Por Leónidas Ceruti
La Comuna de París es uno de los grandes
acontecimientos revolucionarios protagonizados por la clase obrera. El
18 de marzo de 1871, los trabajadores franceses tomaron el poder en sus
manos, y por primera vez se dio un hecho tan trascendente como fue el de
arrebatar el poder a la burguesía y destinarse a construir una nueva
sociedad. De los cambios revolucionarios y el papel de las mujeres hasta
los combates, los fusilados y los deportados. ¿Qué enseñanzas dejó La
Comuna? Por Leónidas Ceruti.
Los cambios revolucionarios
La Comuna de París es uno de los grandes acontecimientos
revolucionarios protagonizados por la clase obrera. El 18 de marzo de
1871, los trabajadores franceses tomaron el poder en sus manos, y por
primera vez se dio un hecho tan trascendente como fue el de arrebatar el
poder a la burguesía y destinarse a construir una nueva sociedad.
En un manifiesto expresaron “Los proletarios de París,
en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se
han dado cuenta de que ha llegado el momento de salvar la situación,
tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. Han
comprendido que es un deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse
dueñas de su propio destino tomando el poder”.
Derrocaron el poder establecido, formaron sus propios
órganos de gobierno y reemplazaron al estado burgués capitalista. “Eso
no lo perdonaron los asustados burgueses, que vieron en la Comuna la
posibilidad de perder todos sus privilegios económicos y explica la
genocida represión sufrida por los comuneros”.
París, fue una ciudad sitiada y una “barricada”, donde
surgió el primer gobierno obrero que duró tres meses. Todo aconteció
luego de la rendición del ejército francés en la guerra franco-prusiana,
que fue vivida por parte de los trabajadores como una traición de la
burguesía, y comenzaron a exigir cambios revolucionarios y se apoderaron
de las armas de los arsenales y organizaron la resistencia.
Se realizaron elecciones libres en la ciudad y se
proclamó oficialmente la Comuna de París, invitando al resto de las
ciudades a hacer lo mismo. Su llamamiento no tuvo respuesta ante la
falta de comunicaciones. En esas elecciones fueron elegidos toda clase
de personas con ideales anarquistas, blanquistas, proudonistas,
socialistas de la I Internacional, e incluso hubo representantes de los
barrios burgueses que luego huyeron.
El principal organismo fue el Consejo de la Comuna,
coordinado por una Comisión Ejecutiva, con poderes legislativos y
ejecutivos. Así mismo se crearon las Comisiones de Ejército, Salud
Pública, Trabajo, Justicia, que aplicaban la política correspondiente a
su actividad, aunque siempre respondía ante el Consejo. También se
reorganizo la Justicia, la cual pasó a ser gratuita, y los magistrados
se elegían por votación.
Los comuneros disolvieron al Ejército regular,
sustituyéndolo por la Guardia Nacional democrática, es decir por todo el
pueblo en armas. Otra decisión, muy sorprendente, fue el respeto de la
propiedad privada de los que se quedaron, expropiándose sólo a los que
huyeron, los grandes propietarios. Y lo llamativo fue que nunca llegaran
a utilizar los depósitos del Banco de Francia.
A pesar del cerco militar, la Comuna invirtió
rápidamente en la ejecución de trabajos públicos, con la creación de
correos y de un sistema sanitario, que garantizara la salud del pueblo y
de las tropas de la Guardia Nacional. Se impulsó que se instalaran
cooperativas en los talleres abandonados por sus patrones. Los pequeños
industriales fueron respetados aunque en un nuevo marco de relaciones
laborale, en la que los trabajadores tenían garantizados sus derechos.
Se prohibió el trabajo nocturno y adoptaron políticas de higiene.
Los alquileres empezaron a estar controlados por la
municipalidad, fijándose un tope máximo. Los miembros del gobierno se
pusieron un sueldo igual al sueldo medio de los trabajadores, teniendo
prohibido la acumulación y aprovechamiento propio de sus cargos.
La educación pasó a ser laica, gratuita y obligatoria.
Los programas de estudios fueron confeccionados por los propios
profesores. Se creó una escuela de Formación Profesional en donde los
obreros daban clases prácticas a los alumnos. Se abrieron guarderías
para cuidar a los hijos de las trabajadoras. También en el plano
educativo se destacó la Asociación Republicana de Escuelas con el
propósito de crear en las universidades un estímulo basado en el
conocimiento científico. En el mundo del arte y cultural aparecieron una
gran cantidad de asociaciones para la promoción del teatro y las
bibliotecas.
Hubo libertad de prensa, de reunión y asociación. Se
decretó que las detenciones deberían ser por orden judicial, y los
prisioneros tenían todos sus derechos garantizados, incluso el castigo
era fuerte para los casos de detenciones injustas. La libertad de
asociación hizo aparecer a muchos grupos y “clubs” de todas las
ideologías, las cuales se podían expresar libremente. Ese clima de
libertad hizo que los enemigos de la Comuna se movieran libremente por
la ciudad, provocando muchas veces actos de sabotaje. Solamente al
final, cuando la situación empeoró, se detuvieron a varios saboteadores y
aún así durante esos tres meses no murieron más de cien personas, que
fueron saboteadores, espías y un Obispo, datos totalmente
insignificantes comparados con la represión posterior.
El Consejo General de la Comuna, apoyado en las fuerzas
populares, concentró en sí todos los poderes civiles y militares. Sus
integrantes dividieron su tiempo entre la organización de la lucha
armada y la de la vida cotidiana, del abastecimiento, del trabajo en la
capital. Entre las medidas urgentes que fueron tomadas se destacaron la
moratoria sobre los alquileres, las viviendas vacantes fueron
requisadas, la pena de muerte fue decidida contra los traficantes y un
decreto decidió la separación de la Iglesia del Estado.
Mujeres en las barricadas, fábricas, y masacradas
Un capitulo aparte fue el papel de las mujeres,
participando de todas las actividades realizadas en esos meses, y
principalmente cuando la lucha armada se dio en las barricadas, por eso
fueron fusiladas junto a sus hijos.
Pero, de todas las luchas revolucionarias en las que las
mujeres tuvieron participación, sobresalen las de la Comuna de Paris,
tanto por su contenido político como por su número e intensidad.
En 1871, pese a la participación de las mujeres en las
jornadas revolucionarias durante casi un siglo de lucha de clases, los
trabajadores sufrían precarias condiciones de vida y las trabajadoras
sufrían una doble explotación y discriminación: como mujeres y como
trabajadoras, careciendo además del derecho al voto, permitido a los
hombres. Un ejemplo de las discriminaciones a las que estaban sometidas
las mujeres aparece en el Código Civil francés. Éste, modelo de código
civil burgués, y seguido en distintos países, fue uno de los documentos
más reaccionarios en lo que respecta a la cuestión de la mujer. La
despojaba de todo y cualquier derecho, sometiéndola enteramente al padre
o al marido, no reconocía la unión de hecho y sólo reconocía a los
hijos del casamiento oficial.
Para muchas mujeres, la Comuna se presentó no sólo como
una posibilidad de conquistar una República social, sino de conquistar
una República social con igualdad de derechos para las mujeres.
El 18 de marzo de 1871 fueron las mujeres las primeras
en dar la alarma y revelar la intención de las tropas al mando del
gobierno de la burguesía de retirar los cañones de las colinas de
Montmartre y desarmar París. Las mujeres se pusieron delante de las
tropas gubernamentales e impidieron con sus cuerpos que los cañones
fueran retirados, e incitaron la reacción del proletariado y de la
Guardia Nacional a la defensa de París.
En concreto, trabajaron en las fábricas de armas y
municiones, hicieron uniformes y dotaron de personal a los hospitales
improvisados, además de ayudar a construir barricadas. A muchas se las
destinó a los batallones de la Guardia Nacional como “cantineras”, donde
se encargaban de proporcionar alimentos y bebida a los soldados de las
barricadas, además de los primeros auxilios básicos. En teoría, eran
cuatro las “cantineras” destinadas a cada batallón, pero en la práctica
solían ser muchas más. Por otra parte, abundantes datos muestran que
muchas mujeres recogieron las armas de hombres muertos o heridos y
lucharon con gran determinación y valentía.
También hubo un batallón compuesto por 120 mujeres de la
Guardia Nacional que luchó con coraje en las barricadas durante la
última semana de la Comuna. Obligadas a retirarse de la barricada de la
Place Blanche, se trasladaron a la Place Pigalle y continuaron la pelea.
Algunas escaparon al Boulevard Magenta, donde todas murieron en la
lucha final.
Las actividades desarrolladas por las mujeres englobaban
una serie de funciones, destacándose aquellas destinadas a la
asistencia a los heridos y enfermos, a la educación en general y el
abastecimiento. Aunque no existió la organización de movimientos
feministas como los conocemos hoy y no fue elaborado un programa sólo
con reivindicaciones especificas, las revolucionarias crearon
cooperativas de trabajadores y sindicatos específicos para las mujeres.
Participaron activamente de clubes políticos,
reivindicando la igualdad de derechos, como por ejemplo el Club de los
Proletarios y el Club de los Librepensadores. Crearon organizaciones
propias como el Comité de Mujeres para la Vigilancia, el Club de la
Revolución Social, el Club de la Revolución y, la que consiguió
destacarse de las otras, la Unión de Mujeres para la Defensa de París y
la Ayuda a los Heridos, fundada por miembros de la Internacional,
influidos por las ideas de Marx.
Se publicaron periódicos destinados a las mujeres: Le
Journal des Citoyennes de la Comuna (Periódico de los Ciudadanos de la
Comuna) y La Sociale (La Sociedad).
Entre las mujeres en este período, la más conocida fue
la activista socialista Louise Michel, fundadora de la Unión de Mujeres
para la Defensa de París de apoyo a los Heridos y miembro de la I
Internacional.
Algunas fuentes hacen referencia a las incendiarias,
“les pétroleuses”, que prendieron fuego a edificios públicos durante la
Semana Sangrienta al final de la Comuna. Estas historias parecen ser
fruto del alarmismo antifeminista de inspiración gubernamental, y la
mayoría de los corresponsales extranjeros presentes no las creían. No
obstante, las tropas gubernamentales ejecutaron de manera sumaria a
cientos de mujeres, e incluso se las apaleó hasta morir, porque eran
sospechosas de ser pétroleuses. Con todo, a pesar del hecho de que más
tarde se acusó a muchas más mujeres de ser incendiarias, los consejos de
guerra no hallaron a ninguna culpable de ese delito. Sin embargo, hay
pruebas que indican que, durante los últimos días, las mujeres
aguantaron más tiempo tras las barricadas que los hombres. En total, se
sometió a 1.051 mujeres a consejos de guerra, realizados entre agosto de
1871 y enero de 1873: a ocho se las sentenció a muerte, a nueve a
trabajos forzados y a 36 a su deportación a colonias penitenciarias.
La Comuna de Paris y la destacada participación femenina
en actividades consideradas hasta entonces como masculinas, reafirma la
fuerza revolucionaria de la mujer, ya perfilada a partir de la
revolución de 1789, que se transformó en una oleada mundial
indestructible.
Combates, fusilados y deportados
Ante el temor que el fenómeno de la Comuna se extendiera
al resto de Europa, los triunfadores alemanes le devolvieron al
gobierno francés derrotado en el campo militar todas las tropas que
mantenía detenidas, para que pudieran ser utilizadas en la represión a
los comuneros. Así el 21 de Mayo de 1871 un ejército de 180.000 hombres
se lanzó a la conquista de París. La defensa se organizó con cientos de
barricadas, en las que lucharon tanto hombres como mujeres. El combate
fue desigual ante el poderío militar del ejército regular, sin embargo
los comuneros defendieron barrio por barrio, calle por calle y casa por
casa. Pelearon y dieron sus vidas por el primer gobierno obrero. La
batalla duró una semana, hasta el día que cayo la última barricada.
Como era de esperar la represión fue brutal. Se calcula
que unos 30.000 obreros y simpatizantes de la Comuna fueron fusilados, a
los que habría que sumar unas 40.000 personas enviadas a las colonias
para realizar trabajos forzosos, en donde gran parte murió. Esa
represión casi consiguió eliminar el movimiento obrero en Francia, y los
vencedores disfrutando de su victoria llegaron a afirmar que: “El
socialismo ha sido eliminado por un largo tiempo”. Algunos comuneros
consiguieron escapar y varios de ellos llegaron a la Argentina, y muchos
a Rosario, donde continuaron difundiendo los ideales socialistas y
anarquistas, participando en la formación de las primeras organizaciones
obreras del país.
Las enseñanzas de La Comuna
A pesar de la derrota, las acciones de los obreros
parisinos dejaron muchas enseñanzas y llevaron a Marx a reflexionar que
era “la forma al fin descubierta, para la emancipación económica de los
trabajadores” y ante los comuneros que “tomaban el cielo por asalto”,
vio en aquel movimiento revolucionario una experiencia más importante
que cientos de programas. “La Comuna ha demostrado sobre todo que la
clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal
existente y ponerla en marcha para sus propios fines.” Y fue muy claro:
la clase obrera debe destruir, romper la máquina estatal y no limitarse
simplemente a apoderarse de ella, agregando en una carta a un amigo: “Si
te fijas en el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que expongo
como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de unas
manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo
hasta ahora, sino demolerla. Y esta es justamente la condición previa de
toda verdadera revolución popular en el continente”.
Marx, señalaba la tarea posterior: sustituir la máquina
del estado, una vez destruida, por la organización del proletariado como
clase dominante, por la conquista de la democracia. Y afirmo con
claridad “La Comuna convirtió en una realidad ese tópico de todas las
revoluciones burguesas que es un gobierno barato, al destruir las dos
grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del
estado. La Comuna no había de ser un cuerpo parlamentario, sino un
organismo activo, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo...”. Decidir
una vez cada cierto número de años que miembros de la clase dominante
han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la
verdadera esencia del parlamentarismo burgués. La salida del
parlamentarismo no está naturalmente en abolir las instituciones
representativas y la elegibilidad, sino en transformar las instituciones
representativas de lugares de charlatanería en organismos activos. En
Marx no hay utopismo, no inventa ni saca de su fantasía una nueva
sociedad, sino que estudió cómo nace la nueva sociedad de la vieja.
Y anunció: “El París obrero, con su Comuna, será
celebrado como heraldo glorioso de una sociedad nueva. Sus mártires
reposan en el gran corazón de la clase obrera. En cuanto a sus
exterminadores, la historia ya los ha condenado a una picota eterna, de
la cual no los liberarán todas las plegarias de sus sacerdotes”.
Fuente original: Anred