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martes, 11 de noviembre de 2014
Los acuerdos de la postguerra (Parte III)
Dagoberto Gutiérrez
La renuncia a la postguerra es el inicio de lo que después sería, ya en nuestra vida diaria, la apertura a lo que hoy denominamos como “guerra social”, pero sobre todo, la insistencia en la paz, verdaderamente inexistente, expresaba el segundo entendido que era el de la renuncia a la lucha política, y su sustitución por la lucha electoral.
Cualquiera puede pensar que se trata del recambio de una palabra por otra, pero ocurrió que lo electoral era y es un teatro de operaciones, en donde el sistema, el régimen y todo el orden burgués, es dueño seguro del control total, y en donde el pueblo, en las actuales circunstancias, se encuentra participando en un juego con los ojos vendados, las manos amarradas, los pies paralizados, la lengua cercenada, y así, en esas condiciones, se convierte en votante.
De eso se trataba este acuerdo, de impedir que el pueblo tuviera acceso a la política, porque lo que se estaba montando era el modelo neoliberal más completo y ortodoxo, y nuestro país sería convertido en un laboratorio en el que se privatizaría el Estado y los seres humanos serían simples partes de un ensayo.
No hay que olvidar que el modelo neoliberal fue reconocido y aceptado por los acuerdos de paz, y ahora se trataba de construirle las mejores vías para su implantación. Es en estos momentos cuando el nuevo actor político pasa a llamarse “Partido FMLN”, y es aquí cuando las antiguas organizaciones guerrilleras son disueltas, justamente cuando cada una de ellas desarrollaba una discusión política e ideológica para entender el nuevo momento histórico, y para definir el papel de cada una en la construcción del nuevo sujeto que le diera continuidad al proceso político.
El tema era bien preciso: el FMLN guerrillero había muerto, la guerra había terminado, pero el proceso histórico continuaba y se trataba de hacer de cada organización una fuerza política capaz de tomar los acuerdos políticos adecuados al nuevo momento histórico. Recordemos en este punto que el FMLN era un acuerdo de organizaciones ideológicamente diferentes, pero políticamente concertadas. Y la nueva alianza a construirse, correspondiente a este nuevo momento, el momento de postguerra, debía salir de un nuevo acuerdo histórico, y esto era, precisamente, la continuidad del proceso. Cuando las organizaciones son disueltas, se liquida esa continuidad y se trunca la posibilidad de la discusión política, de la evaluación política de la guerra, del ajustamiento de cuentas con la experiencia realizada, y del encuentro del nuevo momento.
Toda la trampa estaba armada, porque la disolución de las organizaciones se hizo en nombre de la unidad y en nombre del avance del proceso, todo vinculado a nuevas intenciones, y hasta revolucionarias intenciones, y todo transcurría en medio de una fiesta de victoria, cuando en realidad se estaba cercenando el proceso político y se estaba construyendo un simple instrumento electoral al servicio del orden neoliberal, del régimen político y de los sectores dominantes del país.
Previendo la resistencia del pueblo ante los altos niveles de explotación que se anunciaban, el nuevo actor político que como sujeto político había conducido la lucha social, anuncia el rompimiento de sus relaciones con el movimiento social, alegando que se trataba de asegurar la autonomía de ese movimiento, y todo el tinglado fue diseñado para asegurar la marcha de los gigantes neoliberales en el país más pequeño y más pobre del continente. Las dos banderas, la de la paz y la del fin de la guerra, jugaron el papel paralizante de la resistencia, de la movilización y de la oposición, y lo sigue jugando hasta nuestros días.
Entre la lucha política y la lucha electoral funcionan vasos comunicantes, y esta lucha electoral resulta ser parte de la política, pero esta relación no siempre funciona de manera vívida y concreta en el terreno social. En nuestro país, hay momentos históricos, específicos, donde este vínculo resulta decisivo, porque tenemos amplia experiencia en el uso de la lucha electoral dentro de la lucha política. Un ejemplo de esto fueron las campañas electorales de 1967, con el Partido Acción Renovadora (PAR) y las campañas de 1972 y 1977, con la Unión Nacional Opositora. En estos momentos históricos, las campañas electorales estaban ampliamente contaminadas por la lucha política, en la medida que la crisis de esos momentos se expresaba en el terreno electoral, y la alianza electoral del Partido Demócrata Cristiano, del Movimiento Nacional Revolucionario y del Partido Comunista de El Salvador (UNO), estaba vinculada y al servicio de esa lucha política.
En estos acuerdos de postguerra, el panorama era diferente porque aquí se trataba, precisamente, de ahogar toda protesta, de paralizar toda movilización, de impedir toda resistencia, y la paz funcionó como el antídoto, porque siendo un bien que había que cuidar, no podía ser perturbada por reclamos fuera de tiempo, en tanto que la guerra no podía ser despertada de sus prolongado letargo para impedir que retornara a la sociedad, y así, en medio de una esperanza dominada por el miedo, y de un miedo adormecido por la esperanza, la sociedad salvadoreña aceptó y se tragó, sin resistencia y sin protesta, el neoliberalismo más salvaje y brutal que se ha impuesto a un pueblo.
Mientras esta construcción avanzaba, los antiguos guerrilleros se convertían en funcionarios, aprendían a disfrutar el botín de la administración de la cosa pública, descubrían los goces de las mieles de los aparatos, y se convertían en alumnos de sus antiguos enemigos.
Este es el momento en el que los guerrilleros pasan a ser preparados en los salones de clase del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (IINCAE), que como todos sabemos es el centro donde la burguesía prepara sus cuadros, la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) colabora en la preparación de los cuadros guerrilleros, y el sistema político es aceptado, asimilado y absorbido, y se destierra de la cabeza política toda idea y toda posición anti sistémica.
Aquí se inaugura el reino de lo electoral y el destierro de la lucha política, todos debían convertirse en activistas y todo debía estar preparado para la próxima campaña electoral, y todos debían ser aspirantes a una candidatura y a un cargo público, y todo debía estar dentro del orden y nada debía estar en el desorden, mientras tanto, el mayor desorden de la humanidad, el capitalismo neoliberal, apretaba la garganta de todo el pueblo.
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