lunes, 13 de octubre de 2014

Las abejas de Chilizate


Bernardo Menjívar 


Relato de un ex guerrillero de un combate y batalla contra las avispas Chilizate

En los años más álgidos de las guerra, allá por junio de 1984, en el Frente Norte Apolinario Serrano de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) , como parte de las operaciones militares de gran envergadura, se realizó el ataque a la presa El Cerrón Grande, ubicada sobre el rio Lempa, entre los departamentos de Chalatenango y Cabañas, el cual por ser un lugar estratégico para la economía del país como parte del sistema de generación energía eléctrica, el ejército gubernamental lo mantenía custodiado con un fuerte dispositivo de efectivos militares y numerosas fortificaciones.

Participamos en dicha maniobra como parte del Batallón K93, el cual formaba parte de la Agrupación de Batallones denominada Felipe Peña Mendoza, en honor al destacado Comandante Guerrillero del mismo nombre, quien había sido el segundo jefe de la organización (FPL) hasta su muerte en combate en agosto de 1975.

Recién nos habíamos incorporado a dicho Batallón con otro combatiente de seudónimo William, muy aguerrido, después de estar participando en la Unidad de Armas de Apoyo y Sistemas Antiaéreos, que formaba parte también de la Agrupación de Batallones. En cierto modo había sido una acción de indisciplina debido a que lo habíamos hecho después de haber gozado de un mes de permiso que se nos había concedido para visitar a nuestras familias en Chalatenango, después del cual debíamos regresar al Cerro de Guazapa para incorporarnos nuevamente a dicha Unidad; sin embargo, al enterarnos de que algo grande se planeaba e influenciado por el entusiasmo de William que le atraía la idea que también yo compartía de participar en las unidades de infantería, nos presentamos para hacerle la propuesta a Pancho, jefe del Destacamento número Uno, quien rápidamente accedió y nos dio el aval para incorporarnos y formar parte de los pelotones de dicha Unidad.

Junto a nosotros también se incorporó otro combatiente de nombre Julio que nos había acompañado desde la zona de Cinquera en nuestro viaje a Chalatenango, pero en su caso regresó a la Unidad de Armas de Apoyo, debido a que llegó a buscarnos una escuadra por considerarnos desertores; sin embargo, nosotros insistimos en quedarnos y no nos forzaron a regresar, únicamente regresó Julio que fue convencido por su hermano que fungía como jefe de la escuadra que nos buscaba.

La operación militar era de grandes proporciones incluía asalto a las principales posiciones del ejército en las inmediaciones de la presa, todas las posiciones periféricas y una contención en la carretera que conduce de Ilobasco a dicha presa; ello para contener los refuerzos por tierra que pudieran llegar desde el Destacamento Militar No.2 que tenía su sede en Sensuntepeque, y además incluía el montaje de sistemas antiaéreos para repeler los refuerzos de apoyo aéreos.

En nuestro caso en la operación se nos asignó la zona del dique al nororiente de la presa, al lado del departamento de Chalatenango, en pocas horas ya habían sido desalojadas las posiciones del ejército gubernamental que nos correspondían, sin que tuviéramos bajas que lamentar en nuestras Unidades.

Cuando los rayos del sol comenzaron a darnos cierto calor en nuestros cuerpos que resentían aun el frio de la madrugada, se nos giró la orden de avanzar hacia el dique de la presa para encontrarnos con otras unidades que habían tomado las posiciones en las inmediaciones del complejo, ya a esa hora se había hecho presente una avioneta de reconocimiento aéreo que le llamábamos “La carreta”, por su forma (tipo Push and Pull de fabricación estadounidense), que en poco tiempo comenzó a lanzar disparos de cohetes (que comúnmente les llamábamos roquetazos); normalmente servían para marcar la ubicación donde los aviones bombarderos debían lanzar las bombas, los impactos dieron justamente en las alturas próximas a donde nos encontrábamos, y en las cuales se había instalado el puesto de mando del destacamento, dirigido por Pancho, junto a su equipo de apoyo.

Minutos después se presentaron aviones bombarderos tipo A37 que comenzaron a descargar sus bombas en las mismas posiciones y casi a continuación venia una pacotilla de helicópteros artillados con tropas elites que fueron lanzadas de inmediato sobre nuestras posiciones. Por la intensidad del bombardeo la comunicación con el puesto de mando era casi nula, lo cual nos preocupaba mucho por el hecho que habíamos observado que las bombas habían caído justo donde ellos estaban ubicados y temíamos los peor, pero afortunadamente logramos reestablecer la comunicación y se nos ordenó desplazarnos hacia donde ellos se encontraban con la idea de planear la retirada de forma escalonada.

Fredy, que era el jefe de pelotón, le dio la orden a Dagoberto un combatiente muy valiente, de gran estatura y de voz grave que encabezara la columna con dirección norte, hacia la ubicación de Pancho, pocos metros habíamos avanzado cuando de pronto Dago -como cariñosamente le llamábamos- estaba teniendo una conversación y no ciertamente con individuos amistosos… Resulta que se topó con las tropas helitransportadas que habían sido lanzadas en ese momento y de manera inteligente para ganar tiempo y evitar el combate en desventaja los engañó haciéndoles creer que éramos parte de ellos. Mientras tanto nos hacía señales con sus manos de retroceder y tomar otra ruta; mas no pasó mucho tiempo para que las fuerzas adversarias se dieran cuenta del engaño e iniciaran el fuego nutrido contra nuestra columna, y además se apoyaran en los helicópteros artillados para darnos persecución.

Bajo esa lluvia de balas de las tropas de infantería, artillería aérea y bombas, donde solo se respiraba olor a pólvora y humo nos desplazamos rápidamente tratando de que nadie se quedara y de no dar flancos débiles para que nos hicieran bajas, buscando las vaguadas y las áreas con más vegetación , en esa búsqueda de salir por sitios más seguros el compañero que encabezaba la columna en retirada casi guinda, se encontró con un panal de abejas que cada uno que pasaba y no se percataba de su presencia, lo golpeaba con la cabeza y cada vez las abejas estaban más molestas, se sentían agredidas por los intrusos y su natural reacción fue comenzar a picar a todo el que se cruzara cerca.

Como resultado la mayoría salimos medio monstruos de la hinchazón por los efectos de las picadas, en los ojos orejas, nariz y otras partes del cuerpo. Sin embargo, la prioridad del momento era salvar la vida a como diera lugar y salir ilesos de la batalla en condiciones desiguales, en cierto modo las picadas de los animalitos indefensos   que se sintieron amenazados por nuestro paso fugaz por su hábitat nos hacían sentir vivos, lo cual era una ganancia grande después del alto riesgo enfrentado.

Ya más relajados y a varios kilómetros de distancia de los hechos, comentábamos los dolores que cada uno sentía de los pinchazos de las agujas puntiagudas de las pequeñas abejas y podíamos hacer chistes de la experiencia de lo deforme de las caras por la hinchazón, y uno de los compañeros que conocía más de las especies, las identifico como las abejas de chilizate, a partir de ese día inolvidable, fue bautizado con el apodo de El Chilizate.

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