Hugo Chávez Frias
Permítanme siempre estas confidencias muy del alma, porque yo hablo
con el pueblo, aunque no lo estoy viendo; yo sé que ustedes están ahí,
sentados por allí, por allá, oyendo a Hugo, a Hugo el amigo. No al
Presidente, al amigo, al soldado.
Bueno, ayer fui a visitar la tumba de mi abuela Rosa. No quería ir en
alboroto porque siempre hay un alboroto ahí, bonito alboroto y la gente
en un camión y las boinas rojas. Yo dije: “Por favor, yo quiero ir solo
con mi padre a visitar a la vieja, a Rosa Inés”. Allí llegamos, y llegó
el señor, un hombre joven, con una pala y unos niños, limpiando tumbas.
Ellos viven de eso. Y me dijo el señor, dándole con cariño a un
pedacito de monte que había al lado de la tumba de la vieja:
“Presidente, usted la quiso mucho, cada vez la nombra, ¿verdad?”. “Claro
que la quise y la quiero, ella está por dentro de uno”.
También me dio mucha alegría ver de nuevo, ¿cómo se llama el niño? No
recuerdo, un “firifirito”, que hace un año fui también a darle una
corona a mi abuela, y él llegó: “Chávez, yo vivo limpiando tumbas y no
tengo casa”. Ayer me dijo, con una sonrisa de oreja a oreja: “Chávez,
gracias, tengo casa, mira, allá se le ve el techo”. Tiene techo rojo la
casa. El niñito tiene casa, hermano, con su mamá y su papá y dos niñitos
más, que están ahí, todos limpian tumbas. Esa vez lo agarré y le dije:
“¿No tienes casa?” ¡Claro!, son tantos los que no tienen casa ¡Dios mío!
¡Ojalá uno pudiera arreglar eso rápido para todos los niños de
Venezuela!
Le pedí al general González de León y al gobernador que se unieran
para atender el caso de ese niño, porque él me dijo con aquellos ojitos:
“Chávez, no tengo casa. Chávez, yo quiero estudiar”, “Chávez, mi mamá
está pasando hambre”, y bueno, me dijo tantas cosas con aquellos ojitos
que me prendió el alma. Y les dije, miren, hagan un estudio social. Y ya
tiene casa el niño y se le ve el techo rojo. “Allá está. Chávez,
visítame”. Y yo le dije: “No tengo tiempo papá, pero otro día voy”.
¡Ojalá pueda visitarlos algún día!
Ahí estuvimos rezando delante de la tumba de la abuela. Yo nací en la
casa de esa vieja, de Rosa Inés Chávez. Era una casa de palma, de piso
de tierra, pared de tierra, de alerones, de muchos pájaros que andaban
volando por todas partes, unas palomas blancas. Era un patio de muchos
árboles: de ciruelos, mandarina, mangos, de naranjos, de aguacate,
toronjas, de semerucos, de rosales, de maizales. Ahí aprendí a sembrar
maíz, a luchar contra las plagas que dañaban el maíz, a moler el maíz
para hacer las cachapas.
De ahí salía con mi carretilla llena de lechosa y de naranjas a
venderlas en la barquillería. Así se llamaba la heladería, y me daban de
ñapa una barquilla. Era mi premio y una locha para comprar qué sé yo
qué cosas. Bueno, de ahí vengo. Cuando yo muera quiero que me lleven
allá, a ese pueblo que es Sabaneta de Barinas, y me conformaré con una
cosa muy sencilla, como la abuela Rosa Inés.
Cuentos del Arañero
No hay comentarios.:
Publicar un comentario