martes, 23 de octubre de 2012

El sujeto se vuelve objeto; el objeto, sujeto



Frei Betto

El consumismo neoliberal genera hoy una hazaña que deja a los filósofos más confundidos: el sujeto humano pasa a la condición de objeto y el objeto -la mercancía- ocupa la condición de sujeto.

El consumo ya no viene determinado por la necesidad, sino que depende, sobre todo, del sueño del consumidor de alcanzar el estatus del producto. O sea que la mercancía tiene marca, estatus, agrega valor a quien la lleva. Al obtenerla el consumidor se deja poseer por ella. El valor que ella contiene, creado por los medios publicitarios y por la moda, emana e impregna al consumidor.

En el universo consumista si alguien desea ser bien aceptado entre sus pares, en el círculo social que frecuenta, necesita equiparse con todos aquellos artículos de lujo que lo revisten de una aureola capaz de señalizar socialmente el alto nivel de su estatus. Ay de él si no ostenta ciertas marcas de auto, de reloj o de ropa. Ay de él si no frecuenta ciertos restaurantes de postín. Ay de él si no viaja en clase ejecutiva a Nueva York, París o una isla del Pacífico considerada como la nueva Meca.

En caso de que el sujeto se rehúse a ostentar la lista de objetos considerados refinados, corre el riesgo de ser excluido, rechazado del círculo social que establece como código de identificación cierto nivel mínimo de patrón de consumo.

En resumen, el sujeto pasa a ser tratado como objeto. Doblemente objeto: por asimilarse a la mercancía y por ser rechazado por sus pares. Porque en el sistema consumista sólo es aceptado quien transita sin pudor alguno por el universo del lujo y de lo superfluo.

Ese proceso de deshumanización estimula la obsolescencia de las mercancías. Ahora se produce para atender, no a unas necesidades, sino a un sueño, a un deseo, a un ansia de alpinismo social. Un producto adquirido hoy -auto, ordenador, ipad- estará obsoleto mañana.

Si quiere, usted puede empeñarse en conservar el mismo equipamiento electrónico, suficiente para sus necesidades actuales. Pero todos a su alrededor constatarán su anacronismo. Usted perderá su identidad de tribu, que avanza hacia la adquisición de mercancías más sofisticadas, con un diseño más perfeccionado.

El único modo de ser aceptado por la tribu es revestirse de los mismos objetos que, actuando como sujetos, le rescatan del oscuro y mediocre universo del común de los mortales.

Esta inversión del sujeto humano hecho objeto y del objeto transformado en ‘humano’ e incluso ‘divino’, se logra a través de la publicidad, que no hace distinción de clases. El llamado es igual para todos. Tanto el millonario en su avión particular como el joven semianalfabeto de una favela sufren el mismo impacto publicitario.
La diferencia está en que el primero tiene fácil acceso a los nuevos iconos del consumismo, mientras que el joven absorbe los iconos en su mochila de deseos y reconoce hasta qué punto es descartado y descartable por no revestirse de objetos que imprimen valor a las personas. De ahí la frustración y la rebeldía.

La frustración puede ser compensada por la saludable envidia de los espectadores del brillo ajeno: lectores de revistas de celebridades e internautas que navegan atraídos por el canto de sirena de sus ídolos. La rebeldía lleva al crimen: “No soy como ellos, pero tendré, a sangre y fuego, lo que ellos tienen”.

¿Habrá límites para la obsolescencia? ¿Algún día la superproducción hará que la oferta sea asustadoramente superior a la demanda? Todo indica que no. Hace mucho que la industria aprendió que el consumidor es irracional, que no se mueve por principios sino por efectos. Es la emoción la que lo hace aproximarse al mostrador.

Aprendió también a lograr que la producción acompañe a la concentración de la riqueza. Ya no se fabrican autos populares. Quienes adquieren más vehículos son las familias que ya poseen al menos otro.
Ahora, en la posmodernidad, las personas ya no se relacionan, no se conectan. Los encuentros no son reales sino sólo virtuales. Ya no se vive en sociedad sino en red. Nadie es excluido sino borrado.

La intimidad cede su lugar a la extimidad, en expresión de Bauman. Hace desmoronarse los muros de la privacidad. Hasta el punto de que las personas se vuelven mercancías vendibles, escaparates ambulantes que esperan ser admiradas, deseadas, envidiadas y codiciadas. De ahí la onerosa inversión en gimnasios, cosméticos, cirugías plásticas, etc. Muchos buscan ansiosos ser objeto de deseo. Porque su autoestima depende de la mirada ajena. Y el mercado sabe manipular muy bien esa baja autoestima.

Colombia: Cómo hacer política sin las armas, pero de verdad... Respuesta a Humberto De La Calle

 
El planteamiento central del régimen se basa en un vulgar lugar común: La política sin violencia existirá en Colombia si la insurgencia deja las armas y entra en la política de las elecciones, en el Congreso. Obviamente esto es falso. La extrema militarización represiva del Estado colombiano existe

"Tranquilo Boby":En respuesta a Humberto de la Calle: cómo hacer política sin las armas, pero de verdad 

"Tranquilo Boby":En respuesta a Humberto de la Calle: cómo hacer política sin las armas, pero de verdad
Humberto de la Calle

Tras el genial discurso del comandante Iván Márquez de las FARC-EP, Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador que representa al gobierno colombiano, replicó que no admitirá un debate sobre modelos económicos, ni un foro público; rechazó abiertamente “mantener discursos de plaza pública” y planteó que las FARC tendrían que dar el debate sobre temas como el modelo económico sin las armas, o sea, desde algún futuro curul en el Congreso.

Cualquier observador que sea mínimamente conocedor de la historia occidental de la democracia, del “gobierno del demos”, opinaría que De la Calle no es precisamente amigo de la práctica y la tradición democrática, al haber ninguneado tan brutalmente su lugar central y preferido: el ágora (plaza donde se debate públicamente).
 
Su planteamiento central –y el del gobierno que representa– se basa en una idea, o más bien en un vulgar lugar común: La política sin violencia existirá en Colombia si la insurgencia deja las armas y entra en la política. (Con “entrar en la política” quieren decir entrar en las elecciones, quizás en el Congreso.)
 
Obviamente esto es falso. La extrema militarización del Estado colombiano existe, sobre todo, para reprimir al pueblo. Sólo hay que ver la forma en la que el gobierno despliega a los militares para controlar a los trabajadores –a las trabajadoras en los invernaderos de la Sabana de Bogotá o a los obreros petroleros.
 
Si el gobierno realmente quiere que haya política sin violencia, tendrá que plantearse la desmilitarización del país junto con cambios jurídicos profundos (recortar los “derechos del capital” que actualmente permiten el uso del ejército para proteger intereses capitalistas nacionales y extranjeros), por no hablar de cambios en lo económico para acabar con la violencia de la explotación y apropiación. Otro “pequeño” problema: la política sin violencia ¿puede existir con bases militares yanquis en el país?
 
Para que toda tendencia política entre en el tan querido libre juego de la democracia parlamentaria, se tienen que dar cambios económicos sustantivos. ¿Es difícil entender esta idea? Hoy día la democracia colombiana es muy restringida –incorpora únicamente las ideas y perspectivas que favorecen la acumulación neoliberal y (normalmente) extranjera. Casi nunca se escuchan los anhelos de los trabajadores y de los pequeños productores en esta forma de política que los tiene ninguneados de antemano.
 
Libre juego democrático sí. Pero esto solo existirá cuando se le arrebate el derecho permanente a veto que tiene el capital. La democracia colombiana es una pequeña parcela del tamaño de una huerta –una huertecita en medio de una selva gigantesca en la que mandan los tigres del capital. A ellos hay que domarlos, recortar sus derechos, para lograr una política democrática y sin violencia.
 
* Chris Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.