María Luisa Etchart (Desde San José, Costa Rica. Especial para
ARGENPRESS CULTURAL)
Por
un momento sentimos la alegría de presenciar la “rebelión de las masas”
en Egipto, nos permitimos soñar con que podría ser el comienzo de una
especie de erupción volcánica de las conciencias hartas de un sistema
injusto, corrupto, producto de la acción de la sub -especie rapaz que,
en su enferma carrera acumulaticia, ha olvidado al árbol, al aire puro,
al agua, a los alimentos naturales como fuente de vida, para
concentrarse en su necesidad de petróleo, de oro y diamantes como razón
de sus vidas.
La realidad que nos rodea, de
seres que parecen obnubilados por el objeto de culto que hacen de sus
vehículos motorizados, de los siniestros aparatitos con luces e imágenes
que parecen ser parte ya de las anatomías de sus manos y sin los cuales
parecen imposibilitados de comunicarse o moverse, en contraste con las
imágenes que a veces logramos percibir de adultos y niños transitando
desiertos en busca de un bocado, de un trago de agua para no perecer de
hambre y sed, hace que nos sea difícil esperanzarnos en la posibilidad
de un socialismo ecológico donde reine la cooperación, el humanismo, el
rescate de la maravillosa naturaleza de la que una vez gozamos, sin
apreciarla en su justo valor.
Y, de pronto,
tras algunos rebrotes de protestas pacíficas en varios países de Medio
Oriente que han soportado gobiernos corruptos y autoritarios en
connivencia con los intereses del supremo Imperio, sutilmente la cámara
da un giro y se centra en Libia y Gadafi, que pasa a ser el villano de
la película y objeto de la “preocupación” de Obama y la Clinton y una
vez más el perverso juego que tuvo lugar en Irak y Afghanistán, y, más
cerca geográficamente a nuestra realidad, en Honduras, recomienza.
Montones
de “especialistas”, desde las pantallas de nuestros televisores, nos
informan. Vivimos tan sumergidos en nuestra problemática cotidiana, que
no creo haya muchos de nosotros que realmente sepamos algo de las
realidades de esos países, pero de inmediato los medios locales se
lanzan a crear opinión como verdaderos “expertos” en el arte de informar
lo que nosotros, los “idiotisaurios” necesitamos aceptar y repetir como
loritos amaestrados.
Hace más de 20 años, tuve
la suerte de que un compañero de trabajo, a quien yo veía sacar de su
escondite entre múltiples carpetas, un pequeño librito que leía con
fruición en los descansos de mediodía, ante mi curiosidad, me prestara y
compartiera algo que, de otro modo, jamás hubiera conocido: el “Libro
Verde” de Gadafi, cuyo contenido me deslumbró por lo abarcativo de sus
temas y claridad de sus conceptos.
Nada se ha
sabido de Libia en todos estos años precisamente porque su experiencia
fue distinta a la de sus vecinos: el petróleo fue nacionalizado, su
pueblo que estaba sumido en la miseria y la ignorancia fue provisto de
educación, de salarios dignos, de cuidado de la salud, nunca se hizo eco
de prácticas terroristas pero tampoco se deslumbró con un modo de vida
basado en el consumismo.
Libia se mantuvo al
margen de las organizaciones mundiales que han servido de instrumento a
la mal llamada “globalización”, que es en realidad una forma de dominio
mental y económico sobre los pueblos y allí, en silencio, calladitos,
intentaron crear una vida aceptable para sus habitantes.
Pero
la codicia y la avidez insaciable de los rapaces no pudieron dejar
pasar por alto la oportunidad que estas revueltas les ofrecían para
intentar pegar su manotazo a un país que les había negado la apertura
a
su modelito y de hoy en más tendremos que escuchar y ver cómo extraños
“grupos rebeldes” se apoderan de los pozos petroleros e intentan dar por
tierra con su líder.
Aunque no me cabe duda
que el sistema de comunicación de internet sigue extendiendo sus
aparentemente inofensivas redes para poder controlar el pensamiento,
todavía disponemos de la libertad de poder buscar textos que nos ayuden a
elaborar un pensamiento libre y amplio.
Anoche,
gracias a esos buscadores, logré volver a leer “El Libro Verde” y les
sugiero hacerlo para poder comprender mejor lo que se está intentando
hacer, como una forma de resistencia hacia este desesperado dominio de
las mentes con que se nos ataca desde distintos ángulos.
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