viernes, 12 de diciembre de 2014

Dimas Rodríguez y la política del partido hacia los homosexuales


Nicolas Doljanin

Anécdota en homenaje al emblemático comandante de las FPL, fallecido hace 25 años

En los días que comenzaron los preparativos para la ofensiva del Tope si no me equivoco, el campamento de Germán era un hervidero de gentes que iban y venían, entre las que recuerdo haber tenido una conversación muy útil con Milton acerca del valor político de la denuncia en nuestros planteamientos abiertos, en contraposición al machacante ritmo propagador de las victorias militares y puño siempre en alto. Dimas provenía de la Troncal del Norte, todavía andaba de civil. Así que durante todo ese período tuvimos entre nosotros a un Dimas soft… Parece mentira con las cosas tan crueles que nos estaban pasando, pero hasta a Germán se lo podía notar más cálido y distendido. No tengo palabras para el borbotón de imágenes que ahorita se despiertan… Creo que en los peores momentos - porque el Enemigo sabía que ahí estaba Dimas y nosotros sabíamos que lo sabía- el único sentimiento que nos quedaba sin compartir era la muerte… Te hablo del Trigal, del Izotalillo, del Mataras, del Cerro Negro y de repente en el Chorro Blanco. El que quiera saber más que vaya y trate de caminársela en una sola jornada; pero ha sido en medio de  semejante jelengue que a alguien se le ocurre preguntar a Dimas sobre “la política del partido” hacia los homosexuales, así de solemne.

Bien pudo tratarse del Proletario Suizo, por esos días en marcha hacia su destino en la Subzona 3; o bien algotro tan acostumbrado como él a poner el dedo en el ventilador, pero lo real es que no me acuerdo quién.

Porque lo único que me ha quedado sin olvidar de ese episodio ha sido la respuesta que le dio de Dimas:

- Son nuestros compañeros.

Tanta naturalidad dio pie para la réplica de un compañero internacionalista proveniente de La Habana. Dijo: “En Cuba el partido no los acepta”. Y en eso aprovechó Dimas para explicarse, cosa que no dejó de sorprenderme, pues lo primero que me vino a la mente fue el compañero Chespirito, un morocho de mediana estatura, muy callado, gran revolucionario por lo que le conocí, pero también muy castigado en los primeros años de la guerra.

Otros podrían explicarlo mejor, porque como me fue relatado lo cuento. Los inspectores de culo hasta pretendieron enrostrarle la valentía de su papá, un militante antiguo que había caído heroicamente en los Filos y la Cañada. Como eso no les resultaba, extendieron el acoso a pedirle nombres y, viendo que se les reía y lejos de darles ese placer insano, se limitaba a afirmar que delator no era - pero que ni se imaginaban cuántos más había… - lo mandaron a la escuelita de El Limón, que fue la única vez que nos cruzamos. Cada mañana era el mismo rito, nuestro colectivo a fabricar carteles y él, silencioso, sentado bajo un palito de nance y tallando pacientemente una suela de goma. El café que cocía Lady Mirna, en lo que El Chino Andrés, Luzbel, la Vieja Ulises, Kikón y León Peinado echábamos verga, era nuestro contacto diario. Como a la semana, antes de partir hacia su destino en un destacamento, se me acercó y me la entregó… A güevo que con eso me iría mejor con mi viejo mimeógrafo vietnamita, dijo, y a güevo que así fue… El resto de la guerra aquel artilugio permaneció con nosotros y también el recuerdo de quien lo fabricó.  Preguntaba por lo general a los combatientes de paso, en cualquiera de los campamentos por los que nomadeábamos entonces, y así me enteré que pronto se ganó la jefatura de una escuadra, despuesito la del pelotón. Lo último que supimos: habían caído en una emboscada, no me acuerdo si en Los Praditos o en Ojo de Agua (Mi mapa de Chalate es demasiado acucioso como para caber el google maps…) La cosa es que Chespirito había quedado fuera de la línea de fuego, pero notó que a sus espaldas permanecía un compañero herido. Volvió a meterse, lo alzó, se lo cargó en el lomo y alcanzó a sacarlo con vida. El quedó ahí.

- El partido cubano expresa lo que el pueblo cubano piensa – dijo Dimas aquella vez, cuatro años después - En el pueblo cubano no los quieren pero entre el pueblo salvadoreño no es así, nuestro pueblo los acepta. Y nosotros lo aprendimos de nuestro pueblo pues no siempre hemos pensado igual – reconoció y se echó, para sostenerlo, la pasadita de una elección de Poderes Populares en el frente para – central que yo ignoraba, aquella pequeña historia del compañero Flor del Loto.

Como era de rigor se presentaron varios candidatos y el partido había definido a uno propio, pero éste había resultado derrotado por una amplia mayoría, por lo que días después de los comicios, el comité se tomó el trabajo de averiguar los motivos entre la propia gente. Y Dimas remataba la pasadita con la respuesta que les dio una viejita:

- No tenemos nada contra el compa del partido. Es muy bueno. Pero el compañero Flor del Loto no pasa un día que no nos vista y nos pregunta cómo estamos. Por eso lo hemos elegido a él. 

En otras oportunidades había sido testigo de alguna genialidad de Dimas. Otras las he sabido por compañeros de mi confianza, como lo es La Pájara, Jotaerre o el propio Germán; pero a esta en particular, la considero fuera de serie, si se piensa en el intenso cambio interior que esa postura implicaba, una auto – revisión radical de valores, tanto más significativa por cuanto iba, y todavía va, a contra pelo de la cultura hegemónica.

Como les digo siempre a mis jóvenes compañeros militantes, las revoluciones nunca las hacen los mejores hombres, pues los mejores de una sociedad por lo general o se quedan en su casa o se pierden por el camino. Las hacen los que simplemente quieren ser mejores personas. Y Dimas, Chespirito, Flor del Loto, tantísimos innominados hasta que alguien los recuerda porque la patria siempre es el Otro y la esperanza, sagrada, eran justamente ese tipo de personas. Un abrazo.