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viernes, 10 de enero de 2014
Los partidos políticos y el sistema político salvadoreño
El sistema político salvadoreño cuenta, desde 1983, con una disposición en el Art. 85 de la Constitución de la República, la cual otorga a los partidos políticos, el monopolio de la representación del pueblo dentro del gobierno. Según ésta, los partidos son “el único instrumento” para la representación.
Dagoberto Gutiérrez
La disposición se compone de varios elementos sincronizados que pueden ser enumerados de la siguiente manera:
Los partidos expresan al sistema político y el sistema político se expresa, a su vez, por medio de los partidos.
Los partidos son instrumento único en el sistema para el ejercicio político dentro del gobierno.
Los partidos están entre el sistema, del que son parte instrumental, y el gobierno, del que son parte representativa.
La representación dentro del gobierno la ejerce el pueblo, solamente por medio de los partidos.
Así las cosas, el sentido instrumental de los partidos políticos los sitúa en medio de dos intereses contrapuestos: por un lado, el sistema político que muestra el interés por conservar y mantener determinado orden y ciertos intereses coincidentes con ese orden; y, por el otro lado, el afán del pueblo por alcanzar una vida mejor, aun cuando sea necesario cambiar el sistema para ganar una mejor calidad de vida, para alcanzar una democracia participativa y para asegurar un poder en manos de la mayoría.
Es notoria la circunstancia de que el cambio del sistema puede significar un mejoramiento en la vida del pueblo, pero también, en determinadas circunstancias, el funcionamiento real puede facilitar el bienestar de la población, siempre y cuando este sistema esté al servicio de esos pueblos. Este es, precisamente, el conflicto que mueve y empuja a la lucha política, pero es algo que no siempre está al alcance de la comprensión de los pueblos interesados, porque siempre el sistema aparece y parece como algo que debe ser salvado y hasta garantizado, cuando en realidad resulta ser, precisamente lo que hay que cambiar.
Estando los partidos con la cabeza en el sistema, el estómago en el gobierno y los pies en las elecciones y los votantes, resulta clara la actual situación política del país en donde el sistema político no funciona de acuerdo a los textos constitucionales ni al espíritu de esos textos. Los partidos pagan costos altos en términos de prestigio, autoridad y respetabilidad por la lealtad al sistema político, quien les paga bien por ese trabajo. Les paga en términos literales, voto por voto, en tanto que la sociedad de votantes, mirando a los partidos con desconfianza creciente, participa cada vez menos en el rito político de la representación y en el rito comercial de las elecciones.
Hay que hacer notar que lo que la Constitución llama ejercicio democrático ha devenido en un rito de procedimientos, y las elecciones, las votaciones, las campañas electorales, las candidaturas, las fiestas partidarias, las asambleas o las convenciones, se han convertido en encendida confrontación intestina y en una lucha política raquítica que ya no busca alternativas a la realidad.
En este rito tiende a desaparecer la confrontación entre los programas y los proyectos de los partidos, lo que sería una diferenciación saludable para la lozanía del sistema político, puesto que ninguna oferta desbordará a este sistema. Esta es la condición estructural del trabajo partidario, los que en ningún caso podrán negar al sistema que los legaliza y les paga por su trabajo.
En estos momentos, los partidos se esmeran en ofrecer lo mismo, en ahogar la diferenciación entre ellos, en jugar a la mayor lealtad sistémica y en asegurar la democracia como juego, pero en ningún caso como condición de vida de los seres humanos.
En nombre de un invisible interés nacional, los partidos políticos hacen desaparecer para los electores, la posibilidad de escoger, de rechazar, de distinguir y de optar por un proyecto u otro proyecto, por un camino u otro camino, es decir, que los partidos cierran la posibilidad de ser electores para los seres humanos, y el ciudadano solamente puede ser simple votante a favor de uno o de otro candidato.
El voto conserva, sin embargo, un valor antropológico, aunque no sirva para cambiar la vida de los votantes, en los casos en que éstos quieran cambiarla. E incluso, el voto no funciona para los que quieran cambiar su vida, pero tampoco sirve para conservar la vida inconmovible porque este voto no es más que el ejercicio procedimental del derecho del sufragio.
Al mismo tiempo, al despintarse el conflicto inter partidario, se recrudece la lucha intra partidaria, que es la que ofrece los mayores tonos de conflicto y los más altos niveles de distancia.
En este terreno, la naturaleza de la pelea no tiene que ver, en la mayoría de los casos, con diferencias políticas o programáticas y se reduce a la reyerta por cargos y candidaturas en que no hay diferencias esenciales.
Tanto en la visión inter partidaria como en el terreno intra partidario, la política sufre un descalabro porque los partidos dejan de ser escuelas de pensamiento político y entes de formación ciudadana y pasan a ser, como parece ser ahora, centros legales de negocios políticos de todo color, donde se ingresa para participar en el negociado de la administración de la cosa pública.
Resulta muy cierto y peligrosamente obvio que lo político desborda con mucho a lo electoral y por eso es menor cada día el interés político que se canaliza por la vía del voto eleccionario.
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