Saludos y bienvenida:
Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.
Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.
Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...
A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.
Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...
Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?
Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.
No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.
Fraternalmente, Trovador
jueves, 29 de marzo de 2012
El mito de los mitos de Joaquín Villalobos
Alejandro Hope
Joaquín Villalobos tiene un agradecible gusto por la
controversia que lo ha convertido en una voz indispensable en el debate
sobre seguridad pública en México: dice lo que muchos critican, lo que
otros tantos piensan y lo que nadie más se atreve a defender. Sin
embargo, en algunos de sus textos el ánimo polémico acaba dominando al
rigor analítico. Su más reciente colaboración en nexos, me temo, cojea de esa pata.1
El artículo tiene dos ideas básicas: 1) derrotar a la
delincuencia organizada en México sólo es posible mediante un combate
frontal que hace inevitable un largo periodo con elevados niveles de
violencia, y 2) cualquier persona que proponga ideas para reducir los
niveles de violencia en el corto plazo es presa de la “aversión al
conflicto”.
¿Qué es la “aversión al conflicto”? El término, tomado del último libro de Jorge Castañeda, se refiere a una supuesta manía de “administrar problemas en vez de resolverlos” y sería presuntamente un atavismo producto de la “cultura del subdesarrollo”.
No entra en esa ecuación la posibilidad de que existan problemas que, por su naturaleza misma, no sean resolubles sino sólo administrables. La diabetes no se resuelve. El SIDA no se resuelve. La delincuencia organizada tampoco: se acota, se contiene, se margina, pero no se resuelve (si por resolver queremos decir eliminar, claro está; si Joaquín quiere decir otra cosa, sería útil conocer su definición). O tal vez sí se puede resolver, pero al costo de liquidar las libertades públicas. Nadie en el siglo XX fue más eficaz en el combate a las mafias que Benito Mussolini.2 Pero en una sociedad libre, el problema no es binario, es de grados.
Allí está la Yakuza japonesa como un ejemplo de una mafia “administrada”.3 Allí está la mafia neoyorquina como otro: las autoridades estadunidenses empezaron a combatir al crimen organizado en la década de 1890 y todavía el año pasado realizaron detenciones de mafiosos en Nueva York.4 ¿Resolvieron el problema o lo administraron? La discusión en México no es cómo eliminar a la delincuencia organizada, sino cómo ponerle límites mucho más severos que los que hoy tiene, en el menor plazo y al menor costo posibles.
Para lograr ese objetivo se requiere indudablemente fortalecer los instrumentos del Estado: limpiar y transformar a las policías, reformar el sistema de justicia penal, recuperar el control de las prisiones, combatir la corrupción en todos los niveles. Nadie en México, salvo los delincuentes, se opone a esa agenda. Nadie tampoco está en contra de la construcción de ciudadanía y de modificar las condiciones sociales que favorecen la expansión de la delincuencia.
Pero hay un problema: esas tareas van a tomar una generación ¿Qué hacemos de aquí a entonces? ¿Qué hacemos para limitar los costos y la violencia que pueda acarrear el proceso? La respuesta de Joaquín es: nada. Debemos resignarnos a tener 25 mil homicidios o más al año durante un plazo largo: cualquiera otra cosa sería una rendición frente a los delincuentes.
Parece irritarle la búsqueda de alternativas. Y en algunos casos no le falta razón para la molestia: algunas de las ideas que flotan en el ambiente son notoriamente inviables o están mal razonadas.
Es sin duda una tontería afirmar que se debió haber esperado a tener condiciones óptimas antes de confrontar a la delincuencia organizada, como si no hubiera habido en 2006 y 2007 coyunturas que obligasen a una reacción. Igualmente absurdo es suponer que el asunto se arregla con más “inteligencia”, sin preguntarse para qué se quiere y cómo se pretende obtener. De acuerdo también en que discutir el estatus legal de las drogas es una distracción. La legalización de las drogas es como el Mesías: de seguro vendrá, pero probablemente tarde.
Pero Joaquín mete en el mismo paquete a ideas que pueden reducir los niveles de violencia en el corto plazo y que en nada detraen del objetivo último de reducir la peligrosidad de la delincuencia organizada. Peor aún, las distorsiona hasta la caricatura. Nadie en su sano juicio ha afirmado que se debe combatir sólo a los cárteles violentos. Lo que se ha propuesto es que se les combata prioritariamente, como un mecanismo para desincentivar la violencia. Ello no obsta para que siga la persecución en contra de todos los demás.
Definir prioridades y modular intensidades no es, bajo ningún concepto, una renuncia a establecer el imperio de la ley: es lo que hacen todas las fuerzas del orden en un mundo donde los recursos son limitados. Se puede debatir que delitos o delincuentes deben ser los objetos primarios de atención en cualquier momento dado, pero de ahí a afirmar, como lo hace Joaquín, que quien no comparta las preferencias del gobierno ha asumido “la defensa de un statu quo que da ventaja a los criminales frente a los ciudadanos”, media un trecho inmenso.
Las críticas a las propuestas inspiradas en el trabajo de Mark Kleiman son particularmente débiles.5 Según se desprende del texto de Joaquín, las ideas no le gustan por dos motivos: 1) los programas de disuasión focalizada a veces no funcionan en Estados Unidos, y 2) no fueron pensadas específicamente para el contexto mexicano o latinoamericano. Sobre el primer punto, nunca nadie ha dicho que ese tipo de acciones siempre funcionen: lo que se ha afirmado es que pueden funcionar. Y la realidad es que funcionan en la mayoría de los casos: una revisión sistemática reciente a programas de disuasión focalizada encontró reducciones importantes de delitos específicos en 10 de las 11 intervenciones consideradas.6
Sobre el segundo punto, es correcto afirmar que “ni los programas experimentales ni las teorías que los sustentan fueron pensados para las selvas colombianas, las favelas brasileñas, el Petén de Guatemala, las maras de San Salvador, los barrios de Ciudad Juárez o los dominios del Chapo Guzmán”. Pero lo mismo vale para la internet, los antibióticos o la democracia ¿Es eso razón suficiente para descartar su uso? ¿No hay manera de adaptar a nuestro contexto el conocimiento extranjero?
México no es Estados Unidos. Pero nadie está pidiendo que se repliquen mecánicamente las experiencias estadunidenses. El propio Kleiman elaboró una propuesta de disuasión focalizada específica para el caso de México que tiene como premisa básica la debilidad de las instituciones mexicanas y que por tanto se apalanca en las capacidades de Estados Unidos.7 La propuesta puede o no ser viable en los términos descritos, pero lo que no se entiende es en qué sentido se puede interpretar como una evasión del conflicto.
La disuasión focalizada es una fórmula para prevenir conductas específicas de delincuentes, mediante la comunicación directa de amenazas creíbles. No implica trato alguno con los delincuentes: simplemente necesita que se explicite una raya fijada por las autoridades y que, pasada esa raya, se intensifique la persecución en contra del transgresor ¿El Estado no recupera soberanía cuando impone límites a los criminales? ¿Qué conflicto se está evadiendo?
En el fondo, Joaquín parece defender la tesis de que los violentos son consustancialmente violentos, sin importar la estructura de incentivos que enfrenten. Esa idea no sólo niega medio siglo de investigación criminológica,8 sino que encuentra su refutación perfecta, irónicamente, en la propia carrera de Joaquín. Él empuñó las armas cuando, a su juicio, las circunstancias lo demandaban y las abandonó cuando las circunstancias cambiaron.
Guardando las distancias, ¿por qué no podría suceder algo similar con los narcos? ¿Por qué no podrían comportarse de manera distinta si cambia la matriz de riesgo y recompensa? El mismo Joaquín reconoce que es posible tener un equilibrio de baja violencia en presencia de mercados ilegales. ¿No se podría reconstituir un equilibrio de esa naturaleza en México, en paralelo a los esfuerzos de transformación institucional, pero sin requerir que éstos concluyan?
La idea le parece ilusa a Joaquín, ¿por qué? En esencia, porque ése no fue el camino que emprendió Colombia. Hay algo de lo que cuestiona a la hora de discutir las propuestas de disuasión focalizada —la imitación extralógica de soluciones extranjeras— en su defensa del modelo colombiano. No se detiene a analizar las diferencias entre Colombia y México, ni a hacer distingos sobre qué resulta aplicable y qué no de la experiencia colombiana. Peor aún, tiene mucho de caricatura su descripción de la trayectoria histórica del país sudamericano.
Consideren la siguiente afirmación: “La violencia en Colombia no se redujo, ni con paramilitarismo, ni con guerra sucia, ni con disuasiones, ni con negociaciones, ni dejando de perseguir capos... La violencia sólo comenzó a reducirse cuando el Estado se decidió a recuperar, por la fuerza, los territorios que estaban en manos de cárteles, paramilitares y narcoguerrilleros”. Esa narrativa tiene una omisión seria: la desmovilización negociada de las llamadas autodefensas (los paramilitares) entre 2003 y 2006.9 Eso fue todo, menos una rendición incondicional: requirió conversaciones abiertas, la firma de un acuerdo formal y la aprobación del Congreso colombiano de una ley ad hoc que le concedió amplios beneficios jurídicos a los paramilitares. Los 31 mil desmovilizados de los que habla Joaquín fueron resultado de ese proceso, el cual se saldó con una importante disminución de los niveles de violencia (al menos inicialmente). Dicho de otra manera, para reducir la violencia, Álvaro Uribe estuvo dispuesto a negociar con delincuentes. ¿Él también sufría de la “aversión al conflicto”?
El Estado racional weberiano que impone su soberanía incontestable a sangre y fuego es una fantasía no sólo en Colombia. El Estado de derecho es siempre y en todo lugar un terreno negociado, donde persisten espacios amplísimos de tolerancia no codificada a formas diversas de ilegalidad.
En México se señala a menudo que la tasa de impunidad es de 99%. Lo que se dice menos es que en Estados Unidos la cifra es de 90% y eso sin contar la inmensa cantidad de delitos transaccionales (la compra y venta en mercados ilegales) que no son capturados por las encuestas de victimización.10 ¿Por qué se tolera tanta ilegalidad, mucha de la cual sucede a plena luz del día y en las narices de la autoridad? ¿Por “aversión al conflicto”? ¿O será que hay otros valores —la libertad, la estabilidad social, la protección de la vida humana— que entran también en el cálculo?
No existe contradicción entre construir el Estado y lo que Joaquín llama “administrar el crimen”. Esa tarea la hacen todos los Estados modernos del mundo. No implica entrar en componendas con los delincuentes. Significa que el Estado, en situación de fuerza pero con plena conciencia de sus limitaciones, ponga rayas, fije prioridades y disuada las peores conductas, aun si eso implica tolerar temporalmente otras. No hay nada particularmente conservador en esa visión y nada eminentemente progresista en sugerir que no hay más ruta que el combate a ultranza, sin referencia a costos y vidas humanas.
1 Villalobos, Joaquín (2012): “Nuevos mitos de la guerra contra el narco”, nexos, núm. 409, enero 2012 Versión electrónica: http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2102505. Consultado 06/01/2012
2 Duggan, Christopher (1989): Fascism and the Mafia, Yale University Press, New Haven.
3 Hill, Peter B.E. (2003): The Japanese Mafia: Yakuza, Law, and the State, Oxford University Press, Oxford.
4 Reppetto, Thomas (2004): American Mafia: A History of its Rise to Power, Holt Paperbacks, Nueva York.
5 Kleiman, Mark (2009): When Brute Force Fails, Princeton University Press, Princeton.
6 Braga, Anthony y Weisburd, David (2011): “The Effects of Focused Deterrence Strategies on Crime: A Systematic Review and Meta-Analysis of the Empirical Evidence”, Journal of Research in Crime and Delinquency. Publicado en línea, septiembre 2011.
7 Kleiman, Mark (2011): “Surgical Strikes in the Drug Wars: Smarter Policies for Both Sides of the Border”, Foreign Affairs, vol. 90, núm. 5, septiembre-octubre 2011.
8 Kennedy, David (2008): Deterrence and Crime Prevention: Reconsidering the Prospect of Sanction, Routledge, Nueva York.
9 Valencia, Germán Darío (2007): “Reconstrucción analítica del proceso de desarme, desmovilización y reinserción con las Autodefensas Unidas de Colombia, 2002-2007”, Perfil de Coyuntura Económica, núm. 10, diciembre de 2007, Universidad de Antioquia, pp. 147-191.
10 Estimación propia, basada en cifras de FBI (http://www.fbi.gov/about-us/cjis/ucr/crime-in-the-u.s/2010/crime-in-the-u.s.-2010/offenses-known-to-law-enforcement) y Bureau of Justice Statistics (http://bjs.ojp.usdoj.gov/index.cfm?ty= dcdetail&iid=245). Consultado 06/01/2012
Alejandro Hope. Director del Proyecto MC2 (Menos Crimen, Menos Castigo), iniciativa conjunta en materia de seguridad del IMCO y México Evalúa. Tiene un interés especial en política de drogas y, en particular, en la operación de los mercados de drogas ilegales.
¿Qué es la “aversión al conflicto”? El término, tomado del último libro de Jorge Castañeda, se refiere a una supuesta manía de “administrar problemas en vez de resolverlos” y sería presuntamente un atavismo producto de la “cultura del subdesarrollo”.
No entra en esa ecuación la posibilidad de que existan problemas que, por su naturaleza misma, no sean resolubles sino sólo administrables. La diabetes no se resuelve. El SIDA no se resuelve. La delincuencia organizada tampoco: se acota, se contiene, se margina, pero no se resuelve (si por resolver queremos decir eliminar, claro está; si Joaquín quiere decir otra cosa, sería útil conocer su definición). O tal vez sí se puede resolver, pero al costo de liquidar las libertades públicas. Nadie en el siglo XX fue más eficaz en el combate a las mafias que Benito Mussolini.2 Pero en una sociedad libre, el problema no es binario, es de grados.
Allí está la Yakuza japonesa como un ejemplo de una mafia “administrada”.3 Allí está la mafia neoyorquina como otro: las autoridades estadunidenses empezaron a combatir al crimen organizado en la década de 1890 y todavía el año pasado realizaron detenciones de mafiosos en Nueva York.4 ¿Resolvieron el problema o lo administraron? La discusión en México no es cómo eliminar a la delincuencia organizada, sino cómo ponerle límites mucho más severos que los que hoy tiene, en el menor plazo y al menor costo posibles.
Para lograr ese objetivo se requiere indudablemente fortalecer los instrumentos del Estado: limpiar y transformar a las policías, reformar el sistema de justicia penal, recuperar el control de las prisiones, combatir la corrupción en todos los niveles. Nadie en México, salvo los delincuentes, se opone a esa agenda. Nadie tampoco está en contra de la construcción de ciudadanía y de modificar las condiciones sociales que favorecen la expansión de la delincuencia.
Pero hay un problema: esas tareas van a tomar una generación ¿Qué hacemos de aquí a entonces? ¿Qué hacemos para limitar los costos y la violencia que pueda acarrear el proceso? La respuesta de Joaquín es: nada. Debemos resignarnos a tener 25 mil homicidios o más al año durante un plazo largo: cualquiera otra cosa sería una rendición frente a los delincuentes.
Parece irritarle la búsqueda de alternativas. Y en algunos casos no le falta razón para la molestia: algunas de las ideas que flotan en el ambiente son notoriamente inviables o están mal razonadas.
Es sin duda una tontería afirmar que se debió haber esperado a tener condiciones óptimas antes de confrontar a la delincuencia organizada, como si no hubiera habido en 2006 y 2007 coyunturas que obligasen a una reacción. Igualmente absurdo es suponer que el asunto se arregla con más “inteligencia”, sin preguntarse para qué se quiere y cómo se pretende obtener. De acuerdo también en que discutir el estatus legal de las drogas es una distracción. La legalización de las drogas es como el Mesías: de seguro vendrá, pero probablemente tarde.
Pero Joaquín mete en el mismo paquete a ideas que pueden reducir los niveles de violencia en el corto plazo y que en nada detraen del objetivo último de reducir la peligrosidad de la delincuencia organizada. Peor aún, las distorsiona hasta la caricatura. Nadie en su sano juicio ha afirmado que se debe combatir sólo a los cárteles violentos. Lo que se ha propuesto es que se les combata prioritariamente, como un mecanismo para desincentivar la violencia. Ello no obsta para que siga la persecución en contra de todos los demás.
Definir prioridades y modular intensidades no es, bajo ningún concepto, una renuncia a establecer el imperio de la ley: es lo que hacen todas las fuerzas del orden en un mundo donde los recursos son limitados. Se puede debatir que delitos o delincuentes deben ser los objetos primarios de atención en cualquier momento dado, pero de ahí a afirmar, como lo hace Joaquín, que quien no comparta las preferencias del gobierno ha asumido “la defensa de un statu quo que da ventaja a los criminales frente a los ciudadanos”, media un trecho inmenso.
Las críticas a las propuestas inspiradas en el trabajo de Mark Kleiman son particularmente débiles.5 Según se desprende del texto de Joaquín, las ideas no le gustan por dos motivos: 1) los programas de disuasión focalizada a veces no funcionan en Estados Unidos, y 2) no fueron pensadas específicamente para el contexto mexicano o latinoamericano. Sobre el primer punto, nunca nadie ha dicho que ese tipo de acciones siempre funcionen: lo que se ha afirmado es que pueden funcionar. Y la realidad es que funcionan en la mayoría de los casos: una revisión sistemática reciente a programas de disuasión focalizada encontró reducciones importantes de delitos específicos en 10 de las 11 intervenciones consideradas.6
Sobre el segundo punto, es correcto afirmar que “ni los programas experimentales ni las teorías que los sustentan fueron pensados para las selvas colombianas, las favelas brasileñas, el Petén de Guatemala, las maras de San Salvador, los barrios de Ciudad Juárez o los dominios del Chapo Guzmán”. Pero lo mismo vale para la internet, los antibióticos o la democracia ¿Es eso razón suficiente para descartar su uso? ¿No hay manera de adaptar a nuestro contexto el conocimiento extranjero?
México no es Estados Unidos. Pero nadie está pidiendo que se repliquen mecánicamente las experiencias estadunidenses. El propio Kleiman elaboró una propuesta de disuasión focalizada específica para el caso de México que tiene como premisa básica la debilidad de las instituciones mexicanas y que por tanto se apalanca en las capacidades de Estados Unidos.7 La propuesta puede o no ser viable en los términos descritos, pero lo que no se entiende es en qué sentido se puede interpretar como una evasión del conflicto.
La disuasión focalizada es una fórmula para prevenir conductas específicas de delincuentes, mediante la comunicación directa de amenazas creíbles. No implica trato alguno con los delincuentes: simplemente necesita que se explicite una raya fijada por las autoridades y que, pasada esa raya, se intensifique la persecución en contra del transgresor ¿El Estado no recupera soberanía cuando impone límites a los criminales? ¿Qué conflicto se está evadiendo?
En el fondo, Joaquín parece defender la tesis de que los violentos son consustancialmente violentos, sin importar la estructura de incentivos que enfrenten. Esa idea no sólo niega medio siglo de investigación criminológica,8 sino que encuentra su refutación perfecta, irónicamente, en la propia carrera de Joaquín. Él empuñó las armas cuando, a su juicio, las circunstancias lo demandaban y las abandonó cuando las circunstancias cambiaron.
Guardando las distancias, ¿por qué no podría suceder algo similar con los narcos? ¿Por qué no podrían comportarse de manera distinta si cambia la matriz de riesgo y recompensa? El mismo Joaquín reconoce que es posible tener un equilibrio de baja violencia en presencia de mercados ilegales. ¿No se podría reconstituir un equilibrio de esa naturaleza en México, en paralelo a los esfuerzos de transformación institucional, pero sin requerir que éstos concluyan?
La idea le parece ilusa a Joaquín, ¿por qué? En esencia, porque ése no fue el camino que emprendió Colombia. Hay algo de lo que cuestiona a la hora de discutir las propuestas de disuasión focalizada —la imitación extralógica de soluciones extranjeras— en su defensa del modelo colombiano. No se detiene a analizar las diferencias entre Colombia y México, ni a hacer distingos sobre qué resulta aplicable y qué no de la experiencia colombiana. Peor aún, tiene mucho de caricatura su descripción de la trayectoria histórica del país sudamericano.
Consideren la siguiente afirmación: “La violencia en Colombia no se redujo, ni con paramilitarismo, ni con guerra sucia, ni con disuasiones, ni con negociaciones, ni dejando de perseguir capos... La violencia sólo comenzó a reducirse cuando el Estado se decidió a recuperar, por la fuerza, los territorios que estaban en manos de cárteles, paramilitares y narcoguerrilleros”. Esa narrativa tiene una omisión seria: la desmovilización negociada de las llamadas autodefensas (los paramilitares) entre 2003 y 2006.9 Eso fue todo, menos una rendición incondicional: requirió conversaciones abiertas, la firma de un acuerdo formal y la aprobación del Congreso colombiano de una ley ad hoc que le concedió amplios beneficios jurídicos a los paramilitares. Los 31 mil desmovilizados de los que habla Joaquín fueron resultado de ese proceso, el cual se saldó con una importante disminución de los niveles de violencia (al menos inicialmente). Dicho de otra manera, para reducir la violencia, Álvaro Uribe estuvo dispuesto a negociar con delincuentes. ¿Él también sufría de la “aversión al conflicto”?
El Estado racional weberiano que impone su soberanía incontestable a sangre y fuego es una fantasía no sólo en Colombia. El Estado de derecho es siempre y en todo lugar un terreno negociado, donde persisten espacios amplísimos de tolerancia no codificada a formas diversas de ilegalidad.
En México se señala a menudo que la tasa de impunidad es de 99%. Lo que se dice menos es que en Estados Unidos la cifra es de 90% y eso sin contar la inmensa cantidad de delitos transaccionales (la compra y venta en mercados ilegales) que no son capturados por las encuestas de victimización.10 ¿Por qué se tolera tanta ilegalidad, mucha de la cual sucede a plena luz del día y en las narices de la autoridad? ¿Por “aversión al conflicto”? ¿O será que hay otros valores —la libertad, la estabilidad social, la protección de la vida humana— que entran también en el cálculo?
No existe contradicción entre construir el Estado y lo que Joaquín llama “administrar el crimen”. Esa tarea la hacen todos los Estados modernos del mundo. No implica entrar en componendas con los delincuentes. Significa que el Estado, en situación de fuerza pero con plena conciencia de sus limitaciones, ponga rayas, fije prioridades y disuada las peores conductas, aun si eso implica tolerar temporalmente otras. No hay nada particularmente conservador en esa visión y nada eminentemente progresista en sugerir que no hay más ruta que el combate a ultranza, sin referencia a costos y vidas humanas.
1 Villalobos, Joaquín (2012): “Nuevos mitos de la guerra contra el narco”, nexos, núm. 409, enero 2012 Versión electrónica: http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2102505. Consultado 06/01/2012
2 Duggan, Christopher (1989): Fascism and the Mafia, Yale University Press, New Haven.
3 Hill, Peter B.E. (2003): The Japanese Mafia: Yakuza, Law, and the State, Oxford University Press, Oxford.
4 Reppetto, Thomas (2004): American Mafia: A History of its Rise to Power, Holt Paperbacks, Nueva York.
5 Kleiman, Mark (2009): When Brute Force Fails, Princeton University Press, Princeton.
6 Braga, Anthony y Weisburd, David (2011): “The Effects of Focused Deterrence Strategies on Crime: A Systematic Review and Meta-Analysis of the Empirical Evidence”, Journal of Research in Crime and Delinquency. Publicado en línea, septiembre 2011.
7 Kleiman, Mark (2011): “Surgical Strikes in the Drug Wars: Smarter Policies for Both Sides of the Border”, Foreign Affairs, vol. 90, núm. 5, septiembre-octubre 2011.
8 Kennedy, David (2008): Deterrence and Crime Prevention: Reconsidering the Prospect of Sanction, Routledge, Nueva York.
9 Valencia, Germán Darío (2007): “Reconstrucción analítica del proceso de desarme, desmovilización y reinserción con las Autodefensas Unidas de Colombia, 2002-2007”, Perfil de Coyuntura Económica, núm. 10, diciembre de 2007, Universidad de Antioquia, pp. 147-191.
10 Estimación propia, basada en cifras de FBI (http://www.fbi.gov/about-us/cjis/ucr/crime-in-the-u.s/2010/crime-in-the-u.s.-2010/offenses-known-to-law-enforcement) y Bureau of Justice Statistics (http://bjs.ojp.usdoj.gov/index.cfm?ty= dcdetail&iid=245). Consultado 06/01/2012
Alejandro Hope. Director del Proyecto MC2 (Menos Crimen, Menos Castigo), iniciativa conjunta en materia de seguridad del IMCO y México Evalúa. Tiene un interés especial en política de drogas y, en particular, en la operación de los mercados de drogas ilegales.
El Capitalismo por dentro (Parte I)
Alejandro Teitelbaum (especial para ARGENPRESS.info)
Será
una versión resumida, reestructurada y actualizada de mi libro
publicado en Argentina en 2003 con el título El papel de las sociedades
transnacionales en el mundo contemporáneo, (edición de la Asociación
Americana de Juristas), y que fue objeto de otras dos ediciones
ampliadas y actualizadas publicadas en Colombia en 2007 (Al margen de la
ley. Sociedades transnacionales y derechos humanos, edición de la
Corporación Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, del Instituto
Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos y del Observatorio
Social de Empresas Transnacionales) y en España en 2010 (La armadura del
capitalismo. El poder de las transnacionales en el mundo contemporáneo,
Editorial Icaria, con el auspicio de las Asociaciones Paz con Dignidad y
el Observatorio de Multinacionales en América Latina)
Estudiar
el funcionamiento del capitalismo, como cualquier otro estudio de un
fenómeno social, exige una teoría, un instrumento epistemológico o
método de conocimiento adecuado que permita examinar los hechos a fin de
poder abstraer de los mismos sus rasgos esenciales, sus regularidades,
hasta lograr reconstruir en el pensamiento esas “múltiples
determinaciones” en una unidad , en “lo concreto pensado”, como lo llamó
Marx. Ese es un proceso permanente, pues ese “concreto pensado”
requiere un “feedback”, una realimentación permanente a través de su
verificación en los hechos mediante la práctica.
Marx
escribió al respecto: “Lo concreto es concreto, porque es la síntesis
de múltiples determinaciones y, por lo tanto, unidad de la diversidad.
Aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no
como punto de partida, aunque sea el verdadero punto de partida real y,
en consecuencia, también el punto de partida de la intuición inmediata y
de la representación. El primer paso ha reducido la plenitud de la
representación a una determinación abstracta; con el segundo las
determinaciones abstractas conducen a la reproducción de lo concreto por
el camino del pensamiento. Por ello Hegel cayó en la ilusión de
concebir lo real como resultado del pensamiento, que se concentra en sí
mismo, en tanto que el método que consiste en elevarse de lo abstracto a
lo concreto no es para el pensamiento, otra cosa que apropiarse de lo
concreto, de reproducirlo en forma de concreto pensado” (Introducción a
la crítica de la economía política, 1857, Cap. III, El método).
El
cerebro humano está “equipado” para realizar esas operaciones (véase,
por ejemplo, Jean-Pierre Changeux, neurobiólogo, El hombre de verdad, en
particular el Cap. VII , La investigación científica en la búsqueda de
la verdad, último párrafo del punto 2 y punto 3).
De
modo que para darle coherencia en una visión global y objetiva de la
sociedad actual a los datos y a la información que he podido reunir, he
intentado utilizar como instrumento de análisis el método dialéctico
materialista de Marx y las principales teorías que elaboró estudiando la
economía capitalista: el valor, el valor de uso y el valor de cambio,
la concentración capitalista, las crisis, la reproducción ampliada como
una necesidad inherente al sistema, la plusvalía en tanto teoría de la
explotación capitalista, etc.
Y
para tratar de comprender y, en lo posible explicar el comportamiento
de los individuos y de las colectividades también me he remitido a la
explicación de Marx:
...”El
resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo
conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de
su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e
independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden
a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la
estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se
levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la
vida material condiciona el proceso de la vida social política y
espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina
su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su
conciencia”. (Marx, primera página del Prólogo a la Introducción a la
Crítica de la economía política, 1859).
Explicación
ésta que no se puede interpretar con el esquema simplista de que la
conciencia de un individuo refleja automáticamente su condición de
trabajador o de burgués. Porque el “ser social” a que se refiere Marx
incluye, entre otras cosas, el papel dominante que desempeña la
ideología y la cultura del sistema capitalista en la conciencia de los
seres humanos.
Los
hechos no se perciben con la mente en blanco, sin ideas previas. La
percepción de la realidad está condicionada en todos los seres humanos
por conceptos anteriores, por categorías inscritas en la mente por la
educación que se ha recibido, por el medio ideológico y sociocultural
dominante en que se vive, etc.
Un
trabajador manual o intelectual, por el sólo hecho de serlo, no siempre
tiene conciencia de que es un explotado y que su compromiso debe ser
luchar colectivamente por abolir la explotación.
E
inversamente ese automatismo tampoco funciona cuando un individuo o
grupo, cualquiera sea su clase social, alcanza a superar la conciencia
espontánea que le impone la ideología y la cultura capitalista
hegemónicas y logra tomar conciencia de las contradicciones inherentes
al sistema capitalista y de su nefasta esencia explotadora, no sólo de
los seres humanos sino del hábitat natural de éstos.
Como
ejemplos pueden citarse al mismo Marx, a Lenin y al Che Guevara, que no
eran obreros pero que tuvieron una extrema sensibilidad para percibir
los sufrimientos de los explotados y una gran inteligencia para
investigar y encontrar la explicación racional de su causa: el sistema
capitalista.
Pero hay
que agregar una precisión importante. En el método de investigación
propuesto por Marx el investigador que reúne los datos empíricos
selecciona entre ellos, en función de los objetivos de la investigación,
para pasar a la etapa de la abstracción.
Rolando
García, doctor en física y epistemólogo, que trabajó con Jean Piaget
durante muchos años y que se ocupa de esta cuestión con mucha solvencia,
da el siguiente ejemplo:
“Un
proyecto de investigación diseñado para contestar a la pregunta “¿cómo
se puede aumentar la producción de elementos básicos en la región X?”,
será muy diferente del proyecto diseñado para responder a la pregunta,
“¿por qué aumentó la malnutrición de ciertos sectores de la región X?”.
En los dos casos se trata de problemas concernientes a la productividad y
suficiencia de alimentos, pero desde perspectivas muy diferentes. Al
interior de la segunda pregunta encontramos también la posibilidad de
diferentes proyectos de investigación que dependerán de las concepciones
del investigador”... “Las preguntas no surgen de un investigador
“neutro” sino que involucran su concepción del mundo y de la sociedad
(su Weltanschauung”) que hemos denominado “marco epistémico””. (Rolando
García, El conocimiento en construcción. De las formulaciones de Jean
Piaget a la teoría de sistemas complejos, Editorial Gedisa, España, año
2000, págs. 71 y 72).
Y
esto vale, según Rolando García, no sólo para las ciencias económicas y
sociales, sino también para las llamadas ciencias “duras”.
García escribe en la página 62 del mismo libro:
“En
todo dominio de la realidad (físico, biológico, social) las
interacciones del sujeto con los objetos del conocimiento dan lugar a
procesos cognoscitivos que se construyen con los mismos mecanismos,
independientemente del dominio. Por consiguiente, en tanto se trate de
la asimilación de objetos de conocimiento, no hay dicotomía, en el nivel
psicogenético, entre los fenómenos del mundo físico y los fenómenos del
mundo social. El sujeto de conocimiento se desarrolla desde el inicio
en un contexto social. La influencia del medio social (que comienza con
la relación familiar) se incrementa con la adquisición del lenguaje y
luego a través de múltiples instituciones sociales, incluida la misma
ciencia. Su acción se ejerce condicionando y modulando los instrumentos y
mecanismos de asimilación de los objetos de conocimiento, así como el
aprendizaje.”
Marx,
imaginando las posibilidades de realización del ser humano en una
sociedad donde no impera la explotación capitalista escribió en los
Grundrisse (1857- 58) que los progresos tecnológicos, la ciencia
aplicada y la automatización de la producción finalmente liberarían al
ser humano de la necesidad, de los trabajos físicos y del trabajo
alienado en general, lo que permitiría su plena realización pasando a
ser el tiempo libre (“disposable time”, decía Marx) y no el trabajo, la
medida del valor (nuestro el subrayado). Y agregaba lo siguiente: «
Desarrollo libre de las individualidades y por ende no reducción del
tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en
general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al
cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de
los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios
creados para todos ». (Carlos Marx, Elementos fundamentales para la
crítica de la economía política (Grundrisse), Siglo XXI Editores, 12ª
edición, 1989, tomo 2, págs. 227 y ss. [Contradicción entre la base de
la producción burguesa (medida del valor) y su propio desarrollo.
Máquinas, etc.]).
Marx
anticipó hace 160 años la posibilidad, alcanzado cierto grado de
desarrollo de las fuerzas productivas, de pasar, como medida del valor,
del valor trabajo al valor tiempo libre en una sociedad sin explotadores
ni explotados.
Es
decir una sociedad en la que el trabajo, la vida, la salud, la
educación, la alimentación, el aire que respiramos, etc. cesen de ser
una mercancía.
Pero
fácil es constatar que a pesar de que los progresos alcanzados por la
ciencia y la tecnología son deslumbrantes, incluso las necesidades
mínimas de buena parte de la población mundial permanecen insatisfechas.
Y que pese a la automatización y la robotización, los seres humanos
están psíquica y físicamente cada vez más alienados al trabajo con
horarios y tensiones agotadoras, cualquiera sea su jerarquía en el
sistema productivo.
A
comienzos del siglo XIX (hace 200 años) escribió Hegel: “El hombre
disminuye el trabajo para el conjunto, no para los individuos, para los
cuales, al contrario, lo acrecienta, porque cuanto más el trabajo se
hace mecánico, menos valor tiene y más el hombre debe trabajar”…”La
disminuación del valor del trabajo es proporcional al aumento de la
productividad del trabajo”…”las fábricas y las manufacturas basan su
existencia en la miseria de una clase” (G. F. Hegel, Realphilosophie,
1805-6).
Esta es la
contradicción principal inherente al sistema capitalista cuya raíz está
en que la esencia del sistema consiste en que entre la producción social
y el consumo social se interpone la apropiación privada, es decir la
explotación capitalista.
Dicho
de otra manera, la plena realización del ser humano como la anticipó
Marx en los Grundrisse, requiere la abolición del capitalismo y no
“mejorarlo”, emparcharlo o disfrazarlo con un discurso liberal o
populista.
La explotación capitalista (I)
En
los primeros párrafos de El Capital (Libro primero, Sección primera,
Capitulo I, La mercancía, 1. Los dos factores de la mercancía: valor de
uso y valor (sustancia del valor, magnitud del valor)), Marx escribe:
“La
riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción
capitalista se presenta como un "enorme cúmulo de mercancías", y la
mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza. Nuestra
investigación, por consiguiente, se inicia con el análisis de la
mercancía.
La
mercancía es, en primer lugar, un objeto exterior, una cosa que merced a
sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran. La
naturaleza de esas necesidades, el que se originen, por ejemplo, en el
estómago o en la fantasía, en nada modifica el problema. Tampoco se
trata aquí de cómo esa cosa satisface la necesidad humana: de si lo hace
directamente, como medio de subsistencia, es decir, como objeto de
disfrute, o a través de un rodeo, como medio de producción”.
Toda
cosa útil, sigue explicando Marx, lo es por sus cualidades, que hacen
de ella un valor de uso para una finalidad determinada. Pero como
mercancía destinada a ser vendida presenta otro aspecto: su valor de
cambio y surge el problema de cómo se mide ese valor de cambio, lo que
requiere encontrar el denominador común de todos los valores de uso
(objetos, servicios) que se intercambian –se venden- como mercancías.
Ese
denominador común de todas las mercancías no es otro que ser el
resultado del trabajo humano, que se puede definir como el gasto en
energía física, en tensión nerviosa y la aplicación por parte del
trabajador (manual o intelectual) de su destreza y conocimientos (y a
veces también de su inventiva) en el acto de la producción.
De
modo que el denominador común de todas las mercancías que sirve para
establecer su valor de cambio es el trabajo humano, que produce valores
de uso.
“En la
relación misma de intercambio entre las mercancías, -escribe Marx- su
valor de cambio se nos puso de manifiesto como algo por entero
independiente de sus valores de uso. Si luego se hace efectivamente
abstracción del valor de uso que tienen los productos del trabajo, se
obtiene su valor, tal como acaba de señalarse. Ese algo común que se
manifiesta en la relación de intercambio o en el valor de cambio de las
mercancías es, pues, su valor. El desenvolvimiento de la investigación
volverá a conducirnos al valor de cambio como modo de expresión o forma
de manifestación necesaria del valor, al que por de pronto, sin embargo,
se ha de considerar independientemente de esa forma.
Un
valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor porque en él está
objetivado o materializado trabajo humano abstracto. ¿Cómo medir,
entonces, la magnitud de su valor? Por la cantidad de "sustancia
generadora de valor" --por la cantidad de trabajo-- contenida en ese
valor de uso. La cantidad de trabajo misma se mide por su duración, y el
tiempo de trabajo, a su vez, reconoce su patrón de medida en
determinadas fracciones temporales, tales como hora, día, etcétera.
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Saludos y bienvenida:
Trovas del Trovador
Si se calla el cantor, calla la vida...inspirate,instruyete,organizate,lucha,rebelate.
Saludos y bienvenida:
Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.
Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.
Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...
A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.
Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...
Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?
Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.
No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.
Fraternalmente, Trovador
Si se calla el cantor, calla la vida...inspirate,instruyete,organizate,lucha,rebelate.
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Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.
Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.
Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...
A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.
Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...
Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?
Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.
No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.
Fraternalmente, Trovador
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