Granma.-
El análisis de las causas que
impidieron el éxito de los cubanos en la Guerra de los Diez Años hizo
comprender a Martí que la unidad era un factor imprescindible para el
triunfo sobre el colonialismo español. A su vez, el estudio de la
experiencia independentista hispanoamericana le enseñó que con una
revolución encabezada por caudillos militares de gran prestigio y poder
era difícil mantener la unidad y alcanzar posteriormente una sociedad
libre y democrática.
Como se conoce, en la segunda mitad del siglo XIX ya era práctica
habitual la creación de partidos políticos, esencialmente para
participar en las contiendas electorales.
Sin embargo, fue José Martí quien en
1882 adelantó la idea de que únicamente a través de un solo partido
podía dirigirse la lucha del pueblo de Cuba por su independencia, para
unificar los esfuerzos de todos los cubanos y desenmascarar las
tendencias antinacionales nacidas en el seno de estos.
Al respecto expresaba, en carta al mayor
general Máximo Gómez, del 20 de julio de 1882: "¿A quién se vuelve
Cuba, en el instante definitivo, y ya cercano, de que pierda todas las
nuevas esperanzas que el término de la guerra, las promesas de España, y
la política de los liberales le han hecho concebir? Se vuelve a todos
los que le hablan de una solución fuera de España. Pero si no está en
pie, elocuente, erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario
que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de
sus proyectos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país
—¿A quién ha de volverse, sino a los hombres del partido anexionista
que surgirán entonces?
¿Cómo evitar que se vayan tras ellos
todos los aficionados a una libertad cómoda, que creen que con esa
solución salvan a la par su fortuna y su conciencia? Ese es el riesgo
grave. Por eso es llegada la hora de ponernos de pie". (1)
Véase cuanta claridad de pensamiento en
un hombre de apenas 29 años, quien a solo cuatro años de haber concluido
la Guerra Grande trazó de manera definida la situación que afrontaba la
Revolución y la tarea que debía cumplir.
La lógica martiana expuesta en el
párrafo es irrebatible: estaba próximo el momento en que se verían
frustradas las esperanzas concebidas por algunos al terminar la guerra,
de alcanzar mediante la autonomía los mismos objetivos por los que
habían luchado durante una década. España había incumplido sus promesas:
no existía autonomía, los derechos políticos estaban mutilados y se
mantenía la esclavitud. Si la independencia no había sido lograda y la
autonomía tampoco, ¿qué quedaba entonces?: salir fuera de la órbita
española, lo cual no implicaba otra cosa que la anexión a Estados
Unidos.
Ante ese peligro era preciso fortalecer
la tendencia independentista. Pero en un momento en que la lucha
política se expresaba cada vez más entre partidos políticos
perfectamente estructurados y organizados se requería la existencia de
un partido que inspirara confianza por sus cualidades: cohesión en las
filas, modestia de sus miembros, sensatez en los propósitos. Esto era
para Martí ponerse de pie, enfrentando a quienes preferían entregar la
patria a una potencia extranjera para disfrutar de una "libertad"
alcanzada cómodamente sin afectar su fortuna ni quedar mal con su
conciencia, pues ya Cuba no sería colonia española.
En su prédica en favor de la
independencia, nuestro Héroe Nacional destacó siempre la necesidad de
que la Revolución fuera un movimiento político basado en ideales; un
"sistema revolucionario" (2) con la organicidad que solo un Partido
podía darle, y capaz de alejar todos los temores que la próxima guerra
pudiera generar.
Así le escribía a José Dolores Poyo,
desde Nueva York, el 29 de noviembre de 1887: "(... ) En otro tiempo
pudo ser nuestra guerra un rebato heroico o una explosión de
sentimiento; pero aleccionados en veinte años de fatiga, (... ) no es ya
como antes la guerra cubana una simple campaña militar en la que el
valor ciego seguía a un jefe afamado, sino un complicadísimo problema
político, fácil de resolver si nos damos cuenta de sus diversos
elementos y ajustamos a ella nuestra conducta revolucionaria, pero
formidable si pretendemos darle solución sin arreglo a sus datos, o
desafiándolos. (... ) Y lo que más da que temer la revolución a los
mismos que la desean, es el carácter confuso y personal con que hasta
ahora se le ha presentado; es la falta de un sistema revolucionario, de
fines claramente desinteresados, que aleje del país los miedos que hoy
la revolución le inspira, y la reemplace por una merecida confianza en
la grandeza y previsión de los ideales que la guerra llevará consigo en
la cordialidad de los que la promueven, en el propósito confeso de hacer
la guerra para la paz digna y libre, y no para el provecho de los que
sólo vean en la guerra el adelanto de su poder o de su fortuna". (3)
La labor organizativa y propagandística
de Martí fue incesante durante estos años. Constantemente pronunciaba
discursos en reuniones de los emigrados, especialmente en los
aniversarios del 10 de Octubre, en los que llamaba a organizarse y
unirse para la entrada en la nueva y definitiva etapa de la Revolución
iniciada en Yara.
Al calor de su prédica, por doquier empezaron a surgir asociaciones patrióticas de los emigrados cubanos, solo faltaba unirlas.
El 25 de diciembre de 1891, invitado por
un comité organizador Martí llegó a Cayo Hueso, donde se reunió con
representantes de agrupaciones patrióticas provenientes de varios
lugares de Estados Unidos. Allí redactó las Bases y los Estatutos del
Partido Revolucionario Cubano, que fueron aprobados por los asistentes
el 5 de enero de 1892.
En las bases se establecía que el
Partido se constituía, concretamente, para lograr la independencia de
Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico; ordenar una guerra
generosa y breve encaminada a asegurar en la paz y el trabajo la
felicidad de los habitantes de la Isla; unir los elementos de Revolución
existentes y allegar otros nuevos, sin compromiso inmoral con hombre o
pueblo alguno, a fin de fundar una nación capaz de asegurar la dicha de
sus hijos y cumplir en la vida histórica del continente, los deberes
difíciles que su situación geográfica le señalaban; fundar un pueblo
nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer los peligros de la
libertad en una sociedad compuesta para la esclavitud; salvar al país de
los peligros internos o externos que lo amenacen y sustituir el
desorden económico por un sistema de hacienda pública que permitiera la
actividad diversa de sus habitantes.
La aprobación de las Bases y los
Estatutos inició el proceso mediante el cual se fundó el Partido
Revolucionario Cubano. Cada una de las asociaciones patrióticas de
emigrados cubanos debía discutirlos, proclamar su adhesión a los mismos y
participar el 8 de abril, a una misma hora, en las elecciones del
Delegado y el tesorero, máximas figuras del Partido, pues se pretendía
proclamar su constitución el 10 de abril para conmemorar dignamente el
inicio de la Asamblea de Guáimaro, celebrada en igual fecha de 1869.
A principios de 1892 existían 34
asociaciones patrióticas, 13 de ellas en Cayo Hueso, 7 en Nueva York, 5
en Jamaica, 4 en Tampa y las restantes en diversas ciudades de Estados
Unidos. El 8 de abril, 24 asociaciones habían aceptado las Bases y los
Estatutos y elegidos por mayoría absoluta, mediante votación secreta, a
José Martí como Delegado y Benjamín Guerra como tesorero.
El proceso de creación del Partido concluyó con su proclamación, como estaba previsto, el 10 de abril de 1892.
Apenas un mes antes, el 14 de marzo de
1892, había comenzado a editarse el Periódico Patria, donde Martí
definió con precisión el significado de la fundación del Partido: "(... )
el Partido Revolucionario Cubano, nacido con responsabilidades sumas en
los instantes de descomposición del país, no surgió de la vehemencia
pasajera, ni del deseo vociferador e incapaz, ni de la ambición temible,
sino del empuje de un pueblo aleccionado, que por el mismo Partido
proclama, antes de la república, su redención de los vicios que afean al
nacer la vida republicana. Nació uno, de todas partes a la vez. Y
erraría, de afuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o
deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo
quiere. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano". (4)
El Partido Revolucionario Cubano fue el
fruto de la tenaz lucha martiana por la unidad de todos los
revolucionarios, en la que hubo de combatir las tendencias contrarias a
las ansias independentistas del pueblo cubano o que pretendían
desviarlas: la diversión entre los revolucionarios —viejos y jóvenes,
veteranos y novatos—, el autonomismo, el anexionismo y el racismo.
Esta lucha por la unidad se conjugaba
con el ideario antimperialista martiano, que siempre fundamentó la
necesidad de estar unidos para enfrentar al vecino del Norte.
La concepción martiana de la unidad era clara y precisa.
Veinte días después de la proclamación
del Partido Revolucionario Cubano, Martí publicaba: "La unidad de
pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la
opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa
político, (... ) Abrir al desorden el pensamiento del Partido
Revolucionario Cubano sería tan funesto como reducir su pensamiento a
una unanimidad imposible en un pueblo compuesto de distintos factores, y
en la misma naturaleza humana. Si por su pensamiento, y por su acción
basada en él, ha de ser eficaz y gloriosísima la campaña del Partido
Revolucionario Cubano, es indispensable que, sean cualesquiera las
diferencias de fervor o aspiración social, no se vea contradicción
alguna, ni reserva enconosa, ni parcialidades mezquinas, ni
arrepentimiento de generosidad, en el pensamiento del Partido
Revolucionario.
El pensamiento se ha de ver en las
obras. (... ) Si inspiramos hoy fe, es porque hacemos todo lo que
decimos. Si nuestro poder nuevo y fuerte está en nuestra inesperada
unión nos quitaríamos voluntariamente el poder si le quitásemos a
nuestro pensamiento su unidad." (5)
La estructura del Partido Revolucionario
Cubano era sumamente sencilla. Su base radicaba en las asociaciones
(clubes) que se creaban en las localidades donde residían los emigrados,
quienes elegían un presidente para dirigir sus reuniones,
representarlos en sus relaciones con los demás clubes y otros organismos
del Partido, y mantenerlos informados sobre las tareas cumplidas, los
fondos, etcétera.
Todos los presidentes de clubes de una
localidad formaban el cuerpo de consejo, instancia que unificaba el
trabajo en una ciudad o territorio y a la vez servía de enlace entre el
delegado y los clubes (recuérdese que solo en Cayo Hueso había 13
asociaciones en 1892).
En la cúspide del Partido estaban el
Delegado y el tesorero, elegidos anualmente mediante votación secreta
desde los clubes. (se establecía un voto por cada grupo de 20 a 100
afiliados).
La labor organizativa y propagandística
del Partido, dirigida por Martí, permitió su crecimiento y ampliación
sistemáticos. Si en las elecciones del 8 de abril de 1892 participaron
24 clubes y se conocían solo 5 asociaciones fuera de Estados Unidos, al
final de su fructífera vida el Partido Revolucionario Cubano contaba con
128 clubes y 9 cuerpos de consejo en 19 localidades de Estados Unidos,
México, Costa Rica, Panamá, Jamaica y Haití, sin contar los afiliados
que ya en aquel momento combatían en las filas del Ejército Libertador.
Al analizar desde otro ángulo la estructura del Partido Revolucionario Cubano, destacan en él cuatro elementos esenciales.
Uno de ellos es su dirigencia, integrada
por veteranos civiles y militares, de la gesta del 68 y de las acciones
posteriores a ella, cuyo prestigio en la emigración y en Cuba les
permitía movilizar a todas las fuerzas interesadas en la independencia.
Otros dos elementos son la militancia
masiva, compuesta en general por trabajadores (fundamentalmente de la
clase obrera tabacalera) dispuestos a ofrecer su lealtad, los recursos
necesarios y su vida por la libertad de Cuba; así como por los llamados
sectores cooperantes, constituidos por un pequeño número de
comerciantes, propietarios y manufactureros cubanos radicados en Estados
Unidos, Jamaica, Santo Domingo y otros países, quienes, si bien no
tuvieron una vida política activa, ayudaron financieramente a la
Revolución.
Una última característica es el elemento
articulador, que les da sentido y organicidad a los tres anteriores:
las bases y los estatutos reconocidos por todos, así como el liderazgo
de José Martí, cuya autoridad en el orden organizativo, político y moral
era ya indiscutible.
La temprana muerte de Martí, ocurrida el
19 de mayo de 1895, a menos de tres meses de iniciada la guerra por él
impulsada, permitió que asumiera la dirección del Partido Tomás Estrada
Palma, uno de los participantes de la gesta del 68 con mayor prestigio
entre la emigración.
Estrada Palma, inconsecuente y
pro-norteamericano hasta la raíz, se dedicó a apoyar la injerencia de
Estados Unidos en la guerra contra España y, una vez eliminado el poder
español e implantada la ocupación militar estadounidense, dio por
concluida la misión del Partido Revolucionario Cubano y procedió a su
disolución, con lo que mutiló una parte importante del ideario martiano,
que preveía emplear el Partido no sólo en la guerra contra España, sino
también en la fundación de una República "con todos y para el bien de
todos". (6)
Poco más de un lustro existió el Partido
Revolucionario Cubano y sólo tres años lo dirigió Martí, pero cuánto de
novedoso, revolucionario y actual hay en su actividad.
Si lo comparamos con los partidos
políticos de fines del siglo XIX en todo el mundo, apreciamos claramente
que se anticipó a su tiempo, adelantando incluso tareas que serían
características del siglo XX.
Detengámonos en los aportes realizados por él a la práctica de los partidos políticos:
—El partido creado por Martí fue
concebido, ante todo, para alcanzar la liberación nacional, algo inédito
hasta entonces. Para lograrlo, se proclamó desde su fundación como
partido nacional, como frente único por la independencia en el cual se
agruparan "todas las fuerzas vivas de la patria" (7), mientras, hasta
ese momento los partidos representaban sólo a una clase o a determinados
grupos sociales.
De esta manera, por su composición y las
tareas que se planteaba, el Partido Revolucionario Cubano era
cualitativamente distinto a los partidos de su época.
—Fue el organizador de la guerra. A
diferencia de los restantes partidos, que centraban su atención en
programas y propaganda electoral y la obtención de cargos políticos,
este partido recaudó fondos, educó jefes, organizó un ejército, preparó
expediciones y generó todo un movimiento insurreccional con el fin de
facilitar la independencia de Cuba.
—El Partido revolucionario Cubano no
sólo organizó la insurrección, sino que también se propuso tareas para
cumplir después de alcanzada la independencia. Quería fundar una
república justa, donde la ley primera fuese "el culto de los cubanos a
la dignidad plena del hombre". (8)
En este sentido se diferenció
sustancialmente de todos sus similares, pues de hecho concibió esta
tarea como un partido que había vencido y accedió al poder mediante una
guerra, y no a través de elecciones.
—Se trazó objetivos internacionalistas,
no sólo luchar por la independencia de Cuba, sino fomentar y ayudar a la
de Puerto Rico y, en un sentido más amplio, "impedir a tiempo con la
independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados
Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América".
(9)
—La estructura del Partido martiano a
diferencia de los ya existentes, fue creada de abajo hacia arriba,
apoyándose en una amplia base masiva (clubes) y órganos dirigentes
pequeños (Delegado y tesorero a nivel de todo el Partido y residente y
secretario en los cuerpos de consejo).
De esta manera, por su concepción, fue
un Partido de masas, cuya estructura le confería fuerza y organización,
al pertenecer todos sus miembros a asociaciones de base, al tiempo que
lo reducido de sus órganos dirigentes le permitía tomar decisiones con
rapidez y mantener una gran compartimentación en las labores
conspirativas.
—En el Partido imperaba una amplia
democracia, basada en dos aspectos: elecciones secretas anuales de todos
los cargos y amplia divulgación, dentro y fuera de sus filas sobre
todas las cuestiones, siempre que no afectara la compartimentación
necesaria para los preparativos de la guerra. Aún se conservan las
comunicaciones que el Delegado enviaba constantemente a los presidentes
de cuerpos de consejo para informarles de su gestión y de la actividad
de los clubes y los restantes cuerpos de consejo.
—El Partido Revolucionario Cubano supo,
además, combinar el trabajo legal con la actividad clandestina, de
manera que ni los propios emigrados llegaron a conocer la inmensa labor
organizativa desplegada por Martí. Al producirse el fracaso del plan de
Fernandina, por ejemplo, causó gran sorpresa entre ellos saber que los
recursos recaudados centavo a centavo habían permitido preparar una
expedición de tal envergadura.
En conclusión, la concepción martiana
sobre el Partido fue novedosa, clara y precisa. Consistía en crear un
instrumento político para organizar y preparar la guerra, y para
encabezar la fundación de la Patria; una organización en la cual
coexistieran de forma armónica una auténtica democracia y una dirección
casi unipersonal, materializada en el Delegado electo.
Ese órgano agruparía a quienes
estuvieran firmemente decididos a luchar por la independencia de Cuba y
comprendieran que para ello resultaba necesario organizarse como
Partido. Debía asimismo, llevar a cabo una labor proselitista mediante
la cual pudiera captar cada vez más fuerzas para la causa patriótica.
Para el Partido Revolucionario Cubano lo
más importante no era la cantidad de integrantes, sino su amor patrio,
empuje y honradez; solamente así podría establecer sólidos vínculos con
las masas trabajadoras.
Transcurridos casi 120 años este legado
mantiene total validez. (Tomado de ¿Por qué un solo Partido?, de
Ediciones Verde
Olivo).
(1) José Martí: Carta al general Máximo
Gómez del 20 de julio de 1882. Obras Escogidas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1992, t. I p.324.
(2) José Martí: Carta a José Dolores
Poyo, del 29 de noviembre de 1887. Obras Completas. Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. I, p.211.
(3) Ídem.
(4) José Martí: El Partido
Revolucionario Cubano. Obras Escogidas. Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1992, t. III, p. 84.
(5) José Martí: Generoso Deseo. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. I, p. 424.
(6) José Martí: "Resoluciones". Obras Escogidas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1992, t. III, p. 23.
(7) Ídem.
(8) José Martí: "Con todos y para el
bien de todos". Obras Escogidas. Editorial de Ciencias Sociales. La
Habana, 1992, t. III, p. 9.
(9) José Martí: Carta a Manuel Mercado
del 18 de mayo de 1895. Obras Escogidas. Editorial de Ciencias Sociales.
La Habana, 1992, t. III, p. 604.
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