Saludos y bienvenida: Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida... Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos. Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos. Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más... A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado. Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia... Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos? Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista. No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente. Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo. Fraternalmente, Trovador

jueves, 29 de enero de 2015

Revolución del 32 y dictadura


Armando Briñis Zambrano

Voces

 Apenas había asumido el poder el general Maximiliano Hernández Martínez, cuando en enero de 1932, se produjo una insurrección popular donde indígenas y campesinos del occidente del país, jugaron el papel más importante y destacado.

El PCS es un partido nacido y conformado en el influjo revolucionario del triunfo de la Revolución Bolchevique Rusa de 1917. Para el año 1932 estaba conformado por un núcleo consolidado, pero pequeño de intelectuales y estudiantes universitarios y tuvo un rol limitado en la insurrección, lo cual no demerita de ninguna forma el trabajo de la organización dentro de los sindicatos de trabajadores, estudiantes e intelectuales de izquierda o progresistas, dentro de las fuerzas armadas y los propios campesinos y jornaleros indígenas y mestizos.

No obstante las masas que participaron en la insurrección fueron mayoritariamente indígenas. Este es un elemento muy importante a destacar, valorado por historiadores salvadoreños y no salvadoreños, como la continuidad de la lucha de resistencia indígena iniciada por Anastasio Aquino, cacique de los Nonualcos. En momentos históricos donde confluyeron y se interrelacionaron, procesos internos vinculados a la dictadura oligarca de las grandes familias cafetaleras, la resistencia indígena salvadoreña y de sectores populares e intelectuales y a la vez procesos externos afines, especialmente la Crisis Cíclica del Sistema Capitalista de 1929-33 y sus consecuencias catastróficas para la economía capitalista salvadoreña, deformada y dependiente de los precios internacionales del café.

Para finales de 1930, la paga en las haciendas consistía en dos tortillas y dos cucharadas de frijoles salcochados al inicio y al final de la jornada. Como agravante, las fichas (monedas locales) con que se pagaba en las haciendas, solo podían ser cambiadas por productos en la tienda que pertenecía al mismo dueño que el cafetal, especie de monopolios locales. Se calcula que la alimentación en la época para un jornalero no sobrepasaba el costo de $0.01 aldía, por lo cual los beneficios de los hacendados eran extraordinariamente considerables. De hecho, para 1924, la producción total de café variaba entre 32 y 53 millones de kilogramos. El precio por cada quintal (46 kilogramos), oscilaba entre 42.55 colones; el cálculo de costos de producción para un quintal era de 13 colones, de los cuales dos iban a las manos del trabajador, uno a las arcas del Estado, uno a los vendedores de insumos y nueve a los grandes hacendados .

El valor que el hacendado daba al trabajador era bajísimo, según lo declarado el 5 de febrero de 1932 por el encargado de la delegación estadounidense en San Salvador, W. J. McCaffrey, en una carta dirigida hacia su gobierno explicando la situación salvadoreña, donde expresaba que un animal de labranza tenía más valor que un trabajador porque la demanda era alta y su valor comercial dejaba mejores dividendos.

La zona occidental estaba altamente poblada por indígenas de origen pipil, los cuales fueron sistemáticamente apartados del escaso progreso económico e intentaron obtener ayuda a través de su jerarquía tradicional de las autoridades locales y nacionales. Señalamos que pese a que las leyes no concedían ninguna prebenda o reconocimiento oficial a los caciques, los indígenas respetaban y obedecían su autoridad. Por otro lado, gobernantes de turno habían buscado el acercamiento a estos líderes comunales para obtener el apoyo de sus gobernados en elecciones, por lo que tenían alguna posibilidad de ser escuchados por las autoridades.

Para enfrentar la crisis económica, los indígenas se habían organizado en asociaciones de cooperación, mediante las cuales se brindaba empleo a los miembros de su comunidad que no lo poseían. Los encargados de dirigir dichas asociaciones eran los caciques, quienes representaban a los desempleados ante las autoridades y supervisaban el trabajo realizado.

Feliciano Ama, por ejemplo, era uno de los caciques más activos y estimados por la población indígena; había hecho gestiones de ayuda económica con el presidente Romero a cambio de la colaboración en su candidatura. Por otro lado, la crisis se agudizaba por el conflicto permanente entre las poblaciones indígenas y los habitantes de la zona que no pertenecían a su etnia. Aparentemente las poblaciones de “no indígenas” estaban mejor relacionadas con las urbes gubernamentales, por lo cual, cuando ocurrían revueltas o enfrentamientos, el ejército arrestaba a los líderes indígenas y se les condenaba generalmente a muerte.

Tras diversas acciones de rebelión militar, el presidente Arturo Araujo fue derrocado y sustituido por un supuesto “Directorio Cívico”; anterior a la llegada al poder del General Maximiliano Hernández Martínez en diciembre de 1931, la cual marcó el inicio de lo que se conoce como “dictadura militar”.

La gestión de Hernández Martínez se caracterizó por la severidad de sus leyes y de sus juicios. La pena por robar era la amputación de una mano, por ejemplo. Martínez fortaleció los cuerpos de seguridad y se mostró especialmente violento en materia de revueltas, decretando la muerte para cualquiera que se levantase contra el régimen.

Paralelamente a los conflictos entre indígenas y campesinos por una parte, terratenientes y autoridades por otra; la actividad del PCS, el Socorro Rojo Internacional y sus sindicatos, se extendieron al reparto de panfletos, inscripción de nuevos miembros y realización de concentraciones. Las actividades se vieron alimentadas por la frustración de las ofertas no cumplidas de gobiernos y partidos políticos.

Los líderes comunistas, dirigidos por Agustín Farabundo Martí, construyeron una organización política que, si bien carecía de una estructura bien definida, lograba obtener la simpatía de parte de la población, al llevar al plano político las necesidades más sensibles de los sectores menos protegidos de El Salvador. Tras el golpe de Estado de 1931, el PCS multiplicó su accionar en todos los sentidos.

Apuntamos que los procesos electorales de la época estaban sometidos a severas presiones de los sectores del poder, puesto que para inscribirse en el padrón electoral había que declarar ante las autoridades la intención de voto, práctica que coartaba una verdadera participación democrática, sembrando el miedo entre los electores y favoreciendo a los candidatos oficiales. Tras los comicios, las acusaciones de fraude crecieron a tal punto que llevaron a la directiva comunista a valorar la vía del levantamiento como forma de lucha.

Se planeó el levantamiento para mediados de enero de 1932, incluyendo en el plan a militares simpatizantes de la causa comunista, pero antes del alzamiento, la policía arrestó al líder del PCS, Farabundo Martí (designado por la dirección del partido como el conductor militar del rebelión), y a los dirigentes de agrupaciones estudiantiles universitarias, Alfonso Luna y Mario Zapata, decomisándoseles documentos que probaban los planes de insurrección, los cuales fueron usados posteriormente en juicios militares.

Es en esta situación que los indígenas del occidente se alzaron contra el régimen, única salida a sus extremas condiciones de vida, el robo de sus tierras y represión; coincidiendo en fechas con los sucesos antes relatados. Tras los eventos de finales de enero, Farabundo Martí, Luna y Zapata fueron sometidos a un consejo de guerra y condenados a muerte, siendo ejecutados el 1 de febrero de 1932.Martí, Zapata y Luna fueron fusilados frente a los muros del cementerio de. San Salvador. Martí no permitió que le vendaran los ojos y su último grito fue: “Viva el Socorro Rojo Internacional”.

El levantamiento campesino
En las últimas horas del 22 de enero de 1932, miles de campesinos en la zona occidental del país se alzaron en rebelión contra el régimen. Armados principalmente de machetes atacaron las haciendas de los grandes terratenientes y varios cuarteles, obteniendo el control de algunas poblaciones como Juayúa, Nahuizalco, Izalco y Tacuba. Por otro lado, cuarteles como los de Ahuachapán, Santa Tecla y Sonsonate resistieron el ataque y rechazaron el asalto.

Existen versiones en extremo divididas de los hechos y si muy pocos relatos de los sobrevivientes de la rebelión en especial de los indígenas insurgentes, luego de la masacre del ejército y fuerzas auxiliares. Los medios de difusión de la época, igual que hoy en manos de los explotadores, se dieron a la tarea de magnificar el ataque a la sacrosanta propiedad privada y las supuestas acciones vandálicas sobre poblaciones enteras. El análisis de la situación asegura que el motivo fundamental de los eventos fue el levantamiento contra un régimen brutal de explotación, por tanto, cualquier acto de ataque a la propiedad privada, son hechos colaterales y aislados de las causas y objetivos del movimiento campesino en general.

La otra polémica acerca de aquel levantamiento se vincula a la relación entre los campesinos y el PCS. La coincidencia temporal de ambos eventos y la similitud de las causas de cada uno pueden hacer pensar que estaban vinculados e incluso, coordinados. De cualquier manera, el gobierno no hizo distinción entre uno y otro movimiento, por lo cual actuó de la misma forma en ambos casos: represión y ejecuciones masivas.

Siendo evidente que el apresamiento antes de la sublevación, y posterior fusilamiento de Farabundo Martí, dio al traste con los planes de levantamiento de los comunistas y sus seguidores. Al respecto las palabras de Miguel Mármol nos ratifican esta situación “…la insustituibilidad del Negro (Farabundo Martí) fue de seguro una de nuestras mayores debilidades…”

Los cadáveres apilados en la calle fueron un cuadro común en aquellos días; pese a los esfuerzos por aproximarse a una cifra fidedigna de fallecidos en las setenta y dos horas posteriores al levantamiento, no puede asegurarse un número en concreto, aunque varios historiadores coinciden en que fueron alrededor de veinticinco mil personas muertas , la inmensa mayoría indígenas fusilados. Aquellos que sobrevivieron pero fueron capturados, se sometieron a juicio y acabaron inevitablemente condenados a muerte.

Después de la rebelión, fue ahorcado el líder campesino Francisco Sánchez, mientras que su homólogo, Feliciano Ama, fue linchado y colgado luego su cadáver en presencia de los niños de una escuela.

En los alrededores de Izalco, a todos los que se les encontró portando machete, a todos aquellos que tenían fuertes rasgos de raza indígena o que vestían trajes indígenas, se les acusaba de subversivos y eran encontrados culpables. Para facilitar la tarea de los cuerpos de seguridad, se invitó a todos aquellos que no habían participado en la insurrección a que se presentaran a la comandancia para obtener documentos que les legalizaban como inocentes. Cuando llegaron fueron examinados, y los que presentaban las características indígenas, fueron apresados, siendo fusilados en grupos de cincuenta en el muro de la Iglesia de la Asunción. En la plaza frente a la comandancia, varios fueron obligados a cavar una tumba común, a la cual fueron arrojados tras ser ametrallados. Las casas de los encontrados culpables fueron quemadas y sus habitantes sobrevivientes fueron ametrallados.

Con relación a las comunidades indígenas, los acontecimientos trajeron consigo el exterminio de la mayoría de población hablante del náhuatl, lo cual ha influido en la pérdida casi total de dicha lengua en El Salvador. Las poblaciones indígenas abandonaron muchas de sus tradiciones y costumbres por temor a ser capturados. Muchos de los indígenas que no participaron el levantamiento manifestaban no comprender el motivo de la persecución gubernamental. La vestimenta y muchas de las costumbres indígenas se fueron reemplazando para no ser víctimas del conflicto.

Desde 1932 la oligarquía salvadoreña depositó el poder político en el ejército por lo que el país estuvo regido durante más de 47 años por gobiernos militares.

Para un mejor amor


Roque Dalton


Nadie discute que el sexo
es una categoría en el mundo de la pareja:
de ahí la ternura y sus ramas salvajes.

Nadie discute que el sexo
es una categoría familiar:
de ahí los hijos,
las noches en común
y los días divididos
(él, buscando el pan en la calle,
en las oficinas o en las fábricas;
ella, en la retaguardia de los oficios domésticos,
en la estrategia y la táctica de la cocina
que permitan sobrevivir en la batalla común
siquiera hasta el final del mes).

Nadie discute que el sexo
es una categoría económica:
basta mencionar la prostitución,
las modas,
las secciones de los diarios que sólo son para ella
o sólo son para él.
Donde empiezan los líos
es a partir de que una mujer dice
que el sexo es una categoría política.

Porque cuando una mujer dice
que el sexo es una categoría política
puede comenzar a dejar de ser mujer en sí
para convertirse en mujer para sí,
constituir a la mujer en mujer
a partir de su humanidad
y no del sexo,
saber que el desodorante mágico con sabor a limón
y jabón que acaricia voluptuosamente su piel
son fabricados por la misma empresa que fabrica el napalm,
saber que las labores propias del hogar
son las labores propias de la clase social a que pertenece ese hogar,
que la diferencia de sexos
brilla mucho mejor en la profunda noche amorosa
cuando se conocen todos esos secretos
que nos mantenían enmascarados y ajenos.
Donde empiezan los líos
es a partir de que una mujer dice
que el sexo es una categoría política.

Porque cuando una mujer dice
que el sexo es una categoría política
puede comenzar a dejar de ser mujer en sí
para convertirse en mujer para sí,
constituir a la mujer en mujer
a partir de su humanidad
y no del sexo,
saber que el desodorante mágico con sabor a limón
y jabón que acaricia voluptuosamente su piel
son fabricados por la misma empresa que fabrica el napalm,
saber que las labores propias del hogar
son las labores propias de la clase social a que pertenece ese hogar,
que la diferencia de sexos
brilla mucho mejor en la profunda noche amorosa
cuando se conocen todos esos secretos
que nos mantenían enmascarados y ajenos.

Roque Dalton García (1935-1975): poeta, ensayista, narrador, dramaturgo, periodista y revolucionario salvadoreño. Fue asesinado el 10 de mayo de 1975 por su posición política. Hoy día es un mártir de la lucha revolucionaria salvadoreña y latinoamericana, y poeta de fama internacional.

miércoles, 28 de enero de 2015

Dalton y la reescritura de la historia de la independencia



Foto: Archivo Digital Roque Dalton


Dr. Rafael Dueñas (*)


Una tésis del académico Dr. Rafael Dueñas sobre el trabajo de Roque Dalton y la reescritura de la historia de la independencia

Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook

Dalton y la reescritura de la historia de la independencia


No es necesario jurar que lo que narré

es un hecho realmente ocurrido…

“Dos retratos de la patria”


            Debido a la canonización de ciertos moldes epistemológicos, uno de los problemas más atacados por la crítica contemporánea es hablar directamente sobre la construcción de una nación a través de los presupuestos ofrecidos por la historia. De hecho, casi siempre cuando se hace un análisis crítico los términos “nación” e “historia” parecen luchar entre sí para luego pasar a ser parte de aquellos vocablos que son substituidos y referidos únicamente de forma indirecta.


            De antemano hay que decir que, de acuerdo con lo dicho, este ensayo es una paradoja. Primero, con él se desmonta la idea de que ésta es la historia salvadoreña; la historia “oficial” como luego veremos. Segundo, contradice algunos presupuestos del autor que busco analizar: Roque Dalton y la reescritura de la historia salvadoreña. A medida se vaya desarrollando el tema se harán obvias las contradicciones que nacen sin que casi siempre se tenga una respuesta satisfactoria a las circunstancias propuestas por Dalton.


            La re-escritura de la historia salvadoreña por parte de Dalton está proyectada en dos planos que por lo general se confunden: el historiográfico y el estético. El primero se refiere a los eventos ocurridos y que son trascritos como historia; donde el mito, siempre entendido como contrario a la historia, forma parte de todo el sistema epistemológico. El segundo toma matices no solamente ideológicos sino también creativos debido a que dentro de éste la historia se convierte en un juego que tiene que descifrar el sujeto histórico: el lector, individuo que como veremos luego es un “sujeto imaginado” que funciona como un lector potencial (normalizado) para la desvelada nación.


            ¿Por qué re-escritura? Prefiero utilizar este término debido a que éste implica la exposición de un doble plano de representación. El prefijo revela una suerte de “restitución” de la base, en este caso la ya escrita historia salvadoreña. Además, implícita está la negación de la base sobre la cual se ha escrito la historia salvadoreña. Por otra parte, también implica estar consciente de ella para poder derivar “Otra” historia: aquélla no dicha por miedo a represalias por parte del sistema establecido. La re-escritura de la historia salvadoreña es entonces, el desvelo de años de “historias prohibidas” por parte de los grupos de familias que se han apropiado del poder político y económico. Así para Dalton, la reescritura es la historia de la cultura salvadoreña.


            Como mencioné anteriormente, con Dalton las contradicciones se vuelven parte del sistema hasta el punto de que se resisten a cualquier encajamiento teórico. Sobre esto nos advierte Javier Alas que “el opus poético de Roque Dalton, y por ello, Roque Dalton mismo, ofrece resistencias a cualquier anagnórisis” (14). La resistencia a la teoría es un elemento esencial para cualquier análisis de su obra y persona, por lo que se puede señalar que el elemento generador de esa combinación es la contradicción. Bajo este planteamiento, ¿cómo lleva él a cabo su proyecto de reescritura de la historia salvadoreña?
            En Las Historias Prohibidas del Pulgarcito, Dalton escribe que “no existen los «misterios de la Historia»,” puesto que solamente

existen las falsificaciones de la Historia,
las mentiras de quienes escriben la historia. (212)

Con esa declaración él propone que “las historias prohibidas” se reescriban como “las verdades” de la historia salvadoreña. Leonel Menéndez advierte que el proyecto de Dalton es “de(s)velar las mentiras de la historia, desenmascarar los mitos fabulados por los voceros de las clases dominantes y sus aliados” (Recopilación, 437). Su rebeldía le nace al darse cuenta de que los voceros de la historia oficial “prohíben” que ciertas verdades sean dichas y escritas. Muchas veces insistió en que nacimos bajo el seno de una gran mentira, la cual se inventó para cubrirle el rostro a la conciencia histórica de los individuos que forman la cultura pulgar salvadoreña. A través del encubrimiento se ha logrado desfigurarle la identidad cultural al sujeto social salvadoreño, objetivo que se plantearon conscientemente los rectores del poder de las clases dominantes.


            Un elemento crítico que debe considerarse sobre la obra de Dalton (especialmente su poética) es que nos ha ayudado mucho a todos en el planteo de los problemas sobre nuestra identidad cultural salvadoreña. De hecho, me gustaría rescatar la valiosa reflexión de John Beverly, quien ha visto en la obra de Dalton “la creación de una cultura nacional popular” (Citado en Otros Roques, 24). Por otra parte, deseo alejarme de la persistente asociación de querer vincular lo popular con la izquierda guerrillera, ya que Dalton tampoco se arraigó fielmente a los credos de ésta. Prefiero pensar que, a diferencia de muchos de los escritores latinoamericanos de su tiempo, él tiene como proyecto desvelar la identidad cultural que ha sido enmascarada por las mentiras de la historia escrita por la oligarquía naciente del colonialismo. Esa “identidad” sólo será desvelada, nos asegura Dalton, “cuando se escriba la verdadera historia de nuestra cultura” (Las Historias Prohibidas, 110). Para explicar su posición hablaré de la formación de El Salvador desde los movimientos de independencia al inicio del siglo XIX y cómo él rastrea esa identidad desde esos movimientos, ilegitimando la fachada hueca que se ha impuesto por sobre “la verdadera historia de nuestra cultura.”


            Dalton, en su monografía El Salvador se pregunta, “¿cuáles son los orígenes del pueblo salvadoreño? ¿Qué características especiales tuvo El Salvador, la conquista y la colonización española? ¿Cómo luchó el pueblo salvadoreño contra el dominador español? ¿Cómo obtuvo su independencia y cómo consolidó la república?”(9). Quiero proponer que su proyecto de reescritura, que viene a ser “la verdadera historia de nuestra cultura,” se puede dividir en tres partes. Primero, una crítica colonial que constituye la identidad cultural a través de los grupos étnicos que radicaban en la zona cuzcatleca. Segundo, una crítica neocolonial que postula una revisión general del desarrollo de la independencia bajo la cual se puede descubrir cómo la oligarquía se consolidó explotando al pueblo trabajador. [1] Por último, una crítica imperial derivada de su crítica al neocolonialismo que tiene como fin desvelar cómo Estados Unidos pasa a ser la nueva señora de las tierras cuzcatlecas, y por qué no decirlo, del mundo.


            Aunque la referencia a la formación de una identidad cultural desde sus raíces indígenas, y por ende la construcción de la sociedad salvadoreña, es persistente en la obra de Dalton, su presencia es más de enunciación que de postulación. De hecho, su insistencia sobre una problemática indígena dentro del contexto cuzcatleco nace de su crítica al colonialismo, y no para sobresaltar algún problema en específico, puesto que en su crítica él señala que durante este período “los indios de El Salvador se encuentran sometidos como el resto de la población rural y suburbana a la más inicua explotación” (El Salvador, 17-18). Por esto mismo, y como veremos más adelante, “no existe, pues en El Salvador un problema indígena específico... (lo que) existe simple y dramáticamente (es) el anacrónico atraso y subdesarrollo que impone la estructura semifeudal”(Ibid) que nace con la conquista y se implanta con el neocolonialismo.


            Dalton utiliza el tema de los indígenas para resaltar el espíritu de lucha que éstos presentaron durante el tiempo de la colonización y la neocolonización, para luego pasar a ser explotados por el aparato político y económico de los terratenientes, bajo la cobija del imperialismo estadounidense. Fernando Heredia afirma que su aporte debelador radica en que a través de la exposición del indio, Dalton “saca a luz el elemento tan principal de la cultura nacional que es la rebeldía popular” que siempre nos ha caracterizado como identidades culturales (Recopilación, 178). Esta idea la podemos ver claramente cuando leemos las cartas que Dalton cita textualmente de don Pedro de Alvarado, conquistador bajo las órdenes de Cortés, nombre(s) que cuando se prenuncia(n) “sólo existe, digámoslo, el miedo” (Los Testimonios, 75). Al citar las cartas se puede apreciar la capacidad creativa de Dalton debido a que toma un texto “oficial” y es capaz de transgredir el espacio que prohíbe que se sepa que, antes de ser derrotados por el sistema colonial, los pipiles lucharon tenazmente por no doblegarse al proceso de evangelización.
            A través de la violencia que resistieron los aborígenes, Dalton quiere demostrarnos que

Los Pipiles
que no comprendieron la cruz y la cultura más adelantada
y no quisieron agachar la cabeza frente a la Corona de España
y se alzaron en la sierra con las armas en la mano
contra el conquistador.
...
se negaron a coexistir pacíficamente con el Encomendero
en el seno de las encomiendas y los repartimientos.
                                                                                                  (Poemas Clandestinos, 98)

De esa manera, el salvadoreño, desde lo más profundo de sus raíces culturales, no se da a vencer, pues históricamente siempre ha luchado en contra de aquello que lo oprime. Leonel Menéndez señala que en sus textos podemos ver cómo Dalton insiste en que “el pacifismo y el legalismo son otras de las armas que no pueden” seguir utilizándose para explotar al pueblo; de otra manera, siempre “termina ganando la oligarquía” (Recopilación, 436). Debido a que en El Salvador la oligarquía siempre ha apaciguado la “resistencia” exaltada por el pueblo, él propone que “deberían de dar premios de resistencia por ser salvadoreño” (Las Historias Prohibidas, 216). Es por medio de la huella de la resistencia que se puede aseverar que la historia oficial ha mitificado al salvadoreño como un “sujeto pacífico,” sublevado al sistema que le ha enseñado a ver sus desgracias como algo providencial. Además, bajo ese mito Dalton encuentra que al salvadoreño se le ha hecho creer que la naturaleza ha destinado el futuro: su desgracia es obra de Dios.


            El tema de la religión es una fuente de crítica incesante que Dalton utilizará para “desmentir” e ilegitimar el proyecto de independencia ocurrido en El Salvador. En su crítica podemos observar que el aparato eclesiástico, durante las insurrecciones que culminaron con la independencia, no sirvió más que como un instrumento “adormecedor de las rebeldías indígenas” (El Salvador, 34). Su propuesta nos lleva a especular sobre el dominio que tenían los de la iglesia debido a que él encuentra que “la conciencia de las masas rurales y urbanas era deformada a su antojo por la Iglesia Católica... (De hecho) el papel... que los frailes jugaron en la época de la conquista se desarrolló, se amplió y se sistematizó en la época colonial hasta cubrir, con su acción, a todos los sectores explotados por el imperio” (El Salvador, 33-34).


            A diferencia de la historia oficial aquella que nos han hecho creer los voceros de las clases dominantes– Dalton quiere demostrarnos que si la independencia se llevó a cabo fue debido a que el pueblo propuso independizarse del poder colonial que le explotaba constantemente con sus extremos impuestos [2] . Para Dalton, “el proceso de la independencia –independencia de España –estuvo impulsado en El Salvador por las grandes masas populares. La obra de los “próceres de la independencia” ...estuvo dirigida en muchos casos a hacer prevalecer los intereses de los sectores criollos y mestizos económicamente privilegiados sobre los intereses del pueblo” (El Salvador, 39). Importante aquí es señalar cómo Dalton se detiene metódicamente a decir “independencia de España,” haciendo evidente que su posición en cuanto a “independencia” es que ésta nunca se llevó a cabo como lo ha planteado siempre la oligarquía a través de su cultura burguesa. Para explicar lo antes dicho es esencial comprender que su análisis parte de la crítica que hace a la imagen de los próceres impuesta por la oligarquía, desmitificándola al recalcar constantemente que éstos se han convertido en “santones” impuestos por la cultura burguesa [3] .


            Al analizar el “primer grito” de la independencia Dalton parece contradecir su crítica, ya que directamente nos habla de los movimientos de emancipación de la península a partir de 1811. La razón es que de tal fecha a Dalton le interesa rescatar ciertos elementos claves. Entre ellos que la mayor parte de las veces los próceres nada más sirvieron para apaciguar los deseos de independencia del pueblo, colectividad sobre la cual tenían gran influencia. También, los próceres eran grandes terratenientes, la mayoría de ellos “ligados a los intereses añileros” (El Salvador, 39). Además, siendo parte de la Iglesia, los próceres no hicieron más que “cubrirle” los ojos al pueblo, engañándoles sobre sus verdaderas intenciones de independencia. Por último, con el resquebrajamiento del poder por parte de la Corona española, las fuerzas que reemplazan a ésta son Gran Bretaña y Estados Unidos, y la que al final llega a regir el poder económico y político está hacia al norte del istmo, intensificando los perennes problemas económicos que ya afectaban a la naciente cultura nacional.


            La historia oficial propone que durante los levantamientos ocurridos en 1811, “rumores” que circulaban de que el presbítero José Matías Delgado [4] sería asesinado llevaron al pueblo a rebelarse. Sin embargo, citando el documento La Verdad [5] , Dalton argumenta que durante los levantamientos ocurridos entre los meses de noviembre y diciembre de ese mismo año, “el papel del cura Delgado, de Arce y de los demás conocidos próceres fue, por el contrario, de apaciguamiento y meditación.... (que) los próceres hicieron todo lo que estuvo dentro de sus capacidades para apaciguar a las enardecidas masas capitalinas” (El Salvador, 41). Con semejante acción lo único que lograron hacer los próceres fue hacerles un disfavor a quienes tenían plena esperanza en la independencia: indios, mestizos, mulatos y los pocos negros que residían en el área.


            Por innovador que parezca Dalton, muchas veces su análisis prosaico se estanca en la retórica de su discurso crítico; no obstante, ese obstáculo lo transgrede postulando una poesía fuera del canon lírico del momento. Un ejemplo de su “insuficiencia prosaica” se puede encontrar en el análisis que hace de la dictadura de los chapetones. Al igual que la oligarquía, él la califica como “la segunda intentona” por independizarse de la península. Como ya esboce en otro ensayo, esta segunda intentona es antecedida por otras dos, lo cual significa que Dalton no sólo falla en desvelar el espacio previo a 1811, sino también que con su indiferencia sedimenta las mismas mentiras que buscaba erradicar. El problema de 1814 surge debido a que se había redactado una proclama que luego fue quemada, por don José de Bustamante, en una plaza de la provincia de San Salvador. La confrontación se entiende como el momento en que los criollos y los chapetones se disputan el poder político colonial; poder íntimamente ligado al económico. De cualquier manera, el movimiento surgido que buscaba fines inmediatos se reduce a que los criollos son los héroes de aquel evento, ya que aunque fueron derrotados en ese entonces, fueron ellos quienes redactaron y lucharon en el momento necesario.


            A pesar de la contradicción existente en el seno de la crítica que Dalton hace, también se puede encontrar que él propone que el 24 de enero de 1814 ocurre algo distinto que es necesario desvelar para que la verdad de aquel evento sea reconocida por la historia oficial. Debido a la incomunicación que había entre los chapetones, el 2º alcalde de San Salvador, Pedro Pablo Castillo [6] , logró reclutar dentro del pueblo a explotados indígenas y mestizos que armados “con piedras, garrotes, machetes y otros instrumentos parecidos” (El Salvador, 42), fueron destacados en puntos estratégicos de la ciudad de San Salvador. El alzamiento fracasó debido a que hubo quienes no se sentían preparados para llevar a cabo la independencia, y por tanto, desertaron para luego seguir viviendo dentro del mismo sistema explotador que les había oprimido hasta ese entonces.


            Es necesario preguntarse, ¿por qué desistieron en aquel momento en que ya se había organizado la revuelta? Dalton una vez más nos advierte sobre el papel que jugaron los próceres de la independencia durante éste evento. Citando el texto La Verdad, él indica que “el prestigio que Arce, Celis, Rodríguez y demás próceres, tenían entre las masas, les permitió convencer a la mayor parte de los hombres de Castillo, logrando así desmontar la insurrección, cuanto estaba apunto de producirse” (El Salvador, 44). De esa manera, “Pedro Castillo y los comuneros de 1814,” que se habían alzado “contra los opresores del pueblo” (Poemas Clandestinos, 98), fueron perseguidos hasta ser arrojados en los calabozos de la insurgente ciudad de San Salvador. Con la derrota, las exigencias de liberación de los presos políticos demandas por Castillo, y el desarme de los “voluntarios” pertenecientes a la Guardia Civil española, se postergaron una vez para ser debatidas años más tarde.


            De acuerdo con Dalton, la única esperanza de vida que tuvo nuestra cultura de ser independiente ocurrió en 1821, pero también murió en ese mismo año. Tal fecha resulta enigmática para cualquiera acostumbrado a escuchar “las mentiras de la historia oficial.” Dalton, quien había examinado cuidadosamente los textos escritos por “los voceros de las clases dominantes y sus aliados,” encuentra que la historia de ese evento es mucho más que enigmática, debido a que bajo los vítores y aclamaciones de “viva la independencia” habían otros motivos que los criollos buscaban instituir. “Fue fácil distinguir las demandas específicas de cada sector de la sociedad colonial salvadoreña,” (36) explica Dalton en su monografía. Por ejemplo, en el Ayuntamiento de San Salvador se plantearon demandas que coincidían directamente con los intereses de los criollos: “monarquía constitucional; organización democrática de los criollos y peninsulares; supresión de privilegios a los peninsulares” (Ibid).


            No es difícil deducir que a través de sus demandas los criollos buscaron incorporarse “al nivel de la clase dominante y explotadora peninsular” (Ibid). Utilizando el aparato político colonial, los criollos cómodamente bajo la proclama de la independencia querían que los peninsulares les dejaran incorporarse al sistema, para con ello poder pasar a explotar económicamente a los mestizos e indios de la zona. Cansados de que el aparato económico “colonial (pesara) más que nunca sobre los hombros de los criollos y mestizos” (El Salvador, 35), los criollos poco a poco fueron desplazando el poder colonial hacia sus manos instalándose, diría Dalton, como burguesía nacional. Dentro de ese traspasó de poder político y económico no hay duda que los más perjudicados fueron los indios, ya que “tenían encaramados en la nuca a los peninsulares, a los criollos y a los mestizos, e incluso (aunque no mucho) a los pocos negros y mulatos que se habían aclimatado en el país” (Las Historias Prohibidas, 178). Las demandas hechas por los criollos no eran más que fórmulas que buscaban explotar directamente a los indios, mestizos, y pocos negros y mulatos de la región. Dalton nos dice en su monografía que “el régimen colonial español hizo que la población indígena quedara completamente sometida al conquistador,” por lo que “de dueño y señor de sus tierras y países, pasa a ser una paria miserable, considerado un animal, un generador de fuerzas de trabajo” (30). De esa manera, la “discriminación social durante la época colonial” (Ibid) que sufrió el indio se extendió rápidamente hacia todos aquellos que pudieran servir como fuente de trabajo, mas luego con el neocolonialismo, esa discriminación social se convertirá en explotación económica. Por otra parte, a lo de ascender a las clases explotadoras algunos mestizos no fueron tampoco inocentes, puesto que “los sectores mestizos más advertidos o sea los más desarrollados económicamente, intentaban también asimismo pasar a compartir la explotación” (El Salvador, 37).


Dr. Rafael Dueñas (*): Colaborador de ContraPunto

LAS DIEZ RAZONES POR LAS QUE NO PUEDE CERRARSE LA INVESTIGACION SOBRE AYOTZINAPA

Desinformémonos
PRIMERO
Porque no existe plena certeza científica sobre lo ocurrido en el basurero de Cocula. La PGR dio a conocer hoy que su hipótesis se sostiene en varios dictámenes de química, biología y otros. Dado que es más que conocido que las procuradurías mexicanas son especialistas en fabricar delitos y puesto que reconocidos científicos han expresado dudas sobre esta hipótesis, las familias no aceptarán esos resultados hasta que expertos independientes realicen esos mismos peritajes. En ese sentido, reiteran su confianza en el Equipo Argentino de Antropología Forense y piden que se remuevan todos los obstáculos para que realicen su labor en condiciones óptimas.


SEGUNDO
Porque la declaración de Felipe Rodríguez Salgado, contrario a lo señalado por la PGR, no es determinante para esclarecer lo ocurrido en Cocula pues como se aceptó en la misma conferencia, dicha persona no declaró haber permanecido en ese lugar durante todo el tiempo que supuestamente duraron los hechos.


TERCERO
Porque la información dada a conocer por la Procuraduría depende en exceso de declaraciones rendidas ante Ministerio Público, que fácilmente pudieron ser coaccionados, pues es de todos conocidos que en México la tortura es recurrente. Al respecto, se ha hecho pública información sobre la tortura de algunos inculpados sin que hasta ahora la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) haya intervenido para aclarar estas denuncias.


CUARTO
Porque la PGR ni hoy ni en ninguna otra conferencia ha aclarado como explica en su teoría del caso el cruento homicidio de Julio César Mondragón, cuyo joven cuerpo desollado fue encontrado en las inmediaciones de donde ocurrieron los hechos.


QUINTO
Porque el Estado mexicano, a cuatro meses de los hechos, se ha mostrado incapaz para detener a quienes según su hipótesis serían responsables. El Gobierno Federal no ha podido detener al máximo responsable de la corrupta policía de Iguala, Felipe Flores Velázquez, ni a su cómplice y subalterno Francisco Salgado Valladares. Tampoco ha sido capaz de detener a Gildardo Astudillo, alias el Cabo Gil, personaje a quien la propia PGR asigna gran relevancia en su versión de los hechos. También siguen prófugos 11 de las 15 personas que según la procuraduría estuvieron en Cocula, lo mismo que el líder de Guerreros unidos, Ángel Casarrubias Salgado El mochomo.


SEXTO
Porque la PGR no ha logrado que exista un sólo juicio penal iniciado por el delito de desaparición forzada de personas, siendo que esta es la figura jurídica adecuada para encuadrar los hechos dado que como todo México ha exclamado. En tanto los juicios no se ventilen bajo las figuras legales pertinentes, no puede cerrarse el caso.


SEPTIMO
Porque en el mismo expediente donde obran las declaraciones de los supuestos sicarios de Cocula, se encuentran agregadas las declaraciones de otros sicarios de Iguala que confesaron haber atentado contra los estudiantes no en Cocula sino en Pueblo Viejo y Cerro la Parota.


OCTAVO
Porque en sentido contrario a lo dicho en la conferencia de hoy, solo hay certeza de la muerte de uno de los estudiantes desaparecidos. Esto no implica certeza sobre la muerte de otros ni sobre el lugar donde esto pudo haber ocurrido. En ese sentido, es un error jurídico decir que se ha consignado por homicidio, cuando en realidad de nuevo se consignó por secuestro con la agravante de privación de la vida, lo que técnicamente implica una diferencia relevante.


NOVENO
Porque no se ha indagado la responsabilidad del Ejército, pese a que contrario a lo que afirmó el Procurador, sí hay en el expediente indicios de su complicidad con la delincuencia organizada, pues el policía Salvador Bravo Bárcenas afirmó ante el Ministerio Público que el Ejército sabía desde 2013 que los Guerreros Unidos controlaban la policía de Cocula, pese a los cual las fuerzas Armadas no investigaron a dichos delincuentes, sino que les brindaron protección.


DECIMO
Porque no ha empezado el deslinde de responsabilidades sobre el entorno de corrupción política que desencadenó los hechos del 26 de septiembre. Está pendiente investigar a otros alcaldes, como el de Cocula, así como a otras autoridades del gobierno del estado de Guerrero.


(De la conferencia de prensa de hoy, ofrecida por los padres y madres de los normalistas desaparecidos en Iguala)

martes, 27 de enero de 2015

Los usos políticos del pasado








 Carlos Gregorio López Bernal*
El Faro 


El uso del pasado en función de intereses contemporáneos hace de la historia un campo de recurrente disputa entre diferentes actores sociales. En la creciente publicación de memorias y testimonios de la pasada guerra civil, historia y memoria tienden a confundirse.

El estatuto científico de la historia es tema harto discutido y en el cual no se vislumbran acuerdos posibles. Las posiciones van desde la defensa a ultranza de la cientificidad del conocimiento histórico hasta el desdén de aquellos que ven en la historia solo una forma más de la narrativa. En un término medio (posición casi fatal de los historiadores) están los que plantean que la historia es solo conocimiento científicamente construido, sin pretender más, pero rechazando tajantemente que la historia pueda ser equiparada a la ficción narrativa.

Independientemente del resultado de ese debate, si es que lo hubiera, es indiscutible que hay un consumo social de la historia, y es plausible pensar que la historia tiene una “utilidad” que puede ser desde arraigar la identidad de una sociedad — y a la inversa, desmitificar sus discursos identitarios—, apoyar la formación cívica en el sistema educativo, justificar cierto estado de cosas desde los poderes establecidos, hasta servir de fundamento para reivindicaciones puntuales de diferentes actores sociales. Es decir, en la historia encuentran cobijo y sostén una variedad de agendas. Desde las conservadoras hasta las revolucionarias; desde las más clásicas hasta las más postmodernas.

Hay aquí una dimensión del quehacer histórico que se discute poco en el gremio: los “usos políticos del pasado”, expresión que trata de dar cuenta de cómo diferentes actores sociales recurren al pasado, y a la historiografía, para encontrar argumentos y evidencias que apoyen una agenda de acción del presente. A veces los usos de la historia pueden ser espontáneos y carentes de intención, como cuando alguien dice: “yo recuerdo que…”. Diferente es el caso si al tratar de explicar una situación aparece el: “consideremos los antecedentes”; en tal caso el pasado es importante para entender un problema del presente. Igualmente, las reivindicaciones feministas pueden con toda razón recurrir a la evidencia histórica para demostrar el origen de sus problemas y la validez de sus demandas, que igual tendrían sentido sin el recurso al pasado.

Hay ocasiones en que el pasado se vuelve apremiante. Cuando en los años setenta, la izquierda salvadoreña impulsaba la lucha armada como vía para alcanzar la revolución se hizo común una frase atribuida a Farabundo Martí, el líder de la insurrección de 1932, quien fungiendo como secretario del general Sandino vio interrumpida su burocrática labor por un bombardeo enemigo; la inoportuna llegada de los aviones le hizo escribir: “Cuando la historia no se puede escribir con la pluma, entonces debe escribirse con el fusil,” según relata la biografía por Jorge Arias Gómez. Si se conoce el modo de ser de Martí, resulta difícil imaginárselo escribiendo algo así. A diferencia de Sandino que gustaba de escribir, a Martí le costaba mucho; era casi ágrafo, a tal punto que es casi imposible rastrear y reconstruir su pensamiento. Sin embargo, la frase gustó mucho y venía bien en aquellos para lograr adeptos a la causa revolucionaria.

Pero igual se puede hacer desde una agenda contrapuesta; frente a las voces críticas y anti militares que aparecen cada cierto tiempo, el ejército salvadoreño se arraiga en los orígenes de la república. Las improvisadas fuerzas militares que conformaron la “legión de la libertad”, organizada por Manuel José Arce para rechazar la anexión al imperio de Agustín de Iturbide, se convierten en la piedra fundacional del ejército salvadoreño, al grado que alguien tuvo la ocurrencia de poner en boca de Arce la expresión: “El ejército vivirá, mientras viva la República”. Dos frases de dudosa factura, que apuntalan bien agendas políticas contemporáneas. En ambos casos, el pasado que justifica el presente.

El uso político del pasado no es una novedad; más bien ha sido una constante histórica que pasa inadvertida a fuerza de ser tan frecuente. Es más, podría decirse que ningún poder constituido o por constituirse escapa a esta tentación. Y para ello se valen de una escogencia intencional de ciertos elementos del pasado que les favorecen, los cuales formarán parte de un arsenal discursivo y simbólico al que recurrirán llegado el caso, y que pondrán en escena y remozarán cada cierto tiempo. Ejemplo típico de ello son las efemérides patrias. La celebración de la independencia supone una relectura del proceso independentista a la luz del presente. Los presidentes hacen malabarismos retóricos con tal de enlazar la independencia con su gestión de gobierno y mostrarse como dignos herederos y defensores de la libertad legada por los próceres.

Hay ocasiones en que la narrativa convencional del pasado no favorece los intereses del presente, entonces hay que depurarla, y en casos extremos construir una narrativa histórica alternativa que impugne la dominante. Es lo que hicieron intelectuales de izquierda en las décadas de 1960 y 70. Al canon histórico liberal, le contrapusieron uno de izquierda que pretendía darle más protagonismo a las masas populares, e incluso construyó un panteón de héroes alternativos, como Anastasio Aquino y Farabundo Martí.

La historia está muy relacionada con la memoria, a tal punto que en ocasiones se confunden. Ambas tienen su fundamento en el pasado y ambas proyectan el pasado al presente; asimismo contienen una dimensión individual, pero también tienen sentido colectivo. El problema se vuelve más complejo si consideramos que el español usa el mismo vocablo para referirse a la historia, en tanto pasado, y a la historia entendida como indagación y narrativa del pasado. Esos laberintos semánticos confunden y desaniman a los entendidos, y desconciertan a los legos, para quienes resulta más expedito y funcional asimilar historia y memoria, especialmente cuando la mezcla coadyuva a fortalecer su agenda político-ideológica.

Esto es lo que ocurre actualmente con la proliferación de memorias y testimonios publicados por protagonistas y activistas vinculados a los bandos que se enfrentaron en la pasada guerra civil. Tales esfuerzos responden a una necesidad de transmitir al público sus experiencias del conflicto y sus visiones e interpretaciones al respecto; pretensión absolutamente válida. Añadiría además, iniciativas muy útiles, en tanto que nos permiten conocer de primera mano un registro particular de ese traumático y oscuro pasado reciente.

La cosa se complica cuando algunos de estos memorialistas insisten en que están escribiendo la historia de la guerra civil; es más, hay quienes llegan a decir que esa es la verdadera historia, dejando entrever de paso que hay falsas historias. Verdadera en tanto que parte de una experiencia personal: “yo partícipe, yo testigo”; vertida sin ninguna o con mínimas intermediaciones, pretende trasladar al lector una imagen diáfana y directa de lo acontecido. Obnubilados por la memoria, les cuesta aceptar que solo están dando su versión de los hechos, y que otros pueden dar una diferente e incluso contrapuesta a la suya. En tal caso, ven con cierto desdén el matiz del otro y por supuesto descalifican ipso facto la versión contraria.

Para los historiadores, esta variopinta miríada de publicaciones es muy valiosa. Expresa la necesidad de relatar el conflicto y contiene mucha información que difícilmente se podría encontrar en otros medios. Bien sabido es que las guerras civiles, sobre todo las cruentas y prolongadas como la nuestra, no son muy pródigas en registros documentales. La clandestinidad y disciplina de los unos, y el verticalismo y los excesos de los otros, obligaron a que muchas de sus acciones no dejaran más huella que la memoria de los protagonistas, ya fuesen víctimas o victimarios. Bienvenidas sean entonces tales publicaciones.

Solo que los historiadores ven estos materiales con otros ojos. No son la historia; son fuentes para la historia, y fuentes valiosísimas. Ni más, ni menos. Claro, esta traslación categorial resulta incómoda para algunos, que ven en ella hasta una ignominiosa degradación. Y este distanciamiento no está determinado por la pretensión de objetividad que desvela a algunos historiadores, según la cual el directo involucramiento del que escribe, produce fatalmente sesgos en el registro de los hechos y sobre todo en la interpretación. En tanto, productos de memoria, tal condición es intrínseca a ellos. La memoria no es ni pretende ser objetiva; la memoria es selectiva, toma del pasado aquello que interesa y fatalmente se distancia de lo que no. Es decir, la memoria conlleva el recuerdo, pero también el olvido.

El distanciamiento se da a causa de los objetivos y sobre todo del método. Quien escribe sus memorias o recopila testimonios pretende conservar y dar a conocer su versión de los hechos; a menudo esa pretensión se acompaña de intenciones de justificación, reivindicación o reparación. La historia no solo pretende mostrar, busca sobre todo explicar. Y para explicar requiere aplicar el método histórico que parte de plantear un problema de investigación, hacer un listado de preguntas, buscar y encontrar la mayor cantidad posible de información, contrastar versiones, contraponer fuentes, someterlas a la crítica y al final establecer no solo una secuencia entendible de lo acontecido, sino una ponderación de las diferentes versiones encontradas, estableciendo causas y consecuencias. Paralelamente hay que construir un marco interpretativo pertinente al problema, generalmente extraído de las otras ciencias sociales. De tal modo que al historiador no le está permitido excluir versiones, por más contrapuestas que parezcan.

Estos procesos de construcción del conocimiento histórico generalmente pasan desapercibidos para el lector común, que puede sin más equiparar las narrativas producidas por la investigación histórica con las que surgen de las memorias y testimonios. Razón tiene Thomas Kuhn cuando expresa: “En la historia, más que en cualquier otra de las disciplinas que conozco, el producto acabado de la investigación encubre la naturaleza del trabajo que lo produjo”.

Para mayor preocupación nuestra, memorias, testimonios e historia tienen otro aspecto en común: solo tienen sentido cuando se transmiten por medio de una narrativa. Son formas diferentes de narrar el pasado, lo cual termina acercándolas —a veces más de lo prudente— con la narrativa literaria propiamente ficcional. Sobre la base de un soporte discursivo similar se ponen en circulación productos de diferente naturaleza, objetivos y elaboración, que llegarán a lectores portadores de una variedad de marcos de referencia.

En cierto modo, los estudios históricos compiten en desventaja frente a las memorias y testimonios. Los avatares y las tribulaciones del proceso investigativo solo son reconocibles por aquellos con formación en investigación y que los han vivido. Las conclusiones e interpretaciones de una investigación no siempre complacen a los lectores que tienen experiencias, ideas o ideologías diferentes a las del historiador; puede suceder además que el lector quiera encontrar en los textos de historia las habilidades retóricas propias de la literatura, algo siempre deseable, pero que a veces escapa a la pluma del historiador. De allí, el éxito que está teniendo, al menos en Europa, cierta narrativa ficcional escrita por historiadores o escritores con formación en historia.

Al final, después de mucho trabajo, será el lector el que tendrá la última palabra y escogerá del texto leído aquello que más le complazca. Llegado el caso, echará mano de ello para apoyar, ilustrar, argumentar o disputar sobre problemas y temas del pasado en que tenga algo que decir. Lo mismo hacen, solo que de modo más sistemático, consciente y abusivo los políticos, activistas y emprendedores de memoria. Vale decir que esta condición es común a todas las disciplinas sociales.

Esta falta de control sobre los “usos políticos del pasado” no nos exime de la rigurosidad que debe caracterizar a los estudios históricos y sociales, al menos a aquellos con pretensiones académicas. Más que el veredicto del lector común, debiera preocuparnos la sanción del campo de saber especializado; si además logramos cierta aceptación del público amplio, mucho que mejor. Es decir, nuestros trabajos deben pasar el filtro de la comunidad académica en la cual debieran circular primero y preferentemente. Es en el seno de dicha comunidad que se define si una investigación histórica llena los estándares de la disciplina; para ello existen diversos mecanismos: trabajos de grado y posgrado, presentaciones en congresos, publicaciones, reseñas críticas, etc. Obviamente, una comunidad académica es también un campo de saberes y poderes que funciona con sus propias reglas y no está exento de conflictos. Se puede cuestionar la manera en que una comunidad académica evalúa e incorpora la nueva producción y los juegos de poder implícitos en ello; pero no la necesidad de tales proceros.

Y es que aparte de filtrar y posicionar conocimientos, la comunidad académica funciona como una especie de intermediario entre el investigador y la sociedad, de tal modo que una publicación que haya pasado el examen del campo especializado tiene mejores credenciales que una que va directamente del autor a la imprenta. Este filtro no está presente, ni tiene por qué estarlo en el caso de las memorias y los testimonios; después de todo, estos persiguen objetivos diferentes. Sin embargo, un lector no avisado, podría terminar poniendo en el mismo estante, materiales que por sus objetivos, naturaleza y calidad, debieran mantenerse separados.

*Carlos Gregorio López, doctor en Historia por la Universidad de Costa Rica, es docente-investigador de la Licenciatura en Historia de la Universidad de El Salvador.

Este artículo está basado en Carlos Gregorio López, "Historiografía y movimientos sociales en El Salvador (1811-1932): un balance preliminar" Revista de Historia, Universidad Nacional de Costa Rica, no. 67 (2013)

Fidel Castro: Para mis compañeros de la Federación Estudiantil Universitaria



Queridos compañeros:

Desde el año 2006, por cuestiones de salud incompatibles con el tiempo y el esfuerzo necesario para cumplir un deber —que me impuse a mí mismo cuando ingresé en esta Universidad el 4 de septiembre de 1945, hace 70 años—, renuncié a mis cargos.

No era hijo de obrero, ni carente de recursos materiales y sociales para una existencia relativamente cómoda; puedo decir que escapé milagrosamente de la riqueza. Muchos años después, el norteamericano más rico y sin duda muy capaz, con casi 100 mil millones de dólares, declaró ―según publicó una agencia de noticias el pasado jueves 22 de enero—, que el sistema de producción y distribución privilegiada de las riquezas convertiría de generación en generación a los pobres en ricos.

Desde los tiempos de la antigua Grecia, durante casi 3 mil años, los griegos, sin ir más lejos, fueron brillantes en casi todas las actividades: física, matemática, filosofía, arquitectura, arte, ciencia, política, astronomía y otras ramas del conocimiento humano. Grecia, sin embargo, era un territorio de esclavos que realizaban los más duros trabajos en campos y ciudades, mientras una oligarquía se dedicaba a escribir y filosofar. La primera utopía fue escrita precisamente por ellos.

Observen bien las realidades de este conocido, globalizado y muy mal repartido planeta Tierra, donde se conoce cada recurso vital depositado en virtud de factores históricos: algunos con mucho menos de los que necesitan; otros, con tantos que no hayan que hacer con ellos. En medio ahora de grandes amenazas y peligros de guerras reina el caos en la distribución de los recursos financieros y en el reparto de la producción social. La población del mundo ha crecido, entre los años 1800 y 2015, de mil millones a siete mil millones de habitantes. ¿Podrán resolverse de esta forma el incremento de la población en los próximos 100 años y las necesidades de alimento, salud, agua y vivienda que tendrá la población mundial cualquiera que fuesen los avances de la ciencia?

Bien, pero dejando a un lado estos enigmáticos problemas, admira pensar que la Universidad de La Habana, en los días en que yo ingresé a esta querida y prestigiosa institución, hace casi tres cuartos de siglo, era la única que había en Cuba.

Por cierto, compañeros estudiantes y profesores, debemos recordar que no se trata de una, sino que contamos hoy con más de cincuenta centros de Educación Superior repartidos en todo el país.

Cuando me invitaron ustedes a participar en el lanzamiento de la jornada por el 70 aniversario de mi ingreso a la Universidad, lo que supe sorpresivamente, y en días muy atareados por diversos temas en los que tal vez pueda ser todavía relativamente útil, decidí descansar dedicándole algunas horas al recuerdo de aquellos años.

Me abruma descubrir que han pasado 70 años. En realidad, compañeros y compañeras, si matriculara de nuevo a esa edad como algunos me preguntan, le respondería sin vacilar que sería en una carrera científica. Al graduarme, diría como Guayasamín: déjenme una lucecita encendida.

En aquellos años, influido ya por Marx, logré comprender más y mejor el extraño y complejo mundo en que a todos nos ha correspondido vivir. Pude prescindir de las ilusiones burguesas, cuyos tentáculos lograron enredar a muchos estudiantes cuando menos experiencia y más ardor poseían. El tema sería largo e interminable.

Otro genio de la acción revolucionaria, fundador del Partido Comunista, fue Lenin. Por eso no vacilé un segundo cuando en el juicio del Moncada, donde me permitieron asistir, aunque una sola vez, declaré ante jueces y decenas de altos oficiales batistianos que éramos lectores de Lenin.

De Mao Zedong no hablamos porque todavía no había concluido la Revolución Socialista en China, inspirada en idénticos propósitos.

Advierto, sin embargo, que las ideas revolucionarias han de estar siempre en guardia a medida que la humanidad multiplique sus conocimientos.

La naturaleza nos enseña que pueden haber transcurrido decenas de miles de millones de años luz y la vida en cualquiera de sus manifestaciones está siempre sujeta a las más increíbles combinaciones de materia y radiaciones.

El saludo personal de los Presidentes de Cuba y Estados Unidos se produjo en el funeral de Nelson Mandela, insigne y ejemplar combatiente contra el Apartheid, quien tenía amistad con Obama.

Baste señalar que ya en esa fecha, habían trascurrido varios años desde que las tropas cubanas derrotaran de forma aplastante al ejército racista de Sudáfrica, dirigido por una burguesía rica y con enormes recursos económicos. Es la historia de una contienda que está por escribirse. Sudáfrica, el gobierno con más recursos financieros de ese continente, poseía armas nucleares suministradas por el Estado racista de Israel, en virtud de un acuerdo entre este y el presidente Ronald Reagan, quien lo autorizó a entregar los dispositivos para el uso de tales armas con las cuales golpear a las fuerzas cubanas y angolanas que defendían a la República Popular de Angola contra la ocupación de ese país por los racistas. De ese modo se excluía toda negociación de paz mientras Angola era atacada por las fuerzas del Apartheid con el ejército más entrenado y equipado del continente africano.

En tal situación no había posibilidad alguna de una solución pacífica. Los incesantes esfuerzos por liquidar a la República Popular de Angola para desangrarla sistemáticamente con el poder de aquel bien entrenado y equipado ejército, fue lo que determinó la decisión cubana de asestar un golpe contundente contra los racistas en Cuito Cuanavale, antigua base de la OTAN, que Sudáfrica trataba de ocupar a toda costa.

Aquel prepotente país fue obligado a negociar un acuerdo de paz que puso fin a la ocupación militar de Angola y el fin del Apartheid en África.

El continente africano quedó libre de armas nucleares. Cuba tuvo que enfrentar, por segunda vez, el riesgo de un ataque nuclear.

Las tropas internacionalistas cubanas se retiraron con honor de África. Sobrevino entonces el Periodo Especial en tiempo de paz, que ha durado ya más de 20 años sin levantar bandera blanca, algo que no hicimos ni haremos jamás.

Muchos amigos de Cuba conocen la ejemplar conducta de nuestro pueblo, y a ellos les explico mi posición esencial en breves palabras.

No confío en la política de Estados Unidos ni he intercambiado una palabra con ellos, sin que esto signifique, ni mucho menos, un rechazo a una solución pacífica de los conflictos o peligros de guerra. Defender la paz es un deber de todos. Cualquier solución pacífica y negociada a los problemas entre Estados Unidos y los pueblos o cualquier pueblo de América Latina, que no implique la fuerza o el empleo de la fuerza, deberá ser tratada de acuerdo a los principios y normas internacionales. Defenderemos siempre la cooperación y la amistad con todos los pueblos del mundo y entre ellos los de nuestros adversarios políticos. Es lo que estamos reclamando para todos.

El Presidente de Cuba ha dado los pasos pertinentes de acuerdo a sus prerrogativas y las facultades que le conceden la Asamblea Nacional y el Partido Comunista de Cuba.

Los graves peligros que amenazan hoy a la humanidad tendrían que ceder paso a normas que fuesen compatibles con la dignidad humana. De tales derechos no está excluido ningún país.

Con este espíritu he luchado y continuaré luchando hasta el último aliento.   

Fidel Castro Ruz

Enero 26 de 2015

lunes, 26 de enero de 2015

MARX Y LAS CIENCIAS SOCIALES. Atilio Boron, Miguel Vedda, Néstor Kohan.

La teoría crítica marxista frente al capitalismo del siglo XXI. La concepción materialista de la historia y la filosofía de la praxis frente al fetichismo y la fragmentación de los saberes oficiales. Presentación de la nueva cátedra "De la teoría social de Marx a la teoría crítica latinoamericana". Carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires (UBA). Programa de la materia en página web del CIPEC (Centro de Investigación en Pensamiento Crítico): www.cipec.nuevaradio.org




domingo, 25 de enero de 2015

Carta desde el bajomundo


Roberto Valencia
El Faro

Dicen que dos de cada tres salvadoreños abandonarían El Salvador si pudieran hacerlo. El dato impacta, pero no dejan de ser números, y nunca impactarán tanto como el testimonio descarnado de uno de esos migrantes en potencia que ‒asqueado de la corrupción, de las maras, de los salarios de hambre...‒ escribe una sentida carta en la que reclama a un periodista que, pudiendo irse, se ha quedado.

Lo importante aquí es la carta. Por eso solo escribiré dos párrafos al inicio y una breve reflexión al final. El primer párrafo es para explicar que la carta la escribió un joven salvadoreño que nació, se crió y vive en zonas controladas por mareros, en una cabecera departamental del interior que me pidió no mencionar. La pandilla primero lo quiso brincar, luego lo obligó a dejar su colonia, más luego asesinó a su prima... pero tanta hostilidad no frenó sus ganas de superarse y hoy estudia en una universidad mientras trabaja por un “salario de hambre” para costeársela. Las encuestadoras no suelen ir a colonias como la suya a preguntar, pero si la UCA le hubiera preguntado si desea irse a otro país, sin duda habría respondido que sí, como así respondió el 67% de los abordados para la encuesta presentada en diciembre pasado.

El segundo párrafo introductorio es para explicar que la carta no fue fruto de una arrebato, sino que me la envió después de hablar y chatear en incontables ocasiones durante meses. Como periodista me había interesado el caso de su prima, a quien conocí bien, y después de que la asesinaran platicamos mucho sobre ella. Había pues cierta confianza ya. Quizá por eso un día se animó a escribirme. “¿Qué hace usted en El Salvador?”, me preguntó-reclamó. Para jóvenes como él resulta inconcebible que, si alguien puede escapar de este país, no lo haga. Yo me siento salvadoreño después de más de trece años, con esposa e hijas salvadoreñas, pero nací y crecí en Europa, en el País Vasco. Y, en efecto, podríamos irnos del país cuando quisiéramos.

La carta:

Regáleme la oportunidad de ser hoy yo el preguntón .

Hasta ahora las palabras que hemos intercambiado han girado alrededor de la muerte de mi prima, pero desde que ella me había comentado sobre usted, se me despertó cierto interés, por lo cual me di a la tarea de buscar información general sobre su persona. Desde entonces he tenido una inquietud, no tanto por ser usted periodista y escribir sobre las maras, sino por ser usted español.

¿Qué hace usted en El Salvador? España es un país mejor en el sistema educativo, la sanidad, la economía... Un país que respeto independientemente de lo poco que sé sobre su historia y su cultura. El país de Mago de Oz y de Nach Scratch, dos de mis artistas favoritos. Y usted dejó todo aquello y vive desde hace más de diez años en un país convulsionado socialmente, con altos niveles de violencia, exagerados niveles de estrés psicosocial, innumerables psicopatologías sociales, un sistema judicial basura, unos policías y militares mierderos, una economía por los suelos, unos salarios de hambre, un país irrespetuoso de los derechos humanos, un sistema de educación mierda, un país de vendedores y compradores, consumistas todos hasta la verga, con más teléfonos móviles que habitantes, con los políticos más gilipollas, como dicen ustedes, el país de las maras, los del sueño dizque americano... En fin, como diría el cabrón de Roque Dalton, el país de los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo.

Seguramente para un periodista como usted haya mucho trabajo por hacer en este país; sin embargo, ni la persona más optimista y mejor preparada del mundo haría un cambio sustancial en la psiquis de un colectivo como la sociedad salvadoreña. Entonces, ¿qué hace usted arriesgando quizá hasta su propia vida y la de los suyos en un país como El Salvador? ¿Por qué ha permanecido durante tanto tiempo en una sociedad que no aporta nada a su salud mental? ¿Valdrá la pena el sacrificio a pesar de tener conocimiento de historias como la del periodista Poveda?

Disculpe sí le robo su tiempo con este discurso o si he mencionado cosas que posiblemente no sean las más interesantes o inteligentes. Es una curiosidad que he tenido desde hace un buen rato, sobre todo porque no logro entender el porqué. Como le mencione al inicio, mi sueño ‘ americano ’ siempre ha sido vivir en un país como España y poder alejar a mis padres, y a mi futura esposa y a mis hijos de sociedades como la salvadoreña.

Espero haberme dado a entender con mis comentarios que los hago con el mayor de los respetos, sin ningún interés o doble intención. Saludos.

A los pocos días de haber leído la carta, le respondí por teléfono. Solo se me ocurrió decirle una obviedad: que El Salvador en el que vivo yo es diferente a El Salvador en el que él vive. Que los dos son países violentos, pero solo en el suyo es una locura salir de casa cuando ha anochecido; solo en el suyo un padre no puede elegir la escuela a la que irán sus hijas porque queda en otra cancha; solo en el suyo se vive bajo la amenaza perpetua del ‘Ver, oír y callar’; solo en el suyo uno tiene que mentir sobre la colonia en la que vive cuando busca empleo; o solo en su El Salvador hay que cuidarse también al extremo de policías y soldados si se es joven.

Por eso a usted y a mí nos cuesta dimensionar esta carta, porque si nosotros podemos ir a cine, encargar una pizza o pagar internet domiciliar, aunque creamos que las deudas nos está ahogando, ya estamos por encima de lo que con cariño me gusta llamar el bajomundo, que es donde más se sufre y mejor se conocen las expresiones más dolorosas de la violencia.

Todo pasa, menos Chelino

 
Texto: Gabriel Labrador Foto: Luis Velásquez
El Faro 


Esta es la historia de un salvadoreño que ha superado con creces el promedio de vida en el país. Un hombre cuya vida arranca en la primera década del siglo pasado y que dibuja con anécdotas la vida en un rincón del occidente salvadoreño. Aunque su memoria centenaria ya sufre estragos, guarda con especial celo un capítulo de su vida: la masacre de campesinos e indígenas de 1932 a la que sobrevivió.

Sobrevivir, según la Real Academia de Española:

(Del lat. supervivĕre).

1. intr. Dicho de una persona: vivir después de la muerte de otra o después de un determinado suceso.

2. intr. Vivir con escasos medios o en condiciones adversas.

* * *

Marcelino Galicia bajo el dintel de su casa. Foto El Faro

Marcelino Galicia bajo el dintel de su casa. Foto El Faro

Este hombrecillo vive escondido en la miseria material, entre montañas, en una casita de adobes, sin comida, sin agua potable, sin electricidad, sin medicinas, sin compañía, sin una calle que lo lleve a casa o lo saque de ella... Es un anciano que enterró la vida en comunidad hace tiempo y que hoy pasa sus días entre riachuelos y maizales, alejado 10 kilómetros de la villa de Tacuba, Ahuachapán. Tampoco es un ermitaño, es solo que en realidad no existe. Una o dos veces al mes la gente lo verá bajar de la montaña con un sombrero de alas anchas. Pasará consulta gratuita con el médico parroquial, comprará tortillas, chiles, tomates, o una botella de gas para su lámpara. Lo verán avanzar apoyado en su bordón vetusto mientras más de algún tacubense juega al pulso con su edad: que 114, que 87, que seguro más de 100... Y a pesar de todo, este hombre de barbas ralas, botines de cuero raído, seguirá sin existir:

-Es que soy otra persona -confiesa su acertijo, con una voz cansada, de erres dormidas y eses pastosas.

El hombrecillo muestra una de sus pocas pertenencias, una de las más caras. La sustrae del fondo de una mochila entumecida, la desenvuelve de una maraña de plásticos, la saca de un pequeño y curtido estuche azul de la Fundación para la Tercera Edad, Fusate y la muestra por fin: es un dui. Es un documento de identidad que miente porque revela que este hombre encorvado, de quien cuelgan pellejos que evocan antiguos músculos, tiene otro nombre. Frente a ese dui, el Marcelino Galicia Fabián frente a nosotros queda anulado de pronto, resulta ser un invento.

-El dui me lo dieron el año pasado, dicen que me va a servir -comenta.

-¿Para qué?

-... Fíjese, eso es lo que yo no sé, no me han dicho.

El dui se lo confeccionaron en 2010 con una fecha de nacimiento que no era la suya, con el nombre de una madre que le era ajena, y con la información de una esposa a la que nunca siquiera tocó. El documento de respaldo era la fe de bautismo de un tal Marcelino García que nació hace 86 años, que fue asentado por una tal Tomasa García y que años después se casó con Amanda Josefina García. Marcelino niega a este otro Marcelino, y como no sabe leer, cuando escucha los nombres de sus supuestos familiares bosteza: calcula que a estas alturas toda esa es gente muerta, que él es un hombre solitario y viejo. Acaba de cumplir 104 años.

-Marcelino, ¿usted sabe quién es el presidente salvadoreño ahorita?

Calla largo rato, luego balbucea nada más que dudas:

-¿El presidente que no es... cómo es que... se llama... es, es...? -Y así pasa largo rato hasta que...- ¿Un tal Mauricio no es? Funes, ¿verdá? -responde Marcelino, complacido.

-¿Y de cuántos presidentes se acuerda?

Si su mente no fuera una amalgama de recuerdos desordenados, Marcelino podría nombrar a cada uno de los 32 gobernantes que han dirigido el país desde 1908. Pero el silencio sugiere otra cosa. Tras más de un minuto de lucha con sus recuerdos, Marcelino solo rememora el apellido del expresidente Napoleón Duarte, y el nombre de Fidel Sánchez Hernández, a quienes evoca por sus disposiciones sobre la agricultura salvadoreña. Marcelino no puede pensar su vida sin la tierra, los frutos que esta le ha dado... aunque también los sustos. Sobrevivió a siete terremotos en Ahuachapán durante el último siglo, a varias decenas de inundaciones y al menos a media docena de grandes deslizamientos. También burló la muerte cuando fue patrullero cantonal, cuando estuvo preso tras batirse a machetazos con un vecino que quería violar a su mamá, cuando estuvo enfermo y se curó solo gracias a las plantas medicinales. Sobrevivió al hambre cuando hubo sequías, y a la tristeza después que su esposa falleciera de un infarto y, mucho antes, cuando sus dos hijas murieron por enfermedades incomprensibles.

Hubo un día, hace casi 11 años, cuando alguien en el gobierno descubrió que los recuerdos de este campesino longevo valían oro y que podían reconstruir la historia de Tacuba por sí mismos. La entonces Concultura quiso enmendar el desamparo en el que había vivido siempre el empobrecido Marcelino y tuvo con él un asomo de cortesía. Y le extendió un diploma... un papel enmarcado en el que se le reconoce como "nahuablante y fiel guardián de tradiciones, costumbres y de nuestro idioma nacional el náhuat". Ese reconocimiento ahora luce marchito, cubierto de hongos, hollín y polvo, y pasa refundido sobre una tabla, en la oscura cabaña donde vive Marcelino, en medio de una montaña perdida de Tacuba, ajeno a lujos, enfermo de los riñones y con un cáncer de próstata que los médicos ya no quieren operar por miedo a dañar su fragilidad.

¿Qué podría cambiar de su vida un hombre que ya superó con creces el umbral en el que muere la mayoría de salvadoreños?

-¿Cambiar? ¿Para qué? -pregunta.

Marcelino sabe que en su boca y sus ideas hay algo que le parece atractivo a los investigadores e historiadores. Con el paso de los años, estudiantes locales y hasta gringos lo han buscado para escuchar sus historias. Los que se han dado a la tarea de recopilar piezas disgregadas de un mapa ancestral, como la fundación Acisam, en Tacuba, aseguran que "Chelino", como le llaman, es el máximo exponente indígena del lugar. Flor López, una treintañera rellena y entusiasta, es una de sus protectoras. Lo visita cada semana, le lleva alimentos, lo lleva a que pase consulta médica. Hace unas semanas, en la víspera de su cumpleaños que se celebra el 7 de febrero, Chelino sufrió una crisis que lo llevó hasta el hospital San Juan de Dios, de Ahuachapán. Muchos recordaron lo que el anciano ya ha repetido en varias ocasiones:

-Ya de estos 104 no creo que pase, ya no aguanto.

Lo mismo había dicho cuando tenía 103, que no pensaba que llegara a los 104.

Chelino ha permitido que la gente de Acisam produzca una película sobre él. Aún no la han terminado pero el guion habla de un abuelo y un niño que comparten historias del pasado de Tacuba. La cúspide llega cuando el anciano cuenta cómo sobrevivió a una masacre que hicieron los soldados contra los indígenas hace mucho, mucho tiempo...

-Es una historia la que están haciendo conmigo -dice Chelino, mientras suelta otro bostezo. Sus ojos se han empequeñecido y su voz se ha transformado en susurros o frases quejosas después de casi dos horas de plática. Necesita descansar antes de contar esa historia de la matanza.

-Vengan otro día, y platicamos -dice.

* * *

Nadie recomienda visitar a Chelino sin un guía. Hay que salir del casco urbano de Tacuba y tomar uno de los tantos caminos que conducen a las montañas que rodean la villa y en donde habita la gran mayoría de los 30 mil tacubenses. Esta calle es de arena arcillosa y en tiempos de lluvia se vuelve una mole de barro sobre la que avanzar requiere una habilidad especial. Y hoy está lloviendo. El avance es lento, las orillas de la calle son canaletas por donde baja el agua. A la izquierda, un barranco de fondo insondable y a la derecha, más montaña. Aparecen ríos, riachuelos y así, a lo largo de unos 10 kilómetros. Llega un punto en el que hay que abandonar el pick up y seguir a pie. El vehículo queda contiguo a la única tienda en muchos kilómetros a la redonda, y que no vende agua potable, solo Coca-Cola. Hay que tomar una vereda empinada hacia abajo y llena de peñascos. La casa de Chelino es la última en este pequeño camino y desde el otro lado de la hondonada se escucha el seseo de un riachuelo cercano y el trinar de una flauta de carrizo, el pito de los nahuapipiles. Ese es Chelino.

Dentro de la oscuridad de la cabaña -afuera el sol mañanero es abrasador- cuesta reconocerlo. Pero la voz suave de Chelino da la bienvenida.

-Buenos días les dé Dios. Pasen endelante.

La siguiente imagen reconocible es un Chelino batallando con el peso de un banquito de madera que jalonea para la comodidad de los visitantes.

Su cabaña es un espacio de 10x5 metros con paredes de adobe. Adentro solo hay una ventana que Chelino tapa con una lámina circular y que a la vez está sujeta con dos clavos. La puerta es de madera y Chelino acostumbra a asegurarla con un candado. Siempre que sale, Chelino amarra la llave a un cordón que cuelga de su cincho.

-Esta llave es de mi palacio- bromea este hombre lleno de mil arrugas y de un sentido del humor aparentemente infinito.

Su vida es tan frugal que objetos como esa llave siempre llaman la atención. Tiene otros objetos: un escapulario elaborado con cuentas rosadas de plástico, un par de anteojos oscuros que Chelino dice haberlos comprado en un día de mercado, no sabe dónde, no sabe cuándo...

Al nomás entrar a la vivienda, junto a la pared derecha hay una mesita donde Chelino guarda parte de sus alimentos, como el agua o los granos crudos. Sobre la pared descansan casi una decena de bordones que él se ha fabricado de madera. También cuelgan un par de sombreros. En el suelo hay canastos y restos de un pequeño fogón. En la esquina, un cúmulo de ollas y platos, y en el techo, atravesado entre las vigas del palacio, un rollo grueso y grande de piel de venado. Una gran cruz sobre una mesa, adornada con papel brillante rojo y azul y discos digitales, es lo más excéntrico en este cuarto.

-¿Qué tal, don Chelino?

-Ah, pues aquí... medio jodidos...

Chelino quizás se ha acostumbrado últimamente a las visitas de gente que quiere conocerlo. Su lucidez ya le hizo entender que aquello que aprendió de su abuela y de su mamá hace décadas ahora puede darle de comer porque es de los pocos que habla náhuat. A veces, la gente de Acisam lo llega a recoger y lo lleva al pueblo para algunas actividades culturales. Pero lejos de mostrarse como un cacique pipil, Chelino se mantiene reservado, imperceptible. Durante una reunión de pueblos originarios organizado por asociaciones salvadoreñas, Chelino permaneció sentado, distraído, ajeno a las acaloradas intervenciones sobre el respeto al derecho de las poblaciones que se consideran indígenas. Incluso se puso de pie, salió a tomar aire un rato, y esperó la hora de almuerzo.

Quizás por eso esta mañana Chelino habla del dolor en sus riñones o del fuego que dice sentir cuando hace pipí. Chelino habla de las últimas lluvias, o de su última visita al pueblo para comprar comida, o del riachuelo que pasa al lado de su casa donde se baña -no todos los días- y que le sirve para llenar sus botellas.

-Con que esté alentado para seguirla pasando... -dice.

Basta preguntarle si siempre fue tranquilo este municipio para que comience a hablar de algo que él llama "los tiempos del comunismo". De los soldados, de la represión a los campesinos, de su huida, del náhuat, de la muerte de algunos familiares...

-¿Cómo ha hecho para sobrevivir tanta tragedia? Usted ya ni recuerda las fechas de tanto desastre.

-Es que los que son como uno no pueden andarse fijando en ese detalle de lo que se va viviendo ni las fechas de las cosas que van pasando. Hay que agradecr lo que uno tiene.

El ser humano es así -o necesita ser así- cuando lo que se requiere es enfrentar la adversidad, sobrevivir. Y Marcelino sobrevivió. Es el sobreviviente.

* * *

Cruzar o morir fusilados. Los 10 o 15 campesinos llevaban una hora de caminata presurosa cuando se toparon con el río Paz. Alzaron a los niños por las muñecas y se adentraron en la corriente de agua. Iban con poco peso, apenas unas hamacas y harapos, huyendo sin saber exactamente de quién ni por qué. Chelino era uno de los esos, iba junto a su papá y a su abuelo. Atrás habían dejado el cantón San Juan, en Tacuba, que para entonces ya era una babel de casas incendiadas, soldados, guardias vociferantes y campesinos escurridizos. Corrían los últimos días de enero de 1932.

Algunas mujeres se habían quedado en el cantón, en medio del caos y del tronar de fusiles porque de alguna manera creían que la cacería no iba contra ellas. Quedaban encerradas en almacenes o en las casas donde trabajaban, encerradas junto a los ancianos, confiadas en que la muerte pasaría de largo como quien ignora una presencia inofensiva.

Chelino, su papá y su abuelo habían decidido huir al escuchar los alaridos de su padrino cuando este llegó al pueblo, montado sobre una mula que ni siquiera había logrado ensillar bien. “¡Mataron al capitán Rivas, mataron al capitán Rivas!”, llegó gritando el padrino, de nombre Óscar Martínez. Él había escapado en medio del relajo del casco urbano de Tacuba y montó como pudo su mula y partió hacia San Juan, el cantón, a alertar a sus familiares. Cuando llegó, llevaba los pantalones roídos y traía heridas y arañones en los brazos y piernas porque había avanzado a cambo traviesa para evitar los caminos públicos. La mamá de Chelino torteaba para la cena.

A esa hora, algunos cuarteles y guarniciones militares del occidente salvadoreño estaban siendo asaltados por campesinos con armas artesanales y unos cuantos fusiles. Las tiendas y almacenes de los pudientes estaban siendo saqueadas en señal revanchista, y en respuesta, los soldados del gobierno habían sido enviados a la zona para matar a todo campesino con aspecto indígena que se les cruzara.

Cuando Óscar Martínez, el padrino de Chelino, terminó de contar las desgracias que había visto en el casco, la gente de San Juan comprendió qué eran aquellas detonaciones que habían estado escuchando desde unas horas antes. En cualquier momento una patrulla de guardias o un pelotón de soldados podría aparecer.

El papá y el abuelo de Chelino dijeron que conocían gente del otro lado del Río Paz, en el valle El Colorado guatemalteco, y hacia ahí se escabulleron como las gallinas cuando hacen un nido en el monte. Caminaron con prisa entre peñas y cerros hasta desembocar en aquel río, amplio y rápido, y que cruzaron frunciendo las caras y con la rabia escondida.

Cuando dieron con las cuevas en la barranca de los Corteses ya era noche. Eran cuevas que algunas aves nocturnas ocupaban como guaridas. Apestaban. No eran más grandes que una casa y respirar adentro era para recibir un golpe de vapor feroz y pestilente. Dentro cabían pocas personas paradas, pero hincadas o sentadas llegaban a caber hasta 15.

Durante las primeras lunas, muchos no pegaron las pestañas porque creían que pronto los soldados los alcanzarían y los matarían ahí mismo, sin necesidad de llevarlos al pie de las ceibas como ya para entonces habían hecho con miles de campesinos. Tres días después del levantamiento del 22 de enero, el conteo oficial de "comunistas” era de 4,800 "comunistas aniquilados", según la correspondencia oficial.

Los habitantes del valle El Colorado, los guatemaltecos, se dieron cuenta del éxodo salvadoreño:

-¿Andan perdidos? ¿Han venido a pasear? –preguntaban.

-No –respondían Chelino y sus dos parientes-, hay una gran matazón de gente en El Salvador, una gran guerra, no podemos regresar.

-Vaya, quédense, ¿trajeron comida?

Los chapines del valle les enviaban comida, tortillas rellenas con frijol, grandes, que con los años terminaron siendo las pupusas, cuenta Chelino. Aquellos habitantes de El Colorado fueron personas hospitalarias, incluso los invitaban a abandonar las cuevas pues la humedad que había dentro de ellas era dañina para la salud y generaba más incomodidad. Pero los tacubenses no querían alejarse tanto de la frontera, porque confiaban en que pronto llegarían los emisarios anunciando la paz.

Pero la represión campesina duró hasta tres meses. Pasadas unas semanas, ya parecía seguro abandonar esas cuevas cercanas al río Paz. Así que los hombres armaron refugios con ramas de ojushte, un árbol con el que se acostumbraba a levantar cercos alrededor de los potreros, y cada día el miedo era menor, y mientras el sol no cayera, los hombres aprovechaban para meter mano en el río y sus afluentes. Fabricaban atarrayas y anzuelos y conseguían pescados, cangrejos y camarones que luego, bajo el camuflaje de la noche, tiraban a las brasas ya sin miedo a que el humo delatara su ubicación a los sanguinarios del otro lado de la frontera. Otros se mecían debajo de los palos en sus hamacas, mientras otros iban al río a bañarse o a pescar. A veces venían las mujeres del valle a cocinar, o a veces eran los hombres quienes iban al valle de El Colorado a buscar tortillas.

Chelino no recuerda cuánto tiempo pasó ahí. Algunas veces contó que habían sido dos semanas, pero otras veces dijo que había sido un mes.

* * *

La noche del viernes 22 de enero se reunieron miles de campesinos e indígenas en Tacuba, Teotepeque, Juayúa, Izalco y Nahuizalco, y se armaron con machetes, palos, piochas y algunas pistolas. Intentaron tomarse algunos puntos claves, carreteras, alcaldías o guarniciones militares aunque no con el éxito esperado. El objetivo era recuperar las tierras agrícolas a toda costa, y quitarle el poder a las familias cuya economía dependía del cultivo del café.

Aquellos eran tiempos en que ser revolucionario todavía tenía un aire soviético. Ni Cuba, ni su Fidel Castro, ni los sandinistas habían triunfado en sus revoluciones. Ni siquiera Vietnam. Pero para esos días, las plantaciones de café habían crecido tanto como el rencor de los trabajadores. Mientras en una sola plantación las ganancias podían llegar a casi medio millón de dólares, el pago al total de los trabajadores no pasaba de los 10 mil. Y todo empeoró con la crisis económica de 1929. Los salarios de una semana bajaran de seis colones a uno, y el desempleo aumentó 30%.

Al Partido Comunista de El Salvador (PCS) no le costó nada asumir las mismas banderas de lucha que los campesinos de occidente. Y se decidió más cuando los comicios de los días previos al 22 de enero fueron manipulados. Para colmo, tres líderes del partido habían sido detenidos por el gobierno de Maximiliano Hernández Martínez.

Pero para Chelino, aquel levantamiento fue un sinsentido, y fue lo que provocó que los soldados los ejecutaran. "Por eso del comunismo fue que se dio esa matazón, mataron a la pobre gente sin qué ni para qué". Aquellas noches de enero, la orden de los soldados era matar, fusilar, degollar y enterrar cuanto cuerpo cupiera en fosas comunes. Entre 5 mil y 30 mil campesinos fueron asesinados.

La masacre había sido ordenada por el presidente Hernández Martínez, un militar místico, disciplinado, frío y de ojos saltones. La orden la dio a través del Ministerio de Guerra comandado por el general José Tomás Calderón, abuelo de Armando Calderón Sol, quien en 1994 se convertiría en presidente de la República. Usaron fusiles “checos” que para entonces usaba la Guardia Nacional, una entidad auxiliar de la milicia, para exterminar lo que identificaron como una afrenta comunista. Calderón no escatimó recursos y al cabo de cuatro días de operaciones se dio el lujo de rechazar un buque cargado de infantería que ofreció Estados Unidos para que atracara en Acatjutla y ayudar a sofocar el levantamiento.

* * *


 

Tacuba es un municipio ahuachapaneco que besa Guatemala a través del Río Paz y que está incrustado en la cordillera costera. Hace siglos, a esta porción de tierra se le llamó Tacupán, que significa en náhuat "patio del campo de pelota". Los nahuas provenientes de lo que ahora es México habían llegado escapando del imperio tolteca alrededor del siglo 10 d.C. Desde entonces surgieron asentamientos como Yzcuintlán (Escuintla), Mictlán (Asunción Mita), e Ytzalco (Izalco) y, antes del siglo 13, Tacupán ya era un nutrido asentamiento nahuapipil que incluso fue escogido por los españoles como uno de los lugares donde definitivamente tenía que construirse una iglesia católica.

En los años de la conquista española, tanta era la población indígena en Tacupán que los españoles mandaron a levantar la iglesia de Santa María Magdalena para convertir a los infieles. Tacuba vive sumida en la pobreza, con 25 mil habitantes, la mayoría alejada en las montañas, donde según investigadores el ideario que generó la matanza no se ha perdido.

Después de la masacre, Hernández Martínez prohibió el náhuat porque era de la idea que la lengua podría servir para complotar contra el régimen en las propias narices de los efectivos de la Guardia. Sus creencias sobre las ciencias ocultas era tan fuertes como la creencia de que el comunismo acabaría con el país. Cuando fue interpelado por la prensa, Hernández Martínez dijo que en la matanza del 32 solamente el ejército había asesinado a 2 mil campesinos.

13 años después de haber comenzado su dictadura, Hernández Martínez dimitió bajo la presión de la huelga de los brazos caídos en 1944, a la edad de 62 años. El día que dimitió se despidió con la siguiente frase: "No creo en la historia porque la historia la hacen los hombres y cada hombre tiene su pasión favorable o desfavorable. Yo no creo más que en una cosa: en mi conciencia, y esa conciencia me dice que he cumplido con mi deber."

* * *

-¿Quiénes mataban, Chelino? ¿Eran los comunistas o los soldados?

-Siasaber, si ahí no me puedo explicar yo. Comunista le decían tal vez al que no hablara español o tenía talle de campesino. Todos parejito, al que agarraban lo mataban, y si no se dejaba, lo hacían pedazos. Por eso era mejor huir.

Mejor huir, dice, aunque hacerlo era difícil. Los dueños de grandes tiendas, colonos de fincas o mandadores de hacienda se convirtieron delatores y colaboraron con la masacre. Acompañaban a los pelotones para señalar con la mano y acusar a los vecinos de estar contagiados con el síndrome de la organización obrera y sindical.

-Ese indio es uno, ese que viene allá es otro. Y tal vez eran ricos que comían gracias al sudor de todos los campesinos del pueblo-, recuerda Chelino.

Los que eran señalados como revoltosos podían ser inocentes pueblerinos o también campesinos empapados de rebeldía que no se habían escondido de la mejor manera. Los detenidos eran amarrados y llevados en cuadrillas fúnebres y, en el caso de Tacuba, eran conducidos hasta una ceiba. Los colocaban frente a una zanja hasta que la ametralladora cumplía con su trabajo tartamudo.

Los hombres caían descuadernados, boquiabiertos, ojos en blanco, cabellos lodosos, descalzos, manos gruesas y pálidas, dentro de la fosa común que había sido abierta por soldados. Hubo cuerpos que quedaron a la intemperie, a merced de los cerdos y zopes. Y para mientras, había maridos escabulléndose por los montes, niños siendo garroteados y mujeres, cuyas trenzas y cabelleras eran cortadas por los soldados como trofeo.

* * *

Chelino regresó al casco de Tacuba solo después de varias semanas de pasar escondido en las cuevas de la quebrada Los Corteses, en Guatemala. Hasta allá llegó un enviado, un familiar del padrino de Chelino, para avisar que ya podían regresar a sus casas o lo que quedaba de ellas. Algunos campesinos habían logrado sobrevivir gracias a un salvoconducto extendido por la misma autoridad militar de la zona en la que constaba que no habían participado en el levantamiento. En otros casos, pese a la extensión del documento, los indígenas aparecían muertos o degollados.

Chelino recuerda que al regresar el pueblo daba asco. Había un mar de misas de novenario que se celebraban en grupos, en los zacatales o donde los cuerpos habían sido encontrados descomponiéndose. Los cadáveres hedían y esto terminó desatando una pequeña crisis económica hasta que el gobierno decidió recoger los cadáveres para que los ciudadanos volvieran a comprar animales de corral.

Chelino recuerda haber visto casas quemadas, cercos caídos, y horcones solitarios ensartados en el suelo. “Mmm, aquí vivía fulano, ve, cómo está, todo quemado. Aquí vivía tal otro…” A veces se veían los cuerpos carbonizados o tullidos en medio de las casuchas chamuscadas. Al pie de una de las ceibas, la sangre de las víctimas corría en un hilo sin fin.

Chelino perdió algunos familiares: cinco tíos, y numerosos primos. Recuerda el llanto de su padre, y mientras lo cuenta solo mira al suelo, y repite frases en un tono deprimido. Chelino dice que muchas mujeres quedaron solas; lloraban y se preguntaban entre sollozos cómo iban a hacer para comer. Muchas comenzaron a buscar posada casi inmediatamente, otras se preocupaban más por la comida.

* * *

Parece que un torbellino ha reordenado la mente de Chelino. Los recuerdos siguen ahí, intactos, y lo único que parece extraviado es el orden lógico entre ellos. Chelino es capaz de verbalizar sus recuerdos en detalladas anécdotas cuando está de ánimo. Cuando platicábamos, a veces se quedaba callado por uno o dos minutos. Cruzado de piernas, colocaba sus manos sobre la rodilla sobresaliente, bajaba su mentón y levantaba con suavidad el talón que tenía apoyado sobre el suelo de tierra. Cuando despertaba de su trance, levantaba la cabeza, y hablaba como si hubiera regresado de otro mundo: "Así que ya le digo..."

Y se soltaba en un laberito de múltiples entradas y salidas, y y volvíamos a presenciar el auténtico despotrique contra el olvido.

Nos contaba cuando su cuerpo era aún robusto y salía con sus chuchos, montado sobre su bestia, a cazar con un fusilito que había comprado y regresaba a los brazos de su esposa con la atarraya llena. Cuando se partía la espalda cargando sacos de café y trabajando para muchas familias terratenientes. Cuando su debilidad era el guaro y las pachas lo tumbaban por las noches, aun cuando gozaba la compañía de una de las tantas mujeres con las que se congraciaba gracias a sus secretos:

-El pisto y la fisonomía: ja, ja, ja. El pisto y la fisonomía era lo que me hacía valer a mí.

Chelino vivió en carne propia el acoso por hablar náhuat. Una vez acompañaba a su mamá y a su abuela en la plaza del pueblo, un día cualquiera, como parte de una costumbre de las familias originarias que los hacía congregarse en la plaza. Los guardias interrogaron a Chelino en la calle, como hacían con todos los que tenían apariencia indígena, y como respondió en náhuat, vinieron los golpes. "¿Qué decís, hijueputa?", y luego sonaron los culatazos de los fusiles que Chelino, más de 80 años después, solo emula con un sonoro "¡pooooom!"

El castellano se vendió como una ventana de oportunidad para miles de indígenas que se fueron ladinizando poco a poco. El gobierno envió profesores de español.

Por eso es que Chelino no sabe leer y si aprendió a hablar el español fue para sobrevivir. El náhuat cayó en desgracia, ni siquiera fue enseñado a las generaciones que nacieron después de la matanza porque solo había servido para marcar a las víctimas.

-Con el 32 se perdió todo, el refajo indígena, el náhuat, todo, todo... pero si no hubieran matado a toda esa gente, ahora sería un gentío más grosero el que hubiera.

Chelino nació entre las montañas de Tacuba, en la cumbre de El Edén. Se mudó con su familia a varios lugares de alrededor hasta que decidió casarse y emigrar para el cantón San Juan, donde la vida era más barata y la naturaleza proveía la madera para cocinar y los alimentos. Su esposa, Josefa García Turbín, le dio tres hijos, de los que solo sobrevive el primero, el varón del que hoy en día Chelino no sabe nada.

Chelino se metió a colaborar con la Guardia Nacional como patrullero, aunque no recuerda cuándo fue eso. Llegó a ser comandante local y recuerda que ponía en su sitio a los ladrones y sinvergüenzas.

-Eso sí, eso de matar yo nunca lo hice.

Chelino también aprendió a tocar el pito y el tambor. Había un tocayo suyo que era el encargado de las procesiones y rituales con la iglesia, y fue a él que le pidió, ya adulto, que le enseñara a tocar.

-A mí me gustó la bulla del tamborcito, y fui donde el señor que se llamaba igual que yo. Fuimos hablando, y me enseñó a hacer los carrizos, a pulirlos, a hacer los hoyitos con la medida del dedo.

La segunda vez que platicamos, Chelino también nos regaló un par de horas. Ejecutó varias melodías y sonidos con el pito y el tambor y cuando nos despedíamos, nos regaló un carrizo de los que acababa de elaborar. A cambio le ofrecimos unos dólares que al principio rechazó. Después, soltó un "que-diooos-se-lo-paaaague".

* * *

Hay personas en el pueblo que dicen que Chelino ha cambiado, que se le ve mal. Hace un año, dicen, se le veía más lúcido, muy fuerte, pero ahora, cuando camina, la cadencia de sus pasos que se arrastran reflejan un tono triste, un pesar. Chelino tiene una infección en los riñones que lo dobla a veces. La vez que compartió mesa con nosotros, le aquejaba un dolor en el ojo, lo tenía con una pequeña mancha de sangre.

-Tengo 103 año cumplidos, voy sobre cuatro ya, pero ya no aguanto estos años. Considero yo que ya no salgo -decía hace seis meses.

Como todo un hombre-icono, la salud de Chelino es un asunto de interés general. Cuando a mediados de 2010 corrió el rumor de que el anciano agonizaba, desde el pueblo organizaron pequeñas expediciones para verificar su situación. Entre aquellos grupos, la parroquia logró enviar hasta un sacerdote y mujeres rezadoras y así permitir que Chelino se confesara antes de marcharse. Tanto fue el barullo que un su hermano perdido, Federico Galicia, 35 años menor que él, olvidó los viejos rencores, los insultos que se habían dado con el mayor de sus hermanos y se animó a visitarlo. Y fue con esa visita, quién sabe por qué, si por vanidad o por orgullo, que Marcelino saltó diciendo:

-No, si todavía no me toca -les aclaró-. El día que me muera me ponés el tecomate por mis pies, para seguir tomando agua en la otra vida. Ja, ja, ja, ja...
Fuerza Histórica Latinoaméricana.

Fuerza Histórica Latinoamericana

Saludos y bienvenida:

Trovas del Trovador


Si se calla el cantor, calla la vida...inspirate,instruyete,organizate,lucha,rebelate.



Saludos y bienvenida:


Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.

Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.

Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...

A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.

Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...

Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?

Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.

No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.

Fraternalmente, Trovador


UN DÍA COMO HOY, 12 de febrero de 1973, los principales periódicos de El Salvador difundieron fotos de la muerte de los compañeros José Dima...