Ruth Ospina Salazar (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Cuando
lo creas todo perdido, no olvides que aún te queda el futuro, tu
cerebro, tu voluntad y dos manos para cambiar tu destino.
Werner von Braun
De
acuerdo con el Ministerio de Sanidad Español, alrededor de 18.000
menores de diecinueve años quedan embarazadas en España (2008).
Del
25% de adolescentes, entre 15 y 17 años, que reconoce tener relaciones
sexuales, sólo el 12,7% asegura que usa algún método anticonceptivo.
El
aumento de los embarazos entre los jovencitos, según algunos expertos,
se debe a la poca educación sexual, que se imparte en colegios e
institutos, pero más allá de la conciencia que tal educación puede
crear; pienso, desde una mirada psicoanalítica, en la existencia de
otros factores inconscientes que pueden llevar a los chicos a
embarazarse a pesar de todo lo que sepan acerca de la sexualidad, en la
medida que están sometidos al juego del deseo.
Entre
las causas más comunes de la falta de responsabilidad y cuidado con
respecto a quedar embarazada están las fantasías omnipotentes, propias
de la adolescencia, que alteran el juicio de realidad y favorecen
algunas suposiciones, entre ellas:
“A nosotros no puede sucedernos esto”.
Pero
estos factores causales de la gravidez entre los chicos, son diferentes
de acuerdo a que se esté en una fase temprana de la adolescencia, en
medio de ese camino o en el momento de decir adiós a esa etapa de la
vida.
En la
adolescencia temprana, la dificultad para renunciar a la fantasía de
bisexualidad, que todos portamos de alguna manera, puede llevar a la
adolescente a sentir al hijo como una obturación de aquello que le
falta, que no puede tolerar.
El
conflicto, entre la dependencia infantil y la autonomía adulta como
ideal, es propio de los adolescentes y puede inducirlos a sentir el
embarazo como una afirmación de su independencia.
Y
cuánto más joven es la chica, más dificultad tiene en aceptar las
transformaciones psicofísicas que produce el embarazo, salvo cuando
media un cuidadoso trabajo de psicoprofilaxis obstétrica, para que la
jovencita pueda reconocer al hijo como propio y desarrollar, hacia él,
conductas de apego.
Si
esto no se da, puede sobrevenir el pánico, tanto en relación con la
gestación misma como en el momento del parto y el puerperio, sobre todo
si se trata de embarazos no deseados, o muchachas sometidas a traumas
previos por violencia sexual y/o familiar, que puede llevarlas, incluso,
al filicidio.
En la
adolescencia media, el enamoramiento puede ser una causa consciente o
inconsciente de querer tener un niño para retener al compañero afectivo y
sexual; es así, por ejemplo, que en las barriadas medellinenses, los
padres ofrecen al sicario dominante a sus hijas, quienes enamoradas del
héroe de turno, buscan darle “la pinta” a esos muchachos que de sí
mismos dicen que no nacieron para semilla.
En la adolescencia tardía surge el embarazo como una salida exogámica que es entorpecida ya sea por la familia o el grupo.
Muchas
veces, sin ser muy conscientes de ello, las jovencitas actúan, a través
de la gestación, el deseo de tener un hijo como una pertenencia
exclusiva, mientras se acude aún a la negación del papel y de la función
del padre o pueden estar movidas por situaciones de desamparo y
sentimientos de soledad, que las llevan a buscar un hijo como una forma
de reasegurarse en la vida.
Todo
esto, nos demuestra la hipótesis de Laura Kait, que más que el embarazo
en sí, lo conflictivo es la maternidad adolescente.
Para
madre e hijo, el embarazo acarrea riesgos para la salud, tanto corporal
como psicológica; de hecho la incidencia de trastornos postparto en
madres adolescentes es el doble que para el resto de la población
femenina fértil.
El
bebé presenta un mayor riesgo de mortalidad, pues hay una relación
negativa entre la edad de la madre, la salud y la buena nutrición.
Varios estudios demuestran que la deserción escolar toca con la fecundidad en la adolescencia.
En
Argentina, según datos oficiales, la tasa de fecundidad adolescente
mostró una tendencia al alza, en el período del 2003 al 2005, tras
veinticinco años de haber bajado en forma progresiva, lo que permite
suponer que factores como la falta de sentido de la vida, la carencia de
recursos culturales y económicos más la ilegalidad del aborto se
entrelazan como factores objetivos y subjetivos que culminan con
embarazos de adolescentes.
En
España, en la última década, Cataluña, registró el mayor número de
gestaciones en adolescentes menores de 20 años. El 75% de estos
embarazos tuvo el aborto como destino final.
El
proceso psicológico, por el que atraviesa una chica gestante, es
difícil de anticipar; eso depende de sus creencias, su formación y el
estado en el que se encuentre su constitución psíquica como sujeto, sin
hacer caso omiso de los apoyos que pueda encontrar en el entorno.
Lo
que no es difícil de anticipar es que, al convertirse en madre
adolescente, cambie el rumbo de su proyecto identificatorio en otros
campos de la vida social, académica y laboral, puesto que, en adelante
su destino será distinto.
La
maternidad adolescente genera, a corto plazo, la reclusión doméstica de
la joven, lo cual le limita su proyecto de vida como persona. Se
embaraza y tiene que insertarse laboralmente para criar a su bebé.
A
largo plazo, se termina teniendo un trabajo pobre, mal remunerado,
debido a la falta de formación e instrucción, de donde se incrementa aún
más la inestabilidad económica, en contextos como los tercermundistas,
donde la maternidad temprana es más frecuente en los círculos sociales
más pobres, lo que hace que se entre en un círculo vicioso en el terreno
económico.
Las
relaciones afectivas madre-hijo se dan en un momento en el que las
chicas no se encuentran preparadas para desempeñar las funciones
maternales, la adopción brusca del papel de madres genera conflictos que
interfieren e impiden la creación de un ambiente socioemocional
adecuado para el bebé.
Todo
ello conduce a que las progenitoras presenten estados emocionales
alterados, de labilidad afectiva o incluso a sufrir trastornos
depresivos de diversos grados.
Para
defenderse de su angustia, muchas madres son menos sensibles en
relación con el bebé y sus necesidades, están menos disponibles para
cumplir con funciones de continencia y sostén emocional para su infante,
lo que puede generar problemas en el desarrollo y la socialización de
los pequeños.
El
embarazo de adolescentes se convierte en una crisis accidental dentro de
la crisis misma que supone la adolescencia, implica tanto a la mujer
como al producto de su gestación, por esta razón, considero pertinente
hablar de cómo llegan los seres humanos a constituirse como sujetos.
En ese proceso, es fundamental, el vínculo con la madre, como bien lo expone el psicoanálisis.
Según
Winnicott, el desarrollo psíquico comienza desde la concepción, cuando
el niño comienza a existir en el deseo y la fantasía de los padres, de
tal forma, que depende de ello que este proceso pueda desplegarse o
restringirse; por esta razón, lo que ocurre durante la gestación y en
las primeras semanas de existencia del bebé en el vínculo madre-hijo
tiene gran importancia, puesto que puede conducir bien sea a la salud o
la enfermedad.
El
vínculo se da en una relación entre dos, entre uno y el otro, de acuerdo
a sí hay presencia, estabilidad y continuidad dentro de él. En él, se
encuentran dos yoes y algo que los liga en un espacio inconsciente,
dentro del cual quedan ubicados y contenidos. Así el sujeto se
constituye en una trama vincular, supuestamente, entre un sujeto con un
mundo mental constituido, el de la madre, y otro en vías de
constitución.
De ese modo, el vínculo se encuentra en lo más originario del sujeto, en una relación de doble vía, en un mundo de dos.
Poder profundizar en las cualidades del primer vínculo del ser humano es fundamental.
Éste no nace en el parto; más allá del parto, el sujeto humano surge en un proceso que implica a la madre y los demás.
En
un principio, la madre permite descargar las tensiones y excitación
producidas por el incremento de las necesidades internas, tanto físicas
como psíquicas de la criatura.
Ese
encuentro del infante con una mamá que le provee suministros para la
descarga de la excitación y la tensión, hace que el bebé tenga una
vivencia de satisfacción, al sentirlas disminuidas.
Cuando
el bebé encuentra un otro que lo gratifica, se da una comprensión mutua
entre el y su progenitora. Cuando ésta responde de una forma adecuada,
Winnicott nos habla de una madre que brinda sostén, a ella la denomina
Bion, madre con capacidad de ensoñación, lo que podría ser una locura de
amor normal.
En esa
llamada locura de amor se daría lo que Donald Winnicott nos mostró de
que en un principio no hay nada que se pueda llamar bebé, puesto que lo
que se observa es una fusión, una unidad madre-bebé, de tal modo que
para que el crío se constituya en un nuevo sujeto ha de pasar por
procesos de integración, personalización e iniciar las relaciones
objetales.
Del lado materno para que esto se dé la mamá ha de dar:
1. Sostén.
2. Cuidados y asistencia corporal al infante.
3. Presentar los objetos.
De
ese modo la integración va a ser el núcleo de la experiencia de
continuidad de la existencia, lo que se logra mediante una adaptación
activa de la madre a las necesidades del bebé, un sostén, el cual
implica una capacidad de empatía con esas necesidades tanto físicas como
emocionales de ese bebé que depende totalmente de ella, aunque él no
tenga ninguna conciencia de esa situación, pues no comprende que él y la
madre son seres distintos.
Superada
esta fase, se pasa a la de personalización, en la que lo psicológico
viene a habitar el cuerpo, lo que permite que el pequeño logre completar
su imagen corporal, en un momento en que los cuidados y la asistencia
por parte de la madre, hacen que ella como un Otro, venga a manejar la
situación de su infante.
Esto
da lugar a la relación con los objetos, que la mamá ha de presentar al
chico, uno a uno, por separado, y aún, ella misma, tendrá que
mostrársele como alguien, como un sujeto aparte, pero a su vez, un
objeto externo que no depende por completo de él, ante lo cual, el bebé
tendrá que enfrentarse con pequeñas frustraciones, pues una madre
suficientemente buena, si bien gratifica, también frustra, puesto que lo
que en el vínculo de la mamá con su hijo lo que se logra no es otra
cosa que una complementariedad; ella recibe las demandas del bebé, en la
medida que pueda comprenderlas.
Es
en este proceso que el niño logra empezar a tener un mejor contacto con
la realidad material, más allá de sus necesidades y deseos, lo que lo
obligará a aprender a aplazar las gratificaciones de sus demandas.
Sólo
una madre con suficiente capacidad de ensoñación y de empatía, será la
que permita que estas pequeñas angustias del bebé no se conviertan en un
terror sin nombre o en una sensación de caer para siempre, en un hueco
negro y sin fondo.
Esa
madre es la que será capaz de proveer, de una manera pertinente, las
necesidades de alimento, calor y amor de su lactante, lo que hará que en
el niño quede siempre una marca de confianza y esperanza, de alguna
manera, ese niño mamará, con su leche, ese modelo de madre que le
permita comprender que en el mundo existen seres bondadosos y que él
mismo puede llegar a serlo, lo que Erik Erikson llamaba seguridad y
confianza básicos, puesto que es, desde la lactancia, cuando surge la
esperanza, como sentido y significado de la continuidad de la vida.
La
mamá se constituye entonces en madre-ambiente para su bebé, de tal
modo, que éste pueda ir logrando avanzar en la adquisición de su
condición de sujeto humano.
Durante
la gestación la progenitora puede sentirse completa, completada y llena
pero después cuando ella tiene que hacerse cargo de un bebé en la
realidad material, resulta que este llora, hay que alimentarlo con
demasiada frecuencia, la ilusión de unidad se rompe, y para superar esta
situación, la madre tiene que constituirse en madre-ambiente.
La
adolescente puede no sentirse con la capacidad de ser una madre
suficientemente buena y puede irritarse frente a este bebé llorón, que
no la llena por completo, sino que por el contrario la presencia del
infante, se torna en una exigencia. El bebé entonces no la colma, como
tampoco colma a ninguna madre, lo que hace que la mujer sienta el deseo
de terceros que rompan esa relación, con lo cual se busca ya sea al
padre de la criatura, o ya sea el entorno familiar o el medio cultural
que los abarca a todos.
Es
cuando la adolescente puede pensar que habría sido mejor continuar con
los cuadernos para ir a la escuela, más que quedarse pendiente de un
bebé al que rechaza.
Magdalena Manami nos presenta una viñeta clínica, la de Carolina, quien le decía a su doctora:
Ahora
es lo más importante en mi vida pero cuando nació, un día agarré el
moisés y lo sacudí. Le gritaba: “¿qué querés? ¿qué querés?”. Ya lo había
cambiado, ya había tomado la teta, ya había dormido, no la aguantaba
más – y su voz se exasperaba como lo debía haber hecho seis años atrás
cuando a los quince años tuvo a la dulce Sofía, del momento de la
entrevista.
Es, en
estos momentos, cuando se hace más urgente que en la mente de la madre
haya un lugar destinado al padre, como posibilitador de la relación de
la mujer y su hijo.
Para
ello, la madre ha de presentar ese padre, como un tercero ante el niño y
ese papá ejercerá una función de separación entre esa amalgama que han
sido madre e hijo en el estado de locura de amor del inicio de la
relación de la mamá con su bebé.
Con
lo cual aparecerá en el psiquismo del infante una triangulación, ya no
son uno ni dos, si no tres, de esta manera, el sujeto infantil queda
inmerso en el complejo de Edipo.
La
adolescencia vendrá después y representará un nuevo ciclo de la vida
pero, a su vez, es un estado de la mente del sujeto humano, en el cual
éste sufre una serie de transformaciones en un período que, usualmente,
está marcado por la confusión y la inestabilidad; es el momento, en el
que el sujeto empieza a independizarse, con mayor fuerza, de sus
vínculos más primarios con sus padres, mientras construye múltiples
vínculos en el ámbito de lo cultural, lo que supone la construcción de
una identidad, que lo haga diferente del conjunto; ahí, entonces, el
adolescente tendrá que enfrentarse con situaciones nuevas, para poder
decir adiós a la infancia, tanto a su cuerpo infantil, como a los roles
desempeñados en la familia hasta ese momento; ha de despedirse de los
padres de la infancia, para relacionarse con éstos de una manera
distinta, a pesar de que empieza a sufrir cambios físicos, inducidos por
toda una explosión hormonal, que sirve de fuente a las pulsiones
eróticas, lo cual los lanza al erotismo y a la capacidad procreativa.
Es
cuando inician sus relaciones sexuales y genitales, buscan sus parejas,
guiados muchas veces por las experiencias previas de la infancia, en
sus familias de origen.
Además
empiezan a prepararse para la construcción de nuevas familias, lo que
implica desvincularse del mundo infantil, para meterse en uno más
adulto.
Es entonces
cuando los seres humanos somos expulsados del paraíso endogámico, dentro
de la familia, para ser lanzados al mundo fuera de ella, al mundo
exogámico, como los pollitos que tienen que romper el cascarón para
empezar a caminar solos, por su propia cuenta, cuando se empieza a
sentir la falta de un semejante para construir nuevos vínculos afectivos
y sexuales.
Ello implica abandonar el lugar de hijos para pasar a ocupar el lugar de maridos o compañeras y, posteriormente de padres.
Las
nuevas familias se inician mediante un vínculo de alianza entre dos
sujetos de grupos familiares distintos que buscan aunarse por afinidad
electiva, para establecer una suerte de contrato que implica compromisos
recíprocos, lo que es distinto del vínculo de filiación anterior, en el
que los sujetos ocupamos los lugares de hijos o padres, más
relacionados con el linaje que con la complementariedad de los sexos.
Y
dentro de las estructuras elementales del parentesco también se dan los
vínculos de consanguinidad, por compartir una misma sangre, como el que
se da no sólo en el vínculo de filiación, sino también en el vínculo
fraternal con los hermanos.
Toda
esta trama vincular nos permite comprender la estructura familiar y los
lugares que cada miembro ocupa dentro de ella, de una manera dinámica y
particular, en el caso por caso de cada familia.
Y
la forma como se den estos vínculos tiene implicación tanto en la vida
de los sujetos como en su desarrollo psíquico, lo que se presenta,
obviamente, en la adolescencia.
Así,
el embarazo de una adolescente pone en crisis a su estructura familiar,
al quebrar un equilibrio previo, adquirido por ese grupo, el cual
tiene, entonces, que enfrentar una situación novedosa que implica su
asimilación y elaboración.
Éste
sería el marco psicosocial de una madre adolescente, aunque un
embarazo, desde el punto de vista más biológico, es un episodio normal,
en la mujer que tiene un organismo sano, lo que permite que transcurra
sin mayores molestias, pero la chica embarazada no encuentra que ese
deseo tan antiguo, que brota desde la infancia, como algo que puede
llenar sus carencias y faltas, encuentre tantos obstáculos como los que
suele encontrar en el mundo familiar y social.
Desde
el punto de vista fisiológico, en el embarazo no existe una
diferenciación demasiado clara entre la madre y el feto, por lo menos,
desde lo más aparente, ya que un cuerpo envuelve al otro y es como si
fueran una unidad orgánica completa, en la que las perturbaciones de una
parte afectan la otra, por lo que malestares y bienestares se
comparten, incluso hasta que la muerte del uno suele implicar la muerte
del otro, como bien nos lo señala Helene Deutsch en su Psicología de la
mujer.
Es como si el feto parasitara la madre y el cuerpo de ésta se transformara en protector de su huésped.
Esa
vivencia de parasitación hace que muchas mujeres se quejen del
sacrificio que la gestación les implica y si existen dificultades
psíquicas para aceptar esta situación biológica, el embrión será
psíquicamente lo que es desde el punto de vista biológico, aunque puede
llegar a convertirse en un enemigo que explota el organismo maternal.
La existencia de esa unidad hace que la mayoría de las madres vivan a su hijo como una parte de su cuerpo.
De
la misma manera sucede en lo psíquico: la mujer embarazada es capaz de
transformar al parásito en ser amado, gracias a una identificación, en
donde la mujer siente el fruto de su cuerpo como una parte de sí misma,
pero para llegar a ese sentimiento de unidad es necesario que no
intervengan en el yo influencias perturbadoras.
El
yo debe sentirse libre de culpas, para que pueda idealizar ese ser que
alberga dentro de sí, de tal manera que la experiencia de embarazo no la
llene de vergüenza, amargura, odio hacia el genitor o hacia el niño que
aún nacido.
Es
preciso que el feto sea soñado como un niño futuro, deseado y amado con
alegría, pues si el niño se vive como una carga puede ser odiado por la
madre y el embarazo convertirse en una maldición.
Una
gestación armónica supone una salud física y psíquica suficientes, en
buenas condiciones ambientales, maritales, familiares, económicas y
sociales.
Luego
vendrá el parto, uno de los momentos más importantes de este proceso, el
cual se da de una manera diferente en cada cultura. Es un hecho que
implica tanto lo psicológico como lo biológico, por lo cual muchas veces
se precisa de la intervención de un psicoterapeuta puesto que exige,
dado lo agotador que puede llegar a ser, de una gran tolerancia al
sufrimiento, los temores y las angustias que conlleva, ya que supone una
gran tensión interna que revuelca a la mujer tanto física como
psíquicamente y su desenvolvimiento depende de la historia que la
parturienta traiga consigo,.
Así,
tanto en el proceso de gestación como en el del parto se requiere de un
clima emocional lo suficientemente bueno, el cual depende tanto de la
realidad psíquica como de la realidad material con las que se relacione
la mujer.
Es por
ésto que las mujeres, en general, y los hombres en particular pueden
requerir de un acompañamiento psicoterapéutico, para lo cual se requiere
de personas con formación tanto en lo teórico como en lo clínico para
poder intervenir en la situación de los procesos implicados en la
maternidad, los cuales no son sólo biológicos sino también psicológicos y
sociales, puesto que el embarazo resulta de crucial importancia tanto
para las madres como para los bebés y la constitución psíquica de éstos.
De ahí que sea importante tener en cuenta:
1. Cómo recibe la mujer la noticia del embarazo
2. La manera cómo reacciona el entramado vincular en el que está inmersa.
3. Las vivencias en la gestación, los cambios corporales.
4. Los cambios en el estilo de vida
Generalmente
los embarazos adolescentes son gestaciones no planeadas, por lo cual,
la noticia produce en miedo, resulta ser una gran sorpresa, surgen
sentimientos de culpa, donde el embarazo puede ser vivido como
inesperado y adverso, por lo que puede ser negado y ocultado.
Muchas
chicas expresan: cuando yo vi que la prueba era positiva decía, eso es
mentira, es mentira. Otras dicen, yo no sé qué hacer. Otras se atreven a
revelar su secreto mucho más tarde.
Las
madres de estas chicas tratan de esconder la verdad a los padres
durante varios meses; la madre normalmente se entera primero, luego
papá.
La familia
tiende a rechazar y censurar, en especial los señores, quienes dejan de
hablar a sus hijas embarazadas, o cambian y les echan en cara hasta la
comida.
Muchas
jóvenes se sienten rechazadas y reprochadas por toda la familia
ampliada, que incluye abuelos, tíos, y primos, así más tarde todos
entren a apoyarlas y a acogerlas con el nuevo bebé, a pesar de la dureza
de tener que aceptar la situación pero, después de la tempestad viene
la calma.
Las
parejas de las chicas pocas veces reaccionan con alegría y brindan apoyo
porque ellos también sienten el rechazo y el desconcierto; se tornan
huidizos, lo cual es bastante desilusionante para las chicas que pasan a
sentirse solas, tristes o empiezan a culpar al bebé por el daño de la
pareja.
Sin embargo,
hay algunas adolescentes que responden a la noticia del embarazo con
confianza y alegría mientras confiesan haberlo deseado desde hace
tiempo.
También en
algunas ocasiones la familia responde positivamente desde el comienzo e
incluso el compañero, pero los sentimientos y vivencias de los
adolescentes son muy variados durante la gestación.
Frecuentemente
se tienen que enfrentar sentimientos recurrentes de soledad, al no
encontrar el apoyo que deseaban ni en la pareja ni en la familia.
También
aparecen temores a ser abandonadas por el compañero si éste no huyó
desde el principio y, lamentablemente, es una situación que ocurre con
mucha frecuencia, lo cual hace que las chicas se sientan solas y sin
poder contar con el apoyo del genitor de su bebé.
Todo
esto es causa de irritabilidad dado el grado de fragilidad de las
adolescentes gestantes, a quienes empiezan a molestar las circunstancias
que antes no les afectaban.
Esta
irritabilidad se acompaña de crisis de llanto, lo cual llena aún de más
temores a las jovencitas, quienes piensan que, si ellas tienen mal
genio, los bebés saldrán así. Que si lloran, los bebés saldrán llorones,
pero muchas veces no pueden controlar la ira que sienten.
Los
cambios corporales generan incomodidad, inconformidad y malestar, en
especial, en aquellos casos donde las jovencitas muestran resistencia a
aceptar la maternidad y el embarazo, puesto que ese bebé que impone la
realidad es muy distinto al hijo imaginado, deseado y fantaseado.
Muchas
adolescentes sienten preocupación por cómo les quedará el cuerpo
después del parto, preocupación por las estrías, el cambio de talla,
dejar de ser bonitas y esta preocupación se aumenta ante la posibilidad
de una cesárea. Las chicas desearían que no ocurrieran muchos cambios ni
en su cuerpo, ni en su cotidianidad y temen la responsabilidad de
cuidar de su cuerpo durante la gestación y al bebé después de que éste
nazca.
Así pues, no
toleran la vida en función del bebé, más allá de sus necesidades, y
deseos individuales, máxime cuando la relación con su pareja se
perturba.
Ellas
sienten la inconformidad ante el hecho de que les cambie la vida
definitivamente, de una manera más trascendental de lo que suele
ocurrirle a sus compañeros varones, lo cual les hace expresar:
Yo veo a mi compañero salir; mi panza no lo detiene, porque al fin y al cabo el bebé no lo ata.
Tienen
miedo al parto, espanto que se aumenta en la medida que las
instituciones de salud las consideran madres de alto riesgo; temen el
dolor y los problemas del postparto; temen la maternidad propiamente
dicha. Se tornan ambivalentes ante el producto de su gestación. Aman y
odian al niño. Temen el parto pero esperan con ansias el nacimiento del
bebé. Temen que su pareja rechace el bebé si éste no nace sano.
Algunas por el sentimiento de culpa, están dispuestas a cumplir con el precepto bíblico, de parirás con dolor.
El
momento del parto, marca una gran diferencia; a partir de éste el bebé
imaginado se materializa en un bebé real, de carne y hueso. Cuando nace
el nené, el momento es vivido como un rito de expiación, es como si se
hubiese hecho una especie de “borrón y cuenta nueva”, al constatar que
nació sano y completo.
Una vez nace el bebé, cabe preguntarse, ¿de quién es el hijo?
La
respuesta a este interrogante hemos de buscarla en la dinámica
familiar, que genera el acontecimiento del embarazo, la cual puede tener
una orientación trágica, en el sentido literario de esa tendencia a un
desenlace fatal (detención o deterioro del desarrollo psíquico), o un
desenlace romántico, en el que el héroe tras una serie de obstáculos y
desafíos logra alcanzar sus metas y la realización (avanzar en la
constitución del psiquismo).
Normalmente,
las adolescentes quedan bajo el cuidado y la orientación de su familia
de origen y en la minoría de los casos se constituye una nueva familia.
Con
frecuencia la nueva madre es desplazada de su lugar por la abuela
materna, quien ocupa su función, en buena parte por el estado
adolescente de la chica, pero también por el deseo regresivo de ser
cuidada como su hijo, con quien en ocasiones rivaliza.
Esta
conducta de la una abuela, que se ocupa de la crianza del nieto, genera
fantasías de robo el hijo a la adolescente, tanto como de la
independencia de su hija.
En
tales casos, el desarrollo psíquico de la madre adolescente se detiene o
se deteriora; en ellos, el entramado vincular, entonces, se torna
confuso para la constitución del psiquismo del bebé.
La
historia se convierte en romántica si la familia de la adolescente
sufre un proceso de reorganización tal, que permita cada uno ocupar su
lugar, al devolver, a la chica, su función de madre, si la abuela
materna la apoya en el desarrollo natural de su potencial psicobiológico
para la maternidad y en el proceso de adquisición de su identidad
femenina y de mayor autonomía. En este caso el entramado vincular no
sólo favorece el desarrollo psíquico de la madre sino también el del
bebé.
El papel que
desempeñe la pareja de la adolescente en esta trama también será
importante en su destino trágico, romántico o realmente liberador.
Cuando
el compañero huye y no cumple con la función de dar cuidados a su
compañera y su bebé, ni con la función de corte de la díada madre-hijo
que se requiere más adelante se agrega un mayor sufrimiento.
Además de la pesadumbre y del malestar, que ello genera en la chica, esta situación plantea una pregunta ¿de quién es el hijo?
Ella
será respondida adecuadamente cuando se reconozca el lugar y la función
del padre en el entramado vincular, sea que se trate del padre
biológico o de aquella persona que actúe como su substituto.
Las
fisuras en la ligadura afectiva, en el vínculo de alianza de estas
adolescentes, aún en los casos donde el compañero no ha huido, y aún en
el de que se haya constituido una nueva familia, permiten pensar que la
historia se orienta hacia un desenlace trágico, en aquellos caso en el
que se reproduce generación tras generación el desdibujamiento de la
figura masculina, cuando se conforman hogares monoparentales con
jefatura femenina o en hogares recompuestos en los que circulan figuras
masculinas, con las que se busca inconscientemente el padre, sin que se
permita que alguno ocupe este lugar tanto real como simbólicamente.
Por
el contrario, si a partir de la experiencia del embarazo se fortalece
el vínculo de alianza con el padre del hijo, o se construye una nueva y
verdadera relación de pareja, en la que la adolescente logre vivirse a
sí misma como una buena madre y como una mujer independiente y
sexualmente deseable, entonces la historia se orienta hacia un desenlace
romántico.
Notas:
1)
Lenarduzzi, H. y _S. Koatz. Efectos desorganizantes del embarazo en la
adolescencia – valor de la interdisciplina. Trabajo presentado en el
Congreso Metropolitano de Psicología. s. f.
2) Ortegón, A. Comunicación personal.
3) Salazar, A. No nacimos p’a semilla. Corporación Región-Cinep, Bogotá, 1990, 223 pp.
4) Kait, L. Madres, no mujeres. Embarazo adolescente. Ediciones del Serbal, Barcelona, 2007, 140 pp.
5)
Gutiérrez, M. y cols. La atmósfera psíquica y los vínculos
significativos de madres adolescentes gestantes y lactantes de bajo
estrato socio-económico. Implicaciones sobre el desarrollo psíquico.
6)
Flórez, C.E, y cols. Fecundidad adolescente en Colombia: incidencia,
tendencias y determinantes. Un enfoque de historias de vida. Documentos
CEDE 31, 2004.
7) Manami, M. La maternidad
adolescente es lo conflictivo, no el embarazo. Cimacnoticias. Periodismo
con perspectivas de género.
http://edicionesdelserbal.com/doc/clip/clips_17.pdf
8)
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http://www.unicef.org/devpro/files/SOWC_2011_Main_Report_SP_02092011.pdf
9) Horstein, L. Piera Aulagnier y el contrato
narcisita.
http://psicoletra.blogspot.com/2009/10/piera-aulagnier-luis-hornstein-y.html
10) Freud, S. Proyecto de psicología en Obras Completas (t. I). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976, pp. 323 – 336.
11)
Klein, M. Algunas consecuencias teóricas sobre la vida emocional del
lactante en Obras Completas (t. I). Paidós, Buenos Aires, 1974, pp. 177 –
207.
12) Bion, W.R. Volviendo a pensar. Ediciones Hormé, Buenos Aires, 1972, 236 pp.
13) Winnicott, D. Escritos de pediatría y psicoanálisis. Paidós, Barcelona, 2002, 430 pp.
14)
Winnicott, D. Los procesos de maduración y el ambiente facilitador:
estudios para una teoría del desarrollo. Paidós, Barcelona, 1993, 391
pp.
15) Berenstein, I. Devenir uno con otro (s). Ajenidad, presencia, interferencia). Paidós, Buenos Aires, 228 pp.
16) Erikson, E. El ciclo vital completado. Paidós, Barcelona, 2000, 136 pp.
17)
Bordignon, N.A. El desarrollo psicosocial de Eric Erikson. El diagrama
epigenético del adulto. Revista Lasallista de Investigación, 2: 50 -63,
2005.
18) Manami, M. La maternidad adolescente es
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