Introducción:
Por Fidel Castro Ruz
Este libro narra la forma en que el enemigo fue totalmente derrotado por el Ejército Rebelde, tras los últimos combates librados en la Batalla de Las Mercedes, que concluyó el 6 de agosto de 1958.
Entre esa fecha y el 1ro. de enero de 1959 transcurrieron cuatro meses y 25 días.
Las Fuerzas Armadas de Cuba eran sobradamente poderosas. Parecían instituciones imposibles de retar en el terreno militar por parte de civiles desarmados, sin conocimientos ni entrenamiento alguno en ese terreno. Fueron creadas y equipadas por Estados Unidos desde la ocupación de nuestra patria en 1898, con el pretexto de que España había hecho estallar el acorazado Maine en el puerto de La Habana, el 15 de febrero de 1898. Desde el 6 de agosto de 1958, en que finalizó aquella batalla, hasta el 1ro. de enero de 1959, cuando penetramos en Santiago de Cuba, en la provincia de Oriente, y terminaron los combates el día 3 de ese mes y año, las 100 000 armas y todos los medios terrestres, aéreos y navales, con que contaba aquella espuria fuerza, quedaron bajo el control total del Ejército Rebelde.
La enorme diferencia entre ambas partes contendientes creó la necesidad de moverse y combatir sin tregua ni descanso durante esos 147 días.
No intentaré narrar cada acontecimiento día por día, porque no terminaría en muchos meses. Hablaré únicamente de aquellos en los que participé, aunque solo los suficientes para explicar el contenido de este libro: La contraofensiva estratégica.
De nuevo se repitió la misma historia, me quedé sin jefes, todos marcharon con las viejas y nuevas columnas bajo sus mandos, reforzadas con más de 500 armas ocupadas, incluso, la ametralladora 50 con el valiente capitán Braulio Curuneaux* y su escuadra, que tan brillantes páginas escribió en las batallas del Primer Frente de la Sierra Maestra.
Partí el día 11 de noviembre de 1958 (mapa p. 548) con 30 hombres bajo el mando del teniente Orlando Rodríguez Puertas, seguido por aproximadamente 1 000 reclutas desarmados de la escuela de Minas de Frío en mi retaguardia, los que en 41 días, descontando algunas decenas de bajas en combate, fueron armados.
No tenía Estado Mayor ni contaba con jefes para las nuevas columnas, no disponía de ellos para crearlo. Yo mismo tenía que hacer ese papel, desde dictar instrucciones pertinentes a numerosas columnas, hasta asignar armas y recursos materiales o financieros a las tropas e, incluso, a determinadas personas por motivos justificados.
Los días restantes del mes de agosto y todo septiembre los dediqué casi por completo a esas tareas. Me ocupaba igualmente de la dirección del Movimiento 26 de Julio.
En la primera quincena de octubre dediqué parte del tiempo a los asuntos civiles, incluidos en la Administración Civil del Territorio Libre (ACTL), entre ellos, asuntos como los impuestos al arroz y al ganado. También dediqué horas a escribir mensajes a los comandantes Delio Gómez Ochoa, Eddy Suñol, Juan Almeida, por el orden en que fueron remitidos; y al doctor Luis Buch, que residía en Caracas y desempeñaba una misión importante. Algunas de estas comunicaciones estaban redactadas en una clave que ni yo mismo puedo descifrar ahora. Atendía los ascensos militares y la asignación de territorios de acuerdo con las situaciones cambiantes de la guerra.
La farsa electoral del 3 de noviembre de ese año ocupó de forma particular mi atención, por cuanto se trataba de una gran batalla política en que mediríamos fuerzas con la tiranía. Recordaba mucho las últimas elecciones que habían tenido lugar en noviembre de 1954, cuando estábamos en prisión, lo cual constituyó otra vez un severo y humillante golpe al pueblo por parte de la dictadura, en complicidad con la vieja politiquería, representada en esta ocasión por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) del doctor Ramón Grau San Martín. Poco tiempo después de la derrota batistiana, en diciembre de 1958, nadie más se acordó de ellos. Las nuevas generaciones no han oído mencionar nunca sus nombres.
En esas actividades transcurrieron los meses entre el final de la ofensiva de verano y la victoria del 1ro. de Enero de 1959.
En lo referido a la esfera militar, con el pequeño grupo que quedó a mi lado, como rutina, hostigábamos y realizábamos algunos ataques contra un batallón enemigo atrincherado tras los muros de una elevada muralla de tierra, erigida en torno a esa fuerza, con nido de ametralladoras instaladas en las partes altas que batían los alrededores del cerro, en las proximidades del Central Estrada Palma. Conservábamos todavía la 50 de Curuneaux y su dotación. Algunos choques fueron fuertes. La avioneta siempre nos asedió, aún en la madrugada, a veces con luna muy clara. Usábamos también un mortero 81 con escasos proyectiles, sin impulsores adicionales y muy poca puntería.
Solo un episodio de gran trascendencia tuvo lugar en octubre, antes de mi partida de la Comandancia de La Plata: el grave error del jefe de la Columna 11 de Camagüey, que costó severas y dolorosas bajas.
Considero suficientes estas líneas para iniciar de inmediato la narración.
*Aunque los medios de prensa y algunos libros han escrito Coroneaux, el apellido que consta en su firma y en el acta de nacimiento es Curuneaux (n. del e.).
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