RETRATO DE LA MAFIA MEXICANA MÁS TEMIDA
Los Zetas, autores de la matanza de emigrantes, son el cártel más poderoso y cruel de México
Su origen fue un grupo militar de élite que cambió de bando
TONI CANO
MÉXICO
MÉXICO
El teléfono móvil de oro de Daniel Pérez, el Cachetes, no brilla más en el museo del narcotráfico de la ciudad de México que los ojos de Rebeca cuando recuerda cómo «los hombres de negro» acribillaron en la cama a su marido en el pueblo tranquilo de Veracruz. Entonces, hace menos de tres años, mataron a los cuatro camellos locales, secuestraron a varios empresarios e hicieron huir a las autoridades. «Llegaron Los Zetas», se murmuró. Y como en otros 20 estados, dos tercios del país, ahora se dice: «Esto es de Los Zetas».
El que fue llamado «ejército del narco» es el grupo más poderoso, además del más despiadado, de México. Tuvo que hallarse a 72 emigrantes al sur asesinados en un rancho de Tamaulipas para que las miradas se giraran espeluznadas hacia el que los analistas ya definían como «el grupo más peligroso y organizado del país». Como otros cárteles que incluso se han aliado para luchar contra Los Zetas, muchos mexicanos simplemente dicen: «No tienen madre».
La madre fue la funesta Escuela de las Américas, en la que EEUU entrenó en lucha antiguerrilla a los mejores militares latinoamericanos para «ayudar a democratizar la zona». Y el padre, un Gobierno decidido a crear un destacamento militar realmente efectivo, frente al levantamiento de los zapatistas de Chiapas en 1994. Se llamó GAFE (Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales), como una premonición.
Los zapatistas enterraron sus fusiles de palo y el grupo se reconvirtió, de nuevo en EEUU, para la lucha antinarcóticos. Osiel Cárdenas, capo del cártel del Golfo, habló con los militares en 1997 y les mostró que, del lado enemigo, hasta los grifos, los fusiles de asalto y los teléfonos celulares son de oro. Un cañonazo de dólares bastó para convertirle en el padrino de un Frankenstein insaciable que, por encima de las viejas normas mafiosas, iba a extender su nueva ley por el país.
El primer Z-1 fue Arturo Guzmán, entrenado por militares israelís, que formó un grupo de élite con 30 gafes y 12 escogidos especialistas de otros cuerpos del Ejército mexicano. Murió en un tiroteo en noviembre del 2002. Pero tomó el mando el expolicía Heriberto Lazcano, el Lazca o Verdugo, igual que nuevos zetas engrosaban el grupo, bajo una organización paramilitar y esas claves de zeta y un número tomadas de la policía. Con la que coqueteaban, como confesaron varios desertores del grupo, testigos protegidos: «Basta decir 'soy un zeta 35' y el nombre del jefe».
Osiel Cárdenas fue capturado en el 2003 y el nuevo capo del cártel del Golfo, Eduardo Costilla, el Coss, trató de fumar la pipa de la paz con los jefes del cártel de Sinaloa. Los Zetas fueron conformando su propia estructura criminal, diversificaron los negocios, se hicieron con territorios. A ellos les convenía más la violencia, que estalló en toda su magnitud en diciembre del 2006, cuando el presidente, Felipe Calderón, declaró la guerra a los cárteles.
«Nos han matado a todos»
Los Zetas entraron a sangre y fuego en la ruta de la cocaína, al tiempo que se hacían con todas las demás actividades delictivas, entre ellas el tráfico de personas. Una nimiedad para gente capaz de enfrentarse a dos cárteles y el Ejército en la «conquista de la plaza de Torreón, Cohauila», como recuerda otro testigo protegido. Secuestraron a cuatro capitanes, «los hicieron cachitos y los aventaron cuando pasaba un convoy militar».
«Eso fue espantoso», reconoce el pulcro exmilitar, expolicía y exsicario. Y complica la cifra de más de 28.000 muertos en este tiempo de narcoguerra al confirmar que a las víctimas «las cocinan en bidones de gasoil que se perforan a tiros». Ese era el destino de los 72 emigrantes en el rancho de Tamaulipas. «No era la hora» de Rebeca. Pero con los ojos brillantes sigue diciendo: «Pensé que también me estaban matando a mí. De alguna manera nos han matado a todos».
http://www.elperiodico.com/es/
El que fue llamado «ejército del narco» es el grupo más poderoso, además del más despiadado, de México. Tuvo que hallarse a 72 emigrantes al sur asesinados en un rancho de Tamaulipas para que las miradas se giraran espeluznadas hacia el que los analistas ya definían como «el grupo más peligroso y organizado del país». Como otros cárteles que incluso se han aliado para luchar contra Los Zetas, muchos mexicanos simplemente dicen: «No tienen madre».
La madre fue la funesta Escuela de las Américas, en la que EEUU entrenó en lucha antiguerrilla a los mejores militares latinoamericanos para «ayudar a democratizar la zona». Y el padre, un Gobierno decidido a crear un destacamento militar realmente efectivo, frente al levantamiento de los zapatistas de Chiapas en 1994. Se llamó GAFE (Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales), como una premonición.
Los zapatistas enterraron sus fusiles de palo y el grupo se reconvirtió, de nuevo en EEUU, para la lucha antinarcóticos. Osiel Cárdenas, capo del cártel del Golfo, habló con los militares en 1997 y les mostró que, del lado enemigo, hasta los grifos, los fusiles de asalto y los teléfonos celulares son de oro. Un cañonazo de dólares bastó para convertirle en el padrino de un Frankenstein insaciable que, por encima de las viejas normas mafiosas, iba a extender su nueva ley por el país.
El primer Z-1 fue Arturo Guzmán, entrenado por militares israelís, que formó un grupo de élite con 30 gafes y 12 escogidos especialistas de otros cuerpos del Ejército mexicano. Murió en un tiroteo en noviembre del 2002. Pero tomó el mando el expolicía Heriberto Lazcano, el Lazca o Verdugo, igual que nuevos zetas engrosaban el grupo, bajo una organización paramilitar y esas claves de zeta y un número tomadas de la policía. Con la que coqueteaban, como confesaron varios desertores del grupo, testigos protegidos: «Basta decir 'soy un zeta 35' y el nombre del jefe».
Osiel Cárdenas fue capturado en el 2003 y el nuevo capo del cártel del Golfo, Eduardo Costilla, el Coss, trató de fumar la pipa de la paz con los jefes del cártel de Sinaloa. Los Zetas fueron conformando su propia estructura criminal, diversificaron los negocios, se hicieron con territorios. A ellos les convenía más la violencia, que estalló en toda su magnitud en diciembre del 2006, cuando el presidente, Felipe Calderón, declaró la guerra a los cárteles.
«Nos han matado a todos»
Los Zetas entraron a sangre y fuego en la ruta de la cocaína, al tiempo que se hacían con todas las demás actividades delictivas, entre ellas el tráfico de personas. Una nimiedad para gente capaz de enfrentarse a dos cárteles y el Ejército en la «conquista de la plaza de Torreón, Cohauila», como recuerda otro testigo protegido. Secuestraron a cuatro capitanes, «los hicieron cachitos y los aventaron cuando pasaba un convoy militar».
«Eso fue espantoso», reconoce el pulcro exmilitar, expolicía y exsicario. Y complica la cifra de más de 28.000 muertos en este tiempo de narcoguerra al confirmar que a las víctimas «las cocinan en bidones de gasoil que se perforan a tiros». Ese era el destino de los 72 emigrantes en el rancho de Tamaulipas. «No era la hora» de Rebeca. Pero con los ojos brillantes sigue diciendo: «Pensé que también me estaban matando a mí. De alguna manera nos han matado a todos».
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