En el siglo XXI, casi cuatro mil millones de personas
adoran a una amalgama de antiguos dioses cananeos.
El
complejo religioso más importante de nuestro tiempo es, sin duda, el
sistema monoteísta de cultos abrahámicos. Cristianismo e islam,
originados en el judaísmo, declaran en la actualidad unos 3.600 millones
de seguidores y aumentan constantemente con el incremento de la
población mundial. El papel de estas creencias en los sucesos y
conflictos del presente, desde finales de la Guerra Fría, no puede ser
más evidente y relevante. Pero, ¿de dónde proceden? ¿Qué clase de deidad
es esta? ¿Cómo surgió el dios de las religiones abrahámicas?
De los judíos antiguos.
El Éxodo no ocurrió.
Sí, ya, es una pena porque la historieta mola un montón y la
superproducción de Hollywood era la caña. Pero todos los indicios
históricos y arqueológicos apuntan a que nunca hubo una gran masa de
judíos en Egipto, ni saliendo de Egipto, ni viajando por el Sinaí
durante no sé cuántos años. Y menos los 603.550 "aptos para la guerra"
que díce Números 1:46, o los 600.000 "hombres de a pie, sin contar los
niños" (y es de suponer que tampoco las mujeres y niñas...) indicados en
Éxodo 12:37, lo que bien podría sumar unos dos millones de personas en
total.
Se da la circunstancia de que los escribas egipcios eran como una
especie de contables germánicos con trastorno obsesivo-compulsivo, que
tomaban nota de todo y guardaban copia de todo. Y en toda la historia
egipcia no aparece una sola referencia, ni siquiera indirecta, a un
hecho de semejante calado: la emigración súbita del 66% de su población
aproximadamente (el Egipto Antiguo tenía una población de
unos tres millones
de personas en torno al periodo del Imperio Nuevo y de aproximadamente
siete millones hacia el final de su existencia). De hecho, ni siquiera
mencionan la presencia notable de judíos en Egipto; en realidad, sólo
hablan de ellos como otro pueblo periférico más. Lo más parecido es una
vaga referencia a algo remotamente similar a una "plaga", tema al que
los antiguos eran muy aficionados –y los modernos también–.
Tampoco
existe registro arqueológico alguno sobre una masa humana semejante
moviéndose por los desiertos del Sinaí durante décadas (y menos aún
en las poblaciones que dice la Torá), ni manera de cuadrar al
Faraón
del Éxodo con ninguno de la realidad (salvo en los habituales
ejercicios de fantasía), ni por cierto forma alguna de trazar el texto
original antes de mediados del primer milenio antes de nuestra era.
De hecho, resulta bastante obvio que el Éxodo no es sino un mito de
fundación nacional hebreo –como hay tantos otros–. Si ocurrió algo
remotamente parecido que pudiera inspirar a sus autores, desde luego no
fue en el segundo milenio aC (como debería ser para constituir la
fundación de Israel) sino en el primero, cuando Israel ya llevaba
existiendo un tiempo. La política del Éxodo es del primer milenio, no
del segundo. La geografía del Éxodo es del primer milenio, no del
segundo (en el segundo no existían aún muchas de las localidades
indicadas por la Torá). Y la
necesidad del Éxodo es del primer
milenio, no del segundo: a partir del exilio en Babilonia, en torno al
siglo VI a.C. Que es, por cierto, cuando se funda la religión judía que
conocemos: no se puede trazar ninguno de sus textos hasta fechas
anteriores al siglo V a.C. Y muy probablemente su forma completa actual
ni siquiera sea anterior al II.
Nunca hubo cruce del Mar Rojo, maná lloviendo de los cielos, Tablas de
la Ley, Diez Mandamientos, Arca de la Alianza, becerro de oro ni cosa
parecida. Es muy posible que ni siquiera hubiese Rey Salomón o Primer
Templo de Jerusalén (no con la significación que nos han contado, al
menos). Lo que sí hubo fue un conglomerado de
pueblos canaanitas en el llamado
complejo cultural del Levante,
vinculados a Asiria y Mesopotamia por un lado, a Egipto por el otro y a
Turquía y las islas griegas por vía marítima. La cultura de los
yacimientos israelitas más tempranos es canaanita, sus objetos sagrados
son los del panteón canaanita, la cerámica pertenece a la tradición
local canaanita y el alfabeto es canaanita temprano. La única diferencia
entre los poblados israelitas y el resto de los cananeos es la ausencia
de huesos de cerdo, aún no se sabe bien por qué (pero sin duda recuerda
a las prohibiciones del judaísmo y el Islam). Más allá de toda duda
razonable, uno o una mezcla de estos pueblos canaanitas se encuentran en
el origen de los hebreos modernos.
Estos pueblos canaanitas compartían los mismos dioses, y de manera notable uno llamado
Ēl,
que también era el término genérico para "deidad": un dios anciano,
muchas veces representado con barba, que aparece a menudo sentado en su
trono. Se encuentra más comúnmente citado en plural,
Elohim, pues los canaanitas eran fundamentalmente politeístas. No, no es un
plural mayestático. Es politeísmo:
los dioses.
Ēl, Elohim, Alá.
Mira que nos habrán dado la brasa con los
Rollos del Mar Muerto, y qué poquito se ha hablado de las culturas
ugarítica y
eblaíta, que nos legaron un enorme registro documental sobre los pueblos canaanitas del tercer y segundo milenio:
exactamente
cuando empezaba a formarse esta religión judía de la que posteriormente
se derivaría el cristianismo y el Islam. Resulta que los
Elohim bíblicos eran ya deidades ugaríticas, eblaítas y de los demás pueblos de la región. En el
panteón levantino, estos
Elohim son los setenta hijos de Ēl, un
conglomerado de deidades venerados en toda la zona desde tiempos prehistóricos. Y, muy notablemente, con un claro componente acadio-babilónico.
Ēl, singular de Elohim, ya aparece presidiendo la lista de dioses en las
ruinas de la Biblioteca Real eblita (yacimiento arqueológico de Tel
Mardik), allá por el 2.250 a.C. Eso es mucho antes de que nada llevara
el nombre de Israel o el adjetivo de judío (y no digamos cristiano o
musulmán): hablamos de los contemporáneos del Imperio Antiguo de Egipto,
cuando las pirámides aún estaban seminuevas. Ēl, un dios-toro, es a su
vez un
cognado del
acadio Ilu o Ilum y se trata probablemente del mismo dios que
Baal-Hammon, al que los fenicios –otros canaanitas– sacrificaban a sus
bebés quemándolos vivos ante Moloch.
Todas
estas palabras, en realidad, son versiones modernas sobre cómo se
pronunciaban esas cosas. Porque la realidad es que estos idiomas
semíticos y protosemíticos se han escrito de siempre sólo con
consonantes. Y cuando se escriben sólo con consonantes –que es como se
hacía– todos resultan idénticos entre sí: variantes sobre las raíces 'L y
L-M. Ēl, Elohim, Eli, Ilah, Ilu, Ilum y demás expresiones divinas no
son sino expresiones diversas de 'L y L-M:
el dios, los dioses.
Estas raíces protosemíticas no sólo viajan hasta nuestro tiempo a través
de los Elohim de la Torá y el Antiguo Testamento, o el Eli del nuevo,
sino también por la vía de las culturas árabes que se desarrollaron en
el mismo territorio y sus alrededores. El dios de los musulmanes es el
mismo dios abrahámico que el de cristianos y judíos; y el nombre del
dios se transporta mediante esta raíz L, transformándose en Alá (que
significa, exactamente... Dios). La famosa
shahada del Islam "no hay más dios que Dios y Mahoma es su mensajero" empieza literalmente:
lā 'ilāha 'illā-llāhu...; o sea,
no hay más iLah que aLá. Islam, por supuesto, procede asímismo de la raíz semítica S-[L-M], y significa "sumisión [a Elohim]").
Yavé.
Sin embargo, judíos y cristianos aseguran que su
Ēl tiene otro
nombre más, y que este nombre es Yavé, Yahvéh, Yehová (Jehová) o
cualquier otra invención sobre el tetragrámaton hebreo YHWH.
Normalmente, lo que hacen es combinar YHWH con distintos juegos de
vocales sacados de Elohim o Adonai ("Señor"). Pero por lo que yo sé, se
podría decir también
Lloví (decorado como
Yohvíh),
Lleva (
Yehvah),
Llave (
Yahveh)
o cualquier otra combinación al uso; porque, supuestamente, el nombre
de su dios era tan, tan sagrado y tan, tan secreto que la forma original
se ha perdido. Esto, por lo que se ve, es muy importante y los
distingue del resto de seguidores del antiguo dios-toro levantino;
además, es un término en singular y así se aleja del incómodo y cananeo
plural politeísta Elohim.
El
origen de este nombre YHWH es más oscuro pero no más exclusivo en
territorios levantinos que los muy vulgares Elohim. Para empezar, ya en
el mismo Antiguo Testamento aparece cincuenta veces en una variante más
corta, normalmente pronunciada
Jah o
Yah (YH): veintiséis en solitario y veinticuatro como parte de la palabra
aleluya
(alelu-yah, "alabad a Yah"). Se dan tres circunstancias curiosas. La
primera es que los textos bíblicos donde aparece predominantemente
tienden a contarse entre los más antiguos (como Salmos o el Cantar de
los Cantares), lo que sugiere una forma primitiva del nombre. La segunda
es que existía un antiguo dios lunar egipcio que se llamaba también
Yah,
y los egipcios mandaron mucho en Canaán durante varios periodos
importantes de su historia (con una influencia extensiva en sus regiones
meridionales...). Y la tercera es que la raíz consonántica YW (
Yav) aparece ya
en la Épica de Baal ugarítica y en varios textos eblaítas como una variante sobre el dios del mar Yam.
Pero dejémonos de especulaciones. Este dios YHWH es un dios meridional de los
edomitas,
otro pueblo semítico que vivía por la parte del Desierto del Négev y
que finalmente fue asimilado a los judíos. Hay arqueólogos notables que
afirman haber identificado a YHWH en textos egipcios referidos a los
shasu, un pueblo beduino de ganaderos nómadas que rondaba en torno a estos desiertos, pero
otras personas opinan
que esta palabra YHWH hace referencia a sus campamentos (lo cual no es
necesariamente exclusivo). En todo caso estamos ante un dios levantino
meridional surgido en los territorios por donde antiguamente
vagabundeaban los shasu y luego trabajaban el cobre los edomitas... que,
curiosamente, están por la parte del Sinaí, donde según la versión
bíblica este
nombre inefable "le fue revelado a Moisés". El primer texto donde aparece este dios
YHWH de los judíos es una estela
moabita
conservada en el Museo del Louvre, y no sale muy bien parado: relata
cómo los han derrotado y cómo las copas sagradas de YHWH son arrastradas
ante un dios de Moab.
(Clic para ampliar)
En todo caso, resulta bastante obvio que el dios de los antiguos judíos
es una mezcla del dios-toro supremo común a todos los pueblos
canaanitas, Ēl (en su forma politeísta Elohim), y un oscuro dios
secundario de los territorios meridionales absorbido en algún momento de
su historia. En la práctica, no hay ninguna diferencia notable entre el
Ēl levantino venerado por ugaríticos o eblaítas y el Ēl-Yahvéh adoptado
por los judíos. Esta vieja deidad canaanita es la que siguen adorando
casi cuatro mil millones de personas en el siglo XXI.
La diosa desaparecida.
Sí,
eso de la diosa está muy de moda en la literatura comercial, pero todos
los dioses antiguos tenían sus correspondientes diosas; y
Ēl-Elohim-Yahvéh no fue una excepción. En el conglomerado cultural
levantino, la diosa-madre de Ēl era
Asherah, también conocida bajo otras variantes como Ashratu o Atirat. En la Épica de Baal ugarítica, Asherah es
la creadora de los Elohim.
Asherah aparece en la Biblia, y muy específicamente en el Libro 2º de
Reyes, donde se explica cómo destruyen su culto y queman "todos los
objetos que se habían hecho para Baal, para Asherah
y para todo el ejército de los cielos"
(2 R 23:4-7) durante lo que parece ser el relato de una violenta
represión monoteísta en plan talibán volando Budas (bueno, peor...). En
otros puntos aparece traducida como un
cipo que no debe ser plantado junto al templo de Yahvéh.
Y es que parece que el culto a Asherah como diosa consorte de
Ēl-Elohim-Yahvéh era generalizado entre los judíos antiguos; existe un
extenso registro arqueológico al respecto, y de hecho cualquiera diría
que se trataba de una diosa muy popular antes de que los monoteístas
pasaran todo por la espada y el fuego. Tampoco vayamos a idealizar según
qué cosas: existe una posibilidad cierta de que a Asherah le fuera lo
del sacrificio humano tanto como a su nuera Anat/Tanit, que según dicen
se ponía cachonda oliendo a menor cocinado (o cocinada) en el Tophet. La
verdad es que entre una panda de politeístas dispuestos a sacrificarte
un churumbel para aplacar a la diosa y una panda de monoteístas
dispuestos a sacrificar a todo el mundo para imponer lo suyo, me quedo
con un
AK-47 y salga el sol por Antequera. Sí,
el pasado era un asco.
Pero lo cierto es que Asherah le encantaba a los judíos antiguos, decía,
como demuestran numerosos hallazgos arqueológicos. Incluso se conservan
inscripciones donde se la vincula directamente a Yahvéh, como
un óstracon del siglo VIII aC
descubierto por arqueólogos israelíes en 1975 donde se lee "yo te
bendigo por YHWH de Samaria y Su Asherah" (yacimiento de Horvat Teman).
Otro, de Khirbet el-Kom (cerca de Hebrón), pone: "Bendito sea Uriyahu
por YHWH y Su Asherah; de sus enemigos le salvó!". Todo esto puede que
suene a algunos un tanto herético, pero son descubrimientos avalados por
arqueólogos de gran prestigio como
Israel Finkelstein –profesor y ex-director del Departamento de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv, co-director de las excavaciones de
Megiddo y probablemente el mayor experto vivo en las Edades del Bronce y el Hierro hebreas– o
Neil A. Silberman,
del Departamento de Arqueología de la Universidad de Massachusetts. A
quienes, por supuesto, los literalistas bíblicos y otros fanáticos por
el estilo no pueden ver ni en pintura.
Copia
del óstracon de Kuntillet 'Adschrud (Horvat Teman, Sinaí, Sur de
Israel). En la inscripción (hebreo antiguo) se lee "A[shy]o al R[ey?]
dijo: dí a (X) (Y) (Z), que seas bendito por YHWH de Shomron (Samaria) y
su ASHERAH".
Hubo una diosa de Israel. En realidad, seguramente, hubo varias entre
estos Elohim canaanitas. Que todo ello fuera barrido por el monoteísmo, y
ahora se pretenda que jamás ocurrió, no le resta ni un ápice de
veracidad. Pero, ¿qué pasó? ¿Cómo fue? Y, ¿por qué?
Monoteísmo.
Hoy
en día tenemos a los israelitas por guerreros notables, pero esto no ha
sido así muy a menudo durante el devenir de la historia. A lo largo de
mucho tiempo fueron un pueblo pequeño y atrasado, al que le dieron para
el pelo una y otra vez, resultando en numerosos exilios. Por ejemplo,
los romanos. El Jerusalén que ahora visitan muchos crédulos pensando que
están en la ciudad de Jesús es en realidad el
desarrollo árabe de
Aelia Capitolina:
una colonia romana y bien pagana construida desde cero –incluído el
trazado de las calles– después de que a las legiones imperiales
se les hincharan las narices con los judíos,
destruyeran la ciudad por completo y
finalmente los mandaran a la
diáspora para los siguientes diecinueve siglos. Pocas bromas con los latinos. Sí, hasta la
Vía Dolorosa
es una calle romana sin conexión alguna con el Jerusalén antiguo, como
todo lo demás en ese lugar; para ser exactos, un ramal del
decumanus maximus según la urbanización imperial estándar. La supuesta ubicación de los actuales
lugares santos
cristianos, judíos y musulmanes constituye ya una especie de chiste
sacrílego por el que la gente parece dispuesta a seguir matándose.
No era la primera vez. Seis siglos y pico antes, en el 587 aC, los babilónicos de
Nabucodonosor el Caldeo
hicieron lo propio. Jerusalén fue saqueada, el Templo resultó destruido
y a los hebreos se los llevaron a Babilonia como esclavos. Es durante
este periodo de esclavitud cuando surge la religión abrahámica de la que
emanan la judía actual, la cristiana y la musulmana. Fue
sometidos en Babilonia o después
donde escribieron la mayor parte de la Toráh y del Antiguo Testamento
(incluidas las leyendas del Génesis, el Éxodo y el Pentateuco en
general), y es también en este tiempo cuando se desarrolla el monoteísmo
exclusivo y excluyente que las caracteriza.
Pongámonos en situación. Estamos en los tiempos en que
mis dioses son más chulos que los tuyos porque te he vencido.
Y los hebreos habían sido vencidos; pero vencidos del todo, tanto como
su enemigo nazi dos mil y pico años después, con toma del
Reichstag
y toda la parafernalia. Más, si me apuras. Siguiendo la lógica de la
época, los Elohim-Yahvéh deberían haber sido absorbidos bajo el paraguas
del
panteón caldeo;
ni siquiera debería haber sido muy difícil, pues muchos de los Elohim
levantinos eran paralelos a los dioses y diosas babilónicos.
Pero eso significaba perder por completo la identidad y desaparecer como
pueblo; uno más, en los vientos de la historia. Es en este contexto
donde surge una novedad (y, una vez más, no hay ningún dato histórico o
arqueológico que permita pensar que sucedió antes). Por un lado, se
crean una leyenda nacional fuertemente impregnada de mitología
babilónica: el Diluvio Universal es un plagio directo de la
épica sumeria análoga, Génesis 1 bebe directamente del
Enûma Elish y Génesis 2 del
Atrahasis, Adán es parecido a
Adapa (y ambos son también cognados), la serpiente presenta extrañas similitudes con
Ningizzida,
y así con todo. Por otro, Elohim-Yahvéh pasa a ser un dios
omnipresente, omnisciente, todopoderoso y único; y todo lo que le sucede
a los hebreos –su pueblo elegido– forma parte de
su plan,
prediseñado desde el origen de los tiempos. Incluso sus enemigos
trabajan para él sin saberlo. Con ello desaparecen también las historias
mitológicas de dioses y diosas, pues ya no tienen sentido.
Esta
es, sin duda, una novedad en la historia humana que no está documentada
claramente en otro momento o lugar (aunque existen paralelismos en
algunas tradiciones del hinduísmo). Este dios ya no es exactamente
sobrenatural, sino
extranatural; todo se justifica en él y a través de él. No es mucho más que una forma de
pensamiento circular
(no confundir con el razonamiento circular de Aristóteles), pero
ciertamente poderosa. Porque, aunque en un principio no sea más que una
rareza de un pueblo de la Antigüedad, medio milenio y pico después
comenzaría a convertirse en el sustrato religioso esencial de la mayor
parte del mundo. Hasta nuestros días.
Ángeles y demonios.
¿Y qué pasó con el resto de los Elohim? Pues que se convirtieron en demonios. Belcebú, por ejemplo, es Baal Zebub,
el dios de las moscas,
en lo que muy bien podría constituir una corrupción más o menos
despectiva de Baal Zebul (el dios de las alturas). Leviatán está
probablemente relacionado con el monstruo ugarítico
Lotan o Lawtan. Sin embargo, no es evidente de dónde se sacaron los nombres de los ángeles. El rabino del siglo III
Simón ben Lakish
reconoció que los ángeles antiguos no tenían nombre y las
denominaciones actuales proceden (también) del exilio en Babilonia. En
todo caso todos ellos son
nombres teofóricos que incluyen la mención de Ēl: Gabriel, Rafael, Miguel, el musulmán Azrael, etcétera.
Ubicar estos ángeles y demonios en el nuevo monoteísmo resultó siempre bastante complicado. De manera particular, surge un
ángel maléfico mayor
(Satán, Lucifer, Iblis) que de una forma retorcida debe ser
necesariamente un agente del dios todopoderoso, omnipresente y
omnisciente (o, de lo contrario, este dios no podría ser todopoderoso,
omnipresente y omnisciente). Todas estas entidades son la herencia del
politeísmo precedente. Las religiones abrahámicas comparten varios
niveles de ángeles (arcángeles, serafines, querubines...), uno o varios
niveles de demonios (que los musulmanes llaman
shaitan), un "demonio mayor" (Satán, Iblis...) y, en el caso exclusivo del Islam, una cantidad de genios (
djinn).
El cristianismo, además, vuelve a multiplicar el número de entidades
divinas mediante la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres dioses
en uno, de manera tan contradictoria e inexplicable que se considera un
misterio divino). Y, en algunas denominaciones como la católica, incorporando lo que muy bien puede interpretarse como una
semidiosa
(la Virgen) y un santoral; muchos miembros de otras religiones o
personas sin religión consideran estas incorporaciones una forma de
politeísmo blando
para facilitar su expansión e integración en territorios
tradicionalmente politeístas y menos próximos al entorno cultural
levantino.
Monoteístas e imperios.
Porque el éxito y la extensión de estas
nuevas religiones (en su
tiempo) está estrechamente vinculada a la expansión de los imperios que
las adoptaron como propias; de manera notoria, el Imperio Romano tardío,
el Califato Omeya y –después– los lugares a donde llegaron sus
sucesores, conquistadores y comerciantes. Al principio, durante más de
medio milenio, este monoteísmo abrahámico no fue más que una rareza
judía y así se habría quedado si hubiera seguido siendo exclusivamente
hebreo. Es su transmisión al cristianismo y al Islam lo que terminaría
convirtiéndolo en una religión global.
Se ha insistido muchas veces en que esta idea del dios único y todopoderoso
pega
especialmente bien con las organizaciones sociales de tipo piramidal e
imperialista, pero en mi opinión esto no resulta evidente por sí mismo.
Hubo grandes imperios en la Antigüedad, perfectamente piramidales y
perfectamente imperialistas, que eran politeístas o cualquier otra cosa
que les pareciese bien. No es obvia la razón por la que el monoteísmo
abrahámico fue aceptado por tantas gentes en tantos lugares distintos
(aunque su carácter fuertemente
proselitista
y su alto grado de elaboración teológica puede aportar alguna luz); ni
tampoco por qué nunca logró penetrar profundamente en algunos
territorios importantes (los que ya estaban previamente ocupados por las
religiones
dármicas y
orientales y no fueron desplazadas por la vía de la conquista militar o, en algún caso, comercial).
Parece como si este monoteísmo abrahámico hubiera sido especialmente
capaz de destruir o absorber con relativa facilidad al animismo y el
paganismo politeísta (haciendo mayores o menores concesiones), pero lo
hubiera tenido mucho más difícil al enfrentarse con otros sistemas
filosófico-teológicos complejos. A partir de mediados del siglo XIX, su
expansión geográfica queda interrumpida en términos generales; el
dominio colonial británico de India, por ejemplo, ya no resultó en su
cristianización a niveles significativos (ni en el desplazamiento del
Islam donde ya estaba presente, como Pakistán), a diferencia de lo que
había ocurrido durante la colonización de América o estaba sucediendo
aún en el África subsahariana. La fuerte presencia de potencias
coloniales en la China del mismo periodo tampoco produjo una
cristianización efectiva. Y no fue por falta de misioneros y
proselitistas, ni en un sitio ni en el otro.
A partir del siglo XX, el monoteísmo abrahámico comienza a retroceder en sus lugares de origen. Por una parte se produce un
fenómeno de sincretismo con una parte de estas religiones orientales, en lo que se suele llamar globalmente
Nueva Era, sobre todo en Europa y Norteamérica; y, al mismo tiempo, un proceso de
secularización rápida
y muy significativa en Europa e Israel (y durante un tiempo también en
el mundo islámico, antes de que una nueva forma de fundamentalismo
emergiera en torno a las luchas de la Guerra Fría; una tendencia a la
que tampoco son ajenos los Estados Unidos).
A principios del siglo XXI, el viejo dios Ēl de los cananeos sigue
siendo la deidad más venerada del mundo bajo cualquiera de sus aspectos,
a solas o mezclado con el Yah edomita; y, sin embargo, se tambalea en
los países desarrollados. Seguramente ninguno de sus seguidores
originarios, cuatro o cinco mil años atrás, soñó jamás que llegara tan
lejos ni con formas tan diversas. Hasta hoy.
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