Hace unos años recibí una notificación en la que se me informaba que
durante dos años iba a forma parte de la lista de candidatos a jurado… ¡Qué alegría!
(pura ironía). Pasaron los dos años y, al final, no tuve que pasar por
ese trago. Aunque según el artículo 125 de la Constitución de 1978 y la
aprobación de la Ley del Jurado de 1995 es un derecho y un deber para
los ciudadanos participar en la administración de justicia, yo lo
considero una faena para el jurado y para el acusado. Pero si echamos la
vista atrás, hasta la Antigua Grecia, donde nació la democracia y la
participación ciudadana en los órganos de poder, veremos que era un cuento, en este caso, griego.
En la Antigua Grecia se elegían por sorteo cada año 6.000 ciudadanos de entre los voluntarios
de más de 30 años que se habían inscrito para formar parte de los
tribunales de justicia. Cada día, y dependiendo del número de pleitos,
se distribuían mediante un sorteo, hecho con unas máquinas llamadas cleroterias,
a razón de no menos de 201 miembros por tribunal que, en algunos casos
relevantes, podían llegar hasta los 2.001. Pero siempre un número impar
para evitar los empates. Después de escuchar a las partes durante el
tiempo marcado por la clepsidra, y sin previa deliberación
conjunta, depositaban su voto (un guijarro blanco o negro). El proceso
parece limpio y ecuánime, parece…
El hecho de formar parte de un jurado estaba remunerado
económicamente pero con una cantidad tan pequeña que los únicos
voluntarios que se inscribían para integrar las listas eran indigentes,
enfermos que no podían trabajar, ancianos sin recursos… gentes sin oficio ni beneficio.
Además, como la defensa y la acusación corrían a cargo de los propios
interesados, la justicia no se basaba en las pruebas y en la verdad sino
en el arte y la gracia que tuviese cada uno a la hora de pronunciar
discursos e influir en el jurado. Como no todos tenían esa gracia,
cobraron especial importancia los logógrafos que, previo pago, les asesoraban en su interpretación y les escribían el discurso creando, incluso, una figura literaria… la etopeya (describir las cualidades y virtudes para influir en el jurado independientemente del pleito concreto).
Así que, según la representación de la Justicia, la balanza no estaba muy equilibrada y la venda en los ojos era traslúcida.
Fuente: De banquetes y batallas – Javier Murcia Ortuño
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