Jueves, 21 de Octubre de 2010
Oscar A. Fernández O.
Aunque las derechas neoliberales ortodoxas mantengan algún nivel de poder, en América
Latina es indiscutible el avance de las fuerzas progresistas e izquierdistas en el contexto mismo de la democracia liberal.
Es
decir, que las fuerzas derechistas están perdiendo importantes cuotas
del poder político porque ya no son capaces de sostener, a pesar de su
insistencia, las enraizadas reglas de un sistema capitalista depredador y
polarizante y por consiguiente la ilusión del desarrollo sobre la base
del libre mercado.
En las izquierdas, aunque tarde en algunos
casos, hemos entendido que el extremismo con que se actúo frente a las
sanguinarias dictaduras en el pasado –el cual fue lógico, necesario y
razonado-, debe ser sustituido por la moderación y el pluralismo, pues
en las sociedades actuales coexisten otros intereses no hegemonistas que
deben ser respetados, pero sin olvidar que la lucha en el capitalismo
es en esencia una lucha de clases y no perder de vista nuestro
compromiso histórico con la clase trabajadora.
Guste o no guste,
dice Bobbio, las democracias suelen favorecer a los moderados y
castigan a los extremistas (que no es lo mismo que radical, sostengo)
Aunque, puede discutirse si esta realidad es políticamente incorrecta,
hay que jugar con las reglas de la democracia liberal y saber que los
resultados nos favorecerán si somos eficientes y logramos su
profundización a través de un proceso, en el cual hemos de ser moderados
cuando se requiera y radicales cuando las circunstancias y las acciones
de nuestros contrarios lo determinen.
Esto no quiere decir que
nos constituyamos en una fuerza sin rumbo o de ocasión, pues nuestra
estrategia apunta indefectiblemente a la construcción de una nación
cualitativamente superior en su calidad de vida, una nación socialista.
En
el caso salvadoreño, el FMLN ha intensificado la batalla política para
reafirmar sus principios revolucionarios al mismo tiempo que continúa
impulsando la democracia y la defensa de la Constitución. Refina su
maquinaria partidaria para desplegar, con nuevos bríos, las históricas
banderas por la defensa de los derechos humanos, la libertad, la
justicia, la igualdad, la solidaridad y el internacionalismo con los
pueblos del mundo.
Las derechas nos inducen a olvidar el deber
original del Estado producto de un contrato social, al que consideran un
vicio y una carga y que en cambio, nos dejemos guiar por el mercado.
Las izquierdas revolucionarias convertidas en partidos electorales, se
habían limitado a denunciar abusos y hablar en nombre de un pueblo que
ha comenzado a recuperar su propia voz, pero que aún no logra modificar
la cultura de desigualdad que caracteriza a la camarilla
económico-política rectora del sistema social, más allá de un mínimo
cambio a favor de sus más elementales derechos.
En la actualidad,
uno de los primeros signos de evolución en el pensamiento clásico de
las izquierdas revolucionarias, debe ser reconocer el resurgimiento de
los actores sociales en la lucha política, campo reservado
exclusivamente a los partidos políticos. El siguiente paso es entender
que en el mediano plazo, los sectores populares, sobre todo los más
desprotegidos, no se plantean un alzamiento contra la dominación, el
derrocamiento de un régimen o la construcción de un socialismo de
manual, sino más bien reclaman una vida con dignidad y el desarrollo de
su cultura frente a un orden corporativo que ya resulta ineficaz y
muchas veces, represivo al no apoyar las reivindicaciones de igualdad y
solidaridad.
El deber es entonces, defender e impulsar la lucha
por todas las reformas en las que se interesa el movimiento de masas. No
porque confiemos en la paulatina regeneración de un sistema en declive,
sino porque brinda la oportunidad a los trabajadores de probar sus
fuerzas, lograr victorias que las tensen y desarrollar la confianza para
fijarse objetivos mayores.
Resulta relativamente fácil
identificar a nuestros enemigos cuando ellos adoptan un programa
político de choque o represión a cara descubierta, como en las décadas
pasadas. Pero el asunto se complica notablemente cuando los sectores de
poder tradicional intentan neutralizar al campo popular apelando
discursivamente a una simbología «progresista». Desde los fracasos de su
propia estructura, el aggiornamento neoliberal, por ejemplo, revalorizó
el papel del Estado y por ende, una mayor intervención pública con
fines distributivos, óptica ésta que sugiere un distanciamiento de la
ortodoxia.
Sin embargo, al mismo tiempo se aboga por una
intervención moderada, “amistosa con el mercado” y más aún se auspicia
la generalización de criterios y mecanismos del mercado en El Estado,
incluso en servicios públicos como salud y educación por ejemplo, en los
procedimientos de asignación de recursos estatales o el arancelamiento
de varias prestaciones. “Se trata de una intervención mercantilizada”,
como sostiene la argentina politóloga Ana M. Ezcurra (¿Qué es el
neoliberalismo?)
Frente a planteamientos y acciones como estos, y
a pesar de atravesar la más grande crisis económica del capitalismo,
navegar en el tormentoso océano de la lucha de clases se vuelve más
complejo y delicado.
Por tanto, la consideración principal de
las izquierdas políticas es cambiar la lógica de la defensa de los
derechos sociales desde la institucionalidad actual por la lógica del
movimiento social, pasando de la respuesta contestataria a la creación
de un espacio político que reconozca que los conflictos sociales son
parte de la construcción y el desarrollo de la democracia, la justicia,
la igualdad y la equidad en el reparto de la riqueza.
Por lo
tanto, hay que trabajar para la convergencia de toda una serie de
experiencias y de corrientes sociales y políticos progresistas, sobre la
base de una comprensión común de los acontecimientos y de las tareas
que exigen los nuevos tiempos. Se trata de construir los cambios y la
fuerza que, insisto, nos llevarán por la senda del proyecto socialista
salvadoreño, a través de una reeditada revolución.
«La
revolución, decía Trotski, es un momento de sublime inspiración de la
historia». Esa «inspiración» surge de la ruptura, de la discontinuidad
o, volviendo a la terminología acuñada por el propio Lenin, surge de esa
crisis nacional que representa «un momento de verdad política y actúa
como un revelador de las líneas de frente desdibujadas por las
fantasmagorías místicas de la mercancía. Es decir, del capitalismo,
hecho religión y dogma.
Entonces, solamente, y no en virtud de
una inevitable maduración histórica, el proletariado puede ser
transfigurado y “convertirse en lo que es» El mundo camina hacia nuevas
experiencias de las que será necesario aprender y que pueden revestir
incluso un carácter fundador desde el punto de vista de la estrategia
revolucionaria para el nuevo siglo (Luis Rabell. Refundar la estrategia
revolucionaria. 2007)
La globalización no significa la superación
de las leyes y contradicciones propias del capitalismo tal como las
descubrió Marx, sino más bien su verificación a escala planetaria y, en
ese sentido, inédita. El capitalismo trata de hacer del mundo entero y
de la propia naturaleza una mercancía. Pero el motor del desenfreno
mercantilista –y de la barbarie que lo acompaña– sigue siendo la lucha
incesante del capital por nuevas y más brutales formas de acumulación de
riquezas, inscritas en su propia composición orgánica.
Ante el
fracaso del sueño neoliberal, los últimos acontecimientos sociales y las
urnas nos demuestran la existencia de una cada vez menos difusa y
evidente aparición de lo que podríamos llamar izquierda social, que
reclama equidad y mayor democracia.
Esta expresión anti
neoliberal ha sido ignorada por el poder fáctico pero cuenta sin
embargo, con un apoyo cada vez mayor de las izquierdas políticas,
sobretodo del FMLN. No obstante, si se pretende que tal acercamiento
funcione, es inequívoco que el partido no debe vulnerar la autonomía de
pensamiento y acción naturalmente democrática de las fuerzas sociales,
que ya nos demuestran su capacidad para defender derechos propios y
hacer propuestas inteligentes.
La encarnizada propaganda derechista
para desfigurar esta expresión democrática y el carácter de un nuevo
gobierno de cambios, también está fracasando frente a los hechos.
El pueblo ha comenzado a tener su propia voz, y eso hay que defenderlo y fortalecerlo siempre.
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