Julio Herrera (Desde Montreal, Canadá. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
La
historia universal nos muestra que los tiranos y los imperios al
pretender ocultar mediante la represión los escándalos que han creado
crean otros aún mayores.
Envalentonados por la
complicidad de las fuerzas militares, por el beneplácito de la iglesia,
la tolerancia o respaldo de los medios de información y por la
resignada sumisión de la plebe estulta, los tiranos nacionales y los
multinacionales se creen con pleno derecho de represión contra los
grupos y personas progresistas y disidentes. El imperio de la ambición
cree que puede destruir impunemente el alma de los pueblos que vandaliza
y despoja, y pretende escapar de la justicia destruyendo el mundo que
debe pedirle cuenta de su rapacidad implacable y su locura sanguinaria.
Pero paradójicamente, esa ceguera destructiva de los despotismos origina frecuentemente su propia destrucción.
Hace
veintiún siglos que el patíbulo de un ajusticiado venció el antiguo
imperio romano, y su evangelio humanista impera hoy sobre la doctrina
oprobiosa del imperio actual. Si el imperio romano hubiera tenido
misericordia con el Cristo hecho mártir, se hubiera librado del imperio
de los ideales cristianos. Pero paradójicamente Roma es hoy la sede
mundial del cristianismo.
Igual sucede cuando
los tiranos pretenden silenciar a los líderes populares que dan el "mal
ejemplo" de rebeldía y emancipación a los pueblos subyugados. Pero la
ciega arrogancia de las tiranías contemporáneas solo ha servido para
cavar su propia tumba.
Y los ejemplos abundan:
Fue
la neurosis colonialista y racista del imperio británico lo que hizo de
Nelson Mandela un mártir, pero la conciencia rebelde de Mandela se
convirtió en el alma nacional de los sudafricanos hasta llevarlo a la
presidencia del país y a sepultar al oprobioso sistema del apartheid.
Por
otra parte, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948 marcó el
origen de la violencia que aún hoy azota a Colombia por la furia del
pueblo cuando la oligarquía le extermina a sus caudillos populares.
Igualmente, al asesinar a Salvador Allende el imperio yanqui sólo
consiguió engendrar otro Allende en la conciencia de cada chileno, de
cada latinoamericano, de cada ciudadano del mundo. Y asimismo, el
imperio yanqui asesinó al Che Guevara, pero el Che renació como un Fénix
triunfal el día que fue asesinado, y hoy el Che es el ícono mundial de
la lucha de los pueblos antiimperialistas. Y lo seguirá siendo por
muchas generaciones.
Y es que los mártires
populares triunfan aún después de su muerte, porque el imperio puede
asesinar hombres pero no ideales. La corona de espinas de los mártires
se torna en corona de laureles y su Gólgota en Sinaí. Sin más armas que
las tablas de una tribuna o el madero de una cruz a cuestas, los
mártires, hechos héroes, vencen a sus verdugos e imponen su evangelio
humanista, su ideal liberador, revolucionario.
Es
el odio a los ideales socialistas lo que alienta la depredadora
mezquindad del imperio yanqui a autodesprestigiarse ante los ojos de la
humanidad y las páginas de la historia, como se está demostrando
actualmente con las publicaciones de Wikileaks.
Centenas
de veces la CIA ha atentado contra la vida del líder cubano Fidel
Castro, pero en ese colosal y monolítico líder el águila yanqui ha
mellado sus garras y la muerte su guadaña. Con su implacable saña contra
el líder cubano el yanqui solo ha logrado hacer de él un líder mundial.
Es con los guijarros de la lapidación mediática que paradójicamente el
imperio yanqui le ha levantado su pedestal.
En
los tiempos modernos el yanqui se constituyó en el juez del mundo y hoy
el mundo lo juzga y lo condena. Salió de su país provisto de su inmenso
poderío bélico a devastar el mundo por el terror, y hoy tiembla de
terror ante el mundo devastado y enfurecido contra su imperio
depredador. Y empeñado en ser el conductor de los destinos de la
humanidad hoy no sabe cómo conducir su propio destino, enfrentado a la
bancarrota de su hegemonía mundial. Jugador empedernido contra el
destino de los pueblos, el imperio yanqui puso en el casino de la guerra
la fortuna de los pueblos y la perdió, junto con la de su propio
pueblo. En Irak el yanqui prendió la hoguera de la guerra y hoy no sabe
cómo salir honorablemente de ese laberinto, a pesar de haber confiado a
los medios de información la triste misión de presentarlo como vencedor
en los mismos campos donde ha sido vencido y humillado, como en Viet Nam
y Afganistán.
La desesperación y la infamia
implacable del imperio yanqui ante su inexorable decadencia han superado
y eclipsado la infamia del imperio romano. Pueblo de mercaderes sin
entrañas del cual el humanismo está ausente, sin más ideal que la
perpetuación de su poder hegemonista, el yanqui no ha tenido clemencia
con los pueblos que despoja, y mañana ésos pueblos no tendrán clemencia
con los despojos de su extinto imperio. Su inclemencia, su insolencia y
su despotismo desmesurado engendrarán su propia derrota. De sus sueños
de megalomanía solo quedará el triste despertar ante un mundo que lo
aborrece y su vergüenza en las páginas de la historia.
¿Qué queda hoy de su salvaje insolencia?
Déspotas
incorregibles que jamás han sido grandes sino por la magnitud de sus
magnicidios, toda la artillería mediática del imperio yanqui está
actualmente orientada a desprestigiar, lapidar y asesinar al líder
venezolano Hugo Chávez por su abierta oposición al imperialismo y por su
apostolado socialista, pero paradójicamente el antichavismo del imperio
sólo ha logrado socializar y globalizar el apoyo mundial a Chávez
contra el imperialismo yanqui.
Por eso ese
eventual magnicidio sería el suicidio del imperio, un acto tan
temerario, tan funesto y tan demencial como jugar a la ruleta rusa con
una metralleta.
Porque Chávez es hoy no sólo
un líder nacional: su parábola soberana y emancipadora ha hecho de él el
líder mundial de los pueblos subyugados por el imperio. Por eso el
eventual asesinato de Chávez será no solo estéril sino funesto para sus
victimarios... y estimulante para la revancha de la lucha de los pueblos
antiimperialistas. Si el fallido intento de derrocarlo en 2002 causó
otro gran caracazo similar al de 1989, su magnicidio generará un Big
Bang planetario, la caja de Pandora del imperialismo.
Con
los ojos llenos de rencor, de odio y de codicia el imperio cree en la
eternidad y la impunidad de su victoria, sin saber que mañana su infame
victoria sobre un hombre servirá sólo para sellar la eternidad de su
crimen y su vergüenza en las páginas de la historia. Ellos olvidan que
fue el breve y estéril triunfo de Salomé el que inmortalizó la gloria
del apóstol Bautista, convertido hoy en doctrina mundial.
Así,
el INRI puesto sobre la cabeza de Chávez será el epitafio de la
hegemonía del imperio, como el del nazareno lo fue del cesarismo. El
magnicidio de Chávez será el génesis del chavismo y el apocalipsis del
imperialismo, así como la crucifixión de Cristo marcó el génesis del
cristianismo.
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