
Antonio Peredo Leigue
Como
es lógico suponer, esas desigualdades se han hecho más escandalosas con
el tiempo. A mediados del siglo diecinueve, las crisis alcanzaban un
mercado más o menos nacional. Las fortunas tenían esa influencia. Hoy,
es distinto: en 1928, al iniciarse la gran depresión que alcanzó a dar
la vuelta al mundo, el 1% más rico de Estados Unidos, acaparaba más del
23 por ciento de la riqueza nacional. Tardaron entre 4 y 6 años en
recuperarse, mientras las colas de desempleados esperaban pacientemente a
que, alguna entidad caritativa, les alcanzase un plato de sopa mal
hervida. El 2007 pasado, ese 1% más rico, volvió a tener 23 por ciento
de la riqueza. ¡Cómo no aprenden sus propias lecciones! Porque, para
llegar a una conclusión racional, ni siquiera se precisa leer a Marx;
basta con conocer la historia. Claro que la codicia no conoce de
historia.
Veamos lo que dijo Karl Marx en “El
Capital”: “La crisis estalla cuando los reingresos de los comerciantes
que venden en mercados lejanos (o cuyos acopios se han acumulado en el
interior del país) se vuelven tan lentos y parsimoniosos, que los bancos
reclaman sus deudas, o los pagarés recibidos por las mercancías vencen
antes que se haya producido la reventa. Entonces comienzan las ventas
forzadas, las ventas con fines de pago: y en ese momento el krach pone
brusco fin a la prosperidad aparente.
Pero los
economistas de este tiempo no comprenden y siguen sin comprender. Se
asustan con los acontecimientos. Dice un catalán, Arcadi Oliveres: “Tras
el crash del 29, la desigualdad se redujo. Pero ahora la tendencia es
exactamente la contraria. Así no se saldrá de la crisis”. Y a renglón
seguido revela que, las joyerías en París, y seguramente en otras
ciudades como Ginebra, Berlín o Londres, las ventas aumentaron tanto
que, esas tiendas están cerrando más temprano, porque temen quedarse sin
mercadería para la campaña navideña cuando, por supuesto, ponen precios
más altos todavía.
¿De qué se extrañan?
Refiriéndose
a este tema, precisamente, Marx dijo: “lo único que el capitalista y el
economista ven es que la parte del trabajo pagado que se relaciona con
la unidad de mercancía varía con la productividad del trabajo, y que por
lo tanto sería el valor de la unidad. No advierte que dicha variación
se produce también en el caso del trabajo no pagado que contiene cada
unidad, menos aún percibe que, en efecto, el trabajo no pagado consumido
en su esfera, sólo determina por azar que sea la ganancia media.
Únicamente en una forma tan tosca y carente de sentido podemos entrever
que el trabajo que contienen las mercaderías, determinan su valor”. En
otras palabras, los ricos siguen comprando porque les parece que las
joyas están baratas y podrán revenderlas cuando la crisis los alcance.
No los alcanza todavía porque es corto el tiempo y, lo que en 1928 era
23 por ciento de la riqueza total de Estados Unidos, hoy se refiere al
23 por ciento de una riqueza que hace mucho tiempo dejó de ser
estadounidense y se convirtió en mundial.
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