicamente se llaman instituciones, que son en su esencia centros de poder político, necesitan ser electos por otro aparato, cada 3 años, o cada 5 años. Y dentro de estos periodos debe cambiar la Asamblea Legislativa, los Concejos Municipales y el Poder Ejecutivo. Y el recurso de legalidad fundamental es el voto de la gente, de esos humanos llamados ciudadanos por el solo y único hecho de servir como instrumentos de esa legalidad.

La práctica de dar un voto consiste en el ejercicio de un derecho que se llama sufragio, y esto se expresa en decidir una preferencia por un determinado candidato, marcando una papeleta dentro de los procedimientos establecidos. A todo este rito pedregoso, el régimen le llama democracia, y esto, y solo esto, es lo que constituye la democracia.

La vida de las personas, su trabajo, su salario, su salud, su vivienda, su dignidad, su educación, su futuro y su presente, no tiene nada que ver con la democracia, ni la democracia tiene que ver con todo esto. Porque una sociedad es transformada en democrática cuando la gente voto en cada votación, aunque en realidad no elija nada, ni determine nada relacionado con los aspectos determinantes de su vida; pero eso sí, le de legalidad a aquellos y aquellas que le van apretar la soga alrededor de su cuello.

De aquí resulta que para el Estado es una necesidad estratégica que toda la gente vote porque de eso depende que sus aparatos puedan funcionar en contra de la misma gente. De esto depende que haya una Asamblea Legislativa que apruebe las leyes al servicio de las transnacionales, que ampare el uso de los tóxicos en el campo, que ahogue a los pensionados. En fin, que someta al ser humano al dominio del capital. Y el votante, no debe entender nunca la verdadera naturaleza de ese voto que, siendo presentado como derecho, resulta ser en la práctica una obligación y un procedimiento.

El Estado necesita que siempre hayan votantes y esto explica las diversas formas y facilidades para que la gente, en cualquier circunstancia histórica, acuda a las urnas a votar, en medio de guerra o en ausencia de esta, adentro de calamidades o desastres, en las mayores crisis o fuera de ellas, pero siempre el Estado necesita que el votante legalice su desempeño.

En realidad, el Estado o los grupos minoritarios dueños del poder necesitan la legalidad por encima de la legitimidad, es decir, que el gobierno que surja lo haga bañado y perfumado con una cantidad mínima de votos que sin ser necesariamente una mayoría, tenga el mínimo requerido. Aquí radica la diferencia del voto para el Estado y para la gente. Los votos ciudadanos son una necesidad estratégica para los dueños de estos aparatos, pero para la gente votante resulta ser una necesidad táctica.

Veamos esto más despacio.

Para el Estado, es clave permanentemente, y al más largo plazo, que la gente refrende su desempeño. Por eso es que los más sangrientos dictadores limpian sus crímenes y robos con elecciones y con votos. Y el pueblo, por el contrario, en el manejo flexible de este ejercicio, y solo en ese manejo flexible, puede hacer un juego político diferente al del Estado. Es decir que el pueblo debe y tiene que jugar con el voto, aprender a usarlo como instrumento y determinar en qué circunstancias conviene ejercer ese derecho, y en qué circunstancias no es necesario ni conveniente. El votante necesita saber que siempre es instrumento del Estado y entonces, para liberarse de esa condición, debe aprender a hacer del voto instrumento político del votante. Esta es la clave de estos procesos. Para evitar esta claridad y esta comprensión es que los Estados convierten este ejercicio político en un deber.

Hay otras cosas: a la hora del recuento de votos, los regímenes políticos se siguen defendiendo, y estas cuentas solo registran aquellos votos que han expresado la preferencia del votante por un candidato, pero echan a la basura todas las otras formas de voto, y no los consideran votos. Por ejemplo, el voto nulo, en blanco, las abstenciones y el ausentismo. Todas estas figuras no cuentan en los resultados porque el régimen no necesita saber, ni entender, ni valorar, la actitud del ciudadano ante el orden, sino solo requiere saber de los votos para los candidatos, es decir, saber con quienes va a remozar los aparatos, pero cuando un ciudadano anula un voto está expresando una posición política más valiosa que un voto. Porque aquí, en el acto de anular, la persona se define ante el orden y ante el régimen, y lo rechaza, y precisamente por eso, se convierte en una amenaza que debe ser sepultada en los procedimientos  de recuento, pero además, es sometida a una intensa propaganda en contra de la anulación de voto, o en contra de los votos en blanco, o en contra del ausentismo, precisamente porque cada una de estas formas define al ciudadano, de manera más clara e inteligente contra el régimen, que cuando un ciudadano vota simplemente por un candidato.

El dos de febrero pasado, la gente votante trabajo inteligentemente, marcó papeletas, anuló otras, dejó en blanco otras, y se fue a la playa también. De eso se trata, de hacer de ese voto instrumento en manos de la gente, y evitar que la gente sea instrumento de ese voto.

Esta es la escuela que requiere ejercicio y aprendizaje, y en esto estamos como sociedad. Llegará el día en que el ser humano dejará de ser instrumento del poder político establecido, y más aún, el día en que la política no sea necesaria, el día en que tampoco será necesario ningún aparato de coerción, el día en que la norma jurídica desaparezca y solo funcionen las normas dentro de otras formas de asociación.

martes, 11 de febrero de 2014

La historia del periodista Lafitte Fernández, el Cártel de Texis y el Payaso Tontín - El Faro

La historia del periodista Lafitte Fernández, el Cártel de Texis y el Payaso Tontín - El Faro

Periodista encubierto se mete en la ruta de los bachaqueros y lo cuenta todo (Fotos)

POR: SINAR ALVARADO / FOTOS DE LEÓN DARÍO PELÁEZ


Periodista encubierto se mete en la ruta de los bachaqueros y lo cuenta todo (Fotos)
Desde Venezuela hacia Colombia el contrabando de gasolina sigue creciendo. El cronista Sinar Alvarado se metió en una de estas caravanas para contar el negocio por dentro, de hombres que ven acá su única oportunidad de vida.
La tierra se había vuelto oscura de tanto chupar combustible. Los árboles del patio seguían en pie, pero sus ramas se habían secado. Un olor penetrante flotaba en el aire. Junto a la casa, cuatro muchachos descamisados cargaban tanques en un camión. No había extinguidores; nadie usaba guantes ni botas ni overol. Solo un par de cuerdas y sus músculos tensos los ayudaban en la faena.
Chano, el conductor, sentado muy cerca con su barriga comba, le hablaba al ayudante, un wayuu también joven de pelo liso.
—¿Por dónde nos vamos?
—Dicen que por la Sierra.
En sus viajes semanales desde Maracaibo, en el occidente de Venezuela, hacia la frontera colombiana, Chano ha transitado rutas secundarias y trochas polvorientas, pero desconoce esta. Jamás ha cruzado la Sierra de Perijá, una zona boscosa que comunica ambos países.
—¿Muy empinao por ahí?
—Algo —dijo el guajiro—. Hay una subida pará, pero es una sola. Si pasamos esa, tamos listos.
—¿Y este carro sube?
—Sube, pero hay que sabelo llevá. Por ahí se vino Ramiro hace poco.
—¿Se vino con to y carro?
—Él se tiró. Se alcanzó a tirar, pero el carro sí se perdió con la carga.
Chano movió la cabeza, como negándose a ese destino. Miró el camión unos segundos, en silencio, antes de dar la orden:
—Revísale bien los frenos, que si fallan otra vez, nos jodimos.
El camión de Chano es un viejo Dodge modelo 79; tiene la carrocería picada y le chillan los amortiguadores, pero el motor funciona al pelo. Chano confía y siempre lo carga con 28 tanques llenos de combustible: unas seis toneladas. Aquella noche los caleteros amarraron toda la carga y Chano llevó el carro a un terreno baldío frente a la caleta. Las luces de las casas iluminaban la vía, y el trajín de los contrabandistas agitaba el barrio cerca de la medianoche. Solo esperábamos la orden de salida.
Hacia el noroccidente de Maracaibo, en las parroquias más grandes y más pobres, hay centenares de casas donde almacenan y distribuyen el combustible. Constantemente reciben a los surtidores ilegales, tipos que compran gasolina y diésel en las estaciones de servicio y le pagan al despachador el doble de lo que compran, para luego vender la carga en las caletas. Desde esos barrios, donde la policía patrulla poco o nada, es muy fácil acceder a las vías que conducen hacia Colombia.Contrabando de gasolina bachaqueo-bachaqueros3

A medianoche pasó un flaco y convocó a una reunión donde la patrona. Era una india de manta rosada, que llevaba dos Blackberry en la mano, un collar y varios anillos de oro. A su alrededor giraban otras mujeres, también encargadas del negocio. Los conductores, obedientes, formaron un corro esperando instrucciones. La jefa habló:
—Los que van sin lona se tiran por la Sierra. Los otros, por el tubo.
Chano respiró aliviado mientras cada cual buscaba su carro. Desde varias callejuelas salieron camiones cargados que rugían con la aceleración. Uno a uno se fueron formando, hasta crear una fila de 20 que avanzó por una vía destapada. En 15 minutos alcanzamos un punto de acceso a una carretera. Y allí, junto a la vía, nos esperaban un soldado de la Guardia Nacional y un policía, que controlaban el acceso como fiscales de tránsito. Por la carretera pasaba a altísima velocidad una caravana con camiones que pude contar: eran más de 80. Esperamos unos minutos mientras el largo tren del contrabando fluía. Entonces nos sumamos.
La gasolina en Venezuela se vende un 312 % por debajo de su costo de producción. Muchos expertos petroleros están en contra del costoso subsidio, y uno de ellos, José Toro Hardy, exmiembro del directorio de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), calcula que el Estado dedica 12.000 millones de dólares anuales a proveer el combustible más barato del mundo. El litro de gasolina venezolana cuesta 0,03 dólares, mientras Colombia la vende en más de un dólar. En ese margen está la ganancia fabulosa que sostiene el contrabando.
La sangría ilegal exporta unos 30.000 barriles diarios (a 159 litros por barril), según datos oficiales. Pero todos los expertos aseguran que la cifra es mayor. El costo de esta fuga para el Estado venezolano ronda los 500 millones de dólares cada año.
Hoy el país con las mayores reservas de crudo importa gasolina en grandes cantidades: según la Administración de Información de Energía de los Estados Unidos, ese país vendió a Venezuela durante 2013 un promedio de 3,3 millones de litros de gasolina cada día, y a esto se suma otro poco que se compra a México y Brasil. Pdvsa compra el barril en unos 115 dólares; después, lo subsidia y prácticamente lo regala a sus consumidores, pues solo recupera un 2 % del dinero invertido. El volumen importado, que cubre un 6 % del consumo diario en el mercado venezolano, podría representar solo la mitad de lo que se va con el contrabando hacia Colombia.
En la punta de la caravana viaja siempre la mosca: un automóvil donde van las indias encargadas de negociar con la ley. Cuando llegamos a Cuatro Bocas, una alcabala de la Guardia Nacional, tres soldados se dedicaron a pasar revista cabina por cabina. Al llegar a la nuestra, Chano dijo un nombre:
—Estrella.
Y eso fue todo. Los choferes pronunciaban el nombre de alguna mujer, la delegada que transa con los oficiales. Todas son wayuu, la etnia que ha poblado La Guajira durante siglos y que todavía hoy controla los negocios en toda la zona binacional. Estrella, Mariela, la China… Los soldados anotaban en pequeñas libretas para llevar el control de lo que dejaban pasar. Así, más tarde, se sentarían con ellas a concretar la transacción: tantos camiones, tanto dinero que cada una de ellas pagaría y, a su vez, más tarde cobrarían a los contrabandistas.
Durante la mayor parte del recorrido íbamos en silencio. Chano y el guajiro, ambos veinteañeros bien vestidos, iban pendientes de lo que ocurría fuera de la cabina. Chano daba instrucciones para que el guajiro acomodara el espejo derecho; pedía agua o cualquier otra cosa. De resto, callaba. Cerca de las dos de la mañana abrió la boca de nuevo:
—¿Dónde está mi yerro?
Chano hablaba de su pistola, que no aparecía. Nos levantamos y buscamos, hasta que el ayudante la encontró metida en una ranura del cojín. Chano la guardó bajo su silla y siguió manejando en silencio.
Pasamos por la zona de Carrasquero y Molinete; allí buena parte de la población vive del negocio: hay choferes, ayudantes, mecánicos, caleteros, vigilantes, guardaespaldas.
Minutos más tarde llegamos al Tubo, una alcabala importante a mitad de camino, junto al río Limón. Allí confluyen varias rutas de contrabando. Al río llegan otros contrabandistas en lanchas, que arrastran el combustible en tanques sobre el agua. En la orilla hay camiones que reciben la carga y la llevan a la frontera. Otros, a veces, van por la Troncal del Caribe, la carretera que une a Maracaibo con el puesto fronterizo de Paraguachón.
En el Tubo estuvimos una hora detenidos, más de 100 camiones apretujados en un costado de la vía. Muchos apagaron los motores mientras los guardias ejecutaban su logística: peinaron el rebaño verificando a quién pertenecía cada carro; pasaron por los corredores que formaban las hileras de camiones; anotaron los datos y se fueron.
Muchos hombres bajaron de los camiones para orinar, revisar el motor o asegurar algún tanque flojo. Chano habló un rato con un colega que se paró al lado. Cruzaron anécdotas de sus viajes y hablaron de dinero, hasta que por fin el militar a cargo, algún coronel, dio la orden de paso. La caravana pasó frente a los militares y las guajiras que ya habían negociado el soborno. Desde una fotografía inmensa, Hugo Chávez, todavía presidente, miraba al horizonte junto a un discurso que hablaba de probidad y honor.
Cada tanto, cuando el contrabando se atasca, estalla en la Troncal del Caribe un conflicto que incomunica a los dos países. En 2011, la Guardia Nacional allanó varias caletas en Sinamaica, un pueblo guajiro, y quemó lo que encontró. En represalia, los contrabandistas y muchos vecinos suspendieron el tránsito durante cuatro días. El transporte comercial se detuvo, solo dejaban pasar ambulancias y cisternas de agua.
Para frenar el contrabando ha habido muchos intentos, pero todos han fracasado. Hace tres años, Pdvsa implementó el Programa Automatizado de Venta de Combustible, que la gente llama “el chip”: un dispositivo electrónico que sirve para controlar las veces que cada vehículo tanquea. Con este plan hay un límite de litros que puedes comprar cada semana. El sistema se implementó en los estados fronterizos, pero no ha logrado detener la sangría.
—¿Aló? ¿Dónde están ustedes? Nosotros… Por aquí… Donde se para la guerrilla.
Chano, que hablaba con un compañero, cortó la llamada y siguió manejando tranquilo. A los pocos minutos llegamos a un retén, aún del lado venezolano, justo cuando la mosca parqueaba junto a la vía. Las indias se estaban bajando para arreglar el negocio, y sobre la carretera nos esperaba media docena de guerrilleros armados. Todavía estaba lejos la frontera, pero las Farc, en una diligencia que parecía rutina, recibían su mordida a escasos kilómetros de dos puestos militares. Iban camuflados, con fusiles al hombro y barbas de varios días. Había dos mujeres, y todos llevaban brazaletes con su insignia. Los guerrilleros usaban el mismo sistema de chequeo rápido: los choferes no se detenían, apenas bajaban la marcha para decir el nombre de la guajira y seguir. En total, cada camión pagó esa noche 6000 bolívares en sobornos (cuatrocientos dólares en ese momento).
Llegamos a Montelara a las cuatro de la mañana, después de recorrer unos 150 kilómetros. El caserío, con un centenar de predios, tiene una mitad en cada país y un arroyo seco que marca la división. Por todas partes hay parcelas de tierra demarcadas con alambre de púas, y centenares de tanques plásticos y de metal en los que se mueve el combustible.
El camión avanzaba entre crujidos y traqueteos por las callejuelas polvorientas todavía en penumbras. Los choferes se repartieron entre los distintos patios, listos para vender la carga a sus compradores de confianza. En uno de ellos, donde cinco camiones ya descargaban, estacionamos de retroceso. Chano negoció el precio de venta y hubo acuerdo: la ganancia esa noche fue de 1000 bolívares por cada tanque (70 dólares). Él sacaría su tajada como conductor, y la mayor parte iría a las manos del capitalista que financió la carga.
Seguían llegando camiones entre pitos y cambios de luces. Había choferes que gritaban con sus celulares; negociaban precios y cantidades antes de tomar una decisión. Pronto llegarían también los colombianos dispuestos a comprar, con pacas de billetes tan grandes como una caja de zapatos.
Otro intento por detener el contrabando fue el de las cooperativas indígenas. En 2005, Álvaro Uribe y Hugo Chávez suscribieron un acuerdo que permite a 14 cooperativas importar combustible venezolano de forma legal, y venderlo en las 140 estaciones de servicio de La Guajira en un precio inferior al estándar internacional. Las cooperativas mueven 12 millones de litros mensuales: apenas una parte de los 50 o 70 millones que mueven los contrabandistas.
A las tres de la mañana salimos de La Paz, Cesar, a buscar el combustible. Íbamos cargados de tanques vacíos, y el viejo Ford volaba rumbo a la frontera con Venezuela. Recorrimos 200 kilómetros en tres horas, cruzándonos con caravanas de contrabandistas que hacían su viaje de regreso.
—Toda esa gente viene full de gasolina —dijo el Flaco sin dejar de mirar la ruta. A mi derecha, con la cara cubierta por una camisa, su ayudante dormía.
Ya se asomaba el sol cuando llegamos a Carraipía, un pueblo arenoso ubicado muy cerca de la frontera. Allí mismo, al día siguiente, los noticieros reportarían la muerte de tres policías en una emboscada guerrillera. Aquella mañana estacionamos en una calle de tierra. El ayudante, un muchacho compacto, moreno, siempre callado y severo, sacó la guantera de raíz y cogió una bolsa de papel donde venía envuelto el dinero: cuatro millones y medio de pesos. El Flaco cerró las puertas y guardó la plata en una mochila. Teníamos que ir a Maicao para cambiar de moneda:
—Hay que comprá bolívares. Los venezolanos no reciben otra cosa.
Contrabando de gasolina bachaqueo-bachaqueros2

El Flaco hizo una llamada y a los pocos minutos llegó un automóvil a buscarnos. Es un servicio que los contrabandistas usan por seguridad: si entraran a Maicao con un camión cargado de tanques plásticos, todos sabrían que llevan efectivo para comprar gasolina. Sería un robo seguro.
A las siete llegamos a la plaza del pueblo, donde se reúnen cada mañana decenas de cambiadores en oficinas y puestos callejeros. El Flaco tocó una puerta de vidrio oscuro y entramos a un cubículo estrecho: un tipo rechoncho de bigotes contaba dinero en una máquina.
—¿Cuánto traes?
—Cuatro y medio.
—La vaina está buena, te estás llenando.
—Qué va.
Hicieron la operación en silencio y a los pocos minutos salimos con una paca de bolívares tan grande como una caja de zapatos.
Desde La Guajira colombiana salen centenares de contrabandistas rumbo al Cesar. Viajan en caravanas de Renault 18, viejos bólidos que se compran por 2,5 millones de pesos: máquinas bien aceitadas bajo carcasas lastimosas que viajan a velocidades altísimas conducidas por pelaos; conductores suicidas que viajan con el pecho pegado al volante y 50 pimpinas de gasolina acomodadas con gran habilidad. Con frecuencia chocan, se matan, y sobre el asfalto quedan las huellas de sus conflagraciones frecuentes.
Al Cesar llegan también camionetas Bronco, de mayor capacidad, igualmente repletas con 100 pimpinas de 25 litros cada una. Llegan además carrotanques en manadas, todos listos para surtir un mercado que es capaz de vender, cada semana, seis millones de litros de combustible. Es decir, 550 millones de pesos cada siete días.
El ayudante escondió los bolívares en el fondo de la guantera y salimos. Avanzamos unos pocos minutos hasta llegar a una finca ubicada a orillas de la carretera. Un niño wayuu vigilaba un portón que debíamos cruzar. El Flaco le dio un billete y el chico abrió. Allí empezaron dos horas y media de una marcha lenta, por un camino de tierra y piedras que impedía superar la primera velocidad. Vimos casas paupérrimas, criaderos de cerdos y chivos. Vimos un sembradío de maíz completamente abandonado.
Un kilómetro más adelante llegamos a un nuevo portón de madera, alto y pesado. A poca distancia se veía una casa amplia bien mantenida, con techo de teja y anchos corredores. Un hombre controlaba el acceso bajo la sombra de un árbol inmenso.
—Este es el retén más duro. De regreso, cuando vengamos cargaos, hay que pagá 30.000, pero el hombre mantiene la vía buena y nos deja trabajá. Hay otra ruta, cruzando otra finca, pero aquel tipo sí cayó en la mala con la guerrilla. Dicen que dejó de pagá la vacuna y un día le cerraron el paso. La guerrilla cogió tres camiones cargaos y los quemó. Ya nadie pasa por ahí.
Rayaba el mediodía cuando por fin llegamos a Montelara. De día se veía más claro el panorama: decenas de casas expuestas al sol del desierto; casas con techos de lata y cercas de alambre, ni un solo metro de pasto, pura tierra amarilla. Solo los wayuu, duros como el cuero seco de los chivos que pastorean, han sido capaces de sobrevivir en este infierno árido durante siglos.
Los patios donde compran, almacenan y venden la mercancía se siguen multiplicando a un ritmo veloz. Se ven varios en construcción, armazones de madera y zinc que darán cobijo a nuevos expendios en cuestión de días. A uno de esos patios, regentado por el Mocho, llegamos con el camión. El Mocho apenas pasa los 30 años, pero lleva muchos en el negocio. Le falta un brazo, pero se mueve con agilidad usando el que le queda. Lleva siempre un sombrero de paja muy ancho que lo protege durante la jornada. Y mueve bastante dinero, pero gasta demasiado.
—Este vergajo ha tenío tres Toyotas y toítas las esmigaja —lo acusó el Flaco.
El otro sonrió con algo de vergüenza. Después ambos vieron pasar un camión nuevo y el Mocho ofreció:
—Le vendo uno igualito.
—¿Venezolano o colombiano?
—Venezolano.
—¿Robao?
—Pues claro, barato.
—Nombe. ¿Qué voy a hacé yo con un carro robao que no se puede usá en Colombia? Mejor termino de arreglá este —dijo el Flaco y pateó las llantas de su Ford, que todavía está pagando en cuotas mensuales.
Bajo aquel sol nocivo pasamos dos horas, mientras el Flaco y su ayudante llenaban los 24 tanques plásticos arriba del camión. En tierra, con una bomba, dos tipos con botas de caucho impulsaban el combustible desde sus tanques metálicos. Sudados y sucios, el Flaco y su ayudante contrastaban con sus colegas venezolanos: aquellos, ubicados muy cerca de la llave por donde sale el combustible, “vigilados” por autoridades más corruptas, viven de un oficio más fácil y más rentable.
Cuando por fin llenaron, arreglaron el negocio frente al rancho de lata que hacía las veces de oficina. El Flaco y el Mocho gastaron varios minutos contando los fajos. Y desde el terreno vecino, encaramado en una estructura en construcción, bajo el sol que no daba tregua, un obrero requemado miraba los billetes con la envidia dibujada en el rostro.
Antes de dejar Montelara paramos a almorzar en un ventorrillo. En una mesa contigua, dos contrabandistas intercambiaban anécdotas de robos y emboscadas: por estas tierras es muy frecuente que los bandidos intenten robar la carga a tiros.
El Flaco terminó de comer y se recostó en la silla con las piernas estiradas. Se veía cansado, pero también satisfecho.
—Uh, carajo. Quién estuviera en una oficina con aire acondicionao… Nombe, qué va. Yo toy muy acostumbrao a esto. Me gano 500 en un día; un millón. ¿Y quién me va a da trabajo a mí?
De regreso, con el camión cargado, pagamos doce peajes improvisados: niños harapientos y mujeres sin oficio cerraban el camino con una cuerda. Esa pobre gente veía pasar el dinero frente a sus casas y no podían dejar de participar. El Flaco llevaba un rollito de billetes listos para ir pagando. Su ayudante se quejaba:
—Este negocio tiene muchos socios.
—Cómo se hace, primo. Esta tierra es de ellos y si no quieren, no nos dejan pasá.
De Venezuela sale combustible hacia tantos lugares. Hay mafias que lo llevan a Brasil después de cruzar la selva; hay barcos atuneros que no pescan atún: en sus tanques clandestinos llevan derivados del petróleo a Aruba y Curazao. Hay, también, un ejército incontable de contrabandistas que mueven gasolina y diésel hacia Colombia, a través de la extensa frontera entre los dos países. Cruzan por Los Llanos en la zona del Arauca; por Los Andes en la región del Táchira; y por el norte, en rutas que cubren las tierras inhóspitas de La Guajira. Pero no hay —no conozco— un pueblo que haya sido secuestrado por el negocio como ocurrió con La Paz.
Dos noches antes del viaje a la frontera hice allí un recorrido. Me llevó Pacho, el rubio taimado, una suerte de contrabandista de bajo perfil. Su carro casi nuevo había sido adaptado para pasar desapercibido: limpio y bien mantenido, escondía bajo los asientos un tanque de 200 litros.
Aquella noche el pueblo hervía de actividad. Desde la entrada, a orillas de la carretera, vimos ventorrillos donde se despachaba gasolina a toda hora.
—Mira, ahí la venden y ahí mismo duermen —dijo Pacho.
En un tramo de 200 metros había decenas de casuchas construidas con láminas de metal y palos de madera. Adentro había cambuches y cocinas improvisadas, donde dormía el encargado del puesto. Y al lado, apoyada sobre el piso de tierra, la respectiva máquina dispensadora, los tanques para almacenar y, afuera, baldes, filtros y mangueras. Cada diez metros había un tarantín instalado, y todos competían desesperados por vender.
A menudo, la geografía bendice y condena. La Paz tiene 22.000 habitantes, y su ubicación ha sido fundamental en el negocio: el corredor por donde viaja el combustible desemboca aquí.
Los contrabandistas empezaron a viajar por esta zona desde los años cincuenta, cuando traían bultos de cigarrillos, luego marihuana y más tarde electrodomésticos. Desde entonces se trazaron los primeros caminos rurales, se empezó a sobornar a las autoridades y se acumularon las fortunas más antiguas. Así se perfeccionó el método que hoy sirve al negocio del combustible.
Los periódicos del Cesar publican con frecuencia alguna noticia relacionada con el contrabando: decomisos, capturas, heridos y muertos. Por esos días, en varios diarios, circulaba un informe elaborado por la Universidad Popular del Cesar y Ecopetrol. El informe contenía un censo con numerosos datos, entre ellos un conteo de las casas donde se almacena y se distribuye a otros lugares (320), y los puntos de venta directa (509). En aquel mapa, el pueblo parecía atacado por un sarampión virulento.
—¡Ojo, ojo!
Nos incorporábamos a la carretera en Carraipía cuando nos dieron la voz de alto. Ocho camiones cargados estaban escondidos en un potrero junto a la vía. Y una veintena de contrabandistas esperaban que se despejara.
—Hay ley, primo.
Estacionamos el Ford bajo un árbol y nos reunimos con los demás, sentados en la orilla de la carretera. Casi todos eran veinteañeros, excepto uno: un tipo que rozaba los 40 y era el más entusiasta. El tipo decía que estábamos perdiendo el tiempo, que debíamos avanzar y buscar la manera de atravesar el cordón policial.
—Somos bien cobardes nosotros. Ahí no puede habé más policías que contrabandistas. ¡Vamos, ellos se quitan porque se quitan! —insistía, pero los muchachos lo miraban entre incrédulos y divertidos.
En el cinto del pantalón, bajo la camisa, llevaba una pistola. Los muchachos reían mientras lo escuchaban, y el cuarentón caminaba en círculos agobiado por la ansiedad. Algunos hicieron llamadas tratando de recibir información. Y la consiguieron.
—¡Hay vía, hay vía!
Abordamos en tropel y retomamos el viaje. La caravana avanzó rápidamente, sin retenes ni policías a la vista. Solo encontramos una alcabala del ejército, pero el contrabando no figura entre sus competencias. El contrabando es asunto de la policía. Aquella tarde los soldados se hicieron a un lado y nos dejaron seguir. Después de muchas horas por caminos tortuosos, horas de polvo y piedras, era un alivio avanzar sobre asfalto uniforme. Cada minuto rendía muchos metros y daban ganas de seguir hasta La Paz, donde el Flaco vendería feliz sus 5000 litros de combustible.
Pero la fantasía duró poco. Más adelante llegamos a un punto donde debíamos decidir:
—Si nos tiramos derecho a lo mejor hay un retén, y toca pagá como 800. Si cogemos por Los Remedios vamos seguros.
Los Remedios era una nueva trocha, una de tantos caminos de herradura que cruzan La Guajira colombiana; pasadizos rurales que forman una red inabarcable, tan grande que los policías no pueden cubrirla.
Rápidamente el sendero empezó a reducirse, hasta convertirse en un pasadizo lleno de maleza y grandes árboles, donde el Ford traqueteaba rozado por la vegetación. Cruzamos bosques y ríos, y en un momento dado empezamos a ascender.
—Aquí más adelante tenemos que repartí la carga.
—¿Cómo así?
—Vamos muy pesaos. Ahí se para siempre un camión que uno le paga y ayuda a subí una loma que viene más alante. Si subimos así como vamos, es peligroso.
Pero llegamos al punto y no había nada. Solo un anciano y otro tipo que fumaban callados en medio de la oscuridad.
—Oiga, primo, ¿y el carro que sube carga?
—Ese no vino hoy. Ta por allá abajo haciendo un mandao.
—Ah, carajo.
—¿Cuánto lleva? ¿Muy pesao?
—24.
—Ah, así no sube. Mejor deje la mitá aquí. Sube, deja la otra parte allá arriba y viene a buscá esta. Así va seguro. Cargao es mucho riesgo.
El Flaco se lo pensó unos segundos y decidió:
—Yo subo solo, por si acaso. Ustedes se van a pie.
Y arrancó dejando una espesa nube de polvo. El ayudante echó a correr cuesta arriba, y en pocos minutos me quedé solo. Grité y silbé varias veces, pero nadie respondió. Arriba, por el camino serpenteante, solo se veían las luces del camión que se alejaba en la oscuridad de la montaña. El ruido del motor se desvaneció cuando cruzó la última curva, y el silencio, apenas roto por la brisa, se adueñó de todo.
Costaba distinguir el camino en aquella noche sin luna. A un lado estaba el cerro; al otro, el abismo. Por seguridad me mantuve del lado derecho, tropezando a cada rato con los desniveles del camino. Jadeaba y sudaba a chorros, aunque la noche era fresca. Lo que sentía era angustia y físico miedo. ¿Cuánto tardaría en llegar a la cima? ¿Estarían esperando? Cada tanto me detenía a descansar y miraba hacia arriba: un espectáculo abrumador de estrellas se amontonaba en el cielo; las copas de los árboles describían una danza majestuosa. Daban ganas de quedarse a esperar la luz del día, pero tenía que salir de allí. Así que caminé, y al cabo de una hora por fin llegué a lo alto del cerro. Con el viejo Ford estacionado, el Flaco y su ayudante esperaban impacientes.
—¡Vámonos, de una!
Dimos toda esa vuelta, de casi cinco horas, solo para evitar un retén policial que ni siquiera era seguro. Pero ante el riesgo de perder la carga, cualquier travesía es preferible. La ruta nos devolvió a la carretera y paramos cerca de la medianoche a descansar en el patio de un taller, donde nos encontramos con otros compañeros de viaje. Allí, parapetados en la cabina del Ford, incómodos y extenuados, dormimos por primera vez en 20 horas de viaje.
Pacho y su cuñado Ramón comparten un patio en San Diego, un pueblo ubicado a solo cinco kilómetros de La Paz. Allí la historia es otra: aunque está muy cerca del emporio gasolinero, San Diego no se ha contagiado por el gusanillo de la fortuna súbita. Hay algo en el espíritu de sus habitantes —alergia al riesgo, aprecio genuino por el sosiego— que los vuelve reacios al azar. Pacho y Ramón son los únicos que venden combustible. Sus casas dan a un patio común, y allí, detrás de un portón alto y sólido, se ve el desorden del negocio: un tanque de 1000 litros, decenas de pimpinas, mangueras, una bomba, dos carros con tanques secretos y una camioneta.
Aquella mañana, antes de salir de La Paz, estaban afanados: Ramón preparaba un embarque de diésel que llevaría a Cuatro Vientos, un caserío ubicado a tres horas hacia el sur, viajando por una trocha casi intransitable (allí se venden entre 30 y 40 carrotanques semanales de combustible para tráfico pesado). Cuanto más se aleja el combustible de la frontera, más caro y rentable se vuelve.
Mientras Ramón llenaba el tanque de su sedán, Pacho descargaba el suyo con método, muy limpio, casi siempre en silencio. Había inclinado el carro para facilitar la tarea, y llenó varias pimpinas de gasolina ayudándose con la gravedad y chupando a cada rato la punta de una manguera. Pacho ha trabajado siempre en el negocio del transporte público:
—Pero eso ya no da, primo. Los piratas perratearon el negocio y ya uno estaba trabajando por 10.000 pesos diarios. ¿Quién vive con eso? La idea mía es ahorrá y comprá un taxi, y salime de esto, primo. Esto es muy peligroso, vive uno con la muerte en la espalda: 200 litros de gasolina en un carro. Una bomba.Contrabando de gasolina bachaqueo-bachaqueros1

Pero salirse no es fácil. El problema de Pacho y Rafa es el mismo de tantos otros: ni siquiera terminaron el bachillerato. Esta zona, ahora dominada por las multinacionales del carbón, solo ofrece oportunidades a unos pocos, y hay que estar preparado. El contrabando es la tabla que ha salvado a muchos del naufragio. La Paz es solo un caso, el prototipo que refleja la situación de muchos pueblos del Caribe colombiano: allí hay un 80 % de desempleo, y tres cuartos de la población vive de la gasolina. El 58 % de los hombres que se dedican al contrabando no tienen formación para aspirar a un trabajo bien remunerado.
Pacho suspende un momento la carga de su carro para vender un poco de gasolina a un cliente que acaba de llegar. Pacho recibe el billete y llena el carro con una pimpina. En la última maniobra derrama un poco de líquido y reacciona doblando la manguera. Parece que en ese momento, cuando mira la mancha de gasolina en el suelo, surge la reflexión:
—Este negocio no se acaba nunca, primo. En Venezuela esto es agua, y acá es oro.
A las dos de la mañana nos despertó el ruido de una caravana. Más de 20 camiones pasaban cargados por la carretera, uno tras otro, como un tren decidido y sin obstáculos. El Flaco prendió el Ford y nos fuimos.
Tuvimos que volar para alcanzar al último de la caravana, pero era un viaje que debíamos aprovechar: cuando los contrabandistas se juntan, es más difícil detenerlos, y también es más fácil negociar. En la caravana iban dos carrotanques y varios camiones que le pertenecían a un “duro”: algún capitalista con músculo para sobornar a la autoridad donde fuera necesario. Los demás íbamos colados. Así pasamos por varios pueblos, mientras la mosca, una Toyota blanca, iba en la punta arreglando con la policía. Cada vez que llegábamos a un retén, la mosca se estacionaba junto a la patrulla de turno. El patrón pagaba por sus carros, pero también pagaba por nosotros y por cualquiera que se hubiera adherido. Más adelante el Flaco tendría que responder.
Faltaban unos pocos kilómetros para llegar a La Paz. Pero algo salió mal: la noche anterior habían instalado un puesto móvil de la policía antes de entrar al pueblo. Así pretendían detener la entrada de gasolina que venía bajando desde La Guajira. La mosca desvió y nos metimos a un pueblo llamado La Jagua del Pilar.
Amanecía y muchos vecinos barrían o regaban sus jardines. Miraban la caravana con asombro; jamás habían visto pasar por allí un grupo de contrabandistas. Pero colaboraban: en varias esquinas los viejos del pueblo nos guiaban con señas. Pronto salimos y empezamos a ascender una nueva serranía. La caravana parecía una serpiente ruidosa que reptaba por el costado de la colina. Subíamos y el clima se enfriaba, hasta que nos encontramos en lo alto con un clima templado. Desde allí veíamos toda la llanura del Cesar, la región que íbamos a suplir de combustible en pocas horas.
Cada tanto nos deteníamos a esperar información. Eran recesos breves, no más de cinco minutos, mientras el patrón recibía datos de sus informantes ubicados en la vía. Así nos asegurábamos de encontrar el camino libre. Después bajamos, atravesando dos pueblos de montaña detenidos en el tiempo: casas de barro y caña brava, gente con la inocencia en la mirada. Y por fin, con la cabina cubierta de tierra, después de respirar mucho polvo, llegamos a La Paz, de donde habíamos salido 30 horas antes. La mosca se detuvo y el patrón se acercó.
—Me debéi 200; te pagué tres retenes. En Urumita se querían poné brutos: les iban a echá plomo a ustedes.
—Qué va, eso es puro terrorismo que meten pa que uno pague.
El Flaco restó importancia a la amenaza y convino que pagaría al llegar al parqueadero. Arrancamos y entramos al pueblo. Por todas partes había movimiento de camiones y carrotanques que llegaban a surtir. El Flaco vendería al día siguiente, después de descansar. Sus cuatro millones y medio se habían convertido en nueve. De allí sacarían los gastos del viaje, el pago del ayudante y la ganancia. Con el capital de siempre en dos días, saldría otra vez rumbo a Montelara.
Estacionamos, bajamos del Ford y caminamos rumbo a la calle. Por primera vez en un día y medio, pensé, nos libraríamos del constante olor a gasolina. Pero qué va: cuando avanzamos por el parqueadero, nuestros pies se hundían en el suelo húmedo. Allí, otra vez, la tierra se había vuelto oscura de tanto chupar combustible.

martes, 4 de febrero de 2014

Historia de un muerto


Marcelo Colussi

Fue por la avenida Ayacucho. Eran alrededor de las seis de la tarde, la hora en que sale todo el mundo de sus trabajos. La calle era un río torrentoso de gente por lo que, en un primer momento, nadie se dio cuenta que había sido él. Se escuchó el disparo -luego se supo que era un policía privado repeliendo un atraco en una agencia de seguros- pero nadie pudo precisar más detalles. La bala perdida le dio en la cabeza.

En un momento la ambulancia ya estaba recogiéndolo. Los curiosos agolpados en torno al cuerpo ensangrentado molestaron un poco a los paramédicos aunque, muy profesionales, en cuestión de segundos lograron cargarlo. Inmediatamente, a las pocas cuadras de comenzar el recorrido, lo dijeron sin temor a equivocarse: estaba muerto. El balazo le había destrozado el cerebro. Ya no valía la pena seguir con la sirena activada.

Al día siguiente lo estaban recogiendo en la morgue municipal. Viendo que no regresaba a su casa a la hora habitual -era sumamente puntual, rutinario- la familia se inquietó y comenzó las averiguaciones del caso. En poco tiempo pudieron localizarlo. La esposa y el hijo mayor -doce años- fueron a retirar el cuerpo. La hija menor esperó con unos familiares mientras se cumplían todos los trámites.

Julián se alegró mucho cuando reconoció las voces de su mujer y de su hijo. Quería hablarles, quería decirles todo lo que los quería… pero no le salía una palabra. Viendo que no lograba comunicarse así, trató de moverse… pero el cuerpo no le respondía. No entendía qué pasaba. Recién ahora comenzaba a salir del aturdimiento y se había sorprendido -y asustado- al verse en el medio de todos esos cadáveres. Sentía un poco de frío en esa cámara congelada. No entendía bien qué había pasado. Recordaba vagamente la calle llena de gente por donde caminaba y, de pronto, un dolor en la cabeza. Después: más nada. Y esta cámara fría de ahora…

Cuando lo preparaban para su velorio sintió una gran impotencia y mucha ira. Quería decirles que no lo hicieran, que lo dejaran levantarse y salir. Quería agitar los brazos, gritar, mover las piernas… Pero no podía. Le pareció, en un momento, que podía levantar una ceja. Se puso contento cuando creyó notar que eso le era posible. Aunque evidentemente no lo era, pues nadie respondía a su gesto. Contra su pesar tuvo que aceptar sombrío la situación: estaba muerto.

Pero ¿cómo era posible? Si él no había hecho nunca mal a nadie, si todavía se sentía una persona muy joven -tenía 38 años-, si jamás había dado que hablar con conductas reprobables…. Si era casi un modelo de perfección como padre, como empleado, como hijo, como ciudadano (bueno, recordó que una vez se había atrasado dos meses en el pago de la tarjeta de crédito, ¡pero luego se puso al día, por supuesto!)… si todo eso era así: ¿cómo esta injusticia ahora? ¿Por qué morirse por culpa de una bala perdida con la que nada tenía que ver?

Quiso enterarse de más detalles, por lo que aguzó el oído cuando alguien -parece que era su primo, el gordo, ese con el que iba a pescar cuando adolescente- contaba los pormenores de su muerte. No había muchas vueltas que darle al asunto: una bala perdida le había destrozado la cabeza y estaba muerto, bien muerto. Mañana iba a ser el entierro.

Recordó eso que había visto en la televisión vez pasada, ese estado raro, medio anormal por el que una persona parece muerta pero no lo está. No tenía presente el nombre, y tampoco podía preguntarlo a nadie. O, por más que intentara hacerlo, nadie le respondía. Le venía en mente la palabra "cataplasma", aunque sabía que no era esa. "Cata… cata… ¡cataclismo!", se dijo emocionado. Pero no era así. Además de la angustia de la situación, se le sumaba ahora la que le producía no poder recordar la palabra. De todos modos, enseguida dejó eso. No importaba el nombre. Debía ser esa cosa de nombre raro, ese estado extraño, pensó, sin importar cómo se llamara. Y según había visto en la televisión, la gente que sufría ese estado, después de un rato, unas horas, despertaba. "Y… ¿si lo enterraban vivo?", se preguntó consternado.

Al velorio llegó una regular cantidad de gente. Pocos lo lloraron con convicción: su esposa, sus dos hijos, sus tres hermanos. La mayoría repetía las consabidas frases de ocasión, las mismas que él decía cuando iba a otros velorios. Lo que no podía entender es cómo era eso de sentirse vivo sabiendo que estaba muerto. Aunque, "¡no, no estaba muerto!", se decía para sí. "Si tengo plena conciencia de todo lo que está pasando… ¿O así será estar muerto?"

Pensó con honda consternación que si eso era estar muerto… era horrible. No podía decir ahora: "entonces: mejor muerto", porque efectivamente, estaba muerto. Se había imaginado la muerte de otra manera. No era un tema que le preocupara especialmente éste, pero tenía otra idea del asunto. Las pocas veces que le dedicaba algún tiempo a pensar esto, esperaba que la muerte lo encontrara en una cama, sin sufrimientos, descansando. Era, según creía, un sueño largo del que uno ya no despierta más. ¡Pero nunca hubiera imaginado que podía sobrevenirle en plena calle y en un horario pico, rodeado de gente desconocida, entre los gritos de la muchedumbre y el ruido del tráfico! No, no era eso lo que deseaba…

"Pero, claro… las cosas no son siempre como uno las desea", reflexionaba con amargura. "¿Y qué pasará luego, cuando cierren la tapa del ataúd?". Eso lo tenía desesperado. "¿La noche eterna?... Pero, si yo puedo pensar aún… ¿qué voy a hacer todo el tiempo aquí, encerrado, con las manos cruzadas sobre el pecho sin poder moverme pero pensando y sintiendo todo?... ¡Es un espanto!"

Recordaba haber visto que la gente que sufría de esos raros estados que ahora no podía recordar cómo se llamaban -"cata…. cata…. ¡catapulta!... No, no era catapulta… ¿Pero cómo era?"-, bueno, recordaba que a veces, inmóviles como estaban en su féretro, antes que los enterraran daban a entender que seguían vivos… llorando. Así vio una vez en una documental por televisión.

Decidió llorar entonces. Pero no podía. Primero, no le salían lágrimas. Y, además, no tenía ningún motivo que lo hiciera sentirse con ganas de llorar. Lo que le estaba sucediendo más bien le producía terror. Pero no tristeza.

Intentó serenarse y pensar en cosas tristes de su vida, a ver si de esa manera lograba llorar. Pensó en la muerte de sus padres. Esos habían sido momentos feos; recordaba que en ambos casos había llorado. No mucho, pero sí lo suficiente para que nadie dijera que no quería a sus progenitores. Con su madre lloró un poco más; la quería mucho, sin dudas. Pero ahora, al evocar aquel momento, no le venían las lágrimas. Pensó en otras circunstancias tristes….pero nada: las lágrimas no venían.

Cuando comenzó a escuchar las palabras del cura diciendo el responso, se desesperó. "¡¿Pero cómo nadie se da cuenta que no estoy muerto?!... ¿O así es estar muerto?" Julián no sabía cuál de las dos cosas lo trastornaba más. Pensó que sería terrible pasar toda su vida así, en un cajón… bueno, hasta le resultaba cómico descubrirse pensando eso. Si era un difunto, lo que le tocaba de ahora en más no era "seguir pasando la vida". Era ¡hacer de muerto!

Pero nunca se imaginó que los muertos pensaban, sentían, podían tener todas las sensaciones que él ahora experimentaba.

"La vida será una porquería… pero es más lindo que estar muerto", se dijo con aflicción. "¿Qué hacer entonces? ¿Resignarse?"

La tapa fue colocada entre el llanto de los más allegados. Al menos antes Julián podía ver y escuchar a la gente; ahora no. Eso le llamó poderosamente la atención: si tenía los ojos cerrados, ¿cómo era posible que viera a los asistentes a su velorio? Porque de ello no le quedaban dudas: ¡estaba viendo a las personas! Ahí estaba su hijita Viviana, de ocho años, con el vestido azul que le habían comprado hacía no más de un mes. Y su hijo Omar, con muchos granitos en la cara -cosa que al jovencito lo tenía sumamente preocupado y sobre lo cual Julián le hablaba siempre diciéndole que eso ya le iba a pasar, que no era nada grave-. Ahí lo podía ver perfectamente, no era una alucinación. Cada vez entendía menos la situación.

Ahora, cerrado ya el féretro, no podía ver nada; e incluso escuchaba con mucha dificultad. Lo incomodaron los barquinazos cuando el ataúd era trasladado. "¡Esto no es vida!", se permitió bromear. Tuvo, por otro lado, la sensación que sonreía por la humorada. Pero no podía compartir el chiste con nadie, lo cual lo afligió. "¿Le crecería la barba ahora?", siguió cavilando. Algo inexplicable lo forzaba a reírse de la situación. No podía ser cierto todo eso que estaba atravesando. "¿Cómo voy a estar muerto si estoy pensando estas cosas? Los muertos no piensan, ¿verdad? No, no…no estoy muerto. Esto es todo un chiste que me están haciendo".

Las paladas de tierra que iban tapando el cajón lo convencieron que allí no se trataba de ningún chiste. Por otro lado, si fuera un chiste…no entendía cómo podría ser posible. ¿Quién iba a estar haciéndole un chiste de esa naturaleza?

Muy a lo lejos escuchó los últimos llantos de sus familiares directos. Escuchó la voz de su hija que lo llamaba desconsoladamente. Y eso lo paralizó. Nunca en su vida había sentido tantas ganas de gritar. Ahora lo intentaba con desesperación, pero la voz no salía. "¡Aquí estoy, Vivianita del alma! Hija mía: no estoy muerto, no. Hay un error. Diles a todos que me saquen. ¡No estoy muerto!" Sintió que todos iban retirándose. Le pareció escuchar, incluso, muy a lo lejos, motores de automóviles que se ponían en marcha y se alejaban.

"¿Y qué hacer ahora?"

La sensación que tuvo fue horrible, espantosa. Si lo que le estaba pasando era un ataque de esa enfermedad -"¡catalepsia!", por fin la recordó- ¿cuándo despertaría? Y cuando despertara, ¿qué haría? ¿Cómo salir de ahí?

Perdió la noción del tiempo. No podría decir cuánto pasó encerrado en el cajón, y mucho menos de qué manera había sucedido, lo cierto es que en algún momento se encontró en un lugar conocido. No lo podía creer, no era posible. Enseguida reconoció el sitio: ¡estaba en su barrio!

No le importó mucho saber los por qué. Lo primero -¡y único!- que pensó fue en cómo llegar a su casa. No estaba nada lejos, sólo un par de calles. Encontró todo igual, y sin pensarlo dos veces, caminó apresuradamente. En realidad, no era caminar; era una carrera atropellada, aparatosa. Pero algo sentía que estaba mal: sus pasos no hacían ruido. Se detuvo un momento en su alocada marcha y miró sus pies. Llevaba puestos los mismos zapatos que aquel día en que había recibido el balazo fatal.

No entendía bien qué sucedía. ¿Por qué no hacía ruido? ¿Qué estaba pasando? Luego de un pequeño instante de cavilación, siguió su loca carrera. A los pocos metros se encontró con un vecino conocido de años, don Ricardo, que venía caminando. Quiso ver cuál era la reacción de este buen hombre, anciano ya, a quien había visto en su funeral. Pensó también que el pobre se podría morir de un paro cardíaco al verlo vivo nuevamente, pero después de todo no era tan fea la muerte, porque él ya la había conocido, y en realidad, más allá de la soledad, no se sufría tanto.

Se acercó hasta el buen hombre y lo saludó efusivo. "¡Hola, don Ricardo! ¿Se acuerda de mí todavía?" El interpelado siguió su marcha cansina sin prestarle la más mínima atención. "¡Eh, don Ricardo. Soy Julián, su vecino. ¿No se acuerda? ¡El que se murió de una bala perdida en la cabeza!". Don Ricardo continuó inmutable. Le pareció verlo más avejentado. ¿Cuánto tiempo habría transcurrido desde su muerte? El envejecimiento del vecino lo asustó. "¿Habrán sido varios años?"

Siguió su marcha. Le quedaba como argumento pensar que don Ricardo, muy avejentado, estaba ya muy sordo, deteriorado por la edad, con demencia senil quizá, y por eso no lo reconocía. De todos modos ahora no continuó corriendo. Iba caminando con tranquilidad observando atentamente cada detalle del sector. Era una sensación grata. No recordaba haber caminado por su barrio anteriormente de esa manera, disfrutando cada cosa, cada esquina, cada casa que veía, cada árbol. El corazón le palpitaba, lo cual lo hizo sentir vivo, bien vivo. Había llegado frente a la puerta de su casa.

Se detuvo un momento. Había muchos detalles cambiados. Eso le hizo suponer que había pasado ya un tiempo considerable desde su entierro. El frente de la casa tenía otro color ahora, y las cortinas de la cocina que alcanzaba a ver era nuevas.

Así estuvo por espacio de unos minutos, pensando qué iba a decirle a su familia. ¿Lo reconocerían? ¿Se morirían de miedo al verlo nuevamente? ¿Cómo reaccionarían?

Además de preocupado, estaba contento. Muy contento, rebosante de alegría. ¡Estaba volviendo a su casa! ¡Ya no estaba muerto! ¡Ahora sí se iba a terminar el equívoco! Aunque todos los cambios que veía le hicieron pensar en un mal presagio. "¿Cuánto tiempo habrá pasado? ¿Y si ya no me recuerdan?"

De pronto vio salir a su esposa. Bueno… su ex esposa. "¿Cómo tendría que decirle: esposa o ex esposa?" Poco importaba eso. Lo cierto que ahí estaba Marta, bonita como siempre.

Pero su sorpresa fue mayúscula. Casi muere de la impresión -por decirlo de alguna manera- cuando vio que ella estaba embarazada. "¿Será mío?" Inmediatamente recordó que antes de recibir el balazo en la cabeza aquella tarde, Marta nunca le había hablado de un nuevo embarazo. O podría ser que no se lo había querido contar aún y le iba a dar una sorpresa…. Claro, eso tenía que ser. ¡Una sorpresa! Le iba a dar una sorpresa y la muerte lo sorprendió antes… Eso era. "¿O sería de otro?..."

Julián quedó sin palabras. Vio cómo ella salía lentamente de la casa, algo más avejentada, y caminaba con la misma parsimonia de siempre. La miró alejarse. Quería decirle algo pero no podía. Además, ella había pasado a no más de dos metros de donde él estaba parado y no le había dirigido la palabra. ¿Sería posible que no lo hubiera visto? ¡No, no, eso es imposible! "¿No me habrá querido saludar? Pero… ¿por qué?"

Cuando Marta se alejaba, Julián la llamó. Sintió que pronunciaba su nombre claramente, pero no escuchó su propia voz. ¿Cómo era posible eso? Insistió. Gritó. Gritó con todas sus fuerzas. Pero nada… No se escuchaban sus gritos. Justo en ese momento pasaba por la acera una vecina de años: doña Leonor (también recordaba que había estado en su funeral). En forma precipitada, aún sabiendo que la pobre mujer podría no entender nada, sorprenderse de verlo de nuevo ahí parado frente a la puerta de su casa, aún a riesgo de todo eso decidió hacerla participar en la escena. Acaloradamente, casi gritando, se dirigió a la mujer: "¡¡Doña Leonor, no se asuste: soy yo, Julián!! Ya le voy a explicar cómo es posible todo esto, pero ahora, por favor, por diosito lindo, ¡¡llámela a Marta!! Por favor, doña Leonor: dígale que volví".

Pero doña Leonor siguió caminando ajena a todo.

"¡Doña Leonor! ¿No me escucha? ¿No me ve, doña Leonor? Soy yo, ¡Julián!"

La mujer siguió su camino imperturbable y dobló la esquina.

A Julián lo ganó la desazón, la desesperanza. No entendía lo que estaba sucediendo. "Pero, ¿estoy o muerto o no? ¿Esto es estar muerto? O sea que uno puede hablar, pensar, sentir, ver y escuchar a los demás… pero nadie puede verlo ni escucharlo a uno. ¡Qué cosa tan rara esto de estar muerto! Yo pensaba que era distinto: que uno se quedaba dormido para siempre, ya no sentía nada…"

Estaba atormentado con todas sus cavilaciones. En realidad no sabía bien qué hacer, si valía la pena seguir insistiendo con los vivos, llamarlos, intentar presentarse ante ellos.

Empezaba ya a resignarse a que su actual existencia era eso: un estar sin estar, cuando de pronto le pareció ver venir a su hija Viviana. Estaba irreconocible: era ya una muchachita y no la niña que él había dejado cuando murió. "¡Cómo nos cambia la vida!... Bueno, pero más aún la muerte, ¿no?", reflexionaba con amargura.

Viviana no venía sola; iba con su tío, el hermano menor de Julián. A una prudente distancia él los observaba. No se decidía aún a presentarse ante ellos a ver qué pasaba esta vez, cuando por la misma acera, pero en sentido contrario, venía caminando Marta. Seguramente había ido de compras. Traía un par de bolsas repletas con productos del mercado, ante lo cual el hermano menor de Julián, Luis -"Luisito, para todos… ¡cuántos recuerdos!..."- solícito salió hacia ella. Se saludaron con un beso en la boca, beso que no podía ser de cuñados.

Julián quedó estupefacto. No lo podía procesar. "¿Eran pareja entonces? Pero, ¿ese embarazo?... ¿Será de Luisito?" Por varios minutos quedó atontado. En ese instante tanto Marta como Luis y Viviana entraron en la casa. Julián quedó en la puerta, parado, trastabillando por la emoción de lo visto.

Un momento después vio llegar a su hijo, Omar, todo un muchachón ya. Venía en bicicleta. La incipiente barba se le dibujaba en el rostro serio, ya sin granitos. Sin pensarlo dos veces Julián corrió hacia él y lo tomó de un brazo mientras le gritaba desesperadamente: "¡Hijo, hijito mío! ¡Soy yo: tu padre! ¿No me escuchas?" Omar sintió algo en el brazo, y con un rápido movimiento de su mano izquierda pareció espantar algún insecto. Eso fue todo. No contestó a los gritos de su padre. No vio nada, no sintió más nada en el brazo. Tomó la bicicleta y entró en la casa.

Desconsolado, Julián ni siquiera quiso llamar a la puerta. ¿Para qué? Así permaneció un buen rato. Lo desesperaba, además de todo lo que acaba de ver, pensar en su futuro. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Dónde dirigirse? No existía, nadie lo reconocía… ¿Volver al cajón? Pero… ¿cómo? Ni siquiera sabía cómo había salido de ahí, cómo había llegado hasta su viejo barrio.

Con una congoja que lo hacía sentir que se moría -bueno, es una forma de decir-, sin saber por qué, optó por tocar el timbre de la que había sido su casa. Un instante después salió a la puerta su hermano Luis. Julián no cabía en sí de la alegría. Corrió hacia él, lo abrazó, quiso besarlo, todo envuelto en expresiones de alegría. "¡Luisito, Luisito querido! ¡Al final me escuchan. Hace una hora que estoy llamándolos, gritándoles, y nadie me contesta. ¡Volví, Luis! ¡Volví!" Pero Luis lo único que dijo, contestando a Marta que desde dentro de la casa le pregunta quién tocaba, fue, no sin cierto desagrado: "nadie".

Julián no salía de su asombro. Pero… si habían escuchado el timbre, ¿cómo era posible? Insistió. Ahora tocó con más vehemencia, varias veces seguidas. Luis salió con cara de pocos amigos, miró hacia todos lados, y no viendo a nadie, malhumorado cerró dando un portazo.

"¿No existo entonces? ¿Y el timbre?... ¿Cómo es posible?"

Nadie sabe con exactitud cómo fue tejiéndose el mito popular. Hoy, incluso, hay varios estudios antropológicos sobre el asunto. La habladuría repite siempre lo mismo: que a cualquier hora, cualquier día de la semana, también por las noches, tocan desaforadamente el timbre de cualquier casa, y nunca hay nadie cuando los moradores salen a contestar. Hubo quienes se tomaron la molestia de dejar cámaras de video filmando por un buen tiempo, y hasta desde la universidad vinieron a hacer esa investigación. Pero quedó claro que no son travesuras infantiles. De hecho, a todos los niños del vecindario se les tiene terminantemente prohibido tocar los timbres. Cuenta la historia que Viviana, la solterona loca del barrio, una vez tuvo una sorpresa tan grande cuando abrió la puerta a la que habían llamado que prácticamente nunca más quiso salir de su casa, y ahí envejeció, solitaria, casi sin volver a hablar nunca más con nadie. Y si escucha tocar el timbre, entra en pánico.
Fuerza Histórica Latinoaméricana.

Fuerza Histórica Latinoamericana

Saludos y bienvenida:

Trovas del Trovador


Si se calla el cantor, calla la vida...inspirate,instruyete,organizate,lucha,rebelate.



Saludos y bienvenida:


Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.

Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.

Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...

A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.

Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...

Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?

Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.

No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.

Fraternalmente, Trovador


UN DÍA COMO HOY, 12 de febrero de 1973, los principales periódicos de El Salvador difundieron fotos de la muerte de los compañeros José Dima...