Homar Garcés
Quienes hacen una revolución de orientación socialista generalmente se
hallan ante la disyuntiva de acabar de una vez por todas con el viejo
orden establecido u optar por una alternativa gradual que permita ir
desconstruyendo dicho orden mediante la puesta en vigencia de algunas
reformas de leyes y medidas gubernamentales que contribuyan a ello.
De ahí que las diversas experiencias revolucionarias (aun las más
radicales) estén expuestas a equivocar el rumbo y terminen por mantener
inalteradas las relaciones de poder y, por ende, las estructuras del
viejo Estado que se pretendía transformar y erradicar. Esto último llegó
a suceder en el caso fallido de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas que, al no cambiar dichas relaciones, se produjo la
entronización de una nueva casta dirigente que -excusándose en razones
de Estado, en algún momento válidas- impidió y limitó la participación
popular, lo que terminaría posteriormente en la restauración del
capitalismo, tal como lo advirtieran tempranamente León Trotsky y el Che
Guevara al estudiar su realidad política y económica.
En tal
caso, lo que se requeriría es disponer de una voluntad política
suficiente y de un sentido de la trascendencia histórica (tanto
particular como colectiva) para asumir y llevar a cabo una revolución
verdaderamente socialista, sobre todo si ésta se impone superar y
extirpar las desigualdades derivadas del sistema capitalista. Tal cosa
-debemos estar conscientes de ello- no es una tarea demasiado fácil de
cumplir, especialmente con hombres y mujeres quienes han sido objeto
desde su infancia de un proceso constante de alienación que legitima la
lógica del capital, sin que unos y otras estén plenamente conscientes de
esto, a pesar de evidenciarse también lo contrario. Pero, ¿será, acaso,
imposible de lograr una revolución de signo socialista en medio de la
realidad creada a imagen y semejanza del capitalismo? Nos respondemos
que no. Lo que debe establecerse es una comprensión permanente de los
múltiples obstáculos a vencer en el camino de la construcción colectiva
del socialismo revolucionario y no creer jamás en que esto será producto
de la visión, del ánimo y de las acciones decididas de un líder
carismático que, al decir de muchas personas, sólo aparecería cada cien
años. Mientras se piense en las limitaciones y desánimos particulares,
el avance revolucionario se hará lento y, en muchas ocasiones, sufrirá
un estancamiento definitivo que, a la larga, sabrían aprovecharlo sus
enemigos históricos.
A pesar de todo ello, la fórmula pareciera
bastante simple: no caer en el error de ser inocentes al creer que sólo
basta expresar unas buenas intenciones, al modo de la prédica de un
nuevo evangelio que redimirá a la humanidad actualmente explotada y
oprimida. Este error de la inocencia, incluso, hace que muchos
revolucionarios lleguen a esperar confiados en que sus opositores serán
alcanzados, en algún instante de sus existencias, por la revelación de
la verdad revolucionaria, olvidando que ellos nunca estarían dispuestos a
aceptar un cambio tan radical que afecte sus mezquinos intereses de
clase.