lunes, 20 de junio de 2011

Ken Hawkins : El acto más inhumano que he presenciado

Testimonio del fotógrafo Hawkins de la masacre del 8 de mayo de 1979



Por Eduardo B. Rodríguez (*)


SAN SALVADOR - El experimentado fotógrafo a pesar de cubrir asignaciones de guerra en Vietnam y Nicaragua, nunca vivió hecho más atroz y lo que si le sirvió de su experiencia fue el sentir los bellos de su cuello erizarse cuando ese martes presintió lo peor y persuadió a sus dos colegas a moverse lejos de las gradas de Catedral, hecho que probablemente les salvó la vida. Varias de las personas del Bloque Popular Revolucionario (BPR), organización a la que pertenecían los estudiantes, campesinos y otros, que ese día no tuvieron la misma suerte y que se manifestaban pacíficamente por la liberación de 5 de sus dirigentes que el régimen había apresado.

Ken Hawkins regresó a El Salvador, para tratar de “sanar su corazón” herido desde un 8 de mayo de 1979, cuando presenció la masacre cometida por la Policía Nacional contra estudiantes y campesinos en las gradas de la Catedral Metropolitana. Treinta y dos años después, Ken hizo su viaje al país para hablar de lo que vio y compartirlo con sobrevivientes de dicha matanza perpetrada por una especie de dios Crono, caníbal y temeroso de ser destronado: “un gobierno asesinando a sus propios hijos” como el mismo fotógrafo lo diría.
Al momento de la masacre, Hawkins cubría para la revista francesa Paris Match, la efervescente situación política salvadoreña, incluyendo la toma por el BPR de las embajadas de Francia y Venezuela, así como del máximo templo católico de San Salvador. En su regreso, diversos escenarios sirvieron para el encuentro del fotógrafo internacional con los hechos que aún rondan su memoria.
La Catedral y el Cementerio General de San Salvador, así como el Museo Tecleño, sirvieron de espacio para el intercambio, la fotografía, el conversatorio y el proceso de sanación. Invitado por la Asociación Pro Memoria Histórica de Santa Tecla (ASMEMORIA), a un conversatorio sobre la historia no oficial de los sucesos del 8 de mayo, Ken Hawkins pudo dar su versión, así como conocer las historias personales detrás de los muertos y de los sobrevivientes.
En la Catedral y sus gradas, donde “bajaron ríos de sangre” como lo dijera a la BBC, se reencontró con ese pasado de dolor para fotografiar y conversar con tres sobrevivientes de ese fatídico hecho. Dos de ellos, adolescentes en esa época y el tercero, un estudiante universitario. El Grupo Maíz los acompaño con fotos de la masacre y de los asesinados. Los transeúntes se detenían y veían las fotos. Ken seguramente fotografió tantas imágenes como recordó las que a través del lente vio ese mediodía de muerte para 23 estudiantes y campesinos.
Ken Hawkins recuerda de esa fecha, el hablar en las gradas con una mujer embarazada y de quien al siguiente día vería su cuerpo sin vida tendido en el piso de la Catedral, ambas vidas cegadas por la práctica de una doctrina de seguridad nacional, impuesta desde fuera y enfrascada en someter con violencia, miedo y muerte las aspiraciones justas de los sectores populares. Como lo dijera Monseñor Romero, de quien Hawkins se recuerda con reverencia y a quien también le rindió tributo en la cripta donde yacen sus restos:
“… la absolutización de la riqueza y de la propiedad lleva consigo la absolutización del poder político, económico y social… En nuestro país, ésa es la raíz de la violencia represiva...” (Entrevista con Prensa Latina, 15 de febrero de 1980)
Esa violencia represiva llevó a los policías nacionales apostados en la Plaza Barrios, a disparar contra los manifestantes. En las fotos del fotógrafo estadounidense y que el Museo Tecleño (MUTE), exhibe sobre el 8 de mayo de 1979, se puede observar que los manifestantes estaban pacíficamente sentados frente a catedral y que lo que portaban en sus manos eran globos “de color amarillo” como Ken los recuerda.
Totalmente diferente de la versión oficial que retrató a los del BPR como violentos y provocadores de la matanza. Versión que se le quiso imponer al fotógrafo, primero robando en su habitación del Camino Real, varios rollos con fotos que él tomó, y después, haciéndole ver por medio de un enviado de Casa Presidencial, que lo que ocurrió no fue lo que Hawkins vio, sino, lo que el gobierno dijo que sucedió.
La versión de Ken sobre los sucesos contrasta la versión oficial: los policías nacionales sin provocación comenzaron a disparar contra las espaldas de indefensos manifestantes después de una señal del oficial al mando. Como él lo expresaría claramente, fue “el acto más inhumano que he presenciado”. Sus fotografías no dejan dudas, policías cubiertos por vehículos y provistos de fusiles, contra un mar de manifestantes desprotegidos y apiñados en las gradas de Catedral.

Las más de doscientas personas que el 4 de junio pasado acudieron al conversatorio de ASMEMORIA en el MUTE, pudieron escuchar la versión imparcial y no oficial de un testigo casual a quien la vida puso en ese momento de horror, para poder compartir con la memoria del El Salvador de ahora, detalles de su propia historia. Antes del conversatorio, Ken pudo honrar la memoria de los que murieron regresando al sitio del entierro de hace 32 años.
El Cuadrante Mansferrer, en el Cementerio General de San Salvador, sirvió de telón a las fotos que Ken dejó para su exhibición, donde centenares de salvadoreños acompañaron los ataúdes de esos jóvenes y campesinos, símbolos de una necedad a no renunciar a la libertad. Las fotos de este pasado 4 de junio ya no tienen multitudes ni ataúdes, solo un par de sobrevivientes y sus historias no olvidadas de las personas que yacen en las sepulturas. Ahí Ken conoció con esos relatos a las Normas, Ramiros, Fideles, Rosas y Manueles que él vio en el lente de su cámara aún vivos y llenos de juventud ese 8 de mayo.
Al ver El Salvador de hoy, con sus intentos de regreso al pasado como su intolerancia política, sus matices de la vieja política de seguridad, la violencia permanente, la inequidad que separa, la pobreza que no termina y la inconstitucionalidad a boca de decretos, espero que la actividad de memorizar que nos deja la visita de este amigo, sea como decía el slogan de la manta en el conversatorio del sábado, “Prohibido Olvidar”, solo eso nos puede ayudar a no repetir un camino al que no queremos regresar.
Cuando salíamos del cementerio, le hice un gesto de despedida a las tumbas de mis compañeros y Ken aprovechó para disculparse en vos alta con ellos por haber tardado tanto en regresar… le sonreí y le dije que no se preocupara, ellos ya sabían que vendría. La verdad y la memoria al final no solo sanan corazones, también nos hace más humanos. Es lo que quieren nuestros muertos, lo que necesita El Salvador.

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