El mundo actual ofrece la realidad de una crisis capitalista suficientemente clara para asegurar la necesidad de construir un mundo nuevo, sobre nuevas bases y nuevos supuestos.
Se trata de asegurar la supervivencia de la especie humana ante la amenaza mortal de la lógica capitalista, y de decidir entre dos cosas: la muerte del capitalismo o la muerte de la humanidad. Este sistema ha demostrado abundantemente su peligrosidad y su carácter depredador. Al convertir al planeta tierra en una alacena y al hacer de todos los bienes, simples mercancías, y de los seres humanos, simples consumidores, hace del mercado, el poder supremo. Esta realidad amenaza a la vida toda. Este poder capitalista debe ser detenido y debe ser sustituido por nuevos sentidos, nuevas lógicas y nuevas reglas de convivencia humana.
Resulta contradictorio que cuando el capitalismo se convierte en el sistema planetario y cuando el mercado cubre y domina todo el planeta, es cuando muestra sus mayores debilidades y cuando se demuestra la necesidad de su supresión histórica. Siendo un sistema mundial ha de ser sustituido por un sistema también mundial.
El quiebre de la economía mundial y la pérdida de la supremacía del dólar como moneda de intercambio, nos presenta al imperio estadounidense debilitado y sin hegemonía, convertido en el mayor deudor en la historia capitalista y sin capacidad de pago. Se levanta, entonces, un nuevo centro imperial en el oriente del planeta, y nuevas concentraciones de poder económico y militar se disputan el control de los recursos naturales, fundamentalmente agua, petróleo y gas natural.
La necesidad de una nueva utopía se pone a la orden del día. Aquí entendemos utopía en el sentido griego de “ningún lugar”, porque se trata, precisamente, de una construcción que todavía no existe en ningún lugar, y que además, podemos y debemos empezarla a levantar desde ya, desde el capitalismo, adentro del capitalismo y antes de “tomar el poder”.
Aquí encontramos un elemento fundamental, porque no nos conviene la distinción cronológica, al menos, entre revolución política y revolución social. No se trata de tomar primero el poder, como paso previo para iniciar posteriormente la construcción de un mundo nuevo o una nueva sociedad. Por el contrario, se trata de construir un nuevo poder, adentro del antiguo poder, y de iniciar lo nuevo dentro de lo viejo. Esto que parece lógico y hasta natural requiere, sin embargo, de un tratamiento preciso. Resulta que aun antes de suprimir la lógica capitalista, hemos de empezar a suprimir sus 3 componentes: la propiedad privada sobre los medios de producción, el mercado y el trabajo asalariado. Las 3 piezas, actuando armónicamente, configuran el capitalismo. Se trata, precisamente, de iniciar, desde ya, y desde la sociedad actual, la construcción de una nueva manera de relacionarse con el mercado, con la propiedad de medios de producción y con el trabajo.
Cuando hablamos de mercado conviene precisar que este no es un invento del capitalismo; muy por el contrario, aparece como comercio en la forma de intercambio de bienes, culturas, poderes y civilizaciones, desde los mundos más antiguos. Cuando hablamos de mercado, nos referimos a una construcción económica, política, jurídica, militar, a partir del comercio. El mercado, así concebido, llega a enfrentarse al mismo comercio y a impedir el libre intercambio. Por eso, en cuanto al mercado, se trata de ponerlo al servicio de los seres humanos y de su sociedad; de situarlo en su condición de instrumento y desalojarlo del papel actual de amo todopoderoso y dueño de los seres humanos. Esto requiere una nueva economía y una nueva lógica de propiedad.
El control privado de los medios de producción determina que millones de seres humanos se conviertan en simples vendedores de su única mercancía: su fuerza de trabajo. Cuando prácticamente desaparece la clase obrera, como ocurre en nuestro país, estos son sustituidos por millones de trabajadores que, sin producir bienes materiales, ni laborar en centros fabriles, son, sin embargo, vendedores de su fuerza de trabajo, que es su única mercancía ofertada al gran comprador capitalista.
El mercado laboral, al llenarse de desempleados, ofrece al capitalista mano de obra barata y abundante, y entonces, la competencia entre uno y otro mercado se basa en el costo de producción de los bienes y no en su calidad. Este control de la propiedad, ha de empezar a ser disputado mediante la participación de los trabajadores en la dirección de las empresas y en la distribución de las ganancias entre todos los miembros de las empresas.
En una primera mirada, esto parece utópico, y efectivamente lo es, pero si miramos mas atentamente encontraremos ya en el país algunas experiencias de empresas, sobre todo cooperativas, en donde los dueños y los beneficiarios son todos miembros de la misma empresa.
Se trata de examinar atentamente estas experiencias, sistematizarlas, y avanzar en los aspectos políticos de poder que se correspondan con el actual momento.
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