Era un mediodía cuando las aguerridas Fuerzas de Liberación del heroico pueblo vietnamita irrumpían en la guarida de un régimen em estampida, solo sostenido por el poderío militar de una potencia como Estados Unidos.
Y más que ponerle término a la ignominia de la subordinación que allí se cobijaba, aquel memorable episodio fue contundente escena final de una anunciada derrota política y militar infligida al prepotente imperio injerencista y agresor.
Nunca le fue tan humillante, precedida en las vísperas por las elocuentes imágenes de fugas precipitadas y desesperadas, de rebatiñas por treparse en helicópteros y huir a como diera lugar de la avalancha liberadora y revolucionaria en marcha.
Desde que en 1964 Estados Unidos sacó intencionado partido del llamado incidente del Golfo de Tonkin, una fraudulenta auto agresión para desatar la guerra en Vietnam, habían transcurrido algo más de dos décadas de muy alto costo humano y material.
Como pocas veces se tenga noticias pueblo alguno sufriría tanto castigo en vidas y recursos naturales, por el solo hecho de defender su derecho a la soberanía nacional, la independencia y la unidad e integridad territorial.
Todavía hoy, en un Vietnam más fuerte, como nunca se cansó de avizorar el gran Ho Chi Minh, aún bajo los bombas cayendo sobre Hanoi, se sigue reclamando por las víctimas, generación tras otra, del infernal “agente naranja”, diseminado por la aviación estadounidense en poblaciones civiles, sembradíos y bosques.
Pero también esa ejemplar y pertinaz resistencia protagonizada por los vietnamitas suscitó admiración y solidaridad mundiales y contribuyó a despertar conciencias en los propios Estados Unidos, donde comenzó a romperse el mito de la invencibilidad de sus marines y tropas equipadas con lo último en tecnología bélica.
Ello constituyó una formidable lección, la de que “si, se puede”, al igual que antes en la batalla cubana de Girón, en 1961 frente a mercenarios sostenidos por Washington. O en otro contexto, el abril de 2002 en Caracas, Venezuela, en el fondo, de la misma hechura.
La relampagueante entrada de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Vietnam a Saigón, resultó el colofón de una acertada estrategia, que atravesó por sucesivas etapas cruciales, desde que el 1971, los estadounidenes no pudieron controlar las fronteras entre Vietnam, Laos y Cambodia por la carretera 9.
En ese momento, con las zonas liberadas abarcando más del 50 por ciento de los escenarios de la guerra, la derrota ya se vislumbraba, y dos años después, en 1973 los patriotas obligaban a los agresores a sentarse en la mesa de negociaciones en Paris y suscribir un acuerdo de paz.
A partir de entonces, en medio de continuadas violaciones estadounidenses a lo pactado, otras batallas decisivas contra los baluartes militares de Phoc Long, Buon Me Thuot, Pleikú, Che Reo, Da Nang, Hha Trang Luang y otros fueron cimentando el camino al asalto culminante.
El Comité Central del entonces llamado Partido de los Trabajadores de Vietnam, decidió desatar el 10 de marzo de 1975 la gran ofensiva final y la operación Ho Chi Minh.
Durante los días 26, 27 y 28 de abril se había generalizado por toda la franja costera y en diversos puntos se desarrollaban combates encarnizados, cuerpo a cuerpo, casa por casa para romper el presuntuoso “cordón sanitario” alrededor de la capital del sur.
Por esos días, Le Van Phuong, un joven tanquista, ya veterano de las batallas de la carretera 9 y Da Nang, recibió la orden de marchar hacia Saigón y fue a quien le tocó derribar las puertas del palacio que albergó a todos los gobiernos que siguieron a pie juntillas las órdenes del mando estadounidense de ocupación.
Entrevistado por la radioemisora Voz de Vietnam, con motivo de este aniversario del acontecimiento, aún le emociona evocarlo, y al recordar también a su jefe de compañía, Bui Quang Than, izando en lo más alto de aquel recinto la bandera de la liberación.
La foto en la que aparece el tanquista, y que ha devenido símbolo mundial, fue tomada por Francoise Demulder, fallecida en 2009, una reportera francesa, a quien según sus propias palabras, la guerra en Vietnam le cambió el sentido de su oficio y de su vida.
Luego cubrió la guerra en el Líbano y la resistencia de los palestinos, entre otros conflictos que calificó de injustos.
Antes de morir regresó a Hanoi, en búsqueda de Phuong, a quien encontró en una humilde vivienda de una callejuela de Son Tay, modesto en su hazaña, y entregado como uno más a las tareas de la vida civil de un país reconstruido y en crecimiento.
Ambos se abrazaron y lloraron, porque también la liberación de la hoy Ciudad Ho Chi Minh, que terminó reunificando a Vietnam, hermana más allá de fronteras.
Saigón 75 representa por siempre un símbolo de resistencia y victoria de una causa justa en la memoria universal.
(Tomado de Prensa Latina)
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