Saludos y bienvenida: Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida... Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos. Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos. Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más... A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado. Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia... Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos? Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista. No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente. Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo. Fraternalmente, Trovador

martes, 23 de febrero de 2016

Cuba cuenta con una modalidad universitaria que no tiene paralelo en el mundo (+ Video)


Frei Betto ofreció una amplia conferencia en el Congreso Universidad-2016. en la que se refirió a la formación humanista de los profesionales. Foto: José Raúl Concepción/Cubadebate.
 
 
Frei Betto


Frei Betto ofreció una amplia conferencia en el Congreso Universidad-2016. en la que se refirió a la formación humanista de los profesionales. Foto: José Raúl Concepción/Cubadebate.

En agosto de 1945, dos ciudades japonesas fueron barridas del mapa: Hiroshima y Nagasaki. Más de 200 mil personas, simples ciudadanos civiles, perdieron la vida al ser alcanzadas por las bombas atómicas lanzadas por aviones estadounidenses. Esos han sido, sin sombra de duda, los más graves atentados terroristas ocurridos en toda la historia de la humanidad.

Detrás de las mortíferas bombas había hombres graduados en las mejores universidades del mundo. Robert Oppenheimer, quien dirigió el Proyecto Manhattan, que culminó con la fabricación de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, era un físico teórico, graduado de la Universidad de Harvard en 1925. Tuvo varios hijos, y era conocido por su gentileza, su incapacidad de golpear a una mujer ni siquiera con una flor. Después de la catástrofe japonesa Oppenheimer sufrió una crisis de conciencia. Solía repetir una frase del Bhagavad-Gita, el libro de la espiritualidad hindú: “Me convertí en la muerte, destructora de mundos”. Más tarde se manifestó a favor de un mayor control sobre la proliferación de las armas nucleares, lo que le costó que lo acusaran de ser un espía de los soviéticos.

Edward Teller era colega de Oppenheimer en el Proyecto Manhattan. Nacido en Hungría de padre abogado y madre pianista, se graduó de ingeniero químico en Alemania. Fue profesor en las más prestigiosas universidades del mundo, como la de Londres y la de Berkeley, en California. Utilizó su inteligencia para inventar la bomba de hidrógeno, 750 veces más potente que la de Hiroshima. Fue él quien acusó a Oppenheimer de ser espía de los soviéticos. En la década de 1980 se destacó por ser el gran mentor del Programa de Defensa Estratégica, más conocido como “guerra de las galaxias”, patrocinado por el presidente Reagan. Su enajenación científica inspiró el filme Doctor Strangelove, dirigido por Stanley Kubrick en 1964.

Todos los científicos del Proyecto Manhattan tuvieron el respaldo de dos presidentes de los Estados Unidos: Franklin Delano Roosevelt y su sucesor, Harry S. Truman. Roosevelt ostentaba dos diplomas de Derecho, expedidos por las universidades de Harvard y Columbia. Truman, quien lo sucedió en abril de 1945, también había estudiado Derecho, pero no llegó a obtener el diploma.

Si Oppenheimer hubiera tenido, como Albert Einstein, una formación humanista basada sobre valores morales, ¿habría dirigido el Proyecto Manhattan? Si Edward Teller hubiera tenido una formación humanista fundada sobre la ética, ¿habría creado la bomba de hidrógeno? ¿Y Roosevelt y Truman habrían autorizado el Proyecto Manhattan y el genocidio nuclear en Hiroshima y Nagasaki?

No basta con una formación humanista. Heidegger tuvo una formación humanista y, sin embargo, apoyó el nazismo. Werner Heisenberg también recibió una formación humanista y, no obstante, colaboró con el proyecto atómico de la Alemania nazi. Una verdadera formación humanista supone encarnar valores como la solidaridad, la cooperación, la lucha por la justicia, la defensa de la dignidad de todos los seres humanos y la preservación ambiental.
 
Universidad y pluridiversidad
 
 
El intelectual argentino, Atilio Borón, presente en la conferencia de Betto. Foto: José Raúl Concepción/Cubadebate.

El intelectual argentino, Atilio Borón, presente en la conferencia de Betto. Foto: José Raúl Concepción/Cubadebate.

Las universidades nacieron a la sombra de la Iglesia como instituciones humanistas. Y toda universidad es, curiosamente, una multidiversidad, dado que reúne distintas disciplinas y métodos de aprendizaje. ¿Por qué, entonces, se les llama universidades y no pluridiversidades?

La realidad es que en el seno de una universidad, toda la diversidad de disciplinas, desde la Filosofía hasta la Medicina, sigue el mismo objetivo estratégico pedagógico: es una institución volcada a la formación de mano de obra calificada para el mercado, en el caso de las universidades capitalistas, o de profesionales en condiciones de responder a las demandas de la población, que debería ser el propósito de las universidades en los países socialistas.

Por eso resulta necesario que la universidad se someta siempre a un proceso permanente de autocrítica. Que se pregunte si es una isla del saber indiferente a las necesidades reales del país o una fábrica capaz de dotar a la nación de herramientas teóricas y prácticas para solucionar los problemas que la afectan.

Cuando Napoleón entró a Berlín en 1806, los prusianos tuvieron que abandonar sus posturas inflexibles y permitir que en los países de lengua alemana las universidades se liberaran de la tutela de la teología. Los pioneros de esa conquista emancipadora del saber fueron Johann Fichte, Christian Wolff e Immanuel Kant. Y gracias a la autonomía de la razón, las universidades alemanas nos dieron a Carlos Marx, Federico Engels, Max Planck, Max Weber, Sigmund Freud y Albert Einstein. La geología, la física y la química comenzaron a merecer la misma importancia que la filosofía, la historia y la sociología.

Los Estados Unidos copiaron el modelo alemán, sobre todo porque necesitaban profesionales calificados para ampliar su parque industrial. Se estableció un vínculo estrecho entre las empresas y las universidades. Yale concedió el primero título de doctorado en 1861, y en 1900 más de 300 alumnos ya ostentaban el título de doctores.

La universidad yanqui se transformó en una fábrica elitista de pragmatismo y liberalismo. Lo que le interesa, hasta el día de hoy, es el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Y el principio estratégico pedagógico que rige ese pragmatismo es obvio: fortalecer el mercado y la apropiación privada de la riqueza.

El fundador del pragmatismo estadounidense fue Charles Sanders Pierce, un filósofo destacado en la década de 1870. Pero le cupo a William James el mérito de popularizarlo gracias a la serie de conferencias que pronunció en Boston en 1907, con el título de “Pragmatismo: un nuevo nombre para viejas formas de pensar”. James enseñaba que un profesional no debe estar movido por principios, sino por hechos empíricos… ¡Aunque sus enseñanzas eran contradictorias, porque se basaban sobre un nuevo principio!

La tercera figura importante del pragmatismo yanqui es John Dewey, un catedrático de la Universidad de Chicago. Su lema era “Democracia (entiéndase, capitalismo), ciencia e industrialismo”.

En 1908, Harvard inauguró su Escuela Superior de Empresas de Graduados. O sea, una vía para formar mejor a los hombres de negocios. Los alumnos eran enviados a hacer pasantías en las empresas. Esa pedagogía desarrolló dos aspectos: les permitió a los alumnos vincular la teoría y la práctica y, a la vez, les propició a las empresas la posibilidad de perfeccionar la calidad de sus nóminas de profesionales.

El carácter de ese proyecto estratégico pedagógico de las universidades de los Estados Unidos ya estaba definido en las palabras de Marx y Engels en el Manifiesto comunista: “Todos los complejos y variados lazos que ataban al hombre feudal a sus ‘superiores naturales’, [la burguesía] los despedazó sin piedad y solo dejó subsistir, entre hombre y hombre, el lazo frío del interés, las duras exigencias del ‘pago a la vista’. Apagó los fervores sagrados del éxtasis religioso, del entusiasmo caballeresco, del sentimentalismo pequeño burgués, en las aguas heladas del cálculo egoísta. Hizo de la dignidad personal un simple valor de cambio. Sustituyó las numerosas libertades conquistadas con tanto esfuerzo por la única e implacable libertad del comercio”.

Como bien señala el educador y filósofo brasileño Maurício Abdalla, en nuestras universidades, lamentablemente, casi no hay espacio para la filosofía de las ciencias. Si bien se rechaza teóricamente el positivismo, en la práctica está vigente, aunque criticado por los cultivadores de la Nueva Filosofía de las Ciencias como Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend y Laudan. Muchos profesores universitarios, en especial de las áreas científicas y tecnológicas, permanecen ajenos a los debates epistemológicos, y son tributarios de una visión positivista ingenua de las ciencias. Creen que hay una ciencia neutra, exenta de influencias ideológicas y subjetividades, mero fruto de indagaciones e investigaciones desinteresadas, de observaciones empíricas ajenas a toda metafísica. El resultado de esa postura es que teorías científicas plagadas de subjetivismo y condicionamientos culturales son abrazadas como dogmas, sin conexión con la realidad cambiante y el proceso histórico dinámico.

Se crea así una escisión entre ciencias naturales y ciencias humanas, ética e investigación científica, lo que favorece aberraciones como la de querer impedir todo sistema axiológico en las investigaciones de la biogenética, o la de pregonar que los productos transgénicos en nada afectan el equilibrio ambiental y el organismo humano, o que el uso excesivo de combustibles fósiles no influye en el calentamiento global. Es la “cientocracia”, la dictadura de la ciencia, que debe decidir lo que comemos, de qué modo nos vestimos, qué tipo de sociedad es mejor, etc. Es el neoplatonismo posmoderno, que elige científicos-reyes en lugar de filósofos-reyes, como quería Platón.
 
Cooperación o competencia
 
 
Asisten unos tres mil participantes de 60 países. Foto: José Raúl Concepción/Cubadebate.


Si el capitalismo es un sistema monetario en el que los derechos humanos están sujetos a los caprichos del mercado, el socialismo es un sistema humanitario en el que los derechos humanos son la prioridad por excelencia. Es en el marco de esos parámetros que la universidad debe enrumbar su objetivo estratégico pedagógico en un país como Cuba. Impedir que la universidad sea una torre de marfil y crear vínculos efectivos entre alumnos y profesores y entre los diversos sectores de la nación, que reflejen las demandas más urgentes de la población. Buscar respuestas a las siguientes preguntas: ¿cómo se relaciona la universidad con los sindicatos, las cooperativas, los movimientos sociales, los nuevos emprendimientos? ¿Cómo se prepara la universidad para las reformas económicas y sociales que se llevan a cabo en Cuba, sobre todo teniendo en cuenta la inauguración del puerto de Mariel y la reanudación de las relaciones con los Estados Unidos?

Sin duda, Cuba cuenta con una modalidad de extensión universitaria que, por su alcance, no tiene paralelo en el mundo: la solidaridad internacional de sus profesionales, en especial sus médicos y maestros, presentes entre la población más pobre de más de 100 países. Ese internacionalismo logra su consistencia gracias al capital simbólico acumulado por la heroica historia de este país y enriquecido, de modo ejemplar, por la Revolución. Capital simbólico encarnado en la vida y el testimonio de hombres como Félix Varela, José Martí, Ernesto Che Guevara, Raúl y Fidel Castro.

Tanto en el mundo capitalista como en el socialista, las universidades transitaron del humanismo regado con agua bendita al racionalismo cientificista abrazado al mito positivista de la neutralidad de la ciencia. Pero la brújula de la ciencia es la ética, como bien demostró Aristóteles. Y la ética es el conjunto de valores que incorporamos para hacer más digno y feliz nuestro breve período de vida a bordo de esta nave espacial llamada Planeta Tierra. He ahí la cuestión central de un proyecto estratégico pedagógico verdaderamente revolucionario, capaz de superar las contradicciones de la razón instrumental, que en nombre de acelerados avances científicos y tecnológicos provoca la devastación ambiental, hasta el punto de que la naturaleza de nuestro planeta perderá su capacidad de autorregeneración, a menos que se produzca una intervención humana.

En tiempos de posmodernidad, que amenazan tener como paradigma no la religión del período medieval ni la razón del período moderno, sino el mercado, la mercantilización de todos los aspectos de la vida humana y la naturaleza, tan acertadamente denunciada por el papa Francisco en su encíclica socioambiental Laudato Si – sobre el cuidado de la casa común, la universidad se ve interpelada por una pregunta ontológica: ¿cómo lidiar con la experiencia subjetiva del mundo de sus profesores y alumnos? La experiencia subjetiva del mundo de cada ser humano es una cuestión que la ciencia jamás podrá resolver. Ni siquiera el lenguaje es capaz de traducirla, aunque haya formas de expresión que intentan aprender el alfabeto de los ángeles, como la filosofía, la religión y el arte. En una fase de transición civilizatoria, como la actual, precisamos de una nueva ontología ecosocialista.

Es ahí que se ubica el desafío ideológico para el proyecto estratégico pedagógico de la universidad en un país como Cuba. ¿Los profesionales que ella forma construyen una experiencia subjetiva del mundo centrada en valores ajenos a la universidad? ¿Esos valores están enraizados en la solidaridad, el altruismo, la cooperación, o en la ambición egocéntrica, el individualismo, la competitividad?

En un país como Cuba no es suficiente responder: ¡somos socialistas! ¡Somos marxistas! Basta repasar la historia para saber cuántas atrocidades se cometieron en nombre del marxismo y del socialismo, al igual que en nombre del cristianismo hubo Inquisición y se realizó la empresa colonialista genocida en la América Latina. Pero no hay que tirar al niño con el agua sucia. Tanto el cristianismo como el socialismo han escrito bellas páginas en la historia. Y los dos se nutren de la misma raíz: la ética bíblica, que proclama que todo ser humano está dotado de sacralidad ontológica y que el don de la vida nos fue dado para que podamos disfrutarlo en un paraíso aquí en la Tierra, a lo que el mensaje evangélico llama “reino de Dios” y el marxismo, sociedad comunista, en la que todo será común entre todos, se le dará a cada cual según sus necesidades y se exigirá de cada uno según su capacidad.

Ese humanismo debería ser la estrella polar de nuestras universidades, capaz de señalar el rumbo de todas las investigaciones científicas, los inventos tecnológicos, la formación de profesionales y de hombres y mujeres dedicados a la política y a la administración pública.

Termino con dos citas que reflejan bien lo que he pretendido decir aquí. La primera es del filósofo Gaston Bachelard, que instaba a los científicos a revelar el carácter humano de sus investigaciones. En su obra La filosofía del no (1978), señala: “Preguntémosles, pues, a los científicos: ¿cómo piensan, cuáles son sus intentos, sus ensayo, sus errores? ¿Cuáles son las motivaciones que los llevan a cambiar de opinión? ¿Por qué razón se expresan tan sucintamente cuando hablan de las condiciones psicológicas de una nueva investigación? Transmítannos, sobre todos, sus ideas vagas, sus contradicciones, sus ideas fijas, sus convicciones no confirmadas.”

La otra cita, con la cual termino, es del genio profético de Martí, quien en Nuestra América ya nos interpelaba en ese sentido:

“¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte de gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y cállese el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.”
 
 (Traducción de Esther Pérez)
 
 

¿Pedagogía progresista?

Manuel Navarrete


Las máscaras del pensamiento reaccionario en educación


I.

En el año 2005, el actor Samuel L. Jackson protagonizó la película Entrenador Carter. En ella se contaba la historia real de Ken Carter, que fue entrenador de baloncesto en la escuela pública de Richmond, un barrio marginal de San Francisco. Carter se había criado en el barrio y sabía que los jóvenes afroamericanos eran utilizados para potenciar el exitoso equipo de baloncesto del instituto, para luego ser abandonados a su suerte sin estudios ni preparación. Por ello, obligó a sus jugadores a alcanzar determinado promedio académico. Cuando no lo obtuvieron, cerró el gimnasio de Richmond, manteniéndose firme en su postura pese al acoso de la escuela, la prensa y los propios padres. Finalmente, esos jóvenes comenzaron a esforzarse en sus estudios para lograr que Carter reabriera el gimnasio. Muchos incluso fueron a la universidad.

Esta hermosa historia adquiere particular simbolismo y gran actualidad a la luz de los debates cruciales que en los últimos tiempos se vienen desarrollando en materia de educación. Y en los cuales nos está tocando ir a contracorriente. Y es que, a nuestro juicio, se está produciendo una terrible confusión entre la pedagogía presuntamente “progresista” en boga y la pedagogía auténticamente emancipadora que necesitamos. O entre lo que ese supuesto “progresismo” dice de sí mismo y lo que realmente enmascara.

Por desgracia, no solo la administración educativa sino también buena parte de la izquierda han asumido en su totalidad los tópicos que dimanan de esta visión autodenominadamente “progresista”. Los síntomas de la epidemia son claros: presiones de la administración y de la inspección para incrementar el número de aprobados, independientemente del nivel académico alcanzado. Alumnos “PIL” que superan curso “por imperativo legal”, aunque suspendan todas las materias. O todo ese entramado de artimañas, tretas, adaptaciones curriculares, programas especiales, recuperaciones regaladas y un largo etcétera, que lleva a que a un alumno no le merezca la pena estudiar ni esforzarse por nada. Todo ello culminado por una singular corriente que crece entre los padres y que se opone a que los niños dediquen un solo minuto de su tiempo a “hacer deberes” en casa.

En Andalucía, avaladas por la Junta, estas tendencias están llegando al paroxismo, por lo que no es de extrañar que, cada tres años, el Informe PISA le saque las vergüenzas a la educación andaluza. O que uno de cada cuatro alumnos andaluces de Bachillerato repita curso; diez puntos por encima de la media española.

II.

Eso sí, la visión de la educación que comentamos sabe venderse bien a sí misma: dice oponerse a toda “disciplina reaccionaria”, a toda regla que oprima “la libertad” del alumnado. Y –en lo siguiente de manera sincera– se opone a que los niños de entornos más desfavorecidos reciban grandes dosis de, por ejemplo, historia de la literatura, optando por limitar su formación al aprendizaje de algunas habilidades comunicativas básicas, “más útiles para ellos”. Ya se sabe: es lo único que necesitarán en “su” limitado mercado de trabajo como masa obrera.

Naturalmente, esto casa muy bien con determinadas aspiraciones seculares del liberalismo: tener una educación de primera para la élite y, por otro lado, una educación funcional para los “curritos” que, al fin y al cabo, están predestinados a dejar las horas de su vida sirviendo copas a turistas venidos del norte. Tal es el mundo real que se enmascara tras la apariencia “libertina” de los planteamientos pedagógicos actualmente de moda.

Por ello, en mitad de este panorama, nos toca defender otra visión de la educación: la educación como ascensor social (eso sí, no como ascensor individual, sino como ascensor colectivo, de la clase trabajadora). La educación como modo de que la gente de los barrios oprimidos vaya adquiriendo preparación, conciencia, poder. De que los camareros, las cajeras, los inmigrantes, los precarios adquieran herramientas para entender su realidad, a fin de transformarla. Y hay que decirlo sin el menor complejo: para ello, evidentemente, es necesaria una disciplina, unas reglas, unos límites en el aula. La alternativa es sencillamente renunciar a todo concepto de escuela, de formación.

Decía el revolucionario comunista Antonio Gramsci que la verdadera hegemonía se alcanza combinando la coerción y el consenso; no solo con coerción, ni solo con consenso. En el aula sucede lo mismo. El propósito es, naturalmente, una desconexión progresiva del alumnado, apoyada en su paulatina maduración; sobre todo desde los 16 años en adelante. Pero la situación de la que se parte con, por ejemplo, un alumno de 1º o 2º de ESO (con 11, 12, 13 años) no es esa. Un niño es un niño. Necesita ser, precisamente, educado (aunque el educador, naturalmente, también lo necesite).

III.

Recordemos, si nos obligan a ello, lo obvio: cuando nacemos, no conocemos nuestros límites. Creemos que el mundo está a nuestra disposición, que podemos tirarlo y romperlo todo libremente. Es necesario un largo proceso educativo para aprender a vivir en comunidad, a respetar -pongamos por caso- los turnos de palabra, a entender que tu libertad termina donde empieza la del otro. El verdadero ejercicio de la libertad exige condiciones; y no hablamos solo de una maduración previa, sino también de autonomía personal, de derechos sociales y de una educación. ¿De qué “libertad” hipócrita hablan, cuando si no obligáramos a los alumnos a ir a clase, decidirían quedarse en sus casas y habría que renunciar a esa conquista histórica de los trabajadores que fue la escolarización? No será la libertad la que capacite para la educación, sino la educación la que capacite para la libertad; o, más concretamente, para luchar por ella con mejores “armas de la crítica”. Pues, ya en el terreno social, podemos hacernos la misma pregunta: ¿qué “libertad” hipócrita es esa de la que“disfrutan” sus padres, en una familia de barrio humilde, si ni siquiera pueden elegir entre tener un trabajo o no tenerlo, entre tener un trabajo fijo o uno precario, entre sufrir pobreza energética o no sufrirla, entre tener derecho a la vivienda o ser desahuciados?

En todo caso, y volviendo al tema que nos ocupa, en pedagogía, como en todo, no valen de nada las teorías sin práctica, las meras frases. Tampoco los libros escritos por gentes que no han pisado jamás un aula, o que solo han trabajado en centros privados (sean estos de curas o “libertarios”), de esos en los que los críos vienen ya moldeados de casa y llevan en sus caras la eterna sonrisa que otorga el dinero. Solo sirven de algo las prácticas reales; y las prácticas solo son reales y transformadoras si se sumergen allá donde está el sujeto histórico destinado a liberarse, que no es en Paideia ni en Montessori, sino en los barrios populares y en la escuela pública. Si queremos que en dichos barrios se produzca una culturización y un fortalecimiento ideológico de la clase trabajadora, nos veremos obligados a no confundir una autoridad legítimamente constituida (y necesaria para desarrollar todo proceso formativo con niños, más aún en entornos difíciles) con esa suerte de “autoritarismo de clase” que es otra cosa y que, naturalmente, es el enemigo a batir.

Ese es el quid de la cuestión: distinguir la necesaria y positiva autoridad que alguien, por el hecho de ser una persona mayor y un formador, tiene sobre un niño de otra cosa muy diferente, como es la posición jerárquica y clasista que, efectiva y tristemente, muchos docentes reivindican con respecto a los alumnos, por el hecho de cobrar más dinero, vivir mejor o “tener más cultura”. El caso es que la clave del desenfoque está en confundir (a menudo de manera interesada y consciente) estas dos clases de autoridad. A quienes viven arriba no les parece un problema que se confunda la libertad (como algo a construir, a conquistar; como un proceso) con esa caricatura burda que hacen de ella. Al fin y al cabo, el fracaso de la escuela pública supone para ellos una fuente inagotable de trabajadores precarios, resignados y desarmados culturalmente.

IV.

Ahora bien, hay algo que sí está claro: dado que el proceso pedagógico exige una conexión, una solidaridad, una hermandad, hay que romper todo distanciamiento social entre el profesor y el alumno. Y no nos referimos solo a fórmulas ridículas como el “don”; vamos más allá. El pedagogo soviético Anton Makarenko dirigió una colonia de huérfanos tras la guerra civil rusa, como narra en su imprescindible obra Poema pedagógico. En su colonia, los jóvenes combinaban el trabajo manual con el intelectual. Makarenko era duro, creía en la disciplina; pero vivía en las mismas condiciones que sus alumnos. Estaban aún saliendo de dos cruentas guerras que causaron estragos y caos. Si ellos pasaban hambre, él también. Si ellos vestían en harapos, él también.

Un profesor debe tratar a sus alumnos como iguales socialmente. Debe saludarlos si los ve por la calle. Debe reírse si dicen algo gracioso. Debe vivir donde viven ellos, como viven ellos. Su ubicación jerárquica como líder, como referente, es necesaria; pero debe ser algo funcional, solo operativo en el aula y solo en función de los objetivos pedagógicos, de la defensa del derecho a la educación. Hay que defender el aprendizaje; defender a quienes atienden frente a los alumnos disruptivos, e incluso a dichos alumnos disruptivos frente a sí mismos, frente a esa parte de ellos que, por mil condicionantes, les empuja a una vida en los bajos fondos. ¿Cómo defender el derecho a la educación, en esas condiciones, sin una referencialidad, una autoridad legítimamente constituida, un liderazgo? ¿Realmente vamos a entregarle unos planteamientos que son ineludibles a la derecha? ¿Y qué hay de todos los jóvenes (especialmente chicas; chicas de clase trabajadora e incluso procedentes de sectores excluidos) que quieren aprovechar la escuela, formarse, estudiar duro, acceder a la cultura formal; y que para ello necesitan el acompañamiento del profesorado y el mínimo de silencio necesario para entender sus palabras? Más allá de las respuestas que demos a estos interrogantes, es claro que no molestamos a la oligarquía que gobierna si nos limitamos a enarbolar frases e ideas que sabemos inaplicables en el aula, en lugar de poner el foco en donde realmente está la clave para edificar una educación emancipadora: en la supresión de las barreras de clase entre docente y alumno.

Queremos ahondar en la idea de que la mencionada misión (en la que Rajoy y Sánchez sí que se dan la mano) de segregar dos rangos de educación (uno para “los elegidos” y otro para “los débiles”) es perfectamente funcional a determinada visión de la infancia, según la cual a los niños no se les debe exigir la menor responsabilidad ni el más mínimo esfuerzo. La idiotización de la juventud parte de este enfoque, para el cual es una exigencia inaceptable que un niño estudie dos horas en casa (completando, junto a las seis horas de instituto, ocho horas de “trabajo”, junto a las ocho de ocio y las ocho de sueño). Eso sí, no hay el menor problema en que el niño pase ocho horas diarias frente a la Play Station 3, o en que tenga móvil y tarifa de datos pagados por sus padres aunque suspenda todas las asignaturas, o en que haga media vida en la calle y coquetee con las drogas. Al poder económico nunca le estorbó lo más mínimo que la juventud de los barrios se echara a perder, en lugar de organizarse y reivindicar otra posición en la sociedad (o, mejor aún, una sociedad sin “posiciones” jerárquicas).

[A modo de inciso, añadiremos un último detalle, políticamente incorrecto. A mucha “izquierda liberal” escandalizará también, faltaría más, que algunos docentes, desde posiciones revolucionarias y desacomplejadas, reivindiquemos el uso del uniforme. Por lo visto, para muchos la diversidad y la libertad se manifiestan en la ropa que vistas, y tu personalidad (ya lo dice la tele) depende de la marca que uses... o puedas permitirte usar. No les preocupa tanto la “guerra entre pobres” que se produce cuando los jóvenes compiten entre ellos por ver quién lleva la ropa más de moda, más de marca o más cara. Nosotros disentimos de ello, pues forma parte, en realidad, del desenfoque del que estamos hablando. Ojalá algún día convirtamos la escuela en un espacio liberado de la tiranía que las marcas ejercen sobre la juventud; en un oasis donde la personalidad pueda construirse de un modo mucho más auténtico, sin depender de esos trapos, por cierto, fabricados en demasiados casos por otro niño, pero en países saqueados por las empresas multinacionales del norte.]

V.

Aclaremos, para ir concluyendo, que desde aquí no reivindicamos la idea proudhoniana de que la educación lo es todo. Reivindicamos que la educación es, en el mejor de los casos, una base; pero nada más que eso. La revolución la harán los oprimidos, cuando logren organizarse; y la harán sin llamar a la puerta. Lo que no hay que olvidar es que aquellos llamados a protagonizar la revolución no son esos intelectuales universitarios e ilustrados que se centran en lo electoral y en “quedar bien” en televisión. Son, por el contrario, esos alumnos disruptivos, marginales, frecuentemente expulsados de los institutos de los barrios obreros. Precisamente porque son los que menos tienen que perder. De modo que, con ellos, hay que desarrollar multitud de estrategias creativas, tanto en el barrio (fomentando el deporte, el baile u otras actividades que los alejen de esa gran enemiga de la juventud obrera que es la droga) como en el aula (empleando el hip hop, el flamenco, la música). Nada más sano, sin irnos más lejos, que un profesor jugando al fútbol con sus alumnos, o que un alumno rapeando en clase versos de Rubén Darío. Hablamos de experiencias no solo posibles, sino reales.

Siguiendo con este último ejemplo, muchos dirán que disfrutar de los clásicos de la literatura nada tiene que ver con la revolución. No han entendido nada. Está en la historia de nuestro movimiento la creación de universidades obreras como la de Georges Politzer, pues, obviamente, todo incremento del nivel cultural de la clase obrera es emancipador, le ayuda a tener herramientas con las que interpretar lo que le sucede y construir soluciones. ¿No es evidente que el antiquísimo anhelo de reservar la cultura para una élite se está camuflando con argumentos procedentes del populismo más burdo? Bien lo expresó Marx, a modo de lapidaria sentencia, en ese episodio que le llevó a la ruptura con el sastre Weitling. Sucedió en una reunión. Marx planteaba que agitar a la población sin proporcionarle “ninguna base sólida para la acción” equivalía al juego vacío y deshonesto de los predicadores. Cuando Weitling defendió el método de los predicadores frente a los “análisis de gabinete” de Marx, este, iracundo, golpeó furiosamente la mesa haciendo caer la lámpara, se puso en pie y gritó: “¡La ignorancia jamás ha ayudado a nadie!”.
Fuerza Histórica Latinoaméricana.

Fuerza Histórica Latinoamericana

Saludos y bienvenida:

Trovas del Trovador


Si se calla el cantor, calla la vida...inspirate,instruyete,organizate,lucha,rebelate.



Saludos y bienvenida:


Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.

Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.

Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...

A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.

Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...

Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?

Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.

No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.

Fraternalmente, Trovador


UN DÍA COMO HOY, 12 de febrero de 1973, los principales periódicos de El Salvador difundieron fotos de la muerte de los compañeros José Dima...