Saludos y bienvenida: Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida... Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos. Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos. Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más... A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado. Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia... Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos? Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista. No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente. Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo. Fraternalmente, Trovador

martes, 18 de noviembre de 2014

Fin al narcoestado






Arsinoé Orihuela

 En las redes sociales circula una verdad que sólo algunos incautos se atreverían a objetar: a saber, que “la llama de la insurgencia está encendida”. Esta enunciación tiene básicamente dos implicaciones: una, que el país mudó de ánimo, que transitó de la indiferencia a la indignación; y dos, que la llama es sólo eso: una luz momentánea. La primera da cuenta de un estado de humor nacional, precedido por una larga secuencia de atropellos sin reparación, y un sentido de justicia sistemáticamente agraviado. (En cualquier rincón del país se puede escuchar un sonoro ¡ya me cansé!). La segunda indica el carácter volátil y transitorio de ese ánimo. De esta ecuación se desprende una consigna, que coincidentemente circula con el mismo eco en la redes: ¡desobediencia civil ya! En algo está de acuerdo la mayoría de la población en México, y es justamente en la necesidad de actuar, y preferentemente sin demoras. El sentido de urgencia no es en ningún modo una conjura contra la necesidad de reflexión metódica: es tan sólo el imperativo temporal que nos impone la magnitud de la crisis. Es preciso pensar y actuar. Y pensar y actuar ya. Un día en el presente nacional equivale a decenas de muertos a manos del crimen, la guerra y el Estado.

Y puede ser que la muerte no tenga remedio; que no exista una figura de reparación mínimamente compensatoria para ese daño. Esta es una idea que seguramente a todos nos asalta con cierta frecuencia. Con más razón las muertes no pueden ser en vano. La magnitud del agravio debe traer consigo un desagravio de magnitudes mayúsculas. En México ni siquiera es meritorio de la verdad jurídica: acá la muerte encierra una triple injusticia: la de la criminalización, la de la humillación y la del olvido. La muerte impune y la impunidad letal son las divisas dominantes del narcoestado mexicano.


Frenar el estado de horror es la primera tarea


Precisamente el pensamiento y la acción deben abocarse a este primer objetivo. Los crímenes contra los normalistas en Guerrero arrojaron luz sobre un hecho que ahora es incontrovertible: la delincuencia organizada es el Estado, y el narco es el jefe supremo de ese Estado. Aún con toda la parafernalia pericial y mediática, las familias de los 43 estudiantes desaparecidos mantienen firme su tesis: “Se los llevó la autoridad municipal; en complicidad con otra gente, pero se los llevó la policía en unas patrullas, se los llevó la autoridad… Pueden haber mil líneas de investigación pues ya sabemos que en Guerrero te ejecutan, te desaparecen, te asesinan, te encarcelan, te reprimen y no pasa nada. Eso ya lo conocemos nosotros. Pero no queremos que se desvíe la investigación de que los policías se los llevaron, y el Estado tiene que responder por eso. Fue su crimen” (Proceso 25-X-2014).

El Ejército Popular Revolucionario (EPR) refuerza esta hipótesis: “Los misteriosos civiles [a los que presuntamente fueron entregados los estudiantes]… son militares en misión contrainsurgente de paramilitarismo”. Otra vez la imputación del crimen es atribuida a la autoridad.

En este sentido, la inferencia es prácticamente una obviedad: la autoridad es responsable de este episodio de horror.

Pero si nos remitimos a los hechos, y a la intuición práctica, descubrimos que esta ocasión de crimen barbárico no es un incidente aislado. En toda la geografía nacional se presentan situaciones análogas. Y los señalamientos de la población con frecuencia apuntan a la autoridad: efectivos militares, policías, paramilicias al servicio de un poder público o privado, etc.

El Estado no sólo no es garante de los derechos humanos, sociales o civiles: el Estado es el principal transgresor de estos derechos. La suspensión de garantías individuales y colectivas es el oficio no declarado de ese Estado.

Frenar el estado de horror forzosamente implica tomar el asunto de la reparación o procuración de justicia en manos de la población civil. No le podemos seguir pidiendo al verdugo que repare sus crímenes. Decretar el divorcio radical de la sociedad y el Estado es un paso firme en esa dirección.

El Estado –se sostuvo en otra ocasión– “es el responsable de los crímenes en Guerrero por dos razones: uno, porque involucra directamente a personal estatal en los actos represivos-delictivos; y dos, porque el Estado es el facilitador de las empresas criminales, suministrando, a través de las políticas que impulsa, la trama legal e institucional que permite el libre albedrío de los negocios privados, aún allí donde tales intereses particulares entrañan altos contenidos de criminalidad, horror e ilegalidad”

La pregunta, en todo caso, es cómo denunciar e imputar penas categóricas al Estado.


Desmontar el narcoestado es la segunda tarea

El renglón jurídico de la lucha o insurgencia es sólo un acercamiento germinal. La insurgencia debe ocuparse de una tarea todavía más compleja: a saber, desmontar el conjunto de relaciones e intereses objetivos que priman en la vida pública nacional. El desmantelamiento del narcoestado es el objeto fundamental de esta segunda tarea.

¿Qué es un narcoestado?

“Un narcoestado es uno donde la institución dominante es la empresa criminal. Los funcionarios de ese Estado están todos coludidos con el narco, pero no por una cuestión de corruptelas personales o grupales, sino sencillamente porque el narco es el patrón de ese Estado. La narcopolítica es la cría de los negocios criminales, creada por y para la empresa criminal. Y con los narcofuncionarios, los patrones –la empresa criminal– ganan mucho más. En este sentido, la impotencia o negligencia de las instituciones para perseguir a los delincuentes es la ley natural de un narcoestado. El Estado es el brazo legalmente armado de la empresa criminal...” (La Jornada Veracruz 17-X-2014).

El narcoestado es el modo de organización de los intereses dominantes, y por consiguiente, el facilitador de los crímenes de lesa humanidad que estrangulan al país.

El narcoestado se basa en el control de la seguridad y la política, a través del sicariato generalizado, la confiscación de presupuestos estatales y municipales, el financiamiento de campañas electorales, y la infiltración de los negocios criminales al interior de las corporaciones militares y policiacas.

Esta penetración o ensamblaje criminal se traduce en una disminución de gubernamentalidad de las instituciones formales. El poder del Estado termina allí donde comienza la vida de la empresa criminal.

En este sentido, desmontar el narcoestado involucra por lo menos tres programas de acción: uno, recuperar el control de la seguridad, que es el objetivo de las policías comunitarias y las autodefensas; dos, congelar los procedimientos políticos de representación (boicot electoral), que es la propuesta de Javier Sicilia; y tres, habilitar canales alternativos de gestión de los caudales presupuestarios públicos.

La “llama de la insurgencia” no debe desviarse de esta coordenada fundamental: ¡fin al narcoestado!

En 1982 “Genaro”, seudónimo del mexicano Héctor Ibarra Chávez, llegó a El Salvador donde se integró a la clandestina Radio Venceremos, como técnico en comunicaciones, entre otras labores de solidaridad. Desde adolescente, participó desde el movimiento estudiantil del 68, fue minero y dirigente sindical. Finalizada la guerra en 1992, regresó a México y estudió antropología e historia. Escribe y publica libros sobre investigaciones diversas, entre las cuales incluye sus experiencias personales.

 

 

Días de guerra: recuerdos de un reportero en la ofensiva de 1989


Alberto Barrera

Alberto Barrera narra el drama humano y las peripecias laborales que implicó sobrellevar la ofensiva guerrillera del FMLN hace 25 años

Ese sábado 11 noviembre de hace 25 años, pese a un fugaz ataque guerrillero al cuartel de la Guardia Nacional en la colonia Atlacatl, todo parecía tanquilo en la capital salvadoreña y aunque el comandante Leonel González nos había advertido a dos periodistas que nos cuidáramos pues el Fmln arreciaría sus ataques militares, con la familia decidimos visitar a una tía en Mejicanos.

El jefe guerrillero era el actual presidente Salvador Sánchez Cerén y nos habló junto a Fermán Cienfuegos (Eduardo Sancho) -entonces también miembro de la Comandancia General del frente izquierdista-, del incremento de sus acometidas contra el ejército en San Salvador y otras ciudades importantes para fortalecerse en el diálogo que habían iniciado con el gobierno de Alfredo Cristiani, pero que no avanzaban en la solución del conflicto.

A ambos les entrevistamos en Managua con Any Cabrera, quien representaba a la agencia de noticias estadounidense The Associated Press (AP) y yo laboraba para la agencia británica Reuters. Eso fue dos días antes de la mayor ofensiva militar de la guerrilla. No entendí el significado de “cuídense” expresado por el curtido jefe rebelde, un ex maestro de escuela rural.

Como la acción contra el cuartel de la ya desaparecida Guardia Nacional, uno de los cuerpos de seguridad más represivos en la historia de El Salvador no paso a más, decidí que esa noche sabatina fuéramos visitar a la tía Maura, quien residía cerca de la colonia Montreal, al norte de la populosa ciudad y que se ha vuelto peligrosa hoy por la presencia de pandillas violentas.

Después de un rato divertido con la tía, escuchamos a lo lejos unas explosiones y decidí que saliéramos del área, pero al transitar sobre la 5a Calle Poniente, unos 50 metros al norte del local de la paramilitar Defensa Civil que estaba frente a la iglesia El Calvario, los balazos y explosiones aumentaron. Los guerrilleros estaban cerca sus siluetas las divisé a lo mejos y apenas alcancé decirles a mi esposa y nuestros hijos de 12, 10 y 9 años, que se agacharan, quienes sorprendidos por la orden no entendían la situación peligrosa.

Aumenté la velocidad del microbús Toyota Lite Ace, para entonces las explosiones y tiroteos se escuchaban por toda la ciudad, parecían los festejos de noche buena y fin de año. Era el inicio de la ofensiva “Hasta el tope” del Fmln y de la cual la inteligencia del ejército tenía información, pero no actuó para abortarla quizá por negligencia. La Guerra había llegado a la capital, sus alrededores y otros centros urbanos.

Unos cientos de metros después y ante la cercanía de los balazos si seguíamos en el rumbo poniente hacia Ayutuxtepeque, la otra ciudad vecina a Mejicanos, decidimos refugiarnos en casa de otros familiares en la colonia 26 de Enero. Y ahí pasamos la noche, bajo un grueso plafón del que “el viejo Chepe”, marido de la tía Margarita se ufanaba. “Aqui no pasan las balas”, dijo.

Desde esa casa envié mis primeros reportes al corresponsal y colega Richard Jacobsen “Jake”, quien con un poco de congoja demandaba saber más y en el fondo quizá hasta mi presencia en las oficinas de Reuters que por esos días estaba en una casa de la 7a Calle poniente en la lujosa colonia Escalón.

Todos los de la agencia activos esa noche: fotoperiodistas, camarógrafos y reporteros, pero yo estaba atrapado pues para llegar a la oficina debía atravesar la colonia Zacamil que era uno de los focos de los ataques. Cerca se oyeron aviones sobrevolando y luego fuertes explosiones, eran bombas cayendo en casas de civiles entre el límite de las dos ciudades, lo mismo ocurría en Soyapango. Las víctimas inocentes fueron apareciendo y eso me angustiaba, no solo por mi familia.

El temor se notaba en el rostro de todos los guarecidos en “la casa del viejo” que ya sabían lo que ocurría a través de las primeras noticias de colegas en la radio, pero luego fueron calladas por lo que dispusimos sintonizar las emisoras rebeldes Venceremos y Farabundo Martí. El régimen civil que dirigía el rico empresario Alfredo Cristiani imponía la censura.

Esa noche de sábado ocurrió un quiebre de la relativa normalidad en esa época, la guerra llegó a las entrañas de la urbe, principalmente a los capitalinos que la habían visto muy lejos, esa vez la vieron cerca pero los ataques de ordenadas columnas guerrilleras ocurrieron también en San Miguel, Santa Ana, Zacatecoluca, Usulután y Chalatenango.

Los jóvenes estudiantes que recién habían iniciado vacaciones asistían a fiestas, algunas de ellas solo fueron pantalla para que armas y guerrilleros del Fmln llegaran a la ciudad, mientras otros iban al cine a ver películas como Los Cazafantasmas 2, entre otras películas en cartelera.

Y no solo se impuso la censura, muy temprano del domingo el gobierno decretó el Estado de Sitio. Por mi parte aproveché un leve respiro en los combates y con bandera blanca ondeando pasamos primero un retén de “los muchachos” que en ordenación militar, vestidos de verde olivo y portando poderosas armas, le echaron una mirada al vehículo en el que solo íbamos dos adultos y tres niños. La justificación era mi trabajo como periodista, de inmediato asintieron.

A pocos metros apenas dejamos la calle a Ayutuxtepeque y enfilábamos hacia la Zacamil estaban los militares con sus enormes vehículos y varias tanquetas, algunos soldados entre asustados pero pretendiendo poner cara dura nos dejaron pasar sin novedad y por fin, luego de una noche larga llegamos a nuestra casa en la zona de San Antonio Abad al lado de la Escalón. Yo corrí a la oficina.

Eran días de sangre, pues poco más de una semana antes una ponderosa bomba había destruido el local de la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), atrás del mercado ex Cuartel, que produjo la muerte de 10 sindicalistas entre ellos su principal líder Febe Elizabeth Velásquez. La ofensiva sirvió para recordar su valentía en la defensa obrera.

La guerra urbana

El domingo y los siguientes días fueron de contienda armada, la guerrilla había llegado para quedarse en la ciudad y los reporteros a diario estábamos en zonas de guerra. Podíamos ir a Mejicanos, Soyapango u otra ciudad cercana o en los rumbos poniente o sur de la capital y presenciábamos el fragor de los combates, luchas que provocaban sufrimiento civil hasta la pérdida de vidas de queridos colegas que nos impactaban, pues en cada uno de ellos algo moría en nosotros.

Con Marcos Alemán y Alex Renderos, ambos amigos y colegas de AP, vimos en Soyapango varios cadáveres de jóvenes guerrilleros en la colonia Guadalupe, también vivimos cruentos enfrentamientos cerca de Unicentro en donde un soldado disparó a la loca una poderosa ametralladora 50 y estaba a nuestro lado por lo que cada estruendo casi estallaba nuestros oídos.

Con otro grupo de reporteros vimos un día después a un equipo de Univisión atravesando la calle en medio de combates, incluyendo a la productora y amiga María Renee Quezada quien intentaba esconderse detrás de un poste del tendido eléctrico que no alcanzaba a cubrirla completamente y con desesperación le gritábamos que se apartara. Balas trazadoras impactaban en las gruesas paredes del estadio Cuscatlán, que a lo lejos parecía solo un armatoste de cemento, aun no le pintaban de los feos colores actuales.

En otra ocasión incursionamos junto a los amigos Carlos Rajo, hoy analista de Telemundo una de las cadenas hispanas en Estados Unidos y Chris Norton -fallecido no hace mucho por un cáncer-, en los altos de la colonia Escalón y vimos cadáveres de guerrilleros quemados en un barril, una tanqueta destruida y aun humeante y encontramos abandonada una casa que era oficina de propaganda del gobierno. Allí hallé una taza con el nombre de Aníbal Dubón, uno de mis amigos, él y otros de sus compañeros fueron secuestrados por los guerrilleros y nunca se les encontró.

El crimen de los sacerdotes Jesuitas

Uno de los mayores impactos en esa cobertura lo tuve la mañana del jueves 16 de noviembre. Llegué temprano a la oficina, al nomás terminar a las seis de la mañana el toque de queda impuesto, para iniciar la cobertura. Jake me llamó y me dijo “tenés que ir a la UCA, mataron a (Ignacio) Ellacuría y otros sacerdotes…” Sin palabras tomé mi libreta y grabadora y junto a Pat Hamilton, colega fotoperiodista estadounidense partimos hacia el lugar.

En el camino pocas palabras, solo las necesarias. Pat entendía el impacto que el crimen horrendo me había causado y fuimos de los primeros en llegar. No lo podía creer, ante mis ojos estaban inertes cinco sacerdote en el patio que luego convirtieron en jardín de rosas y adentro en uno de los pasillos el de Joaquín López y López. En otra área los de Elba Ramos y su hija adolescente Celina, muy juntas casi abrazadas.

Pat con frialdad por su amplia experiencia hacía su trabajo y yo, también tuve que hacerlo. En minutos había un ejército de los reporteros nacionales y extranjeros que cubrían el suceso. El Padre José María Tojeira, valiente pero con dolor notable, denunciaba la masacre de las 8 personas, cinco españoles y los tres salvadoreños. Después llegó el Arzobispo, Monseñor Arturo Rivera Damas quien lamentó y condenó la matanza.

La Universidad Centroamericana había sido señalada muchas veces como refugio de insurgentes y en una cadena nacional de radio durante los ataques fue marcada junto a religiosos como el mismo arzobispo Rivera Damas. El Secretario de Comunicaciones de Cristiani era el publicista Mauricio Sandoval y responsable de que esas informaciones fueran transmitidas, nunca explicó los señalamientos.

En las primeras declaraciones oficiales, incluyendo las del entonces embajador de Estados Unidos, William Walker, se aludió la posibilidad de que miembros de la guerrilla fueran los asesinos de los sacerdotes.

El presidente Cristiani condenó el crimen y en rueda de prensa se comprometió a buscar justicia y castigo a los culpables. Lo mismo hizo el entonces jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, general René Emilio Ponce. Ambos no hicieron nada por aclarar el crimen.

Después de algún tiempo y por confesiones de un militar estadounidense a un periodista se investigó y determinó por insistentes presiones de miembros del congreso de ese país, que los criminales habían sido miembros del ejército, aunque solo se enjuició al coronel Guillermo Benavides, entonces director de la Escuela Militar, varios oficiales y algunos elementos de tropa quienes fueron los ejecutores y los primeros en ser declarados inocentes, pero nunca se aceptó que la orden habría sido dada por miembros del alto mando del ejército.

Todos fueron liberados, unos durante el juicio y Benavides junto al teniente René Yushi Mendoza con la aplicación de la Ley de Amnistía en 1993.

El general Ponce, 20 años después y poco antes de morir, rechazó las acusaciones de ser uno de los responsables del oprobioso asesinato múltiple. La impunidad persiste pese a la insistencia de que se haga justicia.

El fracaso del Secretario General de la OEA


Debido a que los combates continuaban y la situación general no aminoraba Reuters reforzó con enviados especiales la oficina en San Salvador para una mayor cobertura de los sucesos y en mi caso debido a que no tenía teléfono en casa, aunque vivía a solo unas cuadras, decidió que me alojara con mi familia en el Hotel El Salvador Sheraton (actualmente Crown Plaza).

Y unos tres días después de esa decisión, la madrugada del 21 de noviembre despertamos alarmados pues los combates se oían cerca. Nos bañamos y preparamos para salir si era necesario, pero no fue posible. Los combates eran nutridos y algunos impactos sonaron muy cerca, varios hasta las alturas del lujoso hotel de siete pisos.

El Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Joao Baena Soares y una delegación que encabezaba en busca de ayudar a resolver el conflicto se había alojado en el hotel la noche del lunes 20 de noviembre. Le vimos entrar al restaurante en que cenábamos y Henry Tricks, uno de los enviados intentó entrevistarle, pero se negó.

Los sucesos de esa madrugada alarmaron a todos. Muchos corresponsales nos parapetamos en la torre del ascensor para evitar cualquier incidente. Agachados o sentados en el piso nos veíamos las caras con la familia, Tom Brown, Jake y Pía estaban en el grupo que buscábamos qué hacer y con mi radio de onda corta en mano intentaba sintonizar las frecuencias rebeldes.

Después de varias horas y sin desayunar apareció primero un diplomático de la embajada Mexicana con una canasta de frutas. Mis hijos y otros tomaron algunas y luego seis o siete hombres fuertes, al estilo el Rambo de las películas y con armas cortas discretamente ocultas, les dieron barritas de chocolates y desaparecieron. Después supimos que eran miembros de la seguridad de la embajada de Alemania.

Luego llegó hasta nosotros Baena Soares y sus acompañantes para que nos juntáramos en una habitación, aunque por precaución se colocaron colchones y muebles cerca de las ventanas.

Baena Soares conversó con alguien al teléfono y le rechazó sus propuestas. Dijo que era Facundo Guardado a quien le escuchamos que responsabilizaba si alguno de los que estábamos en el hotel salíamos perjudicados por la acción insurgente.

De pronto escuchamos que los combates se arreciaban y el ruido de un helicóptero muy cercano, pero luego calló y oímos que puertas en el piso superior eran derribadas y todos con miedo, Baena entre todos mostraba mucha aflicción. Era una unidad antiterrorista que iba al rescate del funcionario, pero éste se negó a salir, aunque en un tiempo prudencial dijo que solo se iba si las dos mujeres y los tres niños le acompañaban. Eran la azafata de la nave Mexicana que lo había traído, mi esposa y mis tres hijos.

Iván entonces de casi 9 años era el que menos entendía y parecía soñoliento, mientras que sus hermanas Brenda de 12 y Cati de 10 les asustaba irse sin que les acompañara, mientras su madre Reina era un manojo de nervios y angustias. Iván olvidó todo y solo recuerda algo por unas fotos que esa mañana captó Jake.

Fui con ellos hasta el lobby y les vi partir en una tanqueta. En esos momentos pensé si Baena realmente les protegía o era su miedo que le hacía buscar protección en mi familia. Jamás volvimos a saber de él, pues esa tarde abandonó el país rumbo a Washington con su misión fracasada.

La Fuerza Delta

Cuando regresaba al interior del hotel volteé y vi que la tanqueta blindada se retiraba, casi al mismo tiempo el entonces embajador de México, Hermilo López Bassols, se bajaba de un vehículo y preguntaba por Baena, pero al mismo tiempo muchos colegas se abalanzaban hacia la torre VIP del mismo hotel. No entendía qué pasaba, pero luego me enteré que la noticia se había trasladado al otro lado de la piscina.

Los guerrilleros, comandados por “el Choco” uno de los jefes rebeldes que dirigían la ocupación de la zona, se encontraban muy cerca de más de una decena de militares estadounidenses de los famosos “Boinas Verdes” quienes estaban en misión de entrenamiento y la situación era muy tensa. Algunos dijeron que también había entre ellos algunos militares de Israel, pero no se comprobó.

Después de horas de conversaciones y mediación de la iglesia católica a través del Obispo Auxiliar de San Salvador, Monseñor Gregorio Rosa Chávez y de la Cruz Roja Internacional se logró que los guerrilleros se retiraran y los militares estadounidenses salieron la madrugada del miércoles

Previamente en uno de los pasillos del hotel los asesores estadounidenses se parapetaron al final tras colchones y muebles para prepararse en caso de un enfrentamiento con los rebeldes, que sin aspavientos se fueron en la oscuridad de esa larga noche.

Algunas de esas imágenes las captó Epigmenio Ibarra, hoy famoso productor mexicano, quien luego las vendería a buen precio una cadena estadounidense interesada en el suceso. Fui testigo de la celebración la noche después entonces ya alojados todos en el Hotel Camino Real (hoy Intercontinental) atestado de periodistas, enviados y alguno que otro dirigente sindical izquierdista.

Fueron momentos tensos pues la noche del martes se supo que una unidad de la Fuerza Delta, especializada en rescates a costa de lo que fuera, estaba en el país, pero la mediación evitó un probable derramamiento de sangre. El presidente George Bush confirmó hasta la mañana del miércoles la presencia de esa fuerza especializada.

Mientras todo eso pasaba yo junto a Jacobsen y su esposa de entonces, Pía Castilleja, fuimos llevados a la residencia de la embajada Mexicana por López Bassols quien apresurado volvió a salir al aeropuerto para despedir a Baena no sin antes ordenar a la seguridad que no nos dejaran salir. Y así fue, no salimos y para mí de nuevo la congoja pues no sabía de mis hijos, hasta que les ubiqué en casa de su abuela en Ciudad Merliot.

Después me contaron que a ellos les bajaron de la tanqueta en un lugar del Paseo Escalón y les subieron a un camión militar para llevarles al Estado Mayor donde estaba Cristiani y su esposa Margarita, también con mucha pesadumbre por los sucesos. Les dieron pizza y un camarógrafo les entrevistaba para buscar una exclamación en contra de los rebeldes por la situación y como no lo hicieron no les incluyeron en los reportes propagandísticos de esos días.

Recuentos sangrientos posteriores fijaron que las víctimas mortales habían sido unas 2,400 personas, pese a que la guerrilla no pudo contar con los misiles tierra-aire SAM-7 que tanto se había denunciado por el ejército, lo cual podría haber cambiado el curso de los choques entre ambas fuerzas.

Una semana antes del fin de la ofensiva, el sábado 25 de noviembre, se estrelló en una zona rural de El Tránsito, Usulután, una avioneta que cargaba 24 de esos misiles, un cañón antitanque de 75 milímetros y un misil tierra-aire Red Eye de fabricación estadounidense. Dijeron que eran encargos del Fmln.

Después de varias semanas de trabajo ininterrumpido las jefaturas de Reuters, encabezadas por Bernd Debussman, me pidieron salir del país y junto a mi familia nos fuimos por tierra rumbo a México.

Una parada técnica en Quetzaltenango, en el occidente de Guatemala, me permitió saber noticias del país y entre ellas una muy triste. El colega y amigo Eloy Guevara, colaborador de la agencia francesa AFP, había muerto en uno de los últimos enfrentamientos en Soyapango.

Sin olvidar a las víctimas, pero con alivio, entramos a México por esos días muy tranquilo y disfrutamos los paseos en el sur del país y en su enorme capital.

Solo son recuerdos de hace 25 años y momentos intensos en días de guerra.
Fuerza Histórica Latinoaméricana.

Fuerza Histórica Latinoamericana

Saludos y bienvenida:

Trovas del Trovador


Si se calla el cantor, calla la vida...inspirate,instruyete,organizate,lucha,rebelate.



Saludos y bienvenida:


Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.

Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.

Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...

A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.

Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...

Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?

Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.

No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.

Fraternalmente, Trovador


UN DÍA COMO HOY, 12 de febrero de 1973, los principales periódicos de El Salvador difundieron fotos de la muerte de los compañeros José Dima...