Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
Algunas reflexiones son un
golpe al análisis. John Simpson evoca a Gamal Abdel Nasser para
defenestrar el socialismo. Qué tiene que ver el régimen impuesto por
Occidente de Hosni Mubarak con el socialismo. El presidente iraní M.
Amehdineyad declara que es una señal del rechazo a la ingerencia de
Estados Unidos. La máxima autoridad religiosa iraní Sayyid Alí Khamenei
incita a que la revuelta considere el modelo iraní. La máxima autoridad
islámica de Egipto, el Imam d´al-Azhar Mohamed Ahmed al-Tayeb rechaza
esta invitación. Un Mario Vargas Llosa alejado de la realidad dice poco
menos que Occidente traicionó a la revolución egipcia al titubear y
apoyar a Mubarak.
En todo hay una omisión
imperdonable. El antiguo proyecto de democratizar el medio oriente, con
Egipto como país pivote, surge desde las mismas barbas de las potencias
coloniales representadas en los países que forman la Alianza
Transatlántica. Sin embargo, en el plano político lo que es más grave es
hablar de revolución en una revuelta respaldada por las Fuerzas
Armadas. El precedente es grave porque se instaura otro modelito para
derribar regímenes desvencijados. ¿Y, cuando se derriba al desvencijado
capitalismo? La pregunta escurridiza del análisis.
La
llamada revolución en Egipto ha sido inducida por una clara
intervención externa y responde a uno de los proyectos más señeros de
esta Alianza desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Forma parte de
la estrategia para promover la democracia en el gran Medio Oriente y así
asegurar su influencia y poderío en esta zona. Este desarrollo
democrático en el llamado gran Medio Oriente, es complementario a los
intereses de la seguridad estratégica de los países que combatieron la
expansión de comunismo y blindar a las naciones árabes de la
insurrección marxista (1).
Aparte de la
partida de Hosni Bubarak, no hay nada nuevo y muy por el contrario. El
espectáculo es lo que se conoce: Las Fuerzas Armadas son el partido
político de facto con el poder más contundente y práctico en cualquier
latitud, bajo el sistema político que sea, con monarquía o sin
monarquía, desde repúblicas postizas maniatadas por el gran capital,
hasta repúblicas con pomposa indumentaria electoral disimulando el
pesado juego de las elites. En todas ellas, las Fuerzas Armadas es el
gran respaldo del Estado antes del colapso.
Lo
que más trasciende de esta revolución impuesta en el mejor de los
casos, es la implacable vigencia del poder militar. El espectáculo de
soldados besados por la población no significa que esto sea una
revolución popular. Aparece como popular pero es otro remezón de las
elites insatisfechas o incapaces de resolver la crisis de una
globalización con pocos logros en innovaciones para mejorar la
convivencia y reajustar el planeta en función de una mejor calidad de
vida. Una calidad de vida aún indefinida por patrones universales.
Con
Egipto 2011 la tarea de la gobernabilidad en su hora más oscura.
Nuevamente un estado de excepción como ha sido la tónica en el mundo
post colonial para formar repúblicas bajo un modelo todavía en estado
teórico. Para Estados Unidos y la Alianza Transatlántica es vital
contener la revolución islámica y consolidar el proyecto de democratizar
la zona formando un gran medio oriente, previsible y controlable para
los criterios de su expansión. No hay una doble lectura.
La
brecha entre mundo islámico y mundo occidental sigue abierta. El
atentado a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001, la ocupación
en Afganistán e Irak, el interminable conflicto palestino israelí, son
hitos de un período en que las reglas del juego en política han sido
profundamente alteradas debido a viejos problemas arrastrados desde
antiguas colonizaciones en la zona del Golfo Pérsico y los países
árabes. Esto plantea la obligación de hacer un esfuerzo extra para
encontrar una línea argumental y ver la coherencia de un proceso que
parece inexplicable. Es de poca credibilidad el argumento de una Alianza
entre EEUU y una ambigua Europa que desea inaugurar un nuevo tipo de
colonialismo. El capital transnacional no lo necesita.
Egipto
febrero 2011, la revolución sin líderes, la multitud como sujeto, la
revolución de los objetos como si se tratara de una novela japonesa con
biombos que observan y conversan, kimonos que se desplazan describiendo
siglos de historia, nuevas clepsidras sociales seduciendo con narrativas
donde no se distingue lo colectivo de lo individual. Con una
postal que podría definir la grana incógnita: ciudadanos besando militares encaramados en los tanques.
De
pronto desaparece el partido y los partidarios del depuesto hombre
fuerte de la política egipcia, en una revolución sin líderes, sin
ideología precisa, con una hermandad musulmana demasiado contenida para
ser creíble, y con un evidente apetito de las potencias occidentales por
mantener un espacio de influencia tan esquivo a pesar de haberlo
domesticado durante tantos largos años.
Hay
una pregunta clave que está pendiente y que este nuevo ímpetu de
expansión no responde. Algo crucial falla en la globalización, y algo
crucial no está funcionando en la política interna de los países más
desarrollados que no pueden contener esa tendencia a la expansión.
Nota:
1)
(Asmus,Diamond,Leonard y Mc Faul. “A Transatlantic Strategy to Promote
Democratic Development in the Broader Middle East”. 2005. The Washington
Quarterly 28:2pp7-21.
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