Dagoberto Gutiérrez
Tanto
uno como otra son decisiones políticas, en una coyuntura de quiebres
clasistas, económicos y políticos.El escenario del país nos ofrece una
situación en donde encontramos una transnacionalización de la riqueza y
unos sectores económicos sin el poder económico tradicional: sin banca,
sin industria, sin ciencia ni tecnología, sin inversiones extranjeras, y
en donde los inversionistas nacionales no invierten en el país. Todo el
control decisivo parece estar en las manos de las grandes empresas
extranjeras. Y los antiguos señores aparecen como sus empleados o como
grandes inversionistas en otras regiones.
Así las cosas, resultan afectadas las
antiguas relaciones con sus antiguos instrumentos partidarios, porque el
control del aparato estatal también aparece en manos de grandes
intereses foráneos, y de todos modos, el descrédito total de los
partidos políticos vuelve demasiado caro y poco rentable el uso de estos
instrumentos que huelen a negocios y a empresas que pueden hasta
competir en el mercado de la política con sus antiguos amos o dueños.
Resulta hasta probable que los mismos sectores empresariales necesiten
pasar ellos mismos y de manera directa, a realizar el trabajo partidario
como gobernantes.
El Presidente sancionó el anterior
decreto que regulaba las candidaturas independientes porque
políticamente le convenía y no porque jurídicamente fuera
constitucional. Pero no sancionó el decreto electoral que regulaba, ya
electoralmente, hasta las papeletas el día de las elecciones.
Pensando jurídicamente, el Presidente debió vetar el primer decreto para ser consecuente con este último veto; pero ocurre que toda la maniobra partidaria para impedir la irrupción del pueblo, independiente y libre del control de los partidos en las elecciones, se encuentra amenazada. Ahora todo parece danzar en un aceite hirviendo cuya temperatura controla la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia.
Resulta que el primer decreto sancionado
apareció con casi todo el respaldo partidario. Pero el segundo apareció
con una poderosa influencia del partido FMLN y su sanción fortalecería
las posibilidades electorales de este partido. Hay que recordar, en este
punto, que la visita del Presidente Obama fue dedicada a la relación
Obama-Funes y benefició exclusivamente al Presidente; en tanto que
debilitó al FMLN por su actitud zalamera, por su falta de dignidad
histórica, por su desmemoria y por su oportunismo ante Obama, que de
todas maneras ignoró a este partido, así como ignoró también a las
cúpulas empresariales y al resto de partidos políticos. Esto quiere
decir que no estando Funes interesado en fortalecer al FMLN, y teniendo
un momento de abundante ventaja coyuntural e internacional, no iba a
dejar pasar la oportunidad de golpear políticamente a este partido que
tan molesta compañía le resulta, pese a que el FMLN resulta también
zalamero con el gobierno Funes, y es incapaz de deslindarse de su
gobierno, aun cuando no decide ni el pensar ni el hacer gubernamental.
El veto que comentamos pone en claro
ante las mismas cabezas de la cúpula del FMLN que no es ni partido de
gobierno ni partido en el gobierno, y es, apenas, partido gubernamental,
como los otros partidos. El veto de Funes está diciendo esto
precisamente. Y, en este sentido, parece tender un puente a la cúpula
empresarial que también vive un momento de deslinde de su antigua
relación con instrumentos partidarios.
El veto es un fuerte golpe político al
partido FMLN y ha llevado confusión y angustia a una cúpula que no
alcanza a entender y sopesar lo que les está ocurriendo. En un reciente
comunicado, esta cúpula destila toda su increíble ignorancia de la
coyuntura, y sobre todo, su incapacidad de diálogo con el mismo
Presidente, al que promocionaron ilusamente como su candidato y su
Presidente. En este comunicado, la cúpula partidaria ignora el
aislamiento que sufren los partidos políticos ante la sociedad, el
desprestigio, la desconfianza, la falta de autoridad de la que adolecen
todos los partidos, incluido el FMLN, en la coyuntura. Ignorar, como lo
hace esta cúpula, que su conducta política es vista por el pueblo como
propia de los partidos tradicionales de derecha, que su incapacidad de
reflexión es hasta tema de humor político, que el desprecio con que son
tratados por el Presidente de la República es tema de todos los días, y
pretender elevarse por encima de los otros partidos, de los que, en la
práctica, y en el día a día, no se diferencian en nada, resulta ser el
drama más patético de esta coyuntura.
De todas maneras, si decidieran superar
el veto, sería la Sala de lo Constitucional, la que de nuevo tendría en
sus manos la solución del diferendo, y esto no parece ser una salida
favorable para las empresas partidarias.
Como puede verse, la figura del veto,
que nació en la antigua Roma como un recurso dado a los tribunos de la
plebe para prohibir -eso significa la palabra latina veto-, las
decisiones del senado, controlado por los patricios, tiene en la
actualidad un significado no popular y es, más bien, un recurso político
en las manos políticas del Presidente. Y en este caso, el recurso
resulta bien usado para los intereses políticos de quienes deciden vetar
y mal usado para la cúpula del FMLN que, una vez más, deberá someterse a
la voluntad y decisión de su Presidente.
Funes parece no necesitar al FMLN, en
tanto que este partido parece y aparece necesitando y hasta dependiendo
de la voluntad presidencial. Aquí tenemos un drama histórico que
representa la agonía del régimen de partidos políticos, aquel que en
1983 fuera santificado en el artículo 85 de la Constitución de ese año.
Esos plenos poderes entregados a los partidos resultaron perjudiciales
para estos mismos y para el pueblo.
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