
XIII
EL ROMANCERO ESPAÑOL
Menéndez Pidal empieza el prólogo de su “Flor Nueva de Romances viejos”
dudando de si es o no verdad que sea España el pais del Romancero. El
romance no es exclusivo ni siquiera especial de España. Otros paises
tienen narraciones épico-liricas muy análogas. Los franceses las tienen
tan semejantes que muchos las llaman con el hispanismo “romancero”. Las
baladas inglesas y success han sido tenidas por congéneres de los
romances; hay romances en Italia, en Alemania, en Suecia, en Dinamarca,
en Grecia, en Finlandia… Y sin embargo, España es el pais del romancero y
el extraño que la recorre si quiere comprenderla, debe llevar en la
maleta, según consejo de un viajero entendido, el Quixote y el
romancero.
José Gómez ha hecho en Chile una nueva selección con muy
interesantes notas que sitúan la acción en el momento correspondiente, o
tratan de desentrañar la spsicologia de los personajes.
¿Cuál será el más Viejo romance conocido? A Gómez le hubiera
gustado dilucidarlo pero no se atreve a hacerlo. Se limita a consignar
su convicción de que tienen su origen en cantos árabes, en realidad más
parecidos a villancicos y serranillas que a los romances castellanos.
Pérez de Hita afirma que el famoso romance del Rey Moro que perdió
Alhama fué escrito en arable, y añade el dato curioso de que resultaba
tan lastimero que fué prohibido.
Es muy lógico suponerles tal origen. Los árabes son poetas natos.
Son los creadores del cuento y la novela corta, y el romance no es sino
un cuento o novela versificada, en muchisimos casos. Además los primeros
romances que llegaron a Castilla fueron llevados por cantores
ambulantes y juglaresas, todas ellas moras y judies.
No se puede señalar tampoco la región en que nacieron estos “cantares de gesta en miniatura”.
Su gran difusión comienza con la introducción de la imprenta a
fines del siglo quince. Se hacian en pliegos sueltos y a veces se
agotaban grandes tirades. Los poetas cultos los desdeñaban y algunos
dijeron sandeces como la del Marquéz de Santillana: “Infimos poetas son
aquellos que facen esos cantares é romances, sin orden, regla ni cuento,
de que se alegra la gente Baja é de servil condición”.
La fecha de los primeros pliegos es de 1512 pero la tradición oral
conservaba desde mucho antes el alma poética del pueblo español.
Después aparecieron los primeros “Cancioneros” o recopilaciones: el
de Amberes (hacia 1550), el de Martin Núcio y el de Esteban Nájera,
“Silva de Romances”. Luego vinieron refundiciones más artisticas y menos
fieles. Ahora por fortuna, se ha vuelto, otra vez, a la fidelidad,
dentro de lo possible.
Vamos a dedicar este capitulo a algunos de los romances españoles
menos vulgarizados aún y que son sin embargo verdaderamente tipicos e
interesantes.
Veamos, para empezar, el romance de la Campana de Huesca, que,
sencillamente y sin adorns, expresa uno de los más terrorificos
episodios de la historia de España. Con el tema se han hecho muchas
otras obras literarias pero en ninguna como en esta del juglar anónimo,
se describe el suceso de modo a la vez tan sucinto y completo.
“Don Ramiro de Aragón,
el Rey monje que llamaban,
caballeros de su reino
muchos le menospreciaban.
Porque era manso y humilde
y no sabidor en armas
muchos se burlaban de él
y su mandar no guardaban.
Sintiéndose deshonrado
un mensajero enviara
al abad de Santo Ponce,
que fué el que a él le criara,
para que le dé consejo
que ninguno le acataba.
El Abad, que sabio era,
al mensajero tomára;
metióle dentro una huerta
y sin decirle palabra
afilando su cuchillo
las altas ramas cortaba,
aquellas que eran mayores
que a otras sobrepasaban.
Dijole que se volviese,
que más respuesta no daba.
El mensajero, sañudo,
al Rey asi lo contaba:
que el Abad de Santo Ponce
de su carta no cuidaba.
Más el rey pensó que aquello
buena respuesta le daba.
Hizo luego un llamamiento
so pena de la su saña
que cualquier hombre de estilo
venga luego a la su sala
porque determina hacer
una muy rica campana
que se oiga por todo el reino,
que suene por toda España.
venidos los ricos hombres
se reian y burlaban.
Más siendo alli todos juntos
uno a uno los tomara
y en un secreto aposento
cuerdamente los entrára
do cortó quince cabezas
que eran las más estimadas.
y mostrólas a los hijos
que a sus padres aguardaban
diciendo haria lo mismo
con cuantos no le acataban.
Asi fué temido el Monje
con el son de la campana!
El romance es tan sobrio que no se consigna en él un detalle de la
tradición. Dice ésta que cuando el verdugo hubo contado, una a una,
quince cabezas, las mandó el Rey poner en el suelo en circulo y mandó
llamar al Obispo de Zaragoza, el más suburbia de todos los rebeldes y el
que más de él se habia burlado, y le preguntó si, a su juicio, sobraba o
faltaba algo. El Obispo aterrorizado contestó humildemente que no, que
todo estaba en su punto. Pero Don Ramiro le sacó de su error. Y le dijo:
“¿Visteis alguna vez una campana sin badajo? -¡No!- ¡Pues a esta
tampoco le ha de faltar, que el dabajo va a ser vuestra cabeza!”.
Y se la hizo cortar también y la colocó en el centro del circulo
diciendo a los supervivientes: “¡Ya no rien éstos! ¡Aprended la lección
si no queries tener igual fin!”.
Para pasar de un tema tan tragic a otro grato y amable, oigamos a
continuación el romance de la doncella guerrera, elision y sencillo,
sobre un tema arable del siglo once.
Pregonadas son las guerras
de Francia con Aragón.
¡Cómo las haré yo, triste,
Viejo y cano pecador!
¡No reventarás condesa
por mitad del Corazon
que me diste siete hijas
y entre ellas ningún varón!
Asi habló la más Chiquita,
en rezones la mayor:
--No maldigáis a mi madre
que a la guerra me iré yo.
Me daréis las vuestras armas
vuestro caballo trotón--
--Conoceránte en los pechos
que asoman bajo el jubón.
-- Yo los apretaré, padre
al par de mi corazon.
-- Tienes las manos muy blancas,
hija; no son de varón.
-- Yo les quitaré los guantes
para que las queme el sol.
-- Conoceránte en los ojos,
que otros más lindos no son.
-- Yo los revolveré, padre,
como si fuera un traidor.
Al despedirse de todos
se le olvida lo mejor.
-- ¿Cómo me he de llamar, padre?
-- ¡Don Martin, el de Aragón!
Dos años anduvo en Guerra
y nadie la conoció
si no fué el hijo del Rey
que en sus ojos se prendó.
--¡Herido vengo, mi madre!
De amores me muero yo.
Los ojos de don Martin
son de mujer, de hombres no!
--Convidalo tú hijo mio,
a las tiendas a feriar.
Si don Martin es mujer
las galas ha de mirar.
“Don Martin”, como discreta,
A mirar las armas vá:
--¡qué rico puñal es ese
para con moros pelear!
--Herido vengo mi madre!
Amores me han de matar.
Los ojos de don Martin
Roban el alma al mirar.
--Llévatelo tú, hijo mio
A la huerta a solazar.
Si don Martin es mujer
la frusta deseará.
“Don Martin” deja la frusta,
una vara va a cortar.
--¡Oh qué varita de fresno
para el caballo arrear!
--Hijo arrójale al regazo
tus anillos al jugar.
Si don Martin es varón
las rodillas juntará
pero si las separate
por mujer se mostrará.
Don Martin muy avisado,
hubiéralas de juntar.
--Herido vengo, mi madre;
amores me han de matar;
los ojos de don Martin
nunca los puedo olvidar.
--Convidalo tú, mi hijo,
en los baños a nadar.
Todos se están denuded
Don Martin muy triste está…
--Cartas me fueron venidas
cartas de grande pesar,
que se halla el Conde, mi padre
enfermo para finar.
Licencia le pido al Rey
para irle a visitar.
--Don Martin esa licencia
no te la quiero estorbar.
Ensilla el caballo blanco,
de un salto en él va montar
Y por las vegas arriba
corre como un gavilán.
--Adiós, adios, el buen Rey
y tu palacio real;
que dos años te sirvió
una doncella leal!
Oyela el hijo del Rey,
trás ella va a cabalgar.
--¡Corre, corre, hijo del Rey,
que no me habrás de alcanzar
hasta en casa de mi padre
si quieres irme a buscar!
Campanitas de mi iglesia
ya las oigo repicar;
puentecito, puentecito
del rio de mi lugar
una vez te pasé virgen
virgen te vuelvo a pasar
¡Abra las puertas mi padre,
ábralas de par en par!
¡Madre, sáqueme la rueca
que traigo ganas de hilar,
que las armas y el caballo
bien los supe mane jar!
¡Trás ella el hijo del Rey
a la puerta fué a llamar!
* * *
Pero no todos los temas son tan gratos y lamenteros. Tenemos el extremo
opuesto, el de la más terrible tragedia, por ejemplo, en el romance de
“Delgadina” de argumento sobrecogedor, a pesar de lo cual es uno de los
más populares en la Peninsula Ibérica, con variaciones sólo de nombres, o
de utensilios que usa la desgraciada muchacha de la que se enamoró su
propio padre. La versión asturiana es la más clara y sobria y existe
tambié en América, con palabras tipicas mejicanas o chilenas.
El Rey tenia una hija,
Delgadina se llamaba,
--Delgadina, Delgadina
tú has de ser mi enamorada!
--No lo quiera Dios del cielo
ni la virgen soberana
que yo enamorada fuera
del padre que me engendrara.
Y a continuación viene el relato de las coacciones y amenazas terrible.
La encierran en un aposento donde no ve el sol ni la luna. Le dan cecina
a comer y de beber agua amarga. Pide auxiliary al mundo entero, a sus
hermanos, a su madre, pero todos se lo niegan. Al fin unos pajes se
compadecen pero llegan tarde. Delgadina está ya muerta.
Campanas del paraiso
ellas solas se tocaban.
P’ol alma de Delgadina
que a los cielos caminaba
mientras que la de su padre
a los infiernos bajaba…
Pero no nos quedemos con el agrio sabor de este romance bárbaro aunque
bello y leamos otro más simpatico, también muy poco conocido. El romance
catalán de “La amante resucitada”. También existe en otros muchos
lugares. En Asturias la enamorada fiel se llama Angela y no es tan
mistica. En Portugal se canta igualmente pero la heroina se llama doña
Agueda Mejias. El romance se originó, sin duda, en un hecho real que
sirvió de mucho a Don José Zorrilla para su leyenda de “A buen juez,
mejor testigo”. Dicen que el caso real se vió en apelación en el siglo
16 ante el tribunal de Valladolid.
Dejemos la palabra al anónimo autor del romance.
La ciudad de Barcelona
es muy noble y muy antigua.
Alli habia un caballero,
el cual Don Juan se decia.
Cerca habitaba una dama;
se llama Doña Maria.
Los dos se querian mucho
y casarse prometian.
Más el padre de la dama
otros intentos tenia,
que la queria casar
a un mercader de Sevilla
que era rico y poderoso
o que esa fama tenia.
Don Juan entonces se fué;
a Perpiñán se partia
No la podia olvidar
Olvidarla no podia.
Ya se vuelve a Barcelona
donde está Doña Maria;
halla la puerta cerrada,
ventanas y celosias;
una criada a la puerta
que de luto va vestida.
--”Doña Maria, Don Juan,
por usted perdió la vida.”
En la iglesia no hay ninguna,
ninguno en la iglesia habia
sino un pobre sacristán
que por la nave transita.
--Digasme, buen sacristán,
Digasme, por la tu vida;
¿en dónde estaba enterrada
aquella Doña Maria?
Ayúdamela a sacar
que yo te lo pagaria.
Los dos alzaron la tumba;
dentro Don Juan se metia.
--¿Dónde estás bien de mi alma?
¿Dónde estás bien de mi vida?
Quiere darse puñaladas
para hacerle compañia.
Más la Virgen del Remedio
la mano le detenia
-- Yo no quiero que se pierda
devoto de tal valia.
Cada dia que el sol sale
me reza el Ave Maria.
Mira a la dama Don Juan
y la encuentra que vivia.
Se cogieron de la mano
y a la casa se volvian.
Encuentran al mercader,
al mercader de Sevilla.
--¿Dime don Juan de mi alma,
dime tú, por la tu vida,
dónde has sacado esta dama,
diria que era la mia…!
--Tuya era, mercader.
Tuya pero ahora es mia.
Se cogen mano por mano
y se van a la Justicia.
--¡Que dé la mano a Don Juan
que bien se la merecia…!
* * *
Mucho más grato y delicious, verdaderamente cautivador, es el
romance chileno de “Las Tres hermanas”, admirablemente resuelto y
conseguido y oportunisimo de diálogo y compocisión. Se nota que fué obra
de algún poeta culto pero tiene un enorme encanto. Mantiene el espiritu
de los tradicionales caballerescos y es inequivocamente antiguo y
auténticamente popular.
Dice asi:
A la quinta, quinta, quinta
de una señora de bien
llega un lindo caballero
corriendo a todo correr.
Como el oro es su cabello,
como la nieve su tez,
como luceros sus ojos,
y su voz como la miel.
--¡Que Dios os guarde, señora!
--¡Caballero, a vos también!
--¡Dadme un vasito de agua,
que vengo muerto de sed!
--Fresquita como la nieve
caballero os la daré,
que mis hijas la trajeron
al tiempo de amanecer.
--¿Son hermosas vuestras hijas?
--¡Cómo el sol de Dios las tres!
--¡Dónde están que no las veo?
--Cada cual en su quehacer
que asi deben estar siempre
las mujercitas de bien.
--Decidme como se llaman…
--La mayor se llama Inés.
La medianita Angelina.
La más pequeña Izabel.
--Decid a todas que salgan,
que las quiero conocer.
--La mediana y la pequeña
a la vista las tenéis,
que, por veros, han dejado
de planchar y de coser.
La mayor, coloradita
se pone cuando la vén
y esa está en su cuarto, cose
que cose, y vuelta a coser…
--Lindas son las dos que veo,
lindas son como un calve:
pero debe ser más linda
la que no se deja ver.
--¡Qué Dios os guarde, señora!
--¡Caballero a vos también!
Y se marcha el caballero
corriendo a todo correr.
A la quinta, quinta, quinta
de una señora de bien
llegan siete caballeros
siete semanas después
--Señora, Buena señora:
somos criados del Rey
que hoy hace siete semanas
vino aquai muerto de sed.
Tres hijas como tres rosas
nos ha dicho que tenéis:
venga,venga con nosotros
esa que se llama Inés
esa que coloradita
se pone cuando la ven,
que alli en los palacios reales
va a casarse con el Rey.
Y, para terminar, oigamos el brevisimo y elision romance de “La Dama en
Misa” que algunos estiman es sólo un fragmento pero que tiene una
perfecta unidad y presenta completa una escena muy linda y
significativa.
En Sevilla está la ermita
que dicen de San Simón
adonde todas las damas
iban a hacer oración.
Allá va la mi señora,
sobre todas, la major.
Saya lleva sobre saya,
mantillo de tornasol.
En la su boca muy linda
Lleva un poco de dulzor.
En la su cara muy blanca
lleva un poco de color
y los sus ojuelos garzos
lleva un poquito de “alcól”.
A la entrada de la ermita
relumbraba como el sol.
El abad que dice misa
no la puede decir, no.
Monancillos que le ayudan
no aciertan responder, no.
Por decir: ¡amén! ¡amén!
decian: ¡amor! ¡amor!