jueves, 9 de enero de 2014

Carta para mi hermano Santiago


En Salcoatitán se ha instalado el frío, pero se trata de un viejo amorío porque siempre los cerros cultivados de café han guardado, para todos, los vientos que corren del cerro hacia el pueblo y llegan hasta el parque de la ciudad, con ellos llega también la temperatura que se convierte en neblina. La bruma oscurecida recorre las calles del pueblo y toca todas las puertas pero gusta de meterse  en aquellas viviendas donde no tienen colchas ni pueden siempre tomar café caliente y mucho menos pan. Así es el frío que gusta, sobre todo, de morder a los más pobres.

Dagoberto Gutiérrez

Hace tres años, apenas tres, te enterramos aquí y son pocas horas y pocos minutos comparados con la vida y sobre todo con tu vida que, aparentemente, terminó en esos días.

La apariencia cubre la vida y también la muerte y se puede pensar que una vence a la otra o que una se rinde ante la otra o también se puede pensar que ambas se entienden y se ponen de acuerdo, esto resulta cierto o aparentemente cierto en tu caso, porque siempre viviste la vida de manera intensa y extensa y aprendiste, por tus propios medios, a hacer de esta vida un escenario en el que vos fuiste un sujeto. Esto ocurrió desde los primeros momentos de la vida, acuérdate y solo acuérdate un poco de los problemas que surgieron en San Jacinto, si, en la cuesta de San Jacinto entre Santa Ana y Texistepeque cuando vos siempre le decías “sapo cuto” al hijo menor de Chicón Jiménez  que era vecino y que se quejó con mi papá,  a partir de ahí ya estabas matriculado en la escuela intensa de una vida intensa.

Fuiste el hermano mayor que iba abriendo surcos hondos en la vida profunda y recuerdo mucho tu etapa de zapatero cuando en las tardes te llevaba café con plátano frito al taller de zapatería de don chepe Fajardo en Chalchuapa, me fascinaba y todavía me estremezco, ante la habilidad de todos los operarios para manejar las filosas navajas de zapateros, para usar la chaira y una faja de cuero sujetada a cada una de las sillas en las que trabajaban, su habilidad para cortar el cuero sin equivocarse ni un milímetro y su genialidad para poner apodos e inventar historias llenas de risas y doble sentido, no se me olvida el “buche madre” que era Armando,  dueño de un cuello bastante grueso, de ahí el apodo y chepe torogoz y todo el chiste y el rumor, en fin eran artesanos que vendían su arte con dignidad.

Luego te hiciste estudiante de plan básico y aunque eras mayor de edad estudiaste con nosotros con toda naturalidad y hasta apareciste en los cuadros de honor con las buenas calificaciones, además fuiste campeón de natación ahí en la piscina del trapiche, en la Escuela normal Gerardo Barrios, de Santa Ana, cuyos estudiantes usaban traje blanco de Mac Arthur con saco y corbata te graduaste de Profesor normalista y era un grupito que al graduarse se distribuían en todo el territorio del país.

Así fue como llegaste a Salcoatitán y vos, que siempre disfrutabas la vida, la del humor y la seriedad, la diversión y el trabajo, la responsabilidad y la flexibilidad te hiciste profesor de matemáticas y luego Director Departamental de Educación.

Nunca, pero nunca, te tomaste demasiado en serio, aunque siempre tomabas la vida muy en serio y siempre fuiste irreverente, esto resultó ser una cualidad fundamental para no adorar ídolos falsos ni seguir caminos políticos equivocados, por eso el secuestro y la cárcel te acompañó, pero nunca te quebró, porque hilvanaste bien el humor y la seriedad. Siempre supiste que la vida es una cosa tan seria, pero tan seria, que conviene abordarla con humor para que no muerda tanto.

El encuentro con la Norita tu esposa fue lo mejor que te ocurrió en la vida así como la relación con su familia con sus hermanos y su madre y en fin la comunidad en Salcoatitán. La relación que construiste con Don Salvador y la niña Vira, los padres de Norita, fue magistral y, Omarcito y la Karen tus hijos y con  la Nataly, la Karlita, Diego e Irene, tus nietos, también fue un trabajo fino con mucha vida y mucha vitalidad.

La muerte nunca lo desconoce a uno pero no merodea, no ronda ni asalta porque parece ser que cada quien y cada cual es dueño de sus horas, sus minutos y sus segundos y parece que esta es la única propiedad gratuita e irrenunciable y cuando estos se agotan y el reloj de cada uno deja de dar la hora, ese silencio resulta ser el ruido que despierta a la muerte que está dormida en los corredores de la vida sin esperar nada y sin esperar a nadie, más bien nos encontramos con ella por casualidad.

La tarde es muy tranquila, el cielo de Salcoatitán es un gigantesco ojo curioso, el sol se despide de la luz y las nubes parecen contarse secretos, sus secretos, que todos lo saben y a todos conocen, pero en el pueblo hay un entierro y dicen, algunos dicen, que es el tuyo pero yo no lo creo y han pasado tres años y sigo sin creerlo porque cuando uno tiene 75 años apenas empieza a vivir y es muy temprano, casi de madrugada, para empezar a morir y aunque vos vas en ese ataúd no sos vos el que va en ese entierro. En realidad, no hay entierro que a vos te lleve a ningún cementerio y pase lo que pase, pasen los siglos que pasen, vos seguirás cumpliendo años, viviendo las horas y cabalgando la vida.

Verdaderamente, de eso se trata: de ser jinete, el jinete de su propio caballo, para que nunca nos derribe y nunca tengamos tres días de ceguera, la clave, hermano eterno, la descubriste vos y uno mismo debe ser su propio caballo para que nunca la vida te tumbe y te abandone, pero de esto y de otras cosas seguiremos platicando.

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