EL ASNO DE ORO
Lucio Apuleyo, de noble linaje, fué natural de Orán,hijo de uno de los principales de la ciudad y de una dueña de mucha virtud que lo trajo al mundo en el año 120 de nuestra era. Era de buena estatura, los ojos verdes y el cabello rubio.
Floreció en la ciudad de Cartago, donde en su mocedad se empleó en toda clase de artes liberales y se aprovechó de la doctrina de los maestros cartagineses, por lo que sin causa se alabó siempre de haber sido criado en la ciudad insigne, a la que llamó venerable maestra del Africa.
Nos está hablando, en un castellano sobrio y sonoro, el más popular de todos sus traductores, el arcediano de Sevilla don Diego López de Cortegana, que unió a las bellezas de la obra misma de Apuleyo el alto estilo de su versión.
Cuenta el Arcediano que el Cartaginés fué a Atenas, de donde en aquel tiempo se sacaban los rios de todas las ciencias, donde él bebió gran parte; conviene a saber: la afición a la poesia y la politica, la geometria y la dulce música, la austeridad de la daléctica y el manjar real de la filosofia, en tal manera que con su continuo estudio alcanzó las nueve ciencias liberales.
Después vino a Roma, adonde fué tan dado a la ciencia de la lengua latina que llegó a la cumbre de la facundia romana y fué tenido por muy elocuente y ordenado y contado en el número de los sacerdotes principales.
"Escribió algunos tratados y libros, no menos doctos que elocuentes (cuatro que llamaron "las Floridas"), en que se mostró toda su doctrina y asimismo la oración copiosisima por la cual se defiende contra sus enemigos que le imponian que era mágico. Y son libros escritos con tanta fuerza y vehemencia de doctrina que parece en ellos que a si mismo se vence.
Escribió también de Sócrates y de Platón y Aristóteles y diálogos y este "Asno de Oro", hecho con tanta hermosura y elegancia y diversidad de materias, que no hay cosas que se pueda decir mejor.
Y como en semejantes libros se acostumbra a querer saber la intención del que los escribió y por qué les puso tal nombre, es de saber que apuleyo imitó en el argumento de esta obra a Luciano, filósofo griego, y en su desenvolvimiento y transformación parece que quiso notar la naturaleza de los hombres que nos tornamos asnos cuando, como brutos animales, seguimos tras los deleites y vicios carnales, con asnal torpeza y no reluce en nosotros ni una centella de razón ni virtud.
Y en esta manera el hombre, según enseña Origenes en sus libros, es cuerpo de bestia. Y la formación de asno en hombre, que vencidos los vicios, el hombre que es verdadero hombre, salido de aquella cárcel y cieno, torna a la clara y luciente vida. En tal manera que podemos decir que los mancebos poseidos de los deleites se tornan en asnos y después , cuando son más ancianos, apartando de si la figura de bestia tornan a recibir la de hombre y según dice Platón ven las cosas perfectamente."
En definitiva, sin necesidad de tanto argumento --(aunque son gratos por lo bien escritos y combinados y por su rancio sabor arcaico)-- Apuleyo hizo un gran libro satirico en que nos dejó, además de sus lecciones, un cuadro interezante de costumbres de su época.
Cuenta Apuleyo al empezar el primer libro, que, deseando saber arte mágica, se fué a la provincia de Tesalia y en el camino se juntó con dos compañeros, que iban contando cosas increibles y de maravilla respecto a dos embaucadores y una bruja hechicera, y tras de muchas aventuras y de haber matado a tres hombres y haberse defendido en el juicio con argumentos de gran orador (que resultaron innecesarios porque los que creyeron muertos no eran sino tres odres de vino y todo paró en celebrar la fiesta de la risa), conoció a una mujer que usaba unos unguentos para convertirse en ave y confundiendo él las botellas vino a parar en burro, estado en que no perdió su raciocinio humano y que llevó tan filosóficamente que ocurrianle cosas como esta:
"Sus amos, unos ladrones, le acababan de sacudir tantos palos, enojados de sus rebuznos --(áspero cantar los llama él)-- que le dejaron el cuero tal que ni para criba servia.
Pero al fin --dice-- Dios me deparó remedio no pensado, y fué que como pasamos por muchas aldehuelas vi un huerto muy hermoso y deleitable donde habia rosas muy hermosas y llenas del rocio de la mañana; yo,como las vi, con gran deseo y ansia esperando la salud, alegréme y muy gozoso llegueme cerca de ellas y ya que movia mis labios para comer vinome a la memoria otro consejo más saludable, creyendo que si comia de aquellas rosas y de improviso dejase de ser asno y me tornase hombre, manifiestamente me ponia en gran peligro de morir."
De lo cual Apuleyo saca la gran lección filosófica que nos da. La de que no siendo las rosas para comerse por los hombres no ha de comerlas ni aún el hombre que está hecho pollino que de debe recordar que, a pesar de todo, es hombre y padecer la desdicha de parecer asno con toda resignació y estoicismo, limitandose a roer heno y cebada, en espera de tiempos mejores y más venturosos.
Apuleyo, que se hace asimismo protagonista de su historia, tornado, pues, en jumento, cuenta elocuentemente las fatigas y trabajos que padeció en su larga peregrinación y todas las que de los demás presenció.
Son aventuras extrañas, portentosamente extravagantes, tanto que a veces parecen historias surrealistas ultramodernas, pero entre ellas, engarzadas como joyas, están maravillosos cuentos que han tenido en todas las literaturas larga descendencia.
Tomemos como ejemplo el más brebe de todos, un cuento escabroso pero narrado con una suprema elegancia.
"Era un hombre que se alquilaba por trabajador y con lo que ganaba se mantenia miserablemente y mantenia también a su mujer, hembra galana y requebrada. Un dia, de mañana, cuando el marido fuese a la plaza, a buscar trabajo, vino el enamorado de su mujer y metióse en la casa. Y estando ellos asi, el marido, que ninguna cosa sabia ni sospechaba, tornó de improviso a casa y batió a la puerta. La mujer, que era astuta para tales sobresaltos, hizo meter a su enamorado en un tonel viejo, que estaba en un rincón de casa, medio roto y vacio, y abierta la puerta a su marido, comenzó a reñir con él, diciendo:
--¿Cómo asi venis vacio y muy despacio, metidas las manos en el seno? ¿No véis nuestra necesidad y pobreza? ¿Por qué no traéis alguna cosilla para comer? Yo mesquina, que todo el dia me estoy quebrando los dedos hilando, encerrada en casa, al menos que tenga para encender un candil. ¡Bienaventurada mi vecina Dafne que en amaneciendo come y bebe cuanto quiere y todo el dia está en placeres con sus enamorados!
El marido, convencido con esto, dijo:
--¿Pues qué es esto? Aunque mi amo está ocupado en un pleito y no nos ha dado qué trabajar, yo he proveido a lo que hemos de comer, porque he vendido aquél tonel, que nunca nos sirve de nada, por cinco dineros, a un hombre que aqui viene; por tanto ayúdame a sacarlo de aqui y entreguémoslo a quien nos lo compró.
Cuando esto oyó la mujer, fingiendo una gran ira, dijo:
--¡Oh, qué hombre he hallado! ¡que buen negociador! Yo siendo tan necesitada lo vendo por siete dineros y él en la calle lo vende por menos.
El marido, alegre con esto, le dijo:
--¿Quien es ése que tanto dió por él?
Y la mujer respondió:
--¡Vos no sabéis nada nunca! El que también lo paga es el que está dentro viendo que tal está.
Y el enamorado astuto, desde dentro dijo, como indignado:
--Buena mujer... Me parece que este tonel está roto por demasiadas partes para pagar por él siete dineros.
Y simulando volvióse al marido, como que no lo conocia, y dijole:
--Tú, hombrecillo... quienquiera que seas ¡traeme un candil que quiero ver dentro del tonel! ¿Por ventura piensas que sin mirarlo muy bien voy a soltar mi dinero?
--Apártate, dijo el marido, no sospechando mal, porque era un buen hombre; yo entraré y apañaré lo que esté hendido y mal tratado.
Y entró en el tonel y empezó a raer las costras de las heces.
Y mientras la mujer fuera alumbraba al marido dentro, y con astucia metia la cabeza en el tonel y burlaba de él diciendo: "Aqui" y "alli" y ¡quita esto! y ¡estotro!, es adúltero estaba tras ella hasta que la obra de los tres estubo acabada.
Y entonces el marido salió del tonel y el mezquino, sus siete dineros, cargó el tonel a cuestas y llevólo a casa del adúltero."
Pero no todas la mujeres en "El asno de oro" se portan como ésta. Las hay también como la noble Carites, la esposa de Lepolemo, protagonista de una de las más dramáticas historias que en el libro se cuentan.
"Habia en la ciudad --cuenta el Arcediano, traduciendo y quizá modificando un poco a Apuleyo-- un mancebo hidalgo, asaz rico, pero tan dado a los vicios de lujurias y tabernas , dandando de continuo en los mesones y burdeles, acompañado siempre de ladrones y hombres infames y de bajos espiritus; sus manos siempre sucias de sangre humana. Y este mancebo pidió en casamiento a Carites y aunque en linaje y riqueza precedia a todos los del pueblo, por sus malas costumbres fue desechado y repelido y la doncella casó con Lopolemo.
Trásilo, que asi se llamaba el mancebo malo, se mostró muy placentero en las bodas de Lepolemo, mostrándose más alegre que ninguno y asi vino a ser grande amigo y familiar de casa y cada dia crecia la conversación.
Un dia en que Lepolemo llevó consigo a Trásilo de caza,cuando los perros, que eran monteros de linaje, sacaron de la maleza los animales que habia, no salieron corzos ni gamos ni animales mansos sino un jabali montés muy grande y espantable, con las cerdas levantadas encima del lomo, echando espumarajos, los ojos de fuego, sonando las navajas y con impetu cruel, que parecia un rayo. Y a los más esforzados perros que se llegaron a él los mató y despedazó y rompió las redes y enderezó su camino.
Y Trásilo y Lepolemo, a caballo salieron tras de él, por no perder la pieza, por consejo del segundo, que en vez de arrojar el venablo al jabali lo lanzó contra el caballo de su compañero cortándole las corvas de los pies y cayó el corcel, dando con su amo en tierra y en ella el puerco salvaje acometió con él dándole navajadas con los colmillos, y el falso amigo, en vez de socorrerle, sin arrepentirse de la traición comenzada, le metió la lanza por muchas partes, a semejanza de las heridas de diente del jabali, que no podian nunca perecer hechas por su mano.
Hechas las exequias, la bella Carites se retrajo y se determinaba a morir de hambre y sed para ir a acompañar a su marido. Mas Trásilo, con malvada intención, unas veces por si, otras por familiares y parientes, trabajaba que ella no se consumiese ni enfermase y que tomase placer, y como era atrevido y desvergonzado, un dia le habló, diciéndole que se casase con él, lo cual como ella oyese fué muy escandalizada y disimulando dijo que tomaria consejo y le daria respuesta.
Y aquella misma noche le apareció el ánima de su marido Lepolemo, que alzando la cara ensangrentada, amarilla y diforme, quebrantó el casto sueño de su mujer, diciéndole cual habia sido la mano que lo mató y cómo aquellas heridas, que lavaron sus lágrimas, no eran todas de los colmillos de la bestia, manifestándole toda la traición, tal como habia pasado.
Y ella, muy temerosa, después de meter la cara debajo de la ropa y de llorar con gran dolor la traición en que su marido murió tan malamente, propuso en su pecho de vengarse del cruel matador y cuando volvió otra vez el abominable demandador de placeres ilicitos a porfiar con ella sobre su casamiento, con astucia y sagacidad le dijo:
--Aún la cara de mi marido y tu amigo se representa ante mis ojos y aún el dolor de su cuerpo dura en mis narices: seria bien que aguardases el tiempo que es honesto para el luto y llanto de cualquier noble matrona, porque conviene a mi honra y a tu provecho.
Y al poco tiempo, como Trásilo volviese a porfiar, le dijo:
--Seamos dos en uno, pero secretamente sin que lo sepa nadie. Y mira bien lo bien que lo hagas discretamente. Cubierta la cabeza con tu capa y sin compañia vendrás a mi puerta al primer sueño y solamente con un silbido que dés te abrirá la puerta mi ama, que te estará esperando y te llevará a mi cama.
Y Trásilo, turbado, se quejaba de que la noche no acababa de venir. Cuando llegó al fin y todo pasó como se le habia dicho, el ama le dió a beber tres o cuatro veces, fingiendo que su ama se atardaba porque estaba su padre enfermo, y Trásilo pronto quedó enterrado en sueño profundo, aparejado para sufrir todas las injurias que le quisiesen hacer. Y cuando la virtuosa y vengativa Carites se llegó a él , fué solo para sacarle los ojos con un alfiler y no lo mató porque no acabase de igual modo que su marido, y después , empuñando la espada que su marido solia llevar , se fué junto a su tumba y sentándose cerca de ella, sin que valieran las voces y la acción de los que la querian disuadir, se dió con ella por debajo del seno izquierdo y cayendo revuelta en su propia sangre se fué a reunir con su Lepolemo, como perpetua compañera.
Y Trásilo, ciego y desesperado y sabiendo la muerte de su amada, se metió dentro de la tumba y cerrando bien las puertas se dejó morir condenado por su propia sentencia."
Asi, de historia en historia, oidas todas contar a lo largo de sus trabajos, el sabio pollino llegó al fin de su encantamiento, que ocurrió en una procesión solemne que los sacerdotes hicieron a la luna, en cuya procesión , al asno cogió unas rosas de las manos del Gran Sacerdote y comiéndolas se volvió a convertir en hombre.
Con lo cual Apuleyo desmintió la lección primera de la resignación y del estoicismo y la sustituyó por la lección, mucho más hermosa, consoladora y humana, de que dondequiera que se vean rosas hay que ir por ellas, por muy asnal que sea la condición en que parezca uno encontrarse y sin miedo alguno a lo que el futuro le reserve.
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