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Nuestro país es estremecido por una crisis que se caracteriza por el derrumbe de un régimen antiguo sin que aparezca el nuevo que lo sustituya. Lo que llamamos crisis está constituida, precisamente, por esta relación entre lo antiguo y superado y lo nuevo que no termina de constituirse.
Esta es una crisis histórica porque expresa la descomposición de lo que se llama bloque histórico, para cuya comprensión resulta necesario usar una metodología que apela a cierta arquitectura. Según ésta, en toda sociedad capitalista hay un diseño que, sin ser visible a simple vista, se compone de una base o infraestructura y de un nivel superior o superestructura.
La base está constituida por la realidad económica, por la relación de las clases sociales con los medios de producción, por todo el fenómeno de la producción de bienes, de la plusvalía y la explotación.
Aquí se encuentra lo que caracteriza a una sociedad en términos económicos; pero, tratándose de sociedades como las realmente existentes, en donde una minoría poderosa oprime y explota a una mayoría sometida, resulta necesario otro nivel que contiene todo el aparataje ideológico que permite a los sectores dominantes, dominar a través del control ideológico de las grandes masas de subordinados. Esto es lo que se conoce como superestructura. Y aquí en esta franja se encuentra el Derecho, el Estado, las llamadas instituciones, las religiones e iglesias, el arte, la cultura y el folklore.
La estabilidad de una sociedad y la seguridad de un control ideológico eficiente dependen de la armonía y relación orgánica entre esta base económica y su superestructura ideológica. Esto quiere decir, por ejemplo, que las leyes que se aprueban han de corresponder a la estructura y a la naturaleza de la economía real y han de estar a su servicio. Que una Corte Suprema de Justicia ha de responder, de la manera más armónica, a esta misma base económica, y sus resoluciones han de asegurar la ideología del sector dominante sobre los dominados. Aquí se trata del dominio, es decir, de asegurar que las ideas que viven en la cabeza de los dominados sean las del sector que domina, o, en otras palabras, que los dominados miren al mundo y entiendan la realidad con los ojos de los dominantes.
Cuando todo este andamiaje funciona, este sector dominante es, al mismo tiempo, dirigente. Pero para eso, necesita usar la figura del consenso y este es todo un aparato ideológico en el que intervienen la educación, la religión, la filosofía y los recursos ideológicos más refinados. Es a través del consenso que los dominados asimilan, aplican, se identifican, con los intereses de los dominantes, y resultan incapaces de toda resistencia y, mucho menos, de toda rebelión.
Cuando empieza a debilitarse este control ideológico y se producen manifestaciones de rebeldía o rebeliones interviene el aparato represivo del Estado que solo actúa cuando falla la ideología, pero funciona siempre como una especie de mano dura de reserva. También se desencadena el mecanismo del Derecho, de los tribunales, de las cárceles y de todo lo que se conoce como fuerzas del orden público.
Es necesario darnos cuenta que en cada rebelión y levantamiento del pueblo hay una derrota ideológica de este aparato, que no logro domesticar a los esclavos, y resulta necesario acudir a la maquinaria represiva. Sin duda que la mayor rebelión de nuestra historia es la guerra de 20 años; pero ésta no es sino la continuidad de un hilo histórico que pasa por la guerra contra los invasores europeos. Pasa por el levantamiento de Anastasio Aquino, por el levantamiento de 1932, y finalmente culmina con la guerra. Como podemos ver se trata de un proceso histórico de acumulación de una capacidad de resistencia y de rebelión y de un proceso de debilitamiento del control ideológico.
Es comprensible que lo que llamamos Estado se corresponda, junto con su Constitución, con una base económica o infraestructura, y una clase dominante es la beneficiaria del orden establecido a sangre y fuego.
Desde finales del siglo XIX, justamente en el marco de las luchas contra la dictadura de los Hermanos Ezeta, una nueva clase social se constituye como una oligarquía cafetalera dominante, y durante más de 100 años, el país, la economía, el Estado, el Derecho y la política toda, fue un reflejo de esta clase dominante. Pero, en el marco de la guerra de 20 años, los cafetaleros pierden el control de la economía y también del aparato del Estado. Aquí resulta necesario explicar que estos dos tipos de control, el económico y el del aparato del Estado, se complementan y se requieren, porque ese control estatal le garantiza al sector dominante los mejores negocios, las mayores utilidades, una legislación adecuada a sus intereses, los gobernantes conveniente y la capacidad de sofocar cualquier intento de alterar este orden de cosas. Para todo esto, necesitan el control del aparato estatal, y muy especialmente de sus fuerzas armadas y sus policias. Pero, este control solo es posible en la medida en que la economía esté controlada por este sector. Así ocurrió por largas décadas con el café, como un exclusivo producto de exportación, y con los cafetaleros como amos y señores, en nuestro pequeño país.
Cuando los precios internacionales del café se derrumban, todo el control clasista también se derrumbó, y entonces, la necesaria armonía entre una base económica y una superestructura, se quiebra.
Bloque histórico es el nombre que se le da a esa relación orgánica, armónica y dialéctica entre base y superestructura. Muy vinculado a este bloque histórico funciona lo que se llama bloque de poder que contiene el sistema de alianzas y acuerdos necesarios para ejercer ese poder.
Al romperse el poder oligárquico cafetalero, la base económica entra a una situación de deriva porque una parte de éstos se hacen banqueros, solo una parte, y aquí estamos frente al capital financiero, que diseña un país a su imagen y semejanza; pero luego, los bancos son vendidos a la banca internacional, y llegamos a un momento como el actual, en donde la riqueza del país es controlada por empresas transnacionales, y en todo este proceso resulta que el mundo superestructural es el mismo que se correspondió por décadas con una base económica cafetalera. Al desaparecer esta base, desaparece el encuentro necesario entre esa superestructura y su base económica. Al mismo tiempo, no aparece una nueva clase dominante que sustituya a los cafetaleros, y el bloque de poder que aseguraba su dominio, también se descompone. Esto es lo que explica los desencuentros hasta escandalosos entre una parte del aparato institucional y otras instancia, como el conflicto entre la Sala de lo Constitucional dela Corte Suprema de Justicia y la Asamblea Legislativa.
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