martes, 21 de octubre de 2014

Ellos tenían una patria

1600
Santa Marta

El fuego demora en arder. Qué lento arde.

Ruidos de hierro, ambular de armaduras. El asalto a Santa Marta ha fracasado y el gobernador ha dictado sentencia de arrasamiento. Armas y soldados han llegado desde Cartagena en el momento preciso y los tairona, desangrados por tantos años de tributos y esclavitudes, se desparraman en derrota.

Exterminio por el fuego. Arden las poblaciones y las plantaciones, los maizales y los algodonales, los campos de yuca y papas, las arboledas de frutales. Arden los regadíos y las sementeras que alegraban la vista y daban de comer, los campos de labranza donde los tairona hacían el amor a pleno día, porque nacen ciegos los niños hechos en la oscuridad.

¿Cuántos mundos iluminan estos incendios? El que estaba y se veía, el que estaba y no se veía…

Desterrados al cabo de setenta y cinco años de revueltas, los tairona huyen por las montañas hacia los más áridos y lejanos rincones, donde no hay pescado ni maíz. Hacia allá los expulsan, sierra arriba, para arrancarles la tierra y la memoria: para que allá lejos se aíslen y olviden, en la soledad, los cantos de cuando estaban juntos, federación de pueblos libres, y eran poderosos y vestían mantos de colorido algodón y collares de oro y piedras fulgurantes: para que nunca más recuerden que sus abuelos fueron jaguares. A las espaldas, dejan ruinas y sepulturas.

Sopla el viento, soplan las almas en pena, y el fuego se aleja bailando.

Eduardo Galeano - Memoria del Fuego, los nacimientos.
 
 
Llueve muerte. En el moridero caen los colombianos por bala o por cuchillo,
por machetazo o por garrotazo, por horca o por fuego, por bomba del cielo o por mina del suelo.
En la selva de Urabá, en alguna orilla de los ríos Perancho o Peranchito,
en su casa de palo y palma, una mujer llamada Eligia se abanica contra el calor y los mosquitos,
y contra el miedo también. Y mientras el abanico aletea, ella dice, en voz alta:
-Qué rico sería morir naturalmente.

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