Un criadero de mosquitos ha sido el pretexto ideal para que los gobiernos de Nicaragua y Costa Rica distraigan la atención de los principales problemas que aquejan a nuestros pueblos.
Giovanni Beluche V. | Centroamérica |
14 de noviembre de 2010.
Discursos
xenofóbicos emitidos en los dos países atizan peligrosamente
sentimientos de odio, que sólo dolor y luto podrían causar a tanta gente
humilde. Ojalá la sensatez impere en los gobernantes de Costa Rica y
Nicaragua, para que este diferendo se resuelva de manera pacífica. En
vez de alentar un falso nacionalismo, deberíamos aprender un poco de
nuestra historia centroamericana.
El 14 de
setiembre de 1856, un puñado de 180 heroicos nicaragüenses derrotaron,
en batalla desigual, a los mercenarios de William Walker en la
inolvidable batalla de San Jacinto, a unos 32 kilómetros al norte de
Managua. Los filibusteros habían llegado a Nicaragua tras el pacto
firmado en 1854 por el entonces mandatario provisional Francisco
Castellón, quien acordó con el gringo Byron Cole la llegada de 200
mercenarios denominados la Falange Democrática, para que le ayudaran a
los democráticos (liberales) a derrotar al ejército de los legitimistas
(conservadores), en el marco de la guerra civil que se libraba en el
vecino país. Como pago el gobierno entregó tierras a Cole.
Arbitrariamente
Cole traspasó el contrato a Walker, quien tomó Granada en octubre de
1855, para después convocar a unas elecciones amañadas, en las que se
proclamó nada menos que presidente de Nicaragua en julio de 1856, con la
ambición de anexar a Centroamérica a los estados del sur de Estados
Unidos. El pueblo nicaragüense, nada dispuesto a dejarse esclavizar por
estos invasores, se levantó en armas junto con sus hermanos
centroamericanos. Del lado de Costa Rica, el presidente Juan Rafael Mora
organizó un ejército que asestó golpes contundentes a los filibusteros,
en la batalla de Santa Rosa, en el río San Juan y en la propia Rivas
(quema del arsenal de los filibusteros). La derrota y posterior
fusilamiento de Walker en Honduras el 12 de setiembre de 1860, marcó el
final de esta amenaza contra la libre determinación de los pueblos
centroamericanos.
Llama la atención que la
historia oficial en cada país da cuenta de las acciones heroicas de sus
pueblos en la gesta contra los filibusteros, pero se esmera en
desconocer que la victoria fue posible por la intervención decisiva y
unitaria de los pueblos de El Salvador, Guatemala, Honduras, expresado
en el Tratado de Alianza firmado el 8 de julio de 1856 y Costa Rica que
por la epidemia del cólera no pudo asistir pero mantuvo su participación
en la causa. La batalla de San Jacinto (Nicaragua), la batalla de Santa
Rosa (Costa Rica) y la captura y fusilamiento de Walker en Trujillo
(Honduras), fueron determinantes para la historia de Centroamérica.
Han
pasado 154 años y los filibusteros nos siguen llegando, ahora ataviados
con el ropaje de grandes corporaciones que empobrecen a nuestros
campesinos y trabajadores. Como Francisco Castellón en su momento,
nuestros gobernantes les abren las puertas y les regalan nuestros más
preciados recursos estratégicos. Sus naves de guerra entran so pretexto
de la lucha contra el narcotráfico, escondiendo sus verdaderos
propósitos de utilizar nuestras tierras para sus proyectos belicistas
del Plan Colombia.
Pero la respuesta de
nuestros gobernantes al ultraje transnacional en nada se parece a las
epopeyas de la lucha contra los filibusteros. Contrario a esa historia,
en las últimas semanas se ha desatado una verborrea “nacionalista”
sumamente peligrosa a ambos lados del río San Juan. Son ridículas las
poses patrioteras de quienes no hace mucho entregaron los intereses
estratégicos de Costa Rica y Nicaragua, a las angurrientas
transnacionales norteamericanas mediante un TLC a todas luces anti
patria. Más risibles son sus discursos sobre las motivaciones
ambientales de la “cruzada patriótica”, de parte de quienes declararon
de interés nacional la explotación de una mina de oro a cielo abierto
cerca de la zona fronteriza, cuyos daños ambientales están harto
demostrados.
Nuestros gobernantes se levantan
cada día pensando en cómo favorecer más los beneficios mercantiles de
sus socios extranjeros y ahora nos hablan de patria e intereses
nacionales. Los mismos políticos que no hacen nada cuando un hotel
extranjero le cierra el acceso a las comunidades a una playa
privatizada; los que se hacen de la vista gorda con el crimen ambiental
que se está cometiendo en muchas áreas protegidas; acaso se nos olvida
que hace pocos meses sacaron por la fuerza a un grupo de indígenas que
solicitaban a la Asamblea Legislativa que se discuta un proyecto de ley
sobre la autonomía de sus territorios.
Con sus
arengas patrioteras ambos gobiernos están sembrando el odio entre dos
pueblos que tienen una larga tradición e historia común. En vez de
pelearse demagógicamente por un criadero de mosquitos, deberían imitar
las gestas de nuestros próceres. Aprender de nuestra propia historia,
unirnos como hermanos centroamericanos y juntos reivindicar un proyecto
regional en donde la economía esté al servicio de la gente y no la gente
al servicio de la economía. Donde el río San Juan genere calidad de
vida para las empobrecidas y olvidadas comunidades de los dos lados de
la frontera.
Ambos gobiernos bien harían en
dedicarse a resolver los asfixiantes e innumerables problemas que sufren
nuestros pueblos, la pobreza, la inequidad, la exclusión social, los
deteriorados servicios de salud, los bajos salarios, la delincuencia, la
falta de carreteras, la educación pública, la falta de crédito para la
pequeña producción, tantas carencias que golpean a la gente buena y
humilde a uno y otro lado del río San Juan.
¡Otra Centroamérica es posible!
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