jueves, 9 de septiembre de 2010

Me indigno de que me crean indigno


Julio Carmona (desde Perú, especial para ARGENPRESS Cultural)

Sí, estoy rojo de dolor
Pero también de cólera porque no puede ser
Que las auroras sirvan sólo para despertar
A la misma pesadilla y que los ojos
Se abran sólo para gritar no quiero
Ahogarme en este llanto de luceros fofos
O que las manos encallezcan de no hacer nada
Para agarrarse a golpes con el obeso presente
Y hacerlo parir el porvenir
O haber nacido para olvidar
Los recuerdos apagados por el último disparo
De la traición a sabiendas de que el vino
En odres viejos siempre es mejor
Porque sirve de ejemplo
Y porque no puedo creer
En esos dioses falsos que se esfuerzan
En dorarnos la píldora y seguir embarazándonos
De miedo seguros como estamos de que nadie
Es dueño de la verdad y menos del que pregona serlo
Porque la verdad no se dice sino se hace
Y no nace sino se hace con cada latido
Del trabajo
Sí, estoy rojo de amor
Pero también de odio por los golpes recibidos
Desde hace siglos por los que creen que la piedra
Es de acero y aunque lo fuera qué se han creído
Que no duele el honor la dignidad o la vergüenza?

Sí, y por eso, liberando a la poesía de su aura núbil,
Me cago en la puta que los parió.

Clinton: confusiones peligrosas


La Jornada

En el contexto de una conferencia sobre política exterior realizada en Washington, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó que los cárteles de la droga en México están mostrando un nivel cada vez mayor de insurgencia. La funcionaria sustentó sus palabras con el hecho irrebatible de que las bandas de narcotraficantes controlan diversas regiones del territorio nacional, lo que –dijo– coloca a nuestro país en una situación parecida a la Colombia de hace 20 años.
 
Estas declaraciones resultan tan desafortunadas como improcedentes. En primer lugar, afirmar que la insurgencia y la delincuencia organizada son lo mismo porque ejercen control sobre franjas del territorio, confunde y distorsiona la comprensión de fenómenos sociales y delictivos.

En sus señalamientos, Hillary Clinton construye la identificación entre guerrillas y tráfico de drogas con base en una falacia: el ejercicio del poder sobre el territorio determinado implica que los grupos delictivos y los movimientos guerrilleros comparten un mismo medio –al cual recurren también otros actores, empezando por el Estado–, pero no los mismos fines: mientras que los grupos insurreccionales tienen objetivos de transformación política y social, las organizaciones criminales no protagonizan oposición política alguna al gobierno; su motivación es, en cambio, estrictamente mercantilista y de utilidad económica. 

Para la consecución de ese propósito, los grupos delictivos aprovechan las ventajas y condiciones que les otorga el modelo económico neoliberal –con sus principios de máxima rentabilidad, desregulación y globalización comercial– y la política de prohibición al consumo, producción y trasiego de narcóticos aplicada por el gobierno federal y promovida desde Washington.

Lo más preocupante del dislate de Clinton es que, al equiparar a las bandas de narcotraficantes con las organizaciones insurgentes, da fundamento a una confusión que alimenta, a su vez, la criminalización de movimientos y de activistas sociales con el pretexto de combatir a los cárteles de la droga. Recuérdese que en Colombia, Washington y los gobiernos nacionales acuñaron desde hace décadas el término narcoguerrilla, con el objetivo de dar un pretexto ideológico y moral a la contrainsurgencia y encubrir, por añadidura, la infiltración de altos organismos del Estado por parte del narcotráfico, por conducto de los paramilitares.

Ciertamente, el narcotráfico y los movimientos sociales –insurreccionales o no– que recorren el país tienen un origen común: ambos son consecuencia de la rapiña y la devastación neoliberales, si bien el primero capitaliza las consecuencias desastrosas del modelo económico vigente: da trabajo donde no lo hay, se convierte en autoridad ahí donde el Estado ha abdicado de sus responsabilidades y crea incluso mecanismos de beneficencia ante el desmantelamiento de las políticas de bienestar social. Fuera de eso, la única razón posible para identificar insurrección con narcotráfico es un inocultable designio contrainsurgente e injerencista.