martes, 14 de octubre de 2014

Anular el voto no es un acto negativo



Carlos Abrego

Nadie discute que el derecho de voto constituye en sí un avance en la historia de la democracia. Se trata del resultado de una lucha iniciada en el Siglo de las Luces y desarrollada también en los Estados Unidos en los tiempos progresistas de su Independencia. Incluso el término de “democracia representativa” aparece por primera vez en la pluma de Alexander Hamilton en 1777, quien batalló junto a George Washington en los alrededores de Nueva York. En nuestro país que hemos vivido bajo dictaduras constantes que se han sucedido una tras otra, en donde las elecciones eran raras, a veces con un solo partido en posibilidad de ganar o llenas de fraudes y acompañadas por la presencia del ejército en las calles para intimidar y garantizar el triunfo del oficialismo, el panorama actual se nos presenta también como un gran avance.

La legalidad que ahora reina en nuestro país ha sido obtenida recientemente y es el fruto de la guerra de los años ochenta en el país. No se trata de algo que nosotros podamos despreciar y echar por la borda así nada más.

Aunque es necesario tener en cuenta que la legalidad obtenida hoy en nuestro país y en los países europeos desde ya hace mucho tiempo, no constituye tampoco lo más fundamental dentro de la democracia. El concepto mismo de representatividad fue ya desde el principio cuestionado durante los primeros años de la Revolución Francesa y se demostraba los límites. Pues la representación como criterio de la participación del pueblo en el ejercicio del poder es meramente abstracta. El pueblo realmente no accede nunca al poder, sino que lo hace de manera mediatizada, por el intermedio de personas que poco a poco asumen el poder no como representantes del pueblo, sino como detentores de pleno derecho del poder. Desde temprano esta delegación del poder apareció como una usurpación de los poderosos y de los políticos que se han servido del poder estatal para subyugar al pueblo. El desprestigio de la democracia representativa se generaliza y los anarquistas del siglo XIX llaman a los trabajadores a separarse, a salirse de esa sociedad engañadora, a no participar en la trampa que constituye el sufragio.

El demos ausente en la democracia

Nosotros conocemos, en nuestro país, el sufragio universal, pero este es ya el resultado de largas luchas, primero existió un derecho al voto por dinero, el sufragio censitario. Poco a poco se fue abriendo el voto a las clases bajas. Esta lucha duró en Europa casi un siglo y medio hasta obtener la participación de los jóvenes y de las mujeres.

Esto significa que el voto es un derecho adquirido por las luchas, a veces por luchas sangrientas. Pero si se ha luchado tanto por el voto, es porque el voto se imagina acompañado de la expresión popular y que traerá la satisfacción de los derechos de los más pobres, de las clases más necesitadas. Pero esto ha sido una vana y hueca promesa de esta democracia representativa. El sufragio se ha limitado, se limita ahora al derecho de elegir entre candidatos de varios partidos sin que exista ninguna garantía que las promesas vertidas durante las campañas electorales se cumplan. Esta democracia se ha olvidado de crear los mecanismos de control y de censura a los políticos electos que no cumplen.

Los votos terminan al fin y al cabo siendo la justificación, la legalización misma de la usurpación del poder por la clase política, por un puñado de personas que dirigen los partidos políticos y el pueblo, el demos, de la democracia queda totalmente ausente. Por eso mismo desde los inicios han surgido intentos de encontrar los mecanismos para corregir la democracia representativa con ciertas dosis de democracia participativa. Pero ya ha cumplido un bicentenario de esos intentos y por el momento no se advierte ningún avance al respecto, el principal obstáculo han sido los mismos “representantes del pueblo”, que saben que la participación directa del pueblo es el final o la limitación de su poder.

En vista de todo esto pudiera parecer que al llamar a anular las papeletas electorales entremos en contradicción y estemos negando lo que hemos reconocido como un avance en nuestra historia. No es así. Al llamar a anular el voto nosotros no llamamos a la simple abstención, a ausentarnos, sino al contrario, estamos llamando a los compatriotas a que expresen claramente su desaprobación por la usurpación de su poder por los que nunca han sido sus genuinos representantes. Esto significa que nosotros no estamos echando al basurero el derecho de votar, le estamos dando un sentido, lo estamos valorizando, pues lo que nos ofrecen los partidos, tanto los mayoritarios como los partidos satélites es una simple continuidad de lo que hemos venido padeciendo.

Anular el voto es un primer paso

El mismo presidente actual, Salvador Sánchez Cerén, se quejaba durante la campaña que su principal contrincante Norman Quijano le estaba copiando su programa. ¿Qué significa esta denuncia? Pues simplemente que sus propuestas no tenían nada que perjudicara a la clase oligárquica, pues el candidato de ARENA podía perfectamente copiarle sus promesas electorales. La misma acusación se formuló a la inversa. Durante los cinco años del gobierno Funes/FMLN al cuestionar la ausencia de verdaderos cambios, se nos repitió como una letanía medidas sociales que fueron tomadas en los primeros meses del gobierno: los zapatos y uniformes, el vaso de leche, los útiles escolares gratuitos para los niños de primaria. Esto lo mostraron como los grandes cambios del quinquenio, la famosa profundización es llevar las mismas medidas a los alumnos de secundaria;

Pero mientras tanto la precariedad sigue existiendo en la asistencia médica, la misma baja calidad de la enseñanza, los salarios son bajos, las condiciones de trabajo de los obreros son detestables y el trato que reciben las obreras en las maquilas es indignante, el desempleo es masivo, las cifras sobre la pobreza y la extrema pobreza son alarmantes. La inflación es permanente y los precios de los principales productos de la canasta básica aumentan, el gobierno anterior no quiso establecer el control estricto de los precios de la canasta básica y congelarlos. Esto no es una medida imposible, esto no es una medida revolucionaria, el gobierno panameño lo está practicando. Nada han emprendido los gobiernos de la “izquierda” para modernizar el derecho laboral, no han promovido luchas para ejercer presión sobre la derecha para que cambie de actitud. Al contrario es el FMLN el que se ha ido adaptando a la doctrina liberal de gobierno. La sumisión al imperialismo sigue siendo una constante e incluso ha seguido avanzando hasta llegar a darle satisfacción en todo a la embajadora para adaptar las leyes según la voluntad de los grandes monopolios.

El peligro mayor que se nos presenta es que una vez desilusionada la gente de izquierda, abandone las urnas y vuelva otro largo ciclo de gobiernos de derecha, ya sea con ARENA o con GANA. Ambos partidos son de derecha abiertamente pro-oligárquicos. El FMLN en estos momentos no presenta señales claras, en sus actitudes, que sean substancialmente distintas a las de esos dos partidos.

Entonces al llamar a anular el voto nosotros estamos protestando, estamos denunciado este estado de cosas. No podemos quedarnos con los brazos cruzados, es necesario que la población tenga durante las elecciones, momento clave de la vida política, una manera de decir su rechazo a todo lo que está sufriendo. Esta es la principal significación de ir a las urnas y plasmar su protesta en las papeletas electorales. No se trata pues de una actitud negativa, sino que al contrario, se trata de un acto cívico.

Sabemos que la protesta es insuficiente, que para que cunda mayor efecto es necesario organizarse y reavivar nuestra tradición de luchas reivindicativas. Porque la realidad social y económica es la que nos oprime, es la que no nos permite satisfacer realmente nuestras necesidades. Sabemos que no es suficiente organizarse solamente en torno a anular el voto. Este es apenas el inicio de otra cosa que hay que darle cuerpo, que hay que alimentar con ideas nuevas, incluso con modos inéditos de organizarse y de hacer política en la que la participación directa de la gente sea el principal objetivo, el eje central. Es necesario promover que en los municipios la población tenga voz en las decisiones, que tenga real control de los gastos, que pueda proponer, deliberar. No basta con organizar cabildos abiertos, sino que darle a la gente de manera permanente el poder de participar en la gestión.

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