Más de un año antes del 16 de abril de 1961, después de rigurosos
análisis e intercambios, el presidente Dwight Eisenhower decidió
destruir a la Revolución Cubana.
El instrumento fundamental del tenebroso plan era el bloqueo
económico a Cuba, al que la literatura política del imperio califica con
el término anodino y casi piadoso de “embargo”.
En memorando secreto del entonces subsecretario asistente de Estado
Lester Mallory, se enumeraron los objetivos concretos del tenebroso
plan: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro -expresa el
documento- [...] No existe una oposición política efectiva [...] El
único medio posible para hacerle perder el apoyo interno [al gobierno]
es provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción
económica y la penuria [...] Hay que poner en práctica rápidamente todos
los medios posibles para debilitar la vida económica [...] negándole a
Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y
reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el
derrocamiento del gobierno.”
El conjunto de medidas a tomar se denominaba “Programa de Acción Encubierta contra el régimen de Castro”.
Cualquier observador, esté o no de acuerdo con tan repugnantes
métodos porque carecen de elemental ética, admitiría que esto implica la
idea de doblegar a un pueblo. En este caso, se trataba de una
confrontación entre la potencia más poderosa y rica del planeta y un
país pequeño de diferente origen, cultura e historia.
Eisenhower no era un criminal nato. Parecía, y tal vez lo fuera, una
persona educada y de buena conducta de acuerdo a los parámetros de la
sociedad en que vivía. Había nacido en el seno de una modesta familia
agricultora en Denison, Texas, en el año 1890. De educación religiosa y
vida disciplinada, ingresó en la Academia Militar de West Point en el
año 1911, y se graduó en 1915. No participa en la Primera Guerra
Mundial, y le asignan solo tareas administrativas.
Asume por primera vez el mando de tropas en 1941, cuando Estados Unidos no participaba todavía en la Segunda Guerra Mundial. Era
ya general de cinco estrellas y carecía de experiencia combativa cuando
George Marshall le asigna el mando de las tropas que desembarcan al
Norte de África.
Roosevelt, como presidente del país con más riquezas y medios
militares, asume el papel de nombrar al jefe militar de las fuerzas
aliadas que desembarcarían en Europa en junio de 1944, catorce meses
antes de finalizar la guerra; tarea que asignó al general Eisenhower, ya
que Marshall, su jefe de mayor autoridad, desempeñaba el cargo de Jefe del Estado Mayor del Ejército.
El General Dwight Eisenhower habla a las tropas antes del desembarco de Normandía
No era un militar brillante, cometió errores de consideración en el
Norte de África y en el propio Desembarco de Normandía, donde tuvo
rivales serios entre sus aliados, como Montgomery, y adversarios como
Rommel; pero era un profesional serio y metódico.
Concluida esta referencia obligada del General de cinco estrellas
Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos desde enero de 1953
hasta enero de 1961, paso a una pregunta: ¿cómo es posible que un hombre
serio, que se atrevió a exponer el nefasto papel del Complejo Militar
Industrial, sea conducido a una actitud tan criminal e hipócrita como la
que llevó al gobierno de Estados Unidos al ataque contra la
independencia y la justicia que durante casi un siglo buscó nuestro
pueblo?
Fue el sistema capitalista, la preeminencia de los privilegios de los
ricos, dentro y fuera del país, en detrimento de los derechos más
elementales de los pueblos. Nunca le preocupó a la poderosa potencia el
hambre, la ignorancia, la ausencia de empleo, tierra, educación, salud y
los derechos más elementales para los pobres de nuestra nación.
En el intento brutal de someter a nuestro pueblo, el gobierno de
Estados Unidos arrastraría a los soldados de su país a una lucha en la
que no habría podido obtener la victoria.
En los asuntos de carácter histórico son muchos los imponderables y
no poca la incidencia del azar. Yo parto de la información que poseo, y
de la experiencia que viví aquellos días en que nació la frase de que
Girón fue la “primera derrota del imperialismo en América”. De aquella
experiencia extraje muchas conclusiones. Quizás a otros también
interesen.
Nosotros no disponíamos de un ejército nacional en nuestro país. Al
finalizar lo que los historiadores en Cuba denominaban la Tercera Guerra
de Independencia -en la que el ejército colonial español derrotado y
exhausto solo podía conservar ya, a duras penas, el control de las
grandes ciudades-, la metrópoli arruinada, a miles de millas de
distancia, no podía mantener una fuerza casi igual a la de Estados
Unidos en Vietnam, al final de la guerra genocida que llevó a cabo en
esa antigua colonia francesa.
Es en aquel momento que Estados Unidos decide intervenir en nuestro
país. Engaña a su propio pueblo, al de Cuba y al mundo, con una
declaración conjunta en la cual se reconoce que Cuba, de hecho y de
derecho, debía ser libre e independiente. Firma en París un acuerdo con
el gobierno colonial y vengativo de la España derrotada, y desarma al
Ejército Libertador mediante soborno y engaño. Con posterioridad, se le
impone a nuestro país la Enmienda Platt, la entrega de puertos para uso
de su armada, y se le otorga la supuesta independencia, condicionada por
un precepto constitucional que le concedía al gobierno de Estados
Unidos el derecho a intervenir en Cuba.
Nuestro valeroso pueblo luchó en solitario, tanto como el que más en
este hemisferio, por su independencia frente a la nación que, como
expresó Simón Bolívar, estaba llamada a plagar de miseria a los pueblos
de América en nombre de la libertad.
En Cuba había un ejército entrenado, armado y asesorado por Estados
Unidos. No diré que nuestra generación posea más mérito que alguna de
las que nos precedieron, cuyos líderes y combatientes fueron
insuperables en sus luchas heroicas. El privilegio de nuestra generación
fue la oportunidad de probar, por azar más que por méritos, la idea
martiana de que “un principio justo desde el fondo de una cueva, puede
más que un ejército”.
A partir de ideas justas y después de superar amargas pruebas,
partiendo solo de siete fusiles, no vacilamos en proseguir la lucha en
la Sierra Maestra después que nuestro destacamento de 82 hombres, por
falta de experiencia y otros factores adversos, fue atacado por sorpresa
antes de alcanzar las estribaciones de las montañas. En solo 25 meses
nuestro pueblo heroico derrotó a aquel ejército, equipado con el
armamento, la experiencia combativa, las comunicaciones, centros de
instrucción y el asesoramiento con el que Estados Unidos mantuvo durante
más de medio siglo el dominio total de nuestro país y de Nuestra
América.
Al aplicar los métodos correctos de lucha, los principios de respeto a
la población y la política de guerra con el adversario -curando a los
heridos y respetando la vida de los prisioneros sin una sola excepción
en toda la guerra-, asestamos una derrota aplastante al aparato militar
creado por los yankis, y le ocupamos finalmente las cien mil armas y los
equipos de guerra que poseían y emplearon contra nuestro pueblo.
Entrada de Fidel a La Habana el 8 de enero de 1959
Pero fue necesario también derrotar en el campo ideológico el inmenso
arsenal de que disponían, y el monopolio casi total de los medios de
información con que inundaban al país de edulcoradas mentiras.
Los trabajadores sin empleo, los campesinos sin tierra, los obreros
explotados, los ciudadanos analfabetos, los enfermos sin hospitales, los
niños sin libros o sin escuelas, la interminable lista de ciudadanos
heridos en su dignidad y sus derechos, eran incomparablemente más que la
minoría rica, privilegiada y aliada al imperio.
Educación, ciencia, cultura y arte, deporte, las profesiones que
entrañan el desarrollo humano, carecían de apoyo en nuestro país,
dedicado al monocultivo de la caña y a otras actividades económicas
subordinadas a bancos y empresas trasnacionales yankis, con las que el
poderoso vecino del norte impone su “democracia” y los “derechos
humanos”.
Debo señalar que un espectáculo como el de La Colmenita -que hace
unos días se exhibió en el teatro Karl Marx-, creado por el hijo de una
de las personas asesinadas por los terroristas del Gobierno de Estados
Unidos en el avión que partió de Barbados el 6 de octubre de 1976, no
tiene rival en el mundo. Tanto el impresionante acto cultural de los
pioneros, como el Congreso que clausuraron ese día, jamás serían
posibles sin la educación que la Revolución ha brindado a los niños,
adolescentes y jóvenes de nuestra Patria.
El 16 de abril de 1961, cuando se proclamó el carácter socialista de
la Revolución, habían transcurrido dos años y tres meses desde el
triunfo del Primero de Enero de 1959. Nuestro pequeño y victorioso
Ejército Rebelde en su lucha por la liberación, solo contaba con las
armas ocupadas a la tiranía, que en su inmensa mayoría fueron
suministradas por Estados Unidos. Era imprescindible armar al pueblo.
Para no brindar pretextos que sirvieran de base a las agresiones de
Estados Unidos, como hicieron en Guatemala, intentamos comprar y pagar
al contado fusiles y otras armas en países de Europa, que
tradicionalmente las exportaban a muchas naciones.
Adquirimos varias decenas de miles de fusiles semiautomáticos FAL
calibre 7,62 con peines de 20 balas y las municiones correspondientes,
entre ellas, las granadas antipersonales y antitanques de esas armas que
fueron trasladadas en buques mercantes habituales, igual que hace
cualquier país.
Pero ¿qué ocurrió con aquellas ingenuas compras de armas “no comunistas” y que por su calidad nos parecían excelentes?
El primer barco arribó a Cuba normalmente y con él, decenas de miles de fusiles FAL.
No había ilegalidad alguna, ni existían pretextos para las campañas contra Cuba.
Poco duró, sin embargo, aquella situación. El segundo barco arribó a
un importante muelle de la capital, obreros portuarios y combatientes
rebeldes descargaban los bultos, no existían entonces contenedores. Yo
estaba en el cuarto o quinto piso del edificio del Instituto de Reforma
Agraria, donde hoy se encuentra el Ministerio de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, en las inmediaciones de la Plaza de la Revolución; allí
tenía la oficina de trabajo cuando no me movía por cualquier parte de
la ciudad o el país. El viejo Palacio de Gobierno había sido convertido
en museo y el nuevo no estaba terminado. Era el 4 de marzo de 1960. Una
fuerte explosión hizo trepidar el edificio; miré por instinto hacia el
puerto, donde sabía que estaba descargándose el mercante francés La Coubre; una densa columna de humo ascendía desde aquel punto, no distante en línea recta. Comprendí en el acto lo ocurrido.
Imaginé las víctimas, bajé rápido, y con la pequeña escolta abordamos
los carros, nos movimos hacia el puerto transitando por estrechas
calles y elevado tránsito. Estaba ya muy próximo, cuando escucho una
segunda explosión en el mismo punto. Se puede comprender la ansiedad que
nos provocó aquella nueva explosión. Imaginé el daño ocasionado a los
obreros y soldados que estarían ayudando a las víctimas de la primera. A
duras penas logré que el carro se aproximara al muelle, donde pude
observar el dramático pero heroico comportamiento de aquellos hombres.
Alrededor de 100 personas murieron; los heridos eran muchos y requeridos de atención urgente.
Sabotaje contra el barco La Coubre
Al día siguiente, desde la Universidad, trasladamos los muertos por
la ancha calle 23 hasta el mismo cementerio donde un año, un mes y 11
días después daríamos revolucionaria sepultura a las víctimas del
bombardeo de los aviones yankis con insignias cubanas.
El 5 de marzo, por primera vez y de forma absolutamente espontánea,
durante el sepelio de los obreros y combatientes vilmente asesinados,
exclamé ¡Patria o Muerte! No se trataba de una frase: era una convicción
profunda.
Muchas investigaciones estaban por hacerse, pero en ese instante no
tenía ya dudas de la intencionalidad de la mencionada masacre. El
mercante venía saboteado desde que zarpó de puerto europeo y el sabotaje
era obra de expertos.
Dediqué la debida atención a las investigaciones requeridas.
Necesitaba conocer si aquellas granadas, contenidas en las cajas donde
se produjeron las explosiones, podían estallar por accidentes tales como
la caída de una o algo similar. Para descartar esa posibilidad -que los
especialistas previo estudio de los mecanismos de seguridad de las
granadas habían desechado-, pedí que algunas cajas con granadas que
venían en el barco fueran lanzadas desde mil metros de altura; observé
las pruebas y ninguna granada estalló. Se indagaron todos los
movimientos que aquel barco realizó y se hizo evidente que manos
expertas realizaron aquel sabotaje, como parte del plan aprobado por la
administración de Estados Unidos.
Habíamos recibido una lección de lo que podía esperarse del
imperialismo. No vacilamos en dirigirnos a los soviéticos, con los
cuales no teníamos contradicción de principios.
Se nos otorgaron los créditos pertinentes para adquirir aquellas
armas. Desde que la URSS y otros países socialistas como la República
Socialista de Checoslovaquia, la República Popular China y la República
Popular Democrática de Corea comenzaron a suministrarnos armas, hasta
hoy, más de mil barcos transportaron armas y municiones a Cuba sin que
se produjera una explosión.
Nuestros propios buques han trasladado durante decenas de años gran
parte del armamento empleado por las fuerzas internacionalistas cubanas
sin que ninguno estallara.
Fidel junto a Osvaldo Dorticós, el Che y otros dirigentes de a Revolución durante el sepelio de las víctimas de La Coubre
El discurso que pronuncié el 16 de abril de 1961, en las honras
fúnebres de las víctimas del traidor bombardeo del amanecer del día
anterior, estaba dirigido a los compañeros del Ejército Rebelde, a las
Milicias Nacionales Revolucionarias y al pueblo de Cuba. Reproduzco
párrafos textuales e ideas, sin las cuales sería imposible conocer la
importancia y el ardor de la batalla que se libró:
“Es la segunda vez que nos reunimos en esta misma esquina. La primera fue cuando la explosión de La Coubre, que le costó la vida a casi un centenar de obreros y soldados.”
“Desde el inicio del Gobierno Revolucionario el primer esfuerzo que
realizaron los enemigos de la Revolución fue impedir que nuestro pueblo
se armara.”
“…ante el fracaso de los primeros pasos de tipo diplomático,
acudieron al sabotaje [...] para impedir que esas armas llegaran a
nuestras manos…”
“Aquel brutal zarpazo costó la vida de numerosos obreros y soldados,
[...] teníamos derecho a pensar que los culpables del sabotaje eran los
que estaban interesados en que nosotros no recibiéramos esas armas…”
“…a todos nosotros, a nuestro pueblo, le quedó la profunda convicción
de que la mano que había preparado aquel hecho bárbaro y criminal, era
la mano de los agentes secretos del gobierno de Estados Unidos.”
“…para muchas personas en este país, y aun fuera, resultaba difícil
creer que el gobierno de Estados Unidos fuese capaz de llegar a tanto;
resultaba difícil creer que los dirigentes de un país fuesen capaces de
llevar a la práctica procedimiento semejante. [...] todavía nosotros no
habíamos podido adquirir la dura experiencia que hemos ido adquiriendo
durante estos dos años y medio; todavía no conocíamos bien a nuestros
enemigos; [...] todavía no sabíamos lo que era la Agencia Central de
Inteligencia del gobierno de Estados Unidos; todavía no habíamos tenido
oportunidad de ir comprobando, día a día, sus actividades criminales
contra nuestro pueblo y nuestra Revolución.”
“…ya nuestro país venía sufriendo una serie de incursiones por parte
de aviones piratas que un día lanzaban proclamas, otro día quemaban
nuestras cañas, y otro día trataban de lanzar una bomba sobre uno de
nuestros centrales azucareros.”
“…por el estallido de la bomba que iban a lanzar explotó el avión
pirata con sus tripulantes, [...] en aquella ocasión, no pudo el
gobierno de Estados Unidos negar, como lo venía haciendo, que aquellos
aviones salían de sus costas; [...] ante la documentación ocupada
intacta [...] no pudo negar la realidad, [...] se decidieron por
pedirnos una excusa y darnos una explicación.”
“Sin embargo, los vuelos no se paralizaron. [...] y en una ocasión
una de aquellas incursiones costó a nuestro país un saldo elevado de
víctimas. Sin embargo, ninguno de aquellos hechos tenía el carácter de
un ataque militar…”
“Nunca se había llevado a cabo una operación que revistiera todas las
características de una operación de carácter netamente militar.”
“…semanas atrás, una embarcación pirata penetró en el puerto de
Santiago de Cuba, cañoneó la refinería que está allí instalada, y al
mismo tiempo causó víctimas con sus disparos entre soldados y marinos
que estaban destacados a la entrada de la bahía.”
“…una operación de ese tipo, con embarcaciones de aquella naturaleza,
no podía llevarse a cabo si no era con barcos facilitados por los
norteamericanos y abastecidos por los norteamericanos en algún lugar de
la zona del Caribe.”
“…este continente sí había sabido lo que eran desembarcos de tropas
extranjeras. Y lo había sabido en México, [...] en Nicaragua, [...] en
Haití, [...] en Santo Domingo [...] y todos estos pueblos habían tenido
oportunidad de saber lo que eran las intervenciones de la infantería de
marina de Estados Unidos.”
“…lo que ningún pueblo de este continente había tenido oportunidad de
conocer era esa acción sistemática por parte de los servicios secretos
del gobierno de Estados Unidos [...] lo que nunca un pueblo de este
continente había tenido que conocer era la lucha contra la Agencia
Central de Inteligencia [...] empeñada a toda costa, cumpliendo
instrucciones de su gobierno, [...] en destruir sistemáticamente el
fruto del trabajo de un pueblo, en destruir sistemáticamente los
recursos económicos, los establecimientos comerciales, las industrias, y
lo que es peor: vidas valiosas de obreros, de campesinos y de
ciudadanos laboriosos y honestos de este país.”
“Pero con todo eso, ninguno de los hechos anteriores había revestido,
como en el caso de ayer, una agresión de carácter típicamente militar.
No se trató del vuelo de un avión pirata, no se trató de la incursión
de un barco pirata: se trató nada menos que de un ataque simultáneo en
tres ciudades distintas del país, a la misma hora, en un amanecer; se
trató de una operación con todas las reglas de las operaciones
militares.
“Tres ataques simultáneos al amanecer, a la misma hora, en la ciudad
de La Habana, en San Antonio de los Baños y en Santiago de Cuba
[...] llevados a cabo con aviones de bombardeo tipo B-26, con
lanzamiento de bombas de alto poder destructivo, con lanzamiento de
rockets y con ametrallamiento sobre tres puntos distintos del territorio
nacional. Se trató de una operación con todas las características y
todas las reglas de una operación militar.
“Fue, además, un ataque por sorpresa; fue un ataque similar a esos
tipos de ataques con que los gobiernos vandálicos del nazismo y del
fascismo acostumbraban a agredir a las naciones. [...] Los ataques
armados sobre los pueblos de Europa por las hordas hitlerianas fueron
siempre ataques de este tipo: ataques sin previo aviso, ataques sin
declaración de guerra, ataque artero, ataque traicionero, ataque por
sorpresa. Y así fueron invadidos por sorpresa Polonia, Bélgica, Noruega,
Francia, Holanda, Dinamarca, Yugoslavia y otros países de Europa.”
Fidel, durante el discurso
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