SAN SALVADOR - ¡Te vas para Occidente, al Feliciano Ama!, dijo el pelón Sebastián, nuestro responsable en la Metro en los últimos días de 1980. El Papo se cagaba de la risa diciendo “¡¡Viva Santana, viva Santana!!”, en aquel pequeño apartamento alquilado y clandestino cerca del Teatro de Cámara, hoy llamado Roque Dalton.
Casi un mes después, por primera vez ponía los pies en Santa Ana, al bajarnos en una parada de la 51, donde contacté con el Frente Occidental. Una mujer enchancletada, con “shorts” y una blusa desmangada que manejaba un desteñido microbús Volkswagen. Tenía una nariz pronunciada y el pelo medio acolochado, un poco loco. “Soy Nadia” dijo en tono de cherada.
Poco después de iniciar el trayecto en el microbús, Nadia me dio unos anteojos oscuros. “Vos hacéte el maje. Si nos para algún retén, vos sos mi primo y vamos donde los abuelos y que vos no conocés el lugar. ¿Así que vos venís de la Conaprop?” “Sí. Soy el corresponsal de guerra en el frente”. En un maletín llevaba una cámara de cine Bolex de 16 mm, pesadas latas de película, una cámara fotográfica y una grabadora, para iniciar el incierto trabajito de corresponsal.
Yo aún no sabía que esa guerrillera, que inicialmente creí que era una compañera operativa, era la misma Jefa del Estado Mayor de las FPL en Occidente y miembro del secretísimo núcleo del Comando Central COCEN.
Supuse que Nadia había dado varias vueltas, por procedimiento de seguridad. Poco antes de llegar, ordenó que me quitara las gafas, pero siguiera mirando hacia abajo. Al llegar, se escuchan las conversaciones y saludos de algunas señoras en la acera.
Al entrar al local, un compañero alto y entrado en años salió al paso. Ya podés levantar la cabeza, dijo la compañera en tono de jodarria. “¿Qué tal? Soy Anselmo”. El compañero recién se levantaba de una mecedora de mimbre, que aún se balanceaba frente a un televisor. Aún con el maletín al hombro, estrechamos las manos. A varios metros del pasillo saltó una invitación inicial: “Veníte, aquí te vas a quedar para mientras”, dijo ella.
Anselmo, ya era un hombre mayor. Realmente me sorprendió porque la mayoría recién salíamos de la adolescencia o éramos jóvenes “sazones” en la guerrilla. Anselmo, casi inmediatamente estableció una relación de abuelo a nieto, o a hijo. Bastante paternal, lo que me generó más confianza, para responder con más amplitud a ráfagas de preguntas “¿Qué es eso de corresponsal?” ¿Que qué vas a hacer, cuál es la tarea? “Soy corresponsal en el Frente” inicié… Un corresponsal de una radio aún por existir.
La tarea era cubrir el aspecto más sobresaliente en cada frente. En Occidente, eran los escuadrones de la muerte. ¿Hacer filmaciones de los escuadrones de la muerte?
“Decíme Peñón, así me conocen”. Un viejo, literalmente arrecho. Al día siguiente, me expresó que era el jefe de operaciones del Estado Mayor guerrillero de las FPL en Occidente. Tendría sus 60 años. “Vamos a caminar, nos vamos al monte”.
Por algún punto de Cutumay Camones iniciamos el camino a Lagunetas-Los Apoyos, para llegar al Cerro La Gloria, cruzando el Río Lempa y encontrarnos con los pelotones guerrilleros, con muy escasos fusiles, más habían revólveres y alguna pistola.
Si a cualquiera de procedencia urbana le costaba andar por esas veredas, mucho más a él por su edad. Le hacía huevo. En esas mismas veredas campesinas también condujeron a crear una amistad de enseñanza-aprendizaje, relatándome las operaciones en la Ofensiva de Enero de 1981, en las que él formó parte del mando guerrillero pocas semanas antes.
A los días, andábamos sigilosamente por los cafetales de Mogotes y El Resbaladero en el lado de Ciudad Arce-El Congo. Semanas después regresamos a la ciudad. Había que ir a traer más latas de película a San Salvador.
En el local clandestino, que en sus interiores estaba pintada de color verde pálido, con un pequeño jardín en el centro, donde se crecían muchas matas y plantas, Anselmo me propuso que intercambiáramos los botines. Me ofreció unos botines más resistentes para andar en veredas y charcales, mientras, yo le proporcionaba mis zapatos urbanos, que no resistirían el invierno. Y como éramos de la misma talla de pié, hicimos cambio y no hubo más. Creo que nos sentimos a gusto.
Después, los contactos de occidente fallaron en la Metro. No volví a ver a Anselmo, “Peñón”. Aún no sabía quién era en realidad. Al regresar al frente, los compañeros comentaron que unos locales clandestinos habían caído y también algunos compañeros. No hubo más comentarios, la secretividad prevalecía. Peñón había sido capturado junto a otros compañeros en el local en un operativo montado por los cuerpos represivos. A otros, los desaparecieron o asesinaron. Peñón fue capturado, pero el general Blandón negó que lo tenían preso. Es decir, Peñón estaba “desaparecido”.
Después de tenaz exigencia de Angelita, su esposa, Belisario Peña pasó como preso político y enviado a la cárcel de Mariona. Posteriormente, fue liberado.
A él le decían “Peñón”, porque era de apellido Peña, además del alto porte, no solo físico, sino espiritual. José Belisario Peña, fue Teniente de las Fuerzas Armadas y participó activamente, siendo ya Teniente Cadete, en el golpe de contra el dictador Hernández Martínez, en 1944.
Junto con otros oficiales, participó en la toma de la Fuerza Aérea en Ilopango, entre otros cuarteles, contra el dictador. Pero el golpe fracasó. Fue condenado a muerte, pero logró fugarse de los fusilamientos masivos ejecutados por la dictadura, atravesando a nado el Lago de Ilopango. Después se generó la huelga de brazos caídos, que obligó al dictador a renunciar.
En 1972, tras el fraude electoral de los militares y el PCN en las elecciones presidenciales que ganó la Unión Nacional Opositora UNO con Duarte, Belisario Peña participó en otro golpe de estado el 25 de marzo para hacer prevalecer la Constitución de la República. Peñón, trabó combate y se tomó El Telégrafo (el antiguo edificio de ANTEL, en el centro de San Salvador) comandando un tanque.
Aún cuando tropas del coronel Benjamín Mejía tenían capturado al presidente Sánchez Hernández en el cuartel de El Zapote, el régimen se rearticuló y ordenó el avance de tanques y tropas desde el oriente, los aviones bombardearon el cuartel El Zapote, capturaron a Duarte, hechos que provocaron el fracaso del golpe. Los militares pro-norteamericanos, ya habían elegido al coronel Molina, secuestrando y rellenando las urnas electorales a favor del candidato del PCN.
Como muchos, Peñón fue apresado, torturado y encarcelado por meses. Molina iniciaba su presidencia con la ocupación militar y el cierre de la Universidad Nacional el 19 de Julio de 1972. Peñón salió después a México, donde Duglas Santamaría lo reclutó. Después se integró a un grupo de militantes de las FPL para recibir un curso de jefe de pelotón en el exterior junto con Dimas Rodríguez… y tuvo la enorme humildad de hacer férreos ejercicios físicos y militares (a pesar de ser oficial ya graduado y de su edad) con jóvenes revolucionarios de 25 o 30 años, procedentes del campo y la ciudad, meses antes de iniciar la guerra.
Siempre se pre-sentía un viejo sabio, reposado, sonriente, de alta agilidad mental. Buenón. Cinco o seis años después de estar en Occidente, conocí a Angelita, su esposa, madre de los Peña Mendoza. Una señora cariñosa, tenaz y cierta.
Con el paso del tiempo supe que en Santa Ana se propuso una rica y desafiante contradicción, muy singular, en los inicios de la guerra: su hija, Lorena Peña (Nadia, Rebeca), fue su jefa en el Estado Mayor de las FPL en Occidente.
Solo a mitad de la guerra y de paso en México, me enteré de la herencia rebelde de una familia: Felipe Peña Mendoza, hijo primigenio de Peñón, era algo más que un frente en Guazapa o una agrupación de batallones guerrilleros que llevó su nombre en el Chalatenango insurgente y después en la Ofensiva de 1989.
Peñón fue un hombre correcto. Un militar revolucionario, ético, pasado por cárcel, torturas, fuego enemigo y aprendizajes nuevos. Peleando medio siglo por la democracia en nuestro país. Un patriota cachimbón.
Fotos: Cortesía de Lorena Peña.