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lunes, 20 de abril de 2015
La guerra social: código y clave (Parte VI)
Dagoberto Gutiérrez
El precarismo es un recurso estructural y expresa la supremacía total del capital sobre el trabajo, es decir, del empresario capitalista sobre el trabajador. Se trata de establecer el criterio, según el cual, el trabajo es una mercancía de poco valor y el trabajador es un ser humano de muy poca categoría.
Sabemos que el empresario no paga el trabajo sino la fuerza de trabajo y, en la lógica del precarismo, esta mercancía tiene muy poco precio y mínimo valor. Dentro de esta lógica, se sitúa una exacerbada discriminación del trabajo de las mujeres, un aumento de las horas de trabajo, una ausencia y negación de horas extras y la creación de una atmosfera en donde tener trabajo resulta ser un acto de buena voluntad y de generosidad del empresario que, en una especie de misericordia, permite que un ser humano se gane el pan y, por supuesto, este empresario se asegura que la venta de la fuerza de trabajo se haga a precios bajos y sin condiciones.
A este factor estructural se agrega el factor subjetivo de la anomia porque dentro de esta política, se busca que este ser humano pierda el contacto con su realidad. Es más, se trata de que las personas teman mirar su realidad cara a cara; mucho menos conocerla o entenderla. Para esto se construye una especie de mundo artificial donde el ser humano aparece en un mundo de fiesta perpetua y en torneo permanente. Así, lo que antes era deporte, hoy se convierte en espectáculo. Cualquier cosa es preferible a que el ser humano descubra su verdadera realidad. Peor, que entienda que puede ser transformada y se prepare para luchar, para negar la realidad actual y construir una alternativa.
Al perder el contacto con esta realidad, se pierde inteligencia porque ésta se basa en la relación del ser humano con la realidad y cuando estas dos partes se distancian, la sociedad pierde capacidad de reflexión, de entendimiento y de explicación de los hechos y acontecimientos que le afectan.
Esta falta de pensamiento y reflexión resulta ser una dolencia pronunciada de la sociedad salvadoreña y es un efecto buscado afanosamente.
Luego viene el tercer aspecto que consiste en la reducción y hasta pérdida de la capacidad de compromiso con las acciones que involucren al individuo con los intereses colectivos. El individualismo construido impide que este individuo se comprometa y que sea parte de, o parte para, o parte con, es decir, que participe.
Al no participar, el ser humano es aislado y debilitado y pierde capacidad de acción y de reacción.
En el cuarto aspecto, encontramos una especie de parálisis de la sociedad, en donde el malestar, el reclamo y la protesta no aparecen en la vida cotidiana y, entonces, la sociedad puede confundirse con un mundo de paz o estable. Hemos de saber, que una sociedad aparece como un mundo en paz cuando la mayoría dominada reconoce, acepta y digiere el dominio de sus dominadores. Cuando esto ocurre, estos dominadores hablan de paz, pero cuando hay protestas, estos mismos dominadores acusan a los que protestan de amenazar la paz.
Pues bien, la anomia puede ser algo que se aproxima a la paz, por la parálisis que construye en la psicología del ser humano sometido.
El precarismo y la anomia son como dos cadenas bien limpias y aceitadas que impiden toda rebelión y moldean a un ser humano adecuado para vivir, justamente, en el límite de lo necesario y en la frontera de una subsistencia que le permite ser consumidor de un mercado total.
Este es el escenario construido durante décadas, una vez la guerra civil termina y, en este escenario, se fue instalando lenta pero inexorablemente el fenómeno de la emigración, la cual llegó a convertirse en una política de Estado.
Veamos este fenómeno:
En nuestro país, hubo una emigración interna y otra externa. Internamente, los antiguos pobladores de los ejidos y las tierras comunales, perdieron sus propiedades a manos de los que serían después los oligarcas cafetaleros. De eso se trató la política de reformas de Rafael Zaldívar, allá por 1870. Posteriormente, matanzas como la de 1932, lanzaron a la población, a las zonas costeras e inhóspitas del pais y a otra parte de la población a Honduras, sobre todo el departamento de Olancho. La población que se dirigió hacia la costa se enfrentó al hambre, a las plagas, a los animales, pero lograron asentarse en esos territorios primitivos y peligrosos.
De estos lugares fueron expulsados, una vez más, cuando en esas zonas costeras se estableció el cultivo del algodón, que requiere justamente de esa clase de tierras. De nuevo, la población campesina fue expulsada hacia Honduras y otra parte a las periferias miserables de las ciudades. Cuando la guerra civil se desarrolla, se abre por primera vez la emigración hacia los Estados Unidos, y esto requiere una explicación con una serie de detalles que explicaremos de la siguiente manera.
San Salvador, 20 de abril del 2015.
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