
Darío L. Machado Rodríguez
Los
dos componentes del título de este artículo están estrechamente
vinculados por la finalidad práctica del pensamiento de Carlos Marx,
revelada en síntesis en la trascendente tesis 11 sobre Feuerbach, en la
que alude a la transformación entendida como práctica, como actividad
que incluye el pensamiento abstracto y la teoría y no como un “hacer”
desprendido de la racionalidad.
En efecto,
hablar de marxismo es hablar de la superación del modo de producción
capitalista, es hablar de revolución, de cambio y no solo de crítica del
capitalismo real. Por ello, hablar de marxismo con un sentido práctico
es también encarar el reto de superar la propiedad privada y la cultura
mercantil capitalista que ésta genera.
Creo
que es obligado reconocer que si bien la preocupación acerca del
marxismo o de los marxismos posteriores a Marx no es nueva, sí adquirió
mucha mayor notoriedad después del derrumbe del sistema socialista de
Europa del Este y de la confusión que cundió en todo el mundo
progresista.
Comparto la idea de los que
piensan que el fracaso del experimento socialista eurooriental nacido
con la revolución de Octubre de 1917, no fue solo un fracaso “de los
soviéticos” ni “del campo socialista”: fue, esencial e históricamente
hablando, un fracaso de toda la humanidad; fracasó aquel socialismo como
componente de la realidad mundial nacida de aquella revolución
primigenia y fue particularmente un fracaso mayor para la izquierda
consciente y radicalmente anticapitalista. Eso explica en parte por qué
muchos los asumimos con sus defectos y vimos en el antisovietismo una
posición contrarrevolucionaria y también por qué –aun reconociendo sus
deficiencias, errores, insuficiencias y excesos- no nos sentimos
reivindicados con el fracaso de la URSS, sino debilitados. Pero si bien
la vida ha comprobado con creces que no estamos “mejor” ahora, también
ha sacado a la superficie de modo dramático el costo social y político
de los errores y, simultáneamente, que ese fracaso no lo fue del
“marxismo” y menos aún “de la obra de Marx”, aunque lógicamente al
analizarlo nos remitimos inevitablemente al pensamiento fundador y su
producción posterior.
Ahora bien, ¿por qué nos
interesa debatir sobre el marxismo, cuando estamos en medio de tanta
incertidumbre y crisis en el planeta? Creo, en primer lugar, que es por
la convicción de que el marxismo tiene todavía mucho por hacer en este
mundo porque sigue sirviendo a los propósitos de la política
revolucionaria, la de hoy, la de un mundo cambiado y cambiante.
Un
primer asunto es precisamente éste: el marxismo posterior a Marx sólo
puede tomar su marxismo, el de Marx, en relación con un mundo cambiado y
cambiante, pero no escogiendo pedazos de este que consideremos “buenos”
porque en tal caso no podríamos hablar de “marxismo” sino de
interpretaciones parciales y descontextualizadas de un pensamiento, una
de cuyas principales virtudes, si no la principal, es su integralidad.
El otro aspecto es tener en cuenta el carácter abierto de este sistema
filosófico, por lo que un abordaje que imponga límites, terminaría
inevitablemente en posiciones dogmáticas que acabarían necesitando un
marxismómetro que revelase cuánto marxismo hay en un pensamiento, en un
enfoque, en un ensayo, etc. y claro está se necesitarían los
especialistas en marxismometría para hacer las mediciones y otorgar
calificaciones.
La esencia holística del
marxismo es el fundamento de su principal fortaleza teórica, es
intrínsecamente multi, trans e interdisciplinaria, exige ver la sociedad
desde las perspectivas económica, política, jurídica, cultural, ética,
estética, antropológica, etc., integralidad que no siempre ha sido
asumida por el sujeto de la construcción socialista con el rigor que
imprimió Marx a su estudio de la historia, a su crítica del capitalismo,
a su perspectiva del socialismo, lo que ha traído importantes desfases
en la vida cotidiana resultantes de la falta de articulación práctica de
las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e
ideológica política; precisamente al análisis de este particular hemos
dedicado buena parte de los esfuerzos para estudiar los problemas de la
transición socialista (2) .
El marxismo
posterior a Marx, si lo consideramos como sistema integral, puede
enfocársele desde su característica de ser cosmovisión, teoría de la
historia, el ser guía para pensar una sociedad histórica y culturalmente
definida, una región, o una actividad humana, por ejemplo: la Economía,
el Derecho, la Ética, y verse también como ideología. Todos estos
enfoques, claro está, están interrelacionados.
El
marxismo, en tanto expresión teórica, totalizadora, es ciencia y como
tal está necesitada de incorporar constantemente los nuevos datos de la
realidad, de mantener su carácter abierto, de autocrítica y superación
ante los nuevos conocimientos, incluyendo aquellos que pueden determinar
cambios en su epistemología. La complejidad que hoy se reconoce en la
relación sujeto – objeto, que a mi modo de ver se exagera en ocasiones
hasta el extremo de diluirse uno en otro caotizando al conocimiento,
impone, sin embargo, un reto para la epistemología que no puede ser
obviado.
El marxismo como ideología exige una
visión integral de la realidad social y convoca a una actitud
revolucionaria desde una perspectiva de regularidad que parte de
considerar la finitud inevitable del sistema socioeconómico capitalista y
del modo capitalista de vida como un resultado natural de la evolución
de la historia. Aquí se nos presenta una disyuntiva. No habría Carlos
Marx sin Hegel. La modernidad que se levantó sobre las bases del modo
capitalista de vida construyó su subjetividad, generó sus filósofos, la
filosofía clásica alemana no cerró con Feuerbach, cerró con Marx. Marx,
al pensar la crítica del capitalismo estaba criticando también a la
modernidad de entonces, a su modernidad, y al postular como inevitable
el postcapitalismo en forma de socialismo, también estaba postulando una
nueva modernidad o, si se quiere, una postmodernidad, obviamente de
signo y contenido muy diferente a la ya pasada moda “postmoderna” y dado
su fundamento filosófico hegeliano, ese cambio era visto en una
dialéctica de la negación que para nada evocaba una etapa desprendida de
la sociedad anterior, sino, como recordara en su Crítica al Programa de
Gotha, “con las manchas del parto”.
La
ideología marxista es un sistema de principios, teorías, ideas y valores
construido sobre la base del convencimiento y prueba del carácter
finito del modo de producción y de vida del capitalismo. Por esta razón
–en rigor- no toda ideología anticapitalista es necesariamente una
ideología marxista tal como Marx vio la historia, pero sí en muchísimos
puntos de contacto, no solo por este particular, sino por muchos otros,
porque una ideología política revolucionaria es siempre un sistema vivo
de ideas, valores, códigos, convicciones, actitudes, y el marxismo en
tanto ideología, solo puede existir realmente en una sociedad concreta,
histórica y culturalmente definida, solo puede existir, para decirlo con
palabras de Isabel Rauber, mestizado, de lo contrario estaríamos ante
una pura abstracción de escaso sentido práctico y la ideología, como
enseña Fidel, es conciencia y actitud de lucha. (3)
Las
preocupaciones e incertidumbre que muchos asumen respecto del futuro de
la humanidad llevan a estas personas que rechazan al capitalismo como
sistema, que sufren y reflejan sus contradicciones, a luchar contra
este, aun sin el convencimiento de que necesariamente está condenado a
desaparecer. Pero en tanto postura anticapitalista, esta posición va al
encuentro del marxismo y construye sus sentidos con fundamentos muchas
veces coincidentes con este, pero se detienen en el concepto de la
desaparición ineluctable del sistema, como necesidad histórica, como
regularidad.
Lo anterior nos lleva a otra
pregunta bien diferente: ¿qué tan importante es para la práctica que las
personas reconozcan como cierta tal regularidad? Cabe pensar incluso
que no esperar que el devenir histórico determine el cambio implica
asumir mayor responsabilidad por parte de ese sujeto anticapitalista,
que, por así decirlo, “se queda solo” sin la ayuda del demiurgo de la
necesidad histórica y por ello está probablemente en mejor capacidad de
prepararse para las incertidumbres, para pensar y reaccionar ante lo
casual, y asumir nuevas actitudes prácticas, algo que –dicho sea una vez
más- no tiene por qué no ser también una actitud positiva de quienes sí
reconocen esa regularidad.
Ni Marx ni Engels
tuvieron posibilidad de participar de una práctica de construcción
socialista, no pudieron, por tanto, continuar su labor teórica alrededor
de tal experiencia. Su legado se circunscribe al desarrollo de la
concepción materialista de la historia, el estudio a fondo del
capitalismo, el descubrimiento de sus contradicciones, de las lógicas
internas que generan las potencialidades para su necesaria superación,
pero no tenían ni podían tener idea de cómo en un país subdesarrollado y
bloqueado como Cuba, por ejemplo, podía organizarse la producción y
alcanzarse la eficiencia. Siendo como eran, científicos, se alejaban de
la especulación. Solo llegaron a plantear algunos criterios acerca de
cómo podría ser la distribución. Lenin participó en los primeros
intentos de organizar el funcionamiento socioeconómico del socialismo en
la antigua URSS, con las conocidas etapas de comunismo de guerra y la
NEP (4) , pero vivió poco tiempo después de iniciado este proceso, nos
legó su análisis del imperialismo e importantes trabajos acerca de la
NEP, pero tampoco él tuvo una práctica dilatada, suficiente, como para
sistematizar y generalizar algunas experiencias.
Si
reconocemos que el marxismo hay que verlo en relación con un mundo
cambiante y cambiado, a la pregunta ¿cuál marxismo? hay que anteponerle
la pregunta ¿cuál realidad?, ¿qué ha cambiado en el mundo? No podemos
aquí pretender el imposible de señalar siquiera todos los cambios
fundamentales, sino asomarnos al problema. Muchos entonces nos hacemos
preguntas como estas: ¿Cuál y cómo es hoy el sujeto del cambio
revolucionario?, ¿Cómo se construye el poder del cambio?, ¿Cómo se
expresa hoy la relación economía–sociedad?, ¿Cómo ver hoy el
determinismo económico “en última instancia”?
Acerca del papel del marxismo
El
marxismo tiene que dar cuenta hoy de las transformaciones que han
ocurrido y siguen ocurriendo en el mundo en lo tocante a la estructura
socioclasista. La contradicción capital–trabajo, obviamente vigente, se
interpretó muchas veces de modo reduccionista, colocando en el polo
capital a la burguesía y en el polo trabajo al obrero, la visión
mecanicista de esta oposición, llevó incluso a definir como
esencialmente “bueno” al obrero y esencialmente malo al “burgués”,
recordemos de nuestra práctica las planillas con la pregunta: “origen
social”.
El desarrollo del capitalismo ha
producido también cambios en los trabajadores, los cambios han llegado
al enfrentamiento de los obreros que pelean entre sí por mantener el
trabajo, la competencia ha calado hasta la médula a toda la sociedad, no
es que sea un fenómeno nuevo en la historia, los trabajadores mejor
remunerados hace años se distancian de su clase y también se han puesto
entre ellos zancadillas, pero el capitalismo tardío ha empleado, y
hábilmente, además de sus armas económicas, las extraeconómicas, las
armas de la ideología y ha terminado culpando al individuo de las
miserias del sistema y con muchos individuos aceptando las culpas y
reconociéndose “incapaces” y “perdedores”.
Mientras,
han surgido nuevos actores sociales no necesariamente directamente
vinculados -como tales actores- a la función económica del capital, al
metabolismo económico, a la producción de bienes y servicios bajo la
explotación capitalista, pero sí indirectamente y sufriendo las
contradicciones del sistema en su etapa de perversión y sus disímiles
vías de parasitar en la sociedad, y le han nacido al capitalismo tardío
nuevos enterradores cuyas vías de participación y empoderamiento ya no
vienen del modo decimonónico ni como fue en el pasado siglo. No puede
decirse que los obreros serán los enterradores, que son los únicos que
no tienen nada que perder sino sus cadenas, o que son los encargados por
el devenir de ocuparse de acabar con el capitalismo una vez que se
apropian de la ciencia del cambio. De igual manera es fundamental la
recuperación y relanzamiento de la experiencia y las tradiciones de
lucha de los trabajadores. Todo ello introduce muchísimas interrogantes y
desafíos acerca de la función de las organizaciones políticas, los
modos de articulación, las formas de lucha, las vías de empoderamiento,
etc.
Lo anterior conduce a otra reflexión
acerca de cómo considerar la construcción del poder para el cambio. Este
ya no puede verse sólo como atributo básico “de una clase con sus
aliados”. En las nuevas circunstancias históricas no pierde centralidad
el trabajo como polo opuesto e imprescindible del capital, pero sin
perderse o diluirse el concepto de clase en el presente la centralidad
se agranda y el capital que fue otrora el trasfondo y fundamento
económico de un modo de vida y de un cambio progresista, aparece hoy
como un gigantesco cuerpo parasitario que se relaciona de modo dañino
con la humanidad y con la naturaleza. En consecuencia, el desarrollo hoy
del marxismo plantea a la izquierda el estudio, seguimiento,
elucidación de las nuevas formas de construcción y ejercicio del poder
para el cambio, desarrollo y consolidación de un nuevo modo de vida.
Lo
dicho nos lleva de la mano a rever el tema recurrente del determinismo
económico. El determinismo económico de Marx se inscribía en la lógica
del desarrollo de las fuerzas productivas, ellas eran las generadoras
del cambio inevitable, pero ese ángulo hay que verlo detenidamente,
porque la influencia de los procesos económicos en la vida social tiene
características específicas y regulares, independientemente del grado y
nivel de su desarrollo. No albergamos dudas al afirmar que cuando hay
crisis en la actividad económica, esta se refleja en la sociedad en su
conjunto con fuerza que determina direcciones de la historia, tampoco
dudamos de la estrecha en insoluble relación de los procesos económicos
con los procesos sociales en general y nos dirigimos a estudiar los
eslabones mediadores cuando queremos elucidarla, pero también debemos
plantearnos ante los nuevos problemas que se presentan hoy ¿Qué
corresponde al marxismo como ideología política, como guía para la
acción superadora del capitalismo, como ciencia del cambio? ¿Debemos,
para decirlo en buen cubano, “seguir la rima”, enfocar la sociedad que
queremos construir sobre la base de competir con capitalismo para
“producir más” y “consumir más” porque de lo contrario no lo
derrotaríamos, o debemos plantearnos una crítica profunda y específica
en cada sociedad de la producción y el consumo que heredamos del
capitalismo y forjar un modo de vida, una cultura, auténticamente
nuevas, superiores? Digo esto, sin dejar de tener en cuenta las deudas
de consumo básico elementales que se heredan con el subdesarrollo o con
las injusticias y desigualdades del capitalismo en los propios países
desarrollados y que el emprendimiento por una nueva sociedad no puede
soslayar.
Uno de los temas más importantes, en
los que en la experiencia socialista mundial ha olvidado la
integralidad del pensamiento de Carlos Marx es el referido a las formas
de organizar la propiedad social.
Ha quedado
suficientemente claro que el capitalismo no es “el fin de la historia”,
ahora bien, si no es superado por algo –y valga la redundancia-
“superior”, acabará con la historia, que no es lo mismo, pero como dijo
el poeta, es igual.
En consecuencia, el
socialismo está hoy más que nunca a la orden del día. También ha quedado
claro que no habrá una única forma de existencia del socialismo, sino
tantas como condicionen las diferentes sociedades que emprendan tal
camino de transformación de la sociedad.
El
proceso político de transformación socialista abarca no solo el ámbito
de la economía, sino también el de la ética, el derecho, la
organización, la cultura. Si el capitalismo es el predominio del
egoísmo, el socialismo es el predominio de la solidaridad, si el
capitalismo es el predominio de la explotación, el socialismo lo es de
la justicia, si el capitalismo es el predominio de la competencia, el
socialismo lo es de la colaboración, si el capitalismo es el predominio
de la irracionalidad, el consumismo y el lujo, el socialismo lo es de la
racionalidad, el consumo saludable y el bienestar general, si el
capitalismo es el predominio del mercado, en el socialismo debe
predominar el plan, si el capitalismo es el predominio de la propiedad
privada, el socialismo es el predominio de la propiedad social.
Cuando
una sociedad ha acumulado suficiente fuerza, organización e
inteligencia y emprende el camino socialista desde el predominio de la
propiedad privada, podrá avanzar progresivamente en su socialización.
Donde ya –como es en la realidad cubana- predomina la propiedad social y
hay casi medio siglo de hábitos y experiencias acumulados en su
organización, administración y funcionamiento, estoy convencido que lo
sensato no es retroceder privatizando masivamente la pequeña y mediana
empresa bajo el supuesto de que es el único modo de asegurar el estímulo
a la tan necesaria eficiencia.
Pensar así,
sería dejar de lado la integralidad que caracteriza al marxismo. Téngase
en cuenta que siendo Cuba un país subdesarrollado, la pequeña y mediana
empresa abarcan una parte importante del contingente de trabajadores
que asegura la producción nacional. Pasar esa propiedad a manos
privadas, además de plantear un complejo dilema ético, jurídico y
político generado por las preguntas: ¿a manos de quién van a pasar? ¿Por
qué? ¿cómo quedarían después de eso las políticas sociales?, etc.;
significaría, en el hipotético caso de que así fuere, que cientos de
miles de trabajadores y sus familias pasarían, por decisión de la propia
voluntad socialista, al bando del mercado, el individualismo y la
competencia mercantil, recreándose el motor reproductor de valores
capitalistas y la base socioeconómica de rearticulación de una ideología
capitalista dependiente, superada en lo fundamental por el proceso
revolucionario de 1959. Es una falacia pensar que el problema tiene
solución estratégica en los impuestos que controlarían esa propiedad
privada.
Pero la única forma de existir la
propiedad social en el socialismo, no es la de su administración
estatal, verticalista y centralizada, y el hecho de aceptarla como
fundamento de la construcción económica socialista no significa que con
ello deja de existir automáticamente la ley del valor. No solo porque
esta predomina en el mundo real y obliga a una sociedad subdesarrollada y
de economía abierta, necesitada del comercio internacional a subordinar
su metabolismo socioeconómico en buena medida a esa ley, sino –y en mi
criterio básicamente- porque en la propia sociedad cubana, luego de
medio siglo de transformaciones socialistas no ha sido eliminada –ni lo
podrá ser por largo tiempo- la psicología de intercambio de equivalentes
que han generado en la especie humana siglos y milenios de práctica
mercantil.
También es fundamental -en mi
criterio- tener en cuenta que la economía cubana no tiene otro modo de
procurar la eficiencia si no asume conscientemente la necesidad de ser
una economía mixta, en la que predomine la propiedad social, pero en la
que se conjuguen diferentes tipos y formas de propiedad: privada, mixta,
cooperativa, la propiedad social administrada por el Estado o con la
modalidad de asociación, etc. y articular toda su armazón social
económica, jurídica, política, ideológica, ética, sobre la base de esta
realidad.
La existencia de la propiedad
privada puede asumirse excepcionalmente también en empresas grandes o
medianas y pautarse por un tiempo determinado siempre según la
conveniencia social y ser más amplia en la pequeña propiedad (como lo es
hoy la de la tierra de los pequeños agricultores o la de los
cuentapropistas). (5)
En resumen, entre los
conceptos vigentes del pensamiento de Marx está el de la superación de
la propiedad privada (sobre lo cual Engels en “Principios del comunismo”
afirmó que sería un proceso gradual) como base de la superación del
capitalismo por el socialismo. Pero la propiedad social en el socialismo
no será eficiente si no adopta las formas que pauta la realidad social,
si no se organiza de manera tal que los colectivos laborales estén
adecuadamente estimulados material y moralmente para trabajar con
eficiencia y eficacia, para generar iniciativas, para propiciar la
creatividad. Ello requiere una diversidad de formas de organización del
trabajo y los salarios que ponga en manos de los colectivos muchas
funciones que hoy están en estructuras que no se relacionan directamente
con los procesos productivos y que, por tanto, no pueden tener la
necesaria sensibilidad para adoptar las mejores decisiones.
Cada
forma organizativa, empresa, unidad de producción, de servicios, etc.
si es eficiente estará organizada de manera específica, diferente en la
medida correspondiente de todas las demás incluso de aquellas que hacen
una producción similar de bienes o de servicios; de forma adecuada a su
tecnología, vías de realización comercial de la producción, condiciones
socioeconómicas y geográficas en la que están sus instalaciones y se
realiza su trabajo, etc.
El socialismo es un
proyecto consciente de transformación de la realidad en el que
corresponde tener participación a la sociedad en su conjunto, algo
impensable sin un sistema de ideas compartido básicamente por la
mayorías, que sustente la conjugación de los esfuerzos sociales en
dirección a dejar atrás el modo capitalista de producción y de vida y
forjar uno nuevo, superior, sistema de ideas, ideología, cuyas líneas
maestras constituyan la orientación fundamental de los cambios. La
ideología de la transformación revolucionaria de la sociedad cubana se
nutre de las experiencias de su construcción, de los aportes de la
sociedad en su conjunto, de los avances en la economía política y de la
teoría general del socialismo en Cuba, cuya tarea principal será
entonces la de contribuir a la estructuración sistémica del metabolismo
socioeconómico de la sociedad en transición socialista, enigma cuyas
respuestas no encontraremos en los clásicos.
Darío
L. Machado Rodríguez es licenciado en Ciencias Políticas, Dr. En
Ciencias Filosóficas, miembro del Consejo Editorial de la Revista Cuba
Socialista.
Notas:
1) Eliminada por el autor
2)
Puede consultarse: Darío L. Machado Rodríguez, “¿Es posible construir
el socialismo en Cuba?”, Editora Política, La Habana, 2004 y “La persona
y el programa del socialismo en Cuba”, Editorial Vadell y Hnos.,
Caracas, 2010.
3) La ideología de la revolución cubana es
resultado también del mestizaje y encarna las líneas maestras de un
proyecto de socialidad, lo que constituye una fortaleza del propio
proceso, incluye objetivos, finalidades, ideales y también sueños que
mañana pueden ser realidad si hay la conciencia que oriente los
esfuerzos por convertirlos en verdad en el futuro. Lo anterior
evidentemente no ha sido entendido o no es compartido por Julio César
Guanche, quien en su ensayo „La verdad no se ensaya. Revolución,
ideología y política en Cuba“, publicado por la página de Rebelión en
Internet, escribe en la página 7: “La cuestión de las mayúsculas define
lo esencial: de quién es la Revolución, ¿del sujeto o de «la
ideología»?, ¿del ciudadano o de la «naturaleza»? La mayúscula hace que
la ideología funcione como la racionalización de la política, como
metajustificación del comportamiento de «La Revolución». «En tanto
instrumento de transformación consciente de la sociedad, la ideología de
la Revolución Cubana desempeña un papel decisivo en la correcta
solución de los problemas sociales, orienta sus acciones ante la
realidad cambiante». He aquí un sueño que produce monstruos: la
ideología haciendo las veces de programa infalible de gobierno.” (Ver:
http://www.rebelion.org/, Libros Libres)
No es necesario
referirse a su interpretación de las mayúsculas, pero es imprescindible
aclarar que lo que cita de mi libro “Cuba. Ideología Revolucionaria.”
está fuera de contexto, a continuación transcribo un tramo mayor del
texto que rodea a su cita, aunque el referente más amplio es lógicamente
el propio libro:
La ideología de la Revolución Cubana no es
un resultado acabado, se enriquece y transforma al calor del propio
proceso de desarrollo social, y es deber de sus portadores preservarla
de derrotas. En su vínculo indisoluble con el proceso social cubano, a
la ideología de la Revolución Cubana le es inherente el constante
enriquecimiento y transformación, el desarrollo.
Al proceso
de creación de ideas y valores ideológicos, al desarrollo de la
ideología del proceso revolucionario cubano contribuyen no solo los
ideólogos, los cuadros, militantes, científicos, trabajadores de la
esfera espiritual, sino también la opinión pública, las masas, los
individuos, los grupos sociales.
Como dijimos, esta puede
verse como resultado y como proceso. En tanto instrumento de
transformación consciente de la sociedad, la ideología de la Revolución
Cubana desempeña un papel decisivo en la correcta solución de los
problemas sociales, orienta sus acciones ante la realidad cambiante. En
el proceso de afrontar con soluciones nuevas los nuevos problemas es
donde se enriquece y desarrolla la propia ideología.
Otra
característica es la complejidad creciente de la actividad ideológica
consciente. Está condicionada por el desarrollo científico-técnico, el
desarrollo cultural general, e ideológico, en particular de las masas,
por complejidades específicas de cada etapa y coyuntura, y por el
desarrollo de los métodos y medios de la actividad ideológica. (Ver
Darío L. Machado Rodríguez, “Cuba. Ideología Revolucionaria”, Editora
Política, La Habana, 2000, pp. 178-179.).
Su valoración
acerca de que ello es „un sueño que produce monstruos: la ideología
haciendo las veces de programa infalible de gobierno.“ es cuando menos
difícil de entender. Espero, sí, que su escrito sirva para invitar a la
lectura de mi libro, que ciertamente hoy escribiría de otro modo en más
de un aspecto, pero sin renunciar al papel de la ideología de la
revolución cubana, a sus valores, sus principios, sus ideales y su
ética, como instrumento decisivo en la orientación del proceso
revolucionario cubano y no estrecha y forzadamente „haciendo las veces
de programa infalible de gobierno“.
4) Nueva Política
Económica, “NEP“ por sus siglas en ruso ( Nóvaia Ekonomícheskaia
Política) . Política económica, impulsada por V.I.Lenin y el Partido
Comunista a partir de 1921, en sustitución del comunismo de guerra y su
fundamento: el sistema de contingentación. La NEP basada en las
relaciones monetario-mercantiles perseguía impulsar la producción, en
particular la agrícola.
5) Ver capítulo Propiedad social y mercado
en la sociedad cubana actual, en Darío L. Machado Rodríguez, “¿Es
posible construir el socialismo en Cuba?”, Editora Política, La Habana,
2004, pp.119 – 143.
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