Extractos del capitulo 10 del Libro: “El Salvador, los sucesos políticos de 1932”, de Thomas Anderson, Educa, 1982.
La
antigua Penitenciaría de San Salvador fue derruida por un terremoto en
1964, y en su lugar sólo hay actualmente un predio vacío. Pero el 19 de
enero de 1932, las puertas del edificio se cerraron detrás de Martí,
Luna y Zapata. Es difícil imaginarse lo que pensó Martí, veterano de
tantos sufrimientos y encarcelamientos. Es probable que, habiendo
sobrevivido a tantas cosas, haya esperado que su sangre fría y su
superioridad moral podrían sacarlo sin daño a través de aquellas puertas
de la Penitenciaría.
Pero
estaba destinado a no cruzarlas sino hasta el primero de febrero de
1932, al ir a su ejecución junto con Mario Zapata y Alfonso Luna.
(…)
Al término de la rebelión, los tres prisioneros fueron notificados de
que serían juzgados por un "consejo de guerra", o sea, por una corte
marcial. Se les apremió para que le dieran al gobierno cualquier
evidencia que tuvieran acerca de otros responsables del levantamiento,
pero ellos se negaron a hacerlo. Buezo dice que Martí respondió: "No
somos cobardes... no nos deshonraremos".
(…)
De acuerdo con Diario Latino (3), el consejo de guerra estaba formado
por los siguientes miembros: general Manuel Antonio Castañeda,
presidente; y coronel Hipólito Ticas, general Emilio Marroquín
Velásquez, coronel Domingo García Morán y coronel Ladislado Escobar.
Secretario fue el Dr. Arturo Solano, y fiscal el general Eleazar López.
Como secretario de la Corte fungió el teniente Castro Cañizales. El
juicio fue convocado a las 6.00 P.M. del 30 de enero de 1932, en una
sala de la Penitenciaría. Después de que los miembros se habían
instalado en sus puestos, a las 7 de la noche comenzó la lectura de la
causa. Luego, sin receso, se sucedieron las intervenciones hasta la 1.00
A.M.
Cuando
el fiscal terminó su exposición, Alfonso Luna pidió a la corte
oportunidad de hablar en defensa propia. Se le concedió, y el joven
empezó a explicar con voz un poco cortada que sus actividades en el
movimiento comunista no pasaban de ser algo así como boberías, la acción
de un joven entusiasta que no podía prever las consecuencias trágicas
de su actuación.
(…)
Entonces se le permitió hablar a Zapata. Aunque era delgado y de aspecto
tímido, tenía firmeza y compostura. Negó ser comunista y explicó que su
situación de semi-burgués y semi-intelectual le dificultaba la
aceptación en las filas comunistas.
(…)
Por último se le dio oportunidad a Agustín Farabundo Martí para que
hablara. Ya era más de la media noche. El salón de la corte, que en
realidad no era sino la habitación más grande del apartamento del
comandante, estaba mal alumbrado y tenía aspecto tenebroso. Martí se
puso en pie, según palabras de La Prensa, "visiblemente nervioso, con un
tic que le fruncía una vieja cicatriz que tenía en la frente". Empezó
por enjuiciar a la Corte misma, señalando que aquello era en realidad el
juicio de una clase por otra. Como de antemano era culpable, de acuerdo
a la opinión prevaleciente, ya que era un dirigente comunista, no iba a
perder el tiempo defendiéndose, sino que aceptaba la responsabilidad
total de lo que había sucedido. Sin embargo, le suplicaba a la corte que
considerara que los estudiantes Luna y Zapata no estaban profundamente
comprometidos. No eran comunistas, no conocían ni los fundamentos del
marxismo, ni tenían conciencia proletaria. Eran simplemente unos
idealistas de clase media que habían visto en él, en Martí, a un
maestro.
A la
una de la madrugada la Corte entró en receso y los tres prisioneros
regresaron a sus celdas, mientras los jueces comenzaban su debate. Los
acusados pasaron lo que se ha descrito como "una noche tranquila". Martí
se acostó en su petate y se puso a fumar, perdido en ideas; o tal vez
tratando de no pensar. (Se ha asegurado que el soltero revolucionario
estaba enamorado de una mujer casada como de treinta años de edad, que
había conocido en sus días de estudiante, y aunque jamás hablaba de
ello, esa frustrada pasión subsistió con toda fuerza hasta el final.
Luna
se pasó la noche hablando con un sacerdote que había llegado a
visitarlo. Zapata se paseaba nervioso de un lado a otro, sobándose la
barba que le había crecido en la prisión. Finalmente, a las 6.30 fueron
vueltos a llamar al salón de la corte. Es poco probable que los jueces
hayan debatido toda la noche. Lo más seguro es que todos se fueron a
dormir a sus casas, o se quedaron reposando en la Penitenciaría, pues la
verdad era que casi no había nada que discutir. El general Maximiliano
Hernández Martínez ya había dado la señal.
La
Corte leyó el veredicto en que se encontraban culpables a todos los
acusados de los delitos de traición y rebelión, por lo que se les
condenaba a morir a la mañana siguiente ante un pelotón de fusilamiento.
(…) El 31 se les permitió a los prisioneros que recibieran visitas,
pero después de todo, la mayor parte de sus amigos ya habían sido
asesinados por los pelotones de fusilamiento, o se encontraban presos, o
escondidos.
(…)
Por la noche permitieron que los condenados hablaran entre sí y con sus
carceleros. Martí recordó extensamente a Sandino y los días que había
pasado en las Segovias. Elogió al general por ser uno de los que jamás
habían claudicado ante el imperialismo yanqui. "Sandino" -dijo- "es uno
de los pocos patriotas que hay en el mundo." Había roto, agregó, porque
Sandino andaba buscando ayuda entre los mexicanos para reiniciar la
lucha en las Segovias, lo cual le parecía a él, a Martí, una inútil
pérdida de tiempo. Además, en aquellos días Martí ya era comunista y
Sandino rechazaba esa doctrina.
A la
mañana siguiente doña Nieves Cea de Zapata llegó otra vez a despedirse
de su marido. Según los periódicos, "estaba pálida, pero serena". No
lloró después de que se abrazaron fuertemente y se separaron. Nadie
llegó a despedirse de Martí -su padre había muerto, su madre estaba en
México, y, no mantenía relaciones con otros parientes. Tampoco llegó
nadie a visitar a Luna, cuyos padres ya habían muerto y cuya familia se
encontraba en la distante ciudad de Ahuachapán, al otro lado del reino
del terror.
(…)
Por la noche permitieron que los condenados hablaran entre sí y con sus
carceleros. Martí recordó extensamente a Sandino y los días que había
pasado en las Segovias. Elogió al general por ser uno de los que jamás
habían claudicado ante el imperialismo yanqui. "Sandino" -dijo- "es uno
de los pocos patriotas que hay en el mundo." Había roto, agregó, porque
Sandino andaba buscando ayuda entre los mexicanos para reiniciar la
lucha en las Segovias, lo cual le parecía a él, a Martí, una inútil
pérdida de tiempo. Además, en aquellos días Martí ya era comunista y
Sandino rechazaba esa doctrina.
(…)
Zapata y Luna confirmaron firmemente su fe católica, y recibieron los
últimos sacramentos del padre Castro Ramírez, que los exhortó a que
murieran "en comunión con Dios". Al escuchar esa palabra, cuentan que
Martí elevó sus ojos al cielo y con una sonrisa de ironía "repitió la
bella, y para él vacía palabra de Dios".
Su
"confesión" consistió en el impío truco de asegurar a sus victimarios
que todavía habían más de mil bombas colocadas en la ciudad, y que
dentro de poco se sublevarían en la capital millares de rebeldes de
refuerzo. Esto, no cabe duda, produjo el efecto de intensificar la
persecución en San Salvador.
(…)
Como la ejecución no había sido anunciada, sólo un pequeño grupo de
curiosos se habían reunido a la hora en que llegó la procesión de
camiones y automóviles, entre los que se encontraba la ambulancia fatal.
Los espectadores ocasionales fueron mantenidos a raya por una línea de
soldados que descendieron de los camiones y se apostaron en ambos
extremos de la calle para evitar que la ejecución pudiera ser
perturbada.
(…)
El pelotón de fusilamiento hizo honor a su nombre -después de la
descarga los prisioneros todavía estaban vivos. Un oficial fue a
dispararle un tiro en la cabeza a cada uno de ellos. La tensión se
rompió: los oficiales encendieron cigarrillos y conversaron en voz baja.
Entonces alguien notó que la herida que Zapata tenía en la cabeza
todavía sangraba profusamente, señal de que 6 u 8 minutos después de la
primera descarga todavía estaba con vida. Le dispararon otra vez, y en
esta ocasión sí terminaron con la vida del joven estudiante.
Los
cadáveres fueron subidos a la ambulancia, y el padre Prieto, que los
había acompañado vivos, los acompañó en el viaje de regreso a la
Penitenciaría Central, donde permanecieron hasta que se arreglaron las
disposiciones para los funerales, efectuados en privado. Luego fueron
enterrados en el mismo cementerio, a menos de 50 yardas del lugar donde
habían sido ejecutados, en la zona elevada contenida por el muro norte.
Las tumbas de Luna y Zapata, que todavía se encuentran en ese lugar,
consisten en losas de aproximadamente dos pies de alto. Una tiene un
libro de piedra, para señalar que se trata de un estudiante. La otra
tiene adornos góticos en piedra. Martí también estuvo un tiempo al lado
de ellos, pero alrededor de 1968 fue trasladado al sitio de su madre,
que se encuentra más abajo en una parte del cementerio denominado en
honor a Alberto Masferrer. Su tumba se encuentra en la actualidad
directamente detrás del busto marmóreo de Masferrer.
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