Homar Garcés (especial para ARGENPRESS.info)
“Ahora nos vemos obligados
-concluye Lenin- a retroceder un poco más, no sólo al capitalismo de
Estado, sino a la regulación estatal del comercio y de la circulación
monetaria. Sólo por este camino, más largo aún que el previsto, podemos
restaurar la vida económica.” Tal situación, salvando distancias y
tiempos, viene a planteárselo también Ernesto Che Guevara al
encargársele la dirección del proceso de industrialización en Cuba,
expresando sus dudas respecto al modelo económico contemplado en el
manual de la Academia de Ciencias de la URSS.
Desde
entonces, la sustitución del modelo económico capitalista significó un
escollo difícil de superar para muchos de los gobiernos proclamados como
socialistas en el mundo, pues todo lo existente en relación a un modelo
económico socialista provenía mayormente de esta nueva potencia,
manteniéndose algunos rasgos pertenecientes al capitalismo. Quizás en
ello influyera el hecho que todas las experiencias revolucionarias
socialistas tuvieran lugar en países periféricos del sistema
capitalista, como Rusia y China, con economías prácticamente
precapitalistas, en vez de aquellos altamente desarrollados, como lo
previeran Marx y Engels. Consciente de ello, Lenin expone a la
dirigencia de la revolución en Hungría que “es absolutamente indudable
que la mera imitación de nuestra táctica rusa en todos los detalles,
dadas las condiciones de la revolución húngara, sería un error. Debo
prevenir a ustedes contra ese error...”. Esto lo recalcaría también en
su obra El “izquierdismo” enfermedad infantil del comunismo, donde
escribe que los revolucionarios deben ser capaces de aplicar “los
principios generales y fundamentales del comunismo a las relaciones
peculiares entre las clases y los partidos, a las características
peculiares del desarrollo objetivo hacia el comunismo, que en cada país
son diferentes y debemos saber descubrir, estudiar y vaticinar.” Sin
embargo, en la mayoría de las naciones que luego conformaran el bloque
soviético se obvió esta recomendación de Lenin y se adoptó como dogma
científico lo aplicado desde el Kremlin. En muchos casos, lo que ocurrió
fue la implementación de un capitalismo regulado desde las estructuras
del Estado, lo cual conllevaría más tarde a abrirle espacio a una nueva
clase económica poco diferenciada de la existente en el resto del mundo
capitalista, pero florecida con el ropaje “socialista”.
Transcurrido
el siglo XX, el socialismo sigue representando la alternativa
revolucionaria frente al capitalismo, sólo que ahora se pretende
distinguirlo del “realmente existente” en la Europa oriental, lo cual se
ha extendido a China, Vietnam y Cuba, con sistemas nominalmente
socialistas o comunistas, al permitir cierta coexistencia económica con
el capitalismo. No obstante, se nota aún la dificultad para la
instauración definitiva de un sistema propiamente socialista, así como
una definición mejor perfilada, al encararse el viejo dilema de las
relaciones de producción y la dicotomía trabajo-capital, máxime cuando
el mundo se encuentra sometido a los intereses de las corporaciones
capitalistas transnacionales. Todo esto envuelve manejar criterios
nuevos, alejados del idealismo poco realista frecuente en alguna gente
de izquierda, entretanto se vayan creando las condiciones mínimas
requeridas para que la clase asalariada alcance su emancipación y
autodeterminación, aceptando sin prejuicio alguno que el socialismo -tal
como lo concibieran o asomaran Marx, Engels, Lenin y otros tantos
teóricos y luchadores revolucionarios- no se ha concretado, por ahora,
en país alguno.-
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