lunes, 1 de noviembre de 2010

¡Gloria a los revolucionarios!

 
 
 
Julio Herrera (Desde Montreal, Canadá. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¡Yo amo los revolucionarios hasta las fronteras de la veneración!

¿Cómo no amar a ésos Atlas colosales que a través de los siglos han puesto el mundo de los oprimidos sobre sus hombros solidarios para llevarlo hacia otros mundos secularmente soñados por los desposeídos y los desamparados? ¿Cómo no sollozar de admiración ante esos indomables Prometeos proscritos por las tiranías y las plutocracias represivas?

!Yo amo los revolucionarios porque ellos hacen realidad los sueños de los desvalidos, de los marginados y los excluidos; los amo porque ellos iluminan con su ideal esplendoroso las tinieblas de los tugurios proletarios como un relámpago en el fondo de un abismo; porque ellos escuchan sensitivos las quejas inauditas de los pueblos subyugados; porque con su verbo volcánico y justiciero ellos hacen temblar capitolios, catedrales y sinagogas, !porque ellos son el auténtico verbo hecho hombre que habita entre nosotros!

¡Yo amo los revolucionarios porque ellos son los Espartacos inmortales y redivivos de todos los siglos; porque ellos empuñaron la espada de Bolívar cuando Washington lo apuñaleó por la espalda después de darle el beso de Judas; los amo porque ellos persisten donde todos sucumben; porque la noble pasión de la lucha los posee como una inspiración; porque ellos siembran la semilla de la rebelión donde crece el opio de la resignación; porque su verbo de justicia es un clarín de guerra en los campos del oprobio, de la iniquidad y de la ignominia; porque el gemido de los explotados es el mandato imperativo que conjura en ellos el temor del combate y van hacia él con la serenidad de un Dios!

Yo amo los revolucionarios porque ellos le dan fuerza a los débiles, esperanza a los desesperados, valor para la lucha por una vida digna y no el consuelo de la resignación por una agonía perpetua... ¡divino ejemplo para aquel abyecto Ecce Homo que murió mansamente en la cruz perdonando a sus verdugos!

El revolucionario es el auténtico Redentor porque el prójimo redimido es su obra gloriosa, porque del lodo social él crea un nuevo mundo, porque de Job y su estercolero de miserias él crea un hombre nuevo; porque él dice a los oprimidos: “levántate y anda”, y les infunde una nueva vida, una nueva alma, una nueva fe en su destino; porque su ideal emancipador es el !Fiat Lux! de un nuevo Génesis donde toda esperanza de vida había expirado como en un camposanto. La verdad, la libertad y la justicia son su pasión, y por eso continúan indomables en predicar su ideal luminoso con palabras serenas como una aurora, fulgentes como un sol.

Terror de los tiranos, enemigo implacable de las democracias ficticias, todos los caminos del dolor son recorridos como un vía-crucis por esos proscritos estoicos y tenaces que son los revolucionarios: la represión de los despotismos se encarniza contra ellos y son la revolución en la adversidad, se les destierra y son la revolución en el destierro; se les aprisiona y son la revolución tras las rejas, los asesinan y son la revolución en el sepulcro, porque como el Ave Fénix, de sus cenizas brota su ideal revolucionario que se hace la atmósfera vital de los pueblos oprimidos!

¡Yo amo los revolucionarios porque ellos gritan por los que callan, acusan por los que absuelven, combaten por los que desertan, y mueren para que otros vivan! Nada fatiga ni desconcierta la ternura colérica de ese inextinguible faro de luz que continúa en disipar las tinieblas a despecho de la furia de los oscurantistas; nada detiene la obra emancipadora de ese guerrero inmortal porque de su corona de espinas ellos hacen una corona de laureles y de su INRI hacen su gloria póstuma.

La muerte tiene el poder de sellar sus labios pero no su ideal misericordioso, porque los revolucionarios nacen el día de su muerte; ¡son los muertos que nunca mueren porque su tumba es su tribuna de ultratumba, su trinchera póstuma, su Olimpo glorioso! La epopeya de sus vidas es completa sólo cuando el verdugo hace enmudecer sus labios para siempre: mudo el tribuno, su parábola inmortal e inmutable empieza a hablar para los siglos. Su poder consiste en que se han transfigurado: no son ya hombres, son un pueblo nuevo, una nueva civilización, un nuevo mundo, un ideal inextinguible. Los tiranos pueden cortar cabezas pero no ideales. ¡El triunfo de Salomé es la gloria del Bautista, el Gólgota del revolucionario es el Sinaí de un nuevo mundo!
Sí. La muerte tiene el poder de exterminar hombres, pero no nombres: Martí, Bolívar, el Che, Allende, Sandino, Morazán, Artigas, San Martín, son los faros de ultratumba que iluminan las almas combativas, son la luz inmortal, los sagitarios de la esperanza en el tenebroso horóscopo cotidiano de los pueblos oprimidos.
¡Salve, revolucionario amado! ¡Salve!

¡Salve, glorioso triunfador de la vida y de la muerte! ¡Salve!

"¡En vos confío!" te dicen los tumultos de creyentes frustrados, hastiados ya de levantar al cielo vacío sus manos crispadas. ¡Tu credo es mi credo, tu dolor es mi dolor, tu triunfo es la redención de los subyugados!
¡Alabados sean los revolucionarios!

¡Bienaventurados sean los revolucionarios porque de ellos es la gloria eterna!

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