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viernes, 9 de enero de 2015
Las intimidades del Charral: Mama Munda
Sobre los piropos y la forma tenaz para responderlos que tenían las mujeres en los campamentos guerrilleros
Esto sucedió a “M.” a se cayó del cargo en que andaba, tocándole navegar de galeote en adelante, como cuadro de expansión en nuestras zonas en el departamento de Cabañas, en lo que se pasaría muchos años, sufrido pero consecuente el Compañero.
Concretamente: Hágale huevos, tal como rezaba nuestra Cuarta Ley de la Dialéctica - versión Virginia Peña Mendoza – La Chana, porque: “Esta mierda así es”.
Pero si existía entre nosotros alguien capaz de prescindir por completo de manuales y de instructivos, esa persona era pues Mamá Munda - reina y señora del nixtamal nuestro de cada día.
Nada ni nadie, ni antes ni después de aquellos días, hubiese podido alzar cabeza entre los irredentos guanacos, de no ser por tantas mujeres humildes de su mismo porte.
La cosa es que cae el “M.” cierta vez en el campamento de Huizúcar, esto como a la hora de la Oración, para el tiempo en que amarillean los marañones que miran hacia el Sumpul.
Y se ve que el Hombre se allega hasta el perol tan cagado de hambre como de penas.
El Compañero en cambio, bien conocía que Mama Munda sabía ser graciosa así llovieran cerotes en punta encima de la columna. Tal vez por eso no se le ocurre nada mejor pues, que entrarle a vacilar llenándola de piropos confianzudos para cualquier otra mujer. Ella mientras tanto dele palmear las tortillas de la mara en su afán de repartir cuanto antes la cena.
A todo eso, Mama Munda a pesar de su trajín oía al impaciente comensal haciendo como que no le escuchaba.
Y Mama Munda de acá, Mama Munda de allá, fíjese que una novia me anda haciendo falta Ud. sabe, Mama Munda…
- ¡Ah, bandido!
Se detuvo a mirarlo, alzó una ceja como cuma en advertencia:
- Mientras vos andabas de aquí para allá de comanche creído… - entró a recordarle del derecho al revés las malandanzas –Persiguiendo a las sanitarias, a las radistas… Y a cuanta bicha se te cruzara por delante… ¡Ahora, recién, venís a acordarte de esta viejita!
- Pero si usted no es ninguna viejita, Mama Munda –alcanzó a protegerse “M.”
Suficientes como para sacudir las ramas de aquel portentoso árbol de zunza en el patio fueron, sin embargo, las carcajadas que se oyeron.
Instantes de olvido que después serán los eternos.
A la mierda, pues, la lipidia, las redes, los prales, el cayaguanta, el Enano cabrón, el cabrón de Monterrosa, la puta Oligarquía, el Departamento de Estado, la Guerra de Baja Intensidad, el faraón Reagan, las Catorce familias y todos sus retoños de Miami juntos.
La risa suele ser remedio humano de todos los males de un pueblo en cuenta la Guerra, solo que la más antigua de las militantes más antiguas del glorioso Frente Apolinario no había nacido con la maldita guerra, no, que va, si ella nació pues con la mera Revolución, ella mereció sus primeros poemas, mecía vivaz sueños colectivos inmemoriales.
Por eso enseguida se le echó de notar, algo muy personal le quedaba pendiente.
- Hasta lépero has salido – dijo para que todos oyeran - Pero andalo sabiendo… Vos y todos los jefecitos… Que vieja y todo ¡Esta gallina no quiebra todavía un huevo!
Los años pasaron, nos cruzamos con “M.” ahí por Dulce Nombre en los umbrales del último relajo.
La cansada bondad de su sonrisa terminó por confirmarlo.
La legendaria pasadita que venía circulando de boca en boca durante los ratos muertos de la Tarea, tan cierta era como cuento se me hace que Ud. – Mama Munda – se nos haya ido definitivamente al otro lado del Sumpul.
Y me va a perdonar por andar revelando tales intimidades del Charral.
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