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lunes, 7 de enero de 2013
La curiosidad del nacimiento
Testimonios de la guerra civil y los orígenes de la Radio Farabundo Martí (RFM)
Por Armando Salazar (*)
SAN SALVADOR - Es que a uno lo mata la curiosidad. A la gente de El Jícaro le habían dicho que no subiera al Caulote. Una señora nos había dicho que no subiéramos a la casa de una señora de nombre Elena porque todo eso estaba lleno de minas.
Y chis, dije yo, no puede ser, no puede ser. Los compas ponen minas fuera de la zona. Yo lo que quería saber es por qué no quieren que uno llegue allí. A uno lo mata la curiosidad.
Esmeralda tenía unos doce años en esos días. Hacía año y medio que se salvó en la masacre del Sumpul. A una bicha “mayor”, de unos quince años, de quien iba agarrada de la mano, a ella sí le pegaron un balazo y allí quedó en la playa del río.
Ese día de mayo, aquello era una gran balacera. Habían logrado cruzar hasta el lado hondureño, pero los soldados de ese país las regresaron con Chabelita, su madre, en una cadena humana guiada por un lazo en el río crecido. Los negros helicópteros volaban bajito. Ya al otro lado las bichas no hacían más que llorar, sentada sobre unas piedras, viendo hacia abajo.
A otra gente las formaban y las llevaron detrás de un montecito y después de los balazos, sucedía una gran gritazón por los que habían matado. Algunos soldados ya no querían escuchar llantos, y de pronto a Esmeralda y a su familia, un soldado les dijo que se fueran corriendo por el monte. Algo dudaron, porque a otros los habían formado, les dieron orden que corrieran y los rafaguearon.
Corrieron y corrieron descalzos por lodazales, pedregales y breñales cerro arriba. Iniciando el invierno, muchos días durmieron donde les agarró la noche y sin comer nada. Al padre de Esmeralda lo capturó y lo mató la guardia en otro operativo exactamente un mes después y creen que su cuerpo lo dejaron en el Cerro Vivo, uno de los brazos que bajan de La Montañona.
Pero Esmeralda no quería quedarse con la duda y se fue a buscar mangos sin el permiso de Chabelita.
¿Y por qué no podemos ir allí? Entonces, como uno de bicho sí que es metido y bruto ¿Imagínese hubiera sido verdad? Yo me fui a meter. Es que yo quería salir de la duda.
Cabal: pasé por el patio y de las caras que no se me olvidan allí es a la Tania con la Bety. Cuando voy viendo a la mujerona con las grandes nalgotas, porque así eran… y vi a Haroldo, jamás se me olvida…
Es que la Tania estaba en la pila, afuera, con la Bety, platicando. Y entonces, y yo buscando mangos, agarré el camino para el lado del campamento, a dar una vuelta y dije yo: ahhh… por eso decían que no pasáramos porque esa gente que está allí, esa gente que está en esa casa no es de éste país. ¿Y qué andan haciendo? pero nada que sabía ¿qué podía ser?
Yo me sorprendí ver a Haroldo, como es él, vea... bien pechito, alto, con lentes…
Yo nunca había visto una gente con lentes. Para mí eso era una gran sorpresa. Y llego y le digo a mi mamá: mamá ¿le cuento a dónde fui? Y me dijo ¿Y dónde has ido?
¿Se acuerda que adonde dijeron que estaba minado…? ¿Y te has ido a meter allí?, me dijo. De allá vengo, le dije yo. ¿Y qué has visto?, me dijo. Mire, allí están unas gentes que a saber de dónde son.
Y fíjese que está uno bien pechito… pechito con unos vidrios puestos en los ojos y gran bigote. También está una mujer que viera qué nalgas tiene esa mujer. Es que yo me quedé sorprendida. Y está otra pechita, bien bonita, bien alta, que era la Tania…
Y entonces mi mamá me dice: si se llegan a dar cuenta que vos has andado allí, nos van a regañar. Y ya algo con miedo, porque… pues sí, habían dicho que no fuéramos. Mi misión era ver…
Yo quería salir de la duda de por qué estaban diciendo que allí nadie pasara. Entonces me dice mi mamá: mirá no te vayan a regañar. ¡A nadie le vayas a decir que has ido allí! A nadie, le dije…
En noviembre de 1981, después del gran operativo militar a La Montañona, comenzaron a entrar por pedazos los aparatos de Radio Farabundo Martí a Chalatenango. En diciembre se hicieron pruebas de transmisión en El Caulote, pocos pasos arriba de El Jícaro.
Cuando el motor se encendía, montón de gente de El Jícaro que salióg-130 corriendo de allí usted. Unas viejitas decían que era helicóptero, otras decían que era un carro… Dios guarde, decía mi mamá ¿Y eso qué será? Pero ella nada que coordinaba con lo que yo había visto.
Cuando llegamos a La Montañona, al campamento de la radio, yo le dije: Mamá esas dos muchachas son las que estaban en la casa donde yo fui a ver…
¿Imagínese que de verdad hubiera estado minado?
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