Fundar la libertad es el deber de la virtud; conquistarla es el deber del heroísmo. Cuando en el corazón de un hombre residen por igual la virtud y el heroísmo, ése es el libertador de pueblos, el revolucionario. ¿Por qué la naturaleza es tan avara que casi nunca le da la virtud al héroe y el heroísmo al hombre virtuoso?
El mundo se conmueve fácilmente por los mártires del bien, pero se muestra indiferente u hostil ante los mártires del mal. Pero, ¿cuáles son en realidad los verdaderos mártires: los mercenarios del Estado opresor que reprime a los rebeldes, o los rebeldes que luchan contra el Estado opresor?
Triste destino el de un soldado del imperio colonialista que muere por un ideal que no es el suyo, y su ideal mercenario muere con él, y todo habrá terminado para él. No así el combatiente revolucionario: cuando él ha entrado en el sepulcro su ideal sale de éste y brilla como una antorcha y gana las batallas póstumas sobre las tinieblas iluminándolas. Las caravanas de oprimidos se orientan al resplandor de esa antorcha, ¡y hasta el cielo mismo se siente iluminado por su luz! ¡...su luz, que ha de ser eterna mientras existan caravanas de oprimidos en el mundo!
El gran sueño de una conciencia revolucionaria es hacer la humanidad a su propia imagen, y su gran orgullo es no haberse dejado hacer a la imagen de ella.
Un faro no exige a los buques que le hagan salvas de gratitud: se conforma con iluminar su ruta y salvarlos del naufragio. La misma benevolencia desinteresada abrigan los revolucionarios con los pueblos que orientan... y que salvan.
Un revolucionario que lucha sólo por su patria no es un revolucionario: es un patriota. Circunscribir un revolucionario a un país es como encerrar en una celda a un atleta hiperactivo. La patria de un revolucionario es el mundo, puesto que la grandeza de su conciencia social rompe todas las fronteras. Su conciencia es universal.
Un revolucionario auténtico no sufre tanto por la represión a sus ideales como por su íntima fidelidad a ellos, y jamás se arrepiente de esa fidelidad: a ellos ha dedicado su vida, y jamás les pide cuenta de lo que ésa vida ha sido a causa de ellos.
No hay que preocuparnos por consolar a los revolucionarios por la cíclica esterilidad de su ideal: ellos son superiores a toda consolación. Su ideal es su dolor... ¡pero es también su grandeza! ...y ellos ¡no necesitan ser consolados de ser grandiosos!
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