Cerro de Don Domingo, El Jícaro 2009. Mario, Arnulfo y Lencho. Foto de Sara Martínez.
Mauricio Tejada
En este lugar, llovieron morteros y bombas de la Fuerza Armada. A veces los combinaban con ataques de infantería para aniquilar según ellos, a los pocos guerrilleros moribundos que las bombas habían dejado.
El Jícaro por su cercanía a Chalatenango, era fácil morterearlo desde la cabecera departamental. Los aviones y helicópteros también continuamente llegaban a ametrallar y bombardear.
Nosotros trabajamos arduamente haciendo trincheras, zanjas de comunicación, pozos de tiradores, refugios antiaéreos por todos lados; también orientamos a la población a que construyeran refugios antiaéreos dentro de sus mismas casas, patios, caminos, lugares de trabajo y un tatú secreto a nivel familiar.
El ataque más grande de la FAES al Jícaro empezó unos ocho días después de la ofensiva guerrillera de enero de 1981 y de un fuerte ataque a Las Vueltas, dirigido por Felipito (Manuel Cornejo), Sebastián (Tamba Aragón) y Felipón (Vidal Recinos).
El gobierno comenzó tratando de hacer guerra psicológica por medio de aviones y avionetas con altoparlantes y hojas volantes diciendo que nuestra lucha había fracasado y que teníamos que rendirnos. Caso contrario destruirían todo y moriríamos.
Luego vinieron más de diez días de bombardeos, mortereos acompañados de ataques de infantería. Los de las FPL allí contábamos con unas 80 armas de guerra y los de la FAL-PC, entre 30 a 40. Relativamente era poco armamento y escasa preparación militar para enfrentar a un ejército gubernamental, pero había muchos combatientes con ganas de pelear.
Decidimos defender el lugar y decíamos "que allí no entrarían nuestros enemigos y con la relación, de por lo menos cinco compañeros por arma, estábamos listos para recibirles".
El primer día que incursionaron los soldados, bajaron de La Montañita. Al darnos cuenta de su presencia, gritamos con alegría y salimos corriendo a las trincheras para esperar que se acercaran. Pero algunos compañeros dispararon antes y fue un combate a larga distancia, a unos 500 metros. Ellos tuvieron algunas bajas y al cabo de unas cuatro horas se marcharon. Nosotros no tuvimos bajas.
La segunda incursión, fue dos días después de la primera con más y mejor armamento, con refuerzos de San Salvador, Sonsonate y coordinados con la Fuerza Aérea.
Nosotros hicimos más trincheras, zanjas de comunicación y un plan de "Combate y defensa del Jícaro". Teníamos ganas de pelear. Deseábamos que llegaran muchos enemigos para pelear bastante.
En coordinación con los de FAL-PC, enviamos una unidad guerrillera a La Montañita para colocar minas y montar una emboscada. La idea era que nuestros enemigos obtuvieran su primer golpe antes de bajar al caserío. Así fue. Como a las 6 de la mañana explotaron un par de minas y hubo una gran balacera. En el Jícaro dijimos: "Hoy sí vienen muchos, hoy si nos daremos gusto".
En ese mismo instante recibí un inesperado envío de parte del mando de 34 fusiles M16, abundante munición y granadas. Los comencé a repartir de inmediato pues también en ese momento comenzaron a dispararnos nuevamente con artillería pesada desde Chalatenango.
Sobraban las manos pidiendo un arma, incluyendo las de Cali (médico cirujano), Giovanni (anestesista), Otto y Alan (estudiantes de medicina) a quienes no vacilé en darles un fusil, los que aún estaban cubiertos de grasa. En pocos segundos los limpiaron y luego corrimos hacia el cerro de Don Domingo a establecer la defensa de ése sector, por donde estábamos seguros vendría la mayor fuerza enemiga.
Los de la FAL cubrieron la parte hacia el cementerio y camino a Los Ramírez ubicados en las cercanías de su campamento. Nosotros nos encargamos de todo lo demás.
El fuego artillero enemigo se volvió intenso, haciendo temblar la tierra, destruyendo algunas casas. El silbido mortal de las esquirlas surcaba el aire y se escuchaba por todos lados.
Felipito y Neto (Silvio Franco) junto a sus unidades fueron a la parte norte, rumbo al Sicahuite, a enfrentar los guardias, soldados y patrulleros de Las Vueltas y Llano Grande.
Felipón se quedó en el campamento coordinando el traslado del hospital, de la población civil, alimentos y tropas de refuerzo. Él era el segundo jefe de la Subzona, pues en ése momento, Netón estaba en Los Ranchos evaluando con la jefatura la "Ofensiva final". En El Jícaro teníamos varios de la ofensiva.
Estando en el cerro de Don Domingo, los médicos me dicen que querían tirar balas. Yo le dije "Adelante, pero si algo les pasa yo no los vi". El fuego fue intenso, hicimos retroceder a los soldados e rápido comenzaron de nuevo a atacarnos con artillería pesada. En eso Juventino de talleres, salió con otros dos compañeros de sus trincheras y caminaron a observar avance de los soldados, cuando en ese momento cayó una granada de mortero cerca de ellos, hiriendo a los tres.
Y le grité a Giovanni para que auxiliara a los compañeros. Giovanni salió de la trinchera y en ese momento cayeron otras tres granadas en el mismo lugar, y se regresa. Y le repito "Giovanni, vaya..." y el anestesista se me quedó viendo con unos ojos de chivo ahorcado. El anestesista estaba muerto de miedo. Entonces salí de la trinchera para ayudar a los compañeros y arrastrándonos llegamos debajo de unas grandes rocas que formaban una cueva.
Al calmarse el fuego artillero, los compañeros heridos recibieron atención médica. Giovanni, ya relajado me dice: "Aprovechando que estos hijos de puta han dejado de morterear voy ir a cagar. Lo más que harán es que corte". Y se fue atrás de un matochito... Bomborombombón, cayó una andanada de morteros. Giovanni salió detrás del matochito saltando con los pantalones a la rodilla, herido de una mano y diciendo: "Me jodieron estos hijos de puta, me jodieron". Momento que aprovechamos para enviar a los cuatro galenos a su lugar, el hospital.
El combate siguió. Los soldados intentaron asaltar el Cerro de Don Domingo, pero los retrocedimos a puro fuego. En esa ocasión casi me matan, pues al mantenernos en las trincheras frente a ellos, comenzaron a morterearnos con 81 y cañón 57mm. De repente volé por los aires en medio de muchas piedras, creí que moriría al caer de cabeza, pero en el aire di vueltas y caí de pié. Corrí hacia arriba junto a Nelson, que salió a mi encuentro y nos mantuvimos peleando a pocos metros de los soldados y de los guardias que llegaron por el lado de Los Ramírez. El olor a hueso o cacho quemado se sentía en el ambiente. Le pregunté al compa Roque de talleres ¿Usted siente ese tufo a cacho o pelo quemado? Y me dice ¡Si son los tiros que nos pasan rosando la cabeza!
En eso, Felipito reportó que habían hecho correr a los que venían del lado norte, causándoles muchas bajas incluyendo al jefe y entonces le pedí que nos reforzaran con su unidad, pues a nosotros nos tenían con "el culo a dos manos".
Nelson, intentó lanzar unas granadas de contacto a los soldados, pero al arrastrarse, presionó accidentalmente y la explosión le destruyó la mano.
Al venir de regreso, me detuve a la entrada de un refugio-tatú y pregunté: ¿Todos están bien? Y Arminta, esposa de Pascual, solo me dijo que tenía unos chinos (niños) con hambre y fui a buscarles algo de comer.
Comenzando a subir el Cerro de Don Domingo escuché unos gritos: "Libro de la FAL-PC, al parecer esto es un campamento de ellos". Con lo aturdido y abrumado que estaba, comencé a preguntar quién estaba allí.
" Síii", contestaron. Me acerqué y al verme dijeron: "Todavía ha quedado uno". En ese momento abrimos fuego. Me revolqué en la tierra. De la gran balacera levantaban una gran nube de polvo, la cual me sirvió para escapar y gracias que otro compañero no dejó de dispararles con su Fal.
A penas me recuperaba del susto cuando vino Felipón con un pelotón a reforzar y que al pasar no lo reconocí. Y le grito el santo y seña, y él solo respondió que era Felipe. ¡Contéste santo y seña o disparo! Le volví a gritar. Gracias a Dios Felipón respondió el santo y seña. Felipito también llegó con su unidad y de esa manera pusimos en desbandada a la tropa enemiga, dejando abandonados a sus compañeros que estaban en el campamento de las FAL.
En eso decidimos que con una unidad pequeña asaltaríamos aquel lugar, pero que esperaran mi señal para que Lucas disparara su bazuca y luego, asaltaríamos. Confieso que sentí miedo y quizá Napoleón me notó y pasó adelante de mí. Al bazucazo, gritamos con alegría, al tiempo que Felipito me dijo: "Mauricio al Asalto".
Los soldados se corrieron abandonando varias mochilas y pertrechos de guerra. Cuando salimos al patio trasero del campamento (casa de los papás de Noris), encontramos los cuerpos en fila de todo el personal de cocina masacrados cobardemente. Buscamos por todos lados y no encontramos sobrevivientes. Después revisamos las mochilas de los soldados donde hayamos munición y también alimentos, los que enviamos al hospital para los heridos. Las latas de comida tenían envoltura y etiquetas norteamericanas.
La noche caía y era momento de reorganizar nuestra defensa y también de enterrar muertos.
Fui de nuevo al cerro de Don Domingo para verificar si los compañeros ya se habían retirado. Al llegar a la cúspide escuché que hablaban en voz baja y fumaban. Les pregunté quienes eran y apagaron las brasas. En ese momento escuché el ruido de sus fusiles topando con el suelo rocoso. No tuve duda, eran enemigos. Me retiré rumbo a nuestro campamento y a medio camino encontré a Juan Pastor que venía con una unidad a montar vigilancia en el área de combate. Le expliqué lo que vi y le dije que enviaríamos refuerzos para cercar el lugar hasta el amanecer.
Y llegué a la zona del hospital. Felipito y Felipón fueron al hospital porque uno tenía un rozón de bala en la cara y el otro en un brazo. Giovanni, cuando los vio, los corrió. Les dijo que esas heridas eran de mentira y que fueran a pelear.
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