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sábado, 17 de noviembre de 2012
De espías y terroristas
ALBERTO PIRIS (*)
Uno de los miembros del comando de las fuerzas especiales de la Armada de
EE.UU. (conocidas como SEAL), que en mayo del pasado año participó en la
operación de asalto aéreo que puso fin a la vida de Bin Laden, acaba de
publicar bajo seudónimo sus recuerdos de lo que él juzga como "una de las
más importantes misiones en la historia militar de EE.UU.".
Con un título que pudiera traducirse al castellano como No fue un día fácil:
relato de primera mano de la misión que mató a Osama bin Laden (No Easy Day:
The Firsthand Account of the Mission That Killed Osama bin Laden), este
libro parece formar parte de una reciente tendencia que en varios países del
mundo occidental, incluida España, impulsa a algunos veteranos de los
servicios de inteligencia y de las fuerzas especiales a escribir sus
memorias o narraciones recopilatorias de las operaciones en las que han
participado.
Sorprende al público que asuntos que por su propia naturaleza son reservados
o secretos, y que están sometidos a la legislación correspondiente, vean la
luz pública, a menudo en la pluma de los mismos que intervinieron en ellos.
En ocasiones, ese tipo de publicaciones revela cierto afán de revancha de
quien se sintió maltratado o poco valorado por el Estado para el que
trabajó, u obedecen a un ajuste de cuentas por quienes han vivido al borde
de la legalidad al servicio del Gobierno y no se han sentido respaldados por
este en situaciones críticas.
El caso aquí comentado, por el contrario, parece responder a una cierta
necesidad de publicidad para las fuerzas especiales estadounidenses y sus
servicios de inteligencia, a fin de promover entre los lectores un mayor
interés por sus actividades y facilitar el reclutamiento de nuevos miembros
tanto en la CIA como en las SEAL, en la línea de lo escrito antes por
novelistas populares en este género, como Graham Greene, Le Carré o Mailer.
En tales circunstancias, los originales suelen ser presentados a las
autoridades responsables para evitar la publicación de datos críticos para
el servicio correspondiente.
Mark Owen (seudónimo de Matt Bissonnette, un veterano de las SEAL) asegura
que no ha solicitado ningún permiso oficial, sino que él mismo ha censurado
la información secreta que pudiera resultar comprometedora. Aunque desde el
Pentágono se asegura que ha infringido la legalidad, la imagen positiva que
ofrece tanto de la CIA como de las SEAL parece protegerle contra cualquier
posible persecución.
Dejando aparte lo anterior, los de-talles que Owen describe en su relato de
la operación no dejan en buen lugar a los políticos de Washington ni a los
militares del Pentágono, pues desmontan algunas declaraciones oficiales que
se hicieron justo después de la operación. Ni Bin Laden se resistió a los
asaltantes empuñando un arma, ni se produjo un tiroteo, ni el famoso
terrorista utilizó a las mujeres que le rodeaban como escudo para
protegerse, detalles que entonces se publicaron para desprestigiar al odiado
terrorista saudí.
La descripción de lo que ocurrió en el edificio paquistaní de Abbottabad
donde se refugiaba Bin Laden revela varios detalles significativos: se
respetó cuidadosamente a las mujeres y a los niños que allí habitaban, pero
el comando invasor tenía un objetivo claro: dar muerte a Bin Laden y evitar
por todos los modos que pudiera rendirse o entregarse. Para justificar que
una vez derribado el terrorista se siguiera disparando a bocajarro sobre un
cuerpo ensangrentado que se retorcía en el suelo, el autor explica que es
norma básica tirar contra un hombre abatido, porque este siempre puede
disparar un arma oculta o hacer explotar un chaleco. No parece muy
convincente.
En realidad, la decisión de matar y no apresar, se tomó al más alto nivel:
en la Casa Blanca. Owen narra la opinión de una autoridad judicial sobre
esta cuestión: "Si Bin Laden aparece desnudo, con las manos en alto, no le
podrían disparar. Pero yo no les voy a decir cómo tienen que actuar". Obama
dio la orden de ejecutar la operación y se establecieron unas normas de
actuación que ha-cían prácticamente imposible que Bin Laden fuera capturado.
Poco quedaba de aquellas iniciales ideas de Obama sobre el imperio de la ley
y la justicia democrática para combatir el terrorismo sin recurrir a los
asesinatos premeditados. Del candidato a la presidencia que aseguraba que
podía cambiar todo lo que reprochaba a su predecesor, al pragmático
presidente que hoy se enfrenta a una realidad que entonces no había sabido
calibrar, se ha producido un salto cualitativo en sentido muy negativo.
Todavía es posible mantener la esperanza de que la presidencia de EE.UU.
recupere los ideales que públicamente dijo sostener hace cuatro años. Obama
dispondrá ahora de otros cuatro años para demostrar, si es capaz, que la
lucha contra el terrorismo será más eficaz a largo plazo si se respetan la
legislación internacional y la de EE.UU., si se apresa y se juzga
públicamente a los terroristas y se les condena a las penas que les
correspondan. Lo contrario, lo que se viene haciendo hasta ahora (incluyendo
los asesinatos mediante drones), solo contribuye a reforzar el reclutamiento
de nuevos terroristas y a exacerbar sus odios. (Tomado de Rebelión)
(*) General de artillería en retiro.--