domingo, 8 de septiembre de 2013

Carta al Presidente Barack Obama


Señor Presidente,

Usted sabe que sus recientes declaraciones y sus conocidos preparativos militares para atacar a la República Árabe Siria producen en todo el mundo una sensación de inseguridad, amenaza y zozobra. No es la primera vez que gobiernos de su país usan su fuerza militar para el logro de sus objetivos. Se entiende que su país es una república, pero organizada y constituida en un imperio. Es muy probable que así lo concibieran los fundadores de su país, pero es seguro que en la actualidad la relación entre la república estadounidense y el imperio estadounidense atraviesan un momento de mucha tensión y complicación.

Estoy seguro, Señor Presidente, que usted conoce las oleadas de autoridad reducida, de confianza perdida y prestigio erosionado que se abaten sobre su país en todo el planeta. Esto tiene que ver con la historia reciente y lejana de las relaciones del país estadounidense con el resto del mundo.

Su presidencia despertó renovada esperanza y confianza en que era posible esperar de un país militarmente fuerte, una conducta inteligente, teniendo como presidente a un hombre también inteligente; sin embargo, la crisis económica de su país, las urgentes necesidades de materia prima, distribuidas en todo el planeta, y requeridas por la economía y la maquinaria de guerra de su país, han reducido, hasta ahora, sus posibilidades de responder a la confianza que en usted se depositó en los momentos iniciales de su gestión.

El ejército estadounidense, sus armas sofisticadas, sus bombarderos y sus soldados parecen ser el único argumento con que cuenta su país para defender sus intereses, tanto los legítimos como los no legítimos.

Usted sabe, Presidente, que hasta ahora, hombres como yo, ciudadano de un pequeño, pobre y empobrecido país como El Salvador, pensamos que la pobreza no sepulta la dignidad y que la riqueza y la capacidad militar no ha de sepultar la inteligencia, y ambas –dignidad e inteligencia- pueden permitir a usted darse cuenta que no es soportable aquella política, según la cual, un país o un grupo de países, sean cuales sean, puedan determinar qué países del planeta son o no democráticos y determinar agresiones militares contra aquellos que no superen el examen de los países poderosos. Hasta ahora, se sigue defendiendo la idea de la soberanía de los Estados, de la autodeterminación de los pueblos, y de la condena a la intromisión de cualquier Estado en los asuntos internos de otros.

El Medio Oriente es una región vital para los intereses de su país y la mayoría de los gobiernos de los Estados árabes son aliados estadounidenses; sin embargo, la agresión ejecutada por su país contra el Estado de Irak, seguida de la guerra contra Libia,  y s prolongada guerra en Afganistán, ha seguido el mismo formato que ahora encontramos en la guerra en Siria.

En el caso de Siria, Señor Presidente, así como en todo lo relacionado al Medio Oriente, es conocido el influyente papel del Estado de Israel en la elaboración, definición y ejecución de una política que siendo imperial necesita tomar en cuenta límites legales que hasta ahora los ha aportado en algunos casos las Naciones Unidas. Conocemos la buena voluntad del actual secretario general de ese organismo respecto a la política estadounidense, pero tanto la ONU como su gobierno no habían tenido un escenario internacional como el actual. En este escenario, la política de su país y de sus aliados en el Medio Oriente y en Occidente, producen honda preocupación por la paz mundial, por el pueblo de Siria, por las normas jurídicas internacionales, que pueden salvaguardar la convivencia mundial.

Estamos convencidos que cualquier acto de agresión contra el pueblo sirio amenaza la paz internacional, con consecuencias desastrosas para la región y también para los intereses de su país, porque nunca como hoy, ha sido necesario el respeto a la soberanía de los Estados y a la autodeterminación. Los mismos intereses de su país no parecen estar mejor garantizados que bajo el amparo del derecho internacional, porque las armas sofisticadas y las tropas, al producir destrucción, torrentes de sangre, temor y odio, no construyen ni los puentes necesarios ni el ambiente adecuado para que la paz y la justicia garanticen la vida de todos.

La paz internacional y el respeto necesario no conviven, Señor Presidente, con agresiones militares y mucho menos con acciones carentes de legalidad. Por eso, elevamos ante su consideración la confianza en que la política de su  país tome en cuenta la soberanía de los Estados y el derecho del pueblo sirio a su autodeterminación.

     San Salvador, 1º  de septiembre del 2013.

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